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Kike Figaredo SJ: «Rezar da sabiduría de la buena»

El obispo de Battambang, en Camboya, ha compartido misión con el malagueño Alan Antich, quien nos traslada la forma en que este jesuita se acerca a la oración.

Alan Antich conoce la labor de Kike Figaredo sj a través de María Luisa Berzosa FI, movido por su deseo de hacer un voluntariado. Tras pasar en Camboya los meses de julio y agosto de 2019, regresa en julio de 2020 para pasar unos meses de nuevo colaborando con la educación en las zonas más recónditas del país. Ahora, debido a la pandemia, ha tenido que regresar a España, pero espera volver pronto «y terminar lo que comencé», afirma. La Prefectura Apostólica de Battambang, donde Kike Figaredo tiene su casa y la sede de todos sus equipos de trabajo, está en la ciudad de Battambang, al norte de Camboya, aunque tiene presencia en prácticamente todo el país, ya sea en colegios, guarderías, parroquias, etc.

Figaredo aprendió a rezar de niño: «Mis padres me enseñaron rezando y con su ejemplo. Tengo recuerdos preciosos yendo a misa a mi parroquia y rezando con ellos. Y el padre Leandro Gallego SJ, preparándome para la primera comunión, contándonos historias y haciéndonos memorizar las oraciones. Luego ya de adulto, el padre Jesús Corella SJ, que fue mi maestro en el noviciado, me enseñó a rezar, meditar, contempla … El mes de ejercicios fue una escuela de oración que nunca olvidaré. Disfruté muchísimo», cuenta este jesuita.

Cuando reza, siente que alimenta su relación con Dios. «Es el momento de poner las cosas en perspectiva con Él. Un momento de encuentro que me ayuda a redimensionar mi vida y profundizar, dando una visión divina a la vida. También es un momento de silencio, de escucha y de cierto diálogo, de sentir que el silencio está habitado por Dios, que ahí nos habla al corazón y al entendimiento, y de sentir que no estoy solo», añade.

En su misión en Camboya, compartiendo vida con tantas personas heridas por la violencia, Kike Figaredo SJ reconoce que «hay momentos difíciles, en los que me siento confundido porque no entiendo qué sucede y necesito que Dios me escuche, me ilumine, y me ayude a asumir y aceptar. Un accidente, una muerte, un desastre natural… Pero la oración también me acompaña en los momentos felices. Me sale que tengo que comunicárselo y compartir el gozo con el Señor. Y darle gracias».

Para este jesuita, la Eucaristía es un momento privilegiado para ello, pero no el único. Reza al levantarse cada mañana y al acostarse cada noche. «Son momentos cualificados. Los salmos y los himnos del breviario me ayudan. También cuando voy de viaje, o en bici o simplemente en momentos de paz y tranquilidad, en que actualizo Su presencia. En general, para mí, rezar es una actitud de actualizar la presencia de Dios y me sale espontáneamente muchas veces en el medio de problemas, escuchas…», confiesa

A alguien que nunca se haya acercado a la oración, Figaredo le aconsejaría hacerlo «porque primeramente ayuda a poner la vida y las cosas en perspectiva divina y a vivir con más profundidad y sencillez. Pero también da paz, serenidad y hasta sabiduría de la buena. Te hace sentir la vida con menos maquillaje y con más belleza», explica.

SU ORACIÓN

«La oración más práctica para mí es el «examen de San Ignacio», que nos ayuda a ver nuestro día en los ojos de Dios y cómo nosotros hemos estado respondiendo a la presencia de Dios o ignorando… Es una oración corta y sistemática. Y ayuda a progresar y a alegrarse de lo cotidiano. Yo animaría a todo el mundo que la hiciera una vez al día para ver por donde ha estado Dios durante el día. En cualquier escuela de oración o un retiro se aprende. Y una vez que tienes la costumbre, sale sola sin gran esfuerzo», recomienda Figaredo.

Ana María Medina

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