La ordenación diaconal no es solo el paso previo al sacerdocio, sino que implica un cambio en el que los seminaristas afianzan su sí al Señor. Un momento que los acerca más aún a amar a Jesucristo y a servir a la Iglesia en su vocación más profunda. Por eso, el martes, 8 de diciembre, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, la diócesis de Córdoba estará de enhorabuena. Ocho seminaristas del Seminario diocesano “San Pelagio” y del Seminario Misionero “Redemptoris Mater San Juan de Ávila” serán ordenados diáconos en la Santa Iglesia Catedral, a las 11:00 horas, en una ceremonia presidida por el obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández. Ellos son: Guillermo Padilla (32 años), Pablo Fernández (27 años), Miguel Ramírez (24 años), Fernando Suárez (34 años), Narcisse Kouame (31 años), José Antonio Valls (24 años), Isaac González (40 años) y Bernard Giancarlie (31 años)
Cuando el Señor es el centro de tu vida, el que coge las riendas de tu camino, no hay nada que temer. Es así como describen los ocho seminaristas que en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María serán ordenados diáconos su estado actual. Ocho jóvenes que aseguran sentirse contentos, emocionados y dispuestos a servir a la Iglesia en su vocación más profunda, la de sanar el alma.
“Me acompaña en estos momentos un cúmulo de sensaciones intensas y unas ganas enormes de entregarme con radicalidad al Señor, con ciertos temores, no lo voy a negar porque a veces uno mira sus propias fuerzas y se da cuenta que este ministerio es tan grande que no soy capaz de llevarlo yo solo, pero sé que con Jesucristo a mi lado voy a poder llevar a los demás lo que yo he experimentado”, reconoce el seminarista Miguel Ramírez. Algo en lo que coincide Narcisse Kouame, que llegó hace ocho años a la ciudad procedente de África tras un sorteo realizado durante un encuentro del Camino Neocatecumenal. Él confía plenamente en que el Señor le va ayudar para dar lo mejor de él, pues “si el Señor me ha llamado con mi pobreza, es porque me quiere junto a Él”.
No obstante, estos ocho jóvenes son conscientes que a partir del próximo día 8 de diciembre, su vida experimentará un gran cambio. “A partir de la ordenación diaconal podremos predicar, administrar y presidir el sacramento del matrimonio y del bautismo, celebrar exequias, también bendecir objetos y personas…”, explica Isaac González. Pero por encima de todo, “un diácono debe servir en la caridad (a los pobres) y en el altar; es el ministro extraordinario de la eucaristía”, indica Fernando Suárez. Esto, para alguien como ellos que han estado tanto tiempo formándose, es muy gratificante, “es un sueño”, confiesa Pablo Fernández, quien se muestra emocionado ante este paso que supone para él “dar la vida, tener presente el amor de Jesucristo y darlo a otros”. En esta línea, José Antonio Valls, quien confiesa que ha crecido y madurado en el Seminario, añade que su deseo es “vivir siempre enamorado de Cristo y compartir su vida con Él”. Precisamente sobre su periodo en el Seminario habla este seminarista que entró con catorce años al Seminario Menor “San Pelagio”, indicando que se trata de un tiempo que te ayuda a crecer como persona, en el que Dios va obrando en ti y cambia tu corazón. “Los años en el Seminario han sido para mí conocer mucho al Señor, enamorarme de Él poco a poco y experimentar fuertemente la necesidad de vincularme a Él de una manera profunda y corporal, es decir, que mi vida sea la suya y de ahí mi deseo de ser sacerdote”, asegura. Por su parte, Guillermo Padilla, quien llegó al Seminario “San Pelagio” tras una experiencia misionera en Perú que le cambió la vida por completo y lo acercó a la Iglesia tras un tiempo alejado de ella, reconoce que experimentar durante estos años de formación que “Jesucristo es el amor de tu alma y poder vivir la intimidad con Él, saber que te ama infinitamente, personalmente y eternamente”, es lo que le da sentido a su vida. Asimismo, Miguel Ramírez destaca el buen clima que existe en los seminarios, pues fue uno de esos chicos que desde los ocho años conoció la vida en el Menor a través de los preseminarios, las colonias vocacionales y otras actividades. “Yo notaba que cada vez que acababa un preseminario, por ejemplo, ya estaba deseando que empezara otro, por lo que poco a poco me fui planteando vivir aquel ambiente hasta que en 2008 ingresé para vivir los años más felices de mi vida”, añade.
Fidelidad al Señor
Entre los consejos más repetidos durante los días previos a su ordenación diaconal, estos seminaristas coinciden en uno: ser fieles a la voluntad del Señor. “Espero estar totalmente abierto a lo que el Espíritu Santo quiera hacer conmigo y ponerme totalmente en las manos de Dios por medio de María”, asegura Guillermo Padilla. Un deseo compartido con el resto de sus compañeros, pues Pablo Fernández también espera hacer la voluntad de Dios con alegría: “De ser sacerdote espero poder dar la vida entera y morir con las botas puestas para ir al cielo, ya que lo importante de todo esto es ser sacerdote para la vida eterna y mostrar al mundo entero lo que el Señor nos ha traído por su muerte redentora”. Igualmente, Narcisse Kouama comenta la alegría que siente de hacer sentido la llamada de Dios y de poder tener la oportunidad de entregar su vida a los demás, especialmente a aquellos que más necesitan al Señor. Asimismo, Miguel Ramírez, Bernard Giancarlie y José Antonio Valls comparten la opinión de que igual que el Señor no les ha defraudado nunca en todos estos años de formación, ahora son ellos los que tienen permanecer fieles a Él y a su llamada, “una llamada mucho más grande de lo que habíamos imaginado como es al sacerdocio”. “Tenemos que ver el sacerdocio como algo muy valorable porque Dios nos ha elegido a nosotros para hacer su voluntad”, afirma Fernando Suárez.
Su vocación
Guillermo Padilla era un muchacho de su tiempo, confiesa que no muy cercano a la Iglesia ya que se alejó de ella al llegar a Bachiller. Pero, curiosamente, el Señor salió en su búsqueda y quiso encontrarse con él a través de una experiencia misionera en Perú. Allí se dio cuenta que se gestó “un nuevo Guillermo” y comenzó a asistir a misa, a acudir al sacramento de la confesión y a sentir el deseo de entregarse a Dios en 2011. Un deseo que no compartieron sus padres y que le llevó a plantearse si realmente era una llamada de Dios o un sueño juvenil que pasaría. Tras el paso de unos años, Guillermo se dio cuenta que no estaba haciendo lo que Dios quería de él sino lo que la sociedad esperaba de él, con lo cual se propuso “cumplir la voluntad del Señor y ser santo”.
Pablo Fernández, sin embargo, vivió una historia totalmente diferente. Este seminarista nació y creció en el seno de una familia del Camino Neocatecumenal. Es el cuarto de nueve hermanos y actualmente su familia vive en Japón de misión “ad gentes”. Sintió la vocación gracias a un presbítero itinerante en la India muy vinculado a su familia. “Me llamaba la atención la alegría que transmitía, me encantaba estar con él y verlo cuando venía a casa. Me di cuenta que yo lo tenía todo para ser feliz, pero no esa alegría que rezumaba este presbítero, por lo que me planteé ser como él y comenzar mi discernimiento vocacional”, recuerda. A su vez, Isaac González también vivió desde pequeño en el Camino Neocatecumenal y siempre recibió de sus padres algo que los demás chicos que tenía a su alrededor no recibían. “Mis padres me decían que lo más importante en la vida era Dios y no lo que otros padres transmitían que era una carrera de estudios y demás. Eso me empujó a entrar al seminario junto a la ayuda de los catequistas y encuentros con el Papa”, comenta.
Tímidamente habla de su vocación también Miguel Ramírez, de cómo el testimonio de su párroco le marcó profundamente. “Pese a que soy una persona tímida, el Señor me llamó a su encuentro, no me defraudó nunca y yo le entregué el final de mi niñez con todas las ganas del mundo. Hoy puedo decir que Jesucristo es el amor de mi vida, me ha elegido porque me quiere y quiere que mi felicidad eterna pase por el sacerdocio”, indica.
José Antonio Valls también se refiere a su familia y a su cura como un gran apoyo. “Yo quería ser cura desde pequeño, era monaguillo en Málaga con un cura que ahora es ermitaño y que siempre nos enviaba a Córdoba a las actividades del Seminario Menor, pero con la adolescencia se me fue la idea. De repente mis padres decidieron cambiarme de colegio, irnos a Córdoba y al visitar el Menor me encantó su ambiente y decidí entrar a estudiar allí. No entré pensando en que iba a ser cura, pero el Señor me fue enamorando”, relata.
La familia de Fernando Suárez es otra de las que acogieron muy bien la decisión de este joven seminarista, quien a pesar de estar trabajando como abogado, sintió que Dios lo estaba llamando y que tenía que dejarlo todo para seguirlo. “En un momento especial de mi vida sentí esa llamada y en ese momento encontré una fuerza muy grande para decirle que sí al Señor. Para mí fue sencillo, quizás un poco doloroso por tener que romper con el mundo, pero Dios lo hace todo fácil”, asegura.
Aunque no siempre es fácil, seguir la llamada Dios pueda dar sentido a tu vida. Así lo demuestra la historia de Bernard Giancarlie: “Mi vocación viene a raíz de un momento doloroso. Cuando hacía un año de la muerte de mi padre, llegué al Camino Neocatecumenal donde me sentí querido, amado y perdonado. Sentí de nuevo que la vida tenía sentido y me abrí a dar en cualquier parte del mundo lo que yo he recibido gratis: a Jesucristo”, cuenta este seminarista tras ocho años de formación en Córdoba. Ocho años que ha podido compartir con Narcisse Kouame, natural de África y nacido en una familia pagana. Narcisse cuenta que se bautizó con quince años al descubrir a la Iglesia de la mano de una monja. Aunque de pequeño quería ser médico para salvar la vida de tantas personas que morían a su alrededor, conoció el Camino Neocatecumenal y empezó a caminar hasta que en un encuentro con el Santo Padre en la JMJ de Madrid sintió que el Señor lo llamaba a entregar su vida para la nueva evangelización. “El Señor me llamaba para sanar el alma, que es más importante que el cuerpo”, asegura.
Un regalo para la Diócesis
Estos ocho jóvenes no temen ante el camino que ahora se les presenta. Por el contrario, muestran su agradecimiento de forma especial al Señor por todo lo que han recibido de Él. Los futuros diáconos saben que Dios les acompaña y confían plenamente en su voluntad. Una actitud que reflejan en cada palabra y en su deseo sincero de servir a los demás. Se muestran ilusionados, con ganas de “estar en las parroquias y rodearse de la gente”, en palabras de José Antonio Valls; de dar ese “pasito más” que comenta Bernard Giancarlie, para cumplir las promesas que te acercan al sacerdocio y aquello que se les encomiende; de poder servir y ayudar a la evangelización, como explica Isaac González, y de experimentar la grandeza del sacerdocio, según Guillermo Padilla. La diócesis de Córdoba les acompaña en esta ilusión que será el paso previo a su ordenación presbiteral.