Hemos comenzado una nueva Cuaresma, y en este primer domingo reflexionamos sobre las tentaciones de Jesús, según el evangelista san Lucas. El Señor es tentado en el momento en que se va a presentar al mundo como Mesías. Son tentaciones muy sutiles, porque los judíos esperaban un Mesías que liberaría al pueblo del hambre y las penurias materiales y también del yugo del imperio romano. A nosotros también se nos puede presentar la tentación de un programa de vida cristiana o de ejercicio de nuestras responsabilidades en la Iglesia o en la sociedad que esté falsificado. A Jesús le presenta el tentador como una especie de encuesta de lo que el pueblo esperaba de él. Le viene a decir: el pueblo espera de ti esto, si lo haces, triunfarás; si no lo haces, fracasarás. El demonio presenta un panorama de éxito, en lugar del camino de la cruz del Padre.
La vida es prueba y tentación, es oportunidad para manifestar la fidelidad al Señor. La vida humana es también un desierto lleno de pruebas. La sociedad de consumo nos bombardea continuamente con estímulos, con reclamos, con tentaciones. Y no pocas veces, nuestra moral es de derrota, porque planteamos la vida cristiana personal, la acción pastoral, o el testimonio en medio del mundo, a la defensiva, a mínimos, con una pastoral de mantenimiento, perdiendo terreno con resignación, como si no hubiera nada que hacer ante el tsunami materialista y consumista que nos invade.
Reflexionar sobre las tentaciones de Cristo y contemplar su forma de vencerlas nos ayudará a comprender nuestras tentaciones y a superarlas también. La primera, convertir las piedras en panes, consiste en materializar la misión, reducirla a nivel terreno, material, y nos remite a la protesta de Israel cuando agobiado por el hambre en el desierto, aún después de haber visto obras prodigiosas en su liberación, pide volver a la esclavitud de Egipto, y añora los ajos y cebollas. Jesús nos enseña a no dejarnos absorber en exceso por la seguridad material, a poner nuestra confianza en Dios.
La tentación del poder y la gloria, de adorar a Satanás para dominar el mundo, es una pura idolatría, es la fascinación por la riqueza y el poder. Jesús responde con el acto de fe de Israel: adorar y dar culto únicamente a Dios. El camino del Mesías no es el de un poder mundano, sino la cruz y la nueva vida y la nueva comunidad que nace de la cruz. Hay que adorar sólo a Dios. Por último, Jesús supera la tentación del éxito fácil, de la espectacularidad, del recurso a lo sensacional como método en su misión mesiánica, de utilizar la fuerza divina para planes que no son los de Dios, de apartarse del camino de la cruz. La respuesta de Cristo será: “Está escrito, no tentarás al Señor tu Dios”.
Santa Teresa de Jesús, describiendo su época, escribe que son «tiempos recios» y señala también que en dichos tiempos, «son menester amigos fuertes de Dios» (Libro de la Vida 15,5). Tampoco los tiempos actuales son fáciles, pero en todo tiempo escuchamos la voz del Señor que nos dice como a san Pablo: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Cor 12, 9). En el Bautismo renunciamos a todo lo que expresan esas tentaciones: al pecado, para vivir en la libertad de los hijos de Dios; a todas las seducciones del mal; a satanás, padre y príncipe del pecado. En el bautismo hacemos profesión de fe en Dios y nos adherimos al estilo de vida del evangelio, a participar de la entrega de Cristo. Este es el programa de vida del cristiano, que hemos de renovar al llegar el tiempo de Cuaresma, que hemos de transmitir a nuestros niños y jóvenes. En estos nuevos tiempos recios, dispongámonos a recorrer el camino cuaresmal con toda la intensidad del mundo, con toda la fortaleza, con más oración, con más sacrificio, con más caridad. ¡Santa Cuaresma!
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla