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Somos lo que tú nos ayudas a ser

Artículo de Rafael Carmona, ecónomo diocesano, ante la celebración del Día de la Iglesia Diocesana el próximo 8 de noviembre.

La Iglesia no funciona como una empresa, no busca beneficios o excedentes.

Nuestra Iglesia Malacitana quiere mirar la realidad, escuchar a las personas, comprometerse con un corazón de ternura y compasión ante las graves consecuencias sanitarias, sociales, económicas y laborales de la pandemia. Lo quiere hacer a la luz de la fe y desde la esperanza puesta en Dios.

El domingo 8 de noviembre celebramos la Jornada de la Iglesia Diocesana, donde nuestra Diócesis presenta los balances, ingresos y gastos del ejercicio anterior. «Los fieles tienen derecho a saber cómo usamos los recursos».

La Iglesia no funciona como una empresa, no busca beneficios o excedentes. Por lo tanto, es normal que algunos años tenga un déficit. Todas nuestras delegaciones pastorales son de hecho «centros de coste»: llevan a cabo un servicio que no se vende ni se patrocina. Evitar el déficit no es el objetivo de la Iglesia. Su espíritu es otro. Pensamos que el objetivo es que los costos correspondan a tener todo lo necesario para el servicio de la misión que se nos ha confiado.

En este sentido es deseable que podamos tener mucho si es mucho lo que ayuda al servicio que tenemos que dar. En otras palabras, no podemos ignorar cuál es la justa necesidad de recursos y cuáles son los recursos disponibles: debemos ser prudentes económicamente.

Pero tampoco podemos pensar y actuar solo a partir de ellos; a veces debemos dar más de lo que tenemos para cumplir nuestra misión: debemos tener audacia misionera. De lo que tenemos que ocuparnos es de si el déficit es sostenible y de si se financia adecuadamente a largo plazo. Hay tantas necesidades en el mundo. Debemos de confiar en la Providencia, que actúa a través de la generosidad de los fieles.

Ser cristianos no es simplemente conservar tradiciones culturales o ser de una opinión particular en temas morales. Antes que todo ello es pertenecer a una «gran familia», abierta al mundo y no cerrada a nadie, porque la vida que recibimos no tiene límites ni fronteras, nace del amor creador del Padre y de la entrega del Señor por cada uno de nosotros.

Cuidemos, pues, este ser «familia» de nuestra Iglesia Diocesana, aportando ante todo esa gran riqueza -aunque esté escondida- que es nuestra persona, nuestro corazón y nuestras manos. Y estemos siempre seguros de que el Padre, que es bueno, sabrá colmar de bienes a sus hijos que le piden pan, y sin tardar.

Confiamos como siempre en vuestra generosidad.

Rafael Carmona Estrada
Ecónomo Diocesano

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