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En Huéscar, una celebración de la Virgen de la Cabeza íntima y recogida por culpa del Covid

Si hay un día traspasado, en todos los sentidos, por la mano de la Santísima Virgen María es el 15 de agosto, día de la Virgen de agosto, como le suelen llamar nuestros mayores, día en el que celebramos la Asunción en cuerpo y alma de la Virgen María a los cielos. Serán en muy pocos pueblos de nuestra diócesis donde no se tribute por medio de la Eucaristía, de romerías o procesiones el cariño a la Santísima Virgen María.

En Huéscar, estos días la parroquia celebra dichas fiestas en torno a la Santísima Virgen de la Cabeza. Este año, debido a la situación de pandemia que estamos viviendo, todo ha sido distinto, quedando reducido a la celebración de las novenas y a la Misa en la ermita, el día 15 de agosto, con los hermanos y con sus familiares, en la intimidad y en un clima de oración.
En situaciones normales, el domingo más cercano a la festividad del apóstol Santiago, la Santísima Virgen de la Cabeza, junto con el Cristo de los Milagros, hacen la procesión de entrada desde la ermita de la Soledad Coronada, acompañada de las demás hermandades y cofradías, que cada año acuden a la invitación que les hace la Hermandad de la Virgen de la Cabeza.
El día 6 de agosto comienzan las novenas, que se prolongan hasta el día 14, cuando, de nuevo, las sagradas imágenes posesionan en la conocida procesión de despedida. El día grande para dicha hermandad es el día 15 de agosto, día de la romería. Al romper el día, las campanas de Santa María rompen al unísono con los cantos de los despertadores para anunciar que es la Misa de despedida. Es una de las que cada año más número de fieles aglutina, para después salir en romería hasta su ermita, a los pies de Marmolanze.
Este año 2020, pasará a la historia porque hemos tenido que prescindir de todo. Así no lo aconsejaban las autoridades sanitarias y los protocolos del Covid, diseñados por nuestra diócesis. No hemos escuchado la música de la flauta y el tambor abriendo el cortejo procesional, ni hemos visto los tradicionales bailes de la bandera, ni los niños vestidos de pajes escoltando a la sagrada imagen. Tampoco hemos podido disfrutar de la reparadora sangría con el revuelto en la explanada de la ermita, ni de la puja para meter en el agua a los sagrados titulares… todo tendrá que esperar hasta el próximo año.
Este 2020 todo ha quedado reducido a la intimidad, a la oración, a rezarle a nuestra Madre, la Virgen de la Cabeza, porque una de las pocas cosas que esta situación de pandemia no ha podido cambiar es que la sigamos llamando Madre. Desde pequeños, hemos encontrado en « la Madre» el refugio seguro en nuestros momentos duros y difíciles. Es por ello que en estos días hemos seguido encontrando en la Virgen de la Cabeza un hogar seguro. Por eso hemos acudido a ella, cada tarde, sin miedo de ningún tipo, buscando en su regazo la sonrisa que necesitamos para dar a nuestra vida la alegría y protección precisas para caminar con seguridad. A veces, lo hemos visto todo nublado y ha sido cuando más palpable y más real ha aparecido la figura de nuestra Madre, la Virgen de la Cabeza. Y ella, en estos días, solo nos ha pedido nuestro amor de hijos y una respuesta confiada a su amor maternal, un amor de hijos que debe ser pleno, generoso, sin reservas, desterrando falsos recelos y miedos: es nuestra madre. Demostraremos que somos buenos hijos ofreciendo nuestro amor a tan buena Madre.
Sigamos confiando a la oración de la Madre que está en el cielo, el buen funcionamiento de la Hermandad que la tiene como titular y el aumento de la fe en nuestra ciudad. Y a ella le vamos a seguir pidiendo que, cuando cerremos los ojos al mundo, como María, también dejemos detrás de nosotros un sendero por el cual los demás puedan encontrar razones para creer, esperar y contemplar un día –cara a cara- el rostro de Dios.
José Antonio Martínez
Párroco de Huéscar

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