Año nuevo: remar mar adentro con esperanza

Con el corazón lleno de gratitud y esperanza nos situamos ante el umbral de un nuevo año. Al hacerlo, nuestra mirada se vuelve necesariamente hacia el Año Jubilar que clausuramos en nuestra Archidiócesis y en toda la Iglesia. Un año de gracia que ha sido, verdaderamente, un tiempo favorable, un don inmerecido del Señor para reavivar la fe, fortalecer la esperanza y renovar la caridad. Siguiendo la convocatoria del Papa Francisco en la Bula Spes non confundit, el pasado 29 de diciembre de 2024 abrimos solemnemente el Año Santo Jubilar con la celebración de la Eucaristía en nuestra Santa Iglesia Catedral. Desde aquel momento nos pusimos en camino como peregrinos de esperanza, acogiendo la invitación del Sucesor de Pedro a dejarnos reconciliar con Dios y a vivir con hondura el misterio de la misericordia.

El domingo 28 de diciembre celebramos la clausura diocesana del Año Jubilar con la Santa Misa en la Catedral. Una Eucaristía de acción de gracias, en la que pondremos en manos del Señor los frutos espirituales de este tiempo santo, conscientes de que todo ha sido gracia y don suyo. Durante este año jubilar, muchos fieles han recorrido con fe y devoción los templos jubilares de nuestra Archidiócesis, ganando las indulgencias y renovando su vida cristiana. En Sevilla, la Catedral, las Basílicas Menores de la Macarena, Jesús del Gran Poder, María Auxiliadora y el Cristo de la Expiración, así como la Capilla de los Marineros, han sido lugares de encuentro con la misericordia de Dios. En la provincia, los santuarios y parroquias jubilares —Setefilla en Lora del Río, Santa Cruz en Écija, Santa María Magdalena en Dos Hermanas, Consolación en Utrera y Loreto en Espartinas— han acogido a numerosos peregrinos que han buscado al Señor con corazón sincero.

Doy gracias a Dios por la disponibilidad generosa de tantos sacerdotes que, a través del sacramento de la Penitencia, han sido instrumentos de perdón y reconciliación. Mi agradecimiento se extiende igualmente a los voluntarios y colaboradores que han hecho posible la acogida ordenada y fraterna de los peregrinos. Todo ello es signo de una Iglesia viva, servidora y en salida. El Jubileo ordinario será clausurado en toda la Iglesia con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro el próximo 6 de enero de 2026, solemnidad de la Epifanía del Señor. No es casual esta coincidencia: la Epifanía nos recuerda que Cristo es la luz destinada a todos los pueblos, y que la esperanza cristiana no conoce fronteras. Que la claridad del amor de Dios llegue a todos, especialmente a quienes viven en la oscuridad del sufrimiento, la pobreza o la soledad, y que la Iglesia sea siempre testigo fiel de esta luz.

Entre los recuerdos más vivos de este año jubilar quedarán grabadas en nuestra memoria las peregrinaciones diocesanas a Roma, en las que hemos podido vivir momentos de profunda comunión eclesial junto al Papa Francisco y al Papa León XIV. Han sido experiencias de fe compartida que nos han confirmado en nuestra pertenencia a la Iglesia universal. Este tiempo de gracia nos ha permitido constatar, una vez más, que la Iglesia sigue despertando en las almas. Vienen a la memoria aquellas palabras luminosas de Romano Guardini, pronunciadas hace más de un siglo, cuando afirmaba que estaba comenzando “un proceso religioso de incalculable magnitud”. Hoy, también nosotros percibimos signos de un renovado interés por la fe cristiana, que nos anima a reavivar el espíritu apostólico y a cuidar con mayor esmero nuestra vida espiritual.

Al comenzar este nuevo año, os invito a no dejar perder los frutos del Jubileo. Alimentemos la oración, la vida sacramental y el compromiso cristiano, y compartamos con sencillez la fe con quienes se sienten alejados o buscan a Dios sin saberlo. A todos los que habéis peregrinado este año, os repito una llamada que nace del corazón: dejémonos transformar por el Espíritu para pasar de peregrinos a apóstoles. El inicio de un año nuevo es siempre ocasión de esperanza y de novedad. El Papa Francisco, comentando una reflexión de Hannah Arendt, nos recordaba que el ser humano no ha nacido para morir, sino para comenzar. Esta capacidad de comenzar de nuevo, de abrir caminos inéditos, es expresión de la fecundidad que Dios ha sembrado en nosotros.

Al inicio del tercer milenio, san Juan Pablo II nos exhortó con fuerza: Duc in altum, “rema mar adentro”. Esta llamada, recogida en mi lema episcopal, sigue siendo plenamente actual. Cristo es siempre la gran novedad, y nos impulsa a avanzar sin miedo, confiados en su palabra. La contemplación del misterio de la Epifanía reaviva en nosotros el ardor misionero para que la luz de Cristo llegue a todos los rincones de nuestra sociedad. Os animo a traducir los buenos deseos de este comienzo de año en gestos concretos: en el cuidado de la vida, en la atención a los más vulnerables, en el compromiso por la justicia y la paz. El mundo necesita testigos creíbles que recuerden que, con Cristo, siempre es posible recomenzar. Que María Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, nos enseñe a acoger la novedad de Dios con corazón humilde y confiado, y nos acompañe en este nuevo año que el Señor nos concede. Santo Año Nuevo.

✠ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

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