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El Cristo de la Compasión acompaña el último adiós

Este martes ha sido bendecida la imagen del Cristo de la Compasión, que desde ahora preside la capilla principal del Cementerio de San Gabriel (Parcemasa), obra del joven imaginero Juan Vega.

La talla, firmada por el escultor malagueño, es el elemento central de una reforma del espacio sagrado del cementerio, que ha sido impulsada por Parcemasa en coordinación con el Obispado de Málaga. La idea nació tras la remodelación del complejo llevada a cabo en 2019. «Hablamos de una iglesia que presta un servicio inestimable todos los días del año, desde la mañana hasta la tarde, acogiendo a toda la población de la capital y parte de la provincia, sin distinción -explica Francisco Aurioles, capellán del camposanto-. Toda Málaga pasa por allí, y el 98% de las celebraciones exequiales que se celebran allí son por el rito católico. Entendíamos, sin embargo que este espacio sagrado podía ser mejorado para facilitar el consuelo en momentos de tanto dolor». «El último contacto de los ciudadanos con sus familias se produce en esa capilla, y queríamos que fuera digna y respondiera iconográficamente a la sensibilidad malagueña y andaluza», añade Federico Souviron, gerente del parque cementerio, que valora desde el primer momento la estrechísima colaboración alcanzada por ambas entidades. «especialmente coordinada por Francisco Aurioles, el capellán, que ha aportado sus conocimientos litúrgicos y su buen gusto personal», añade. «Somos conscientes de que el servicio público que hacemos es importantísimo, porque va al corazón de la gente, y hemos conseguido, modestamente, que las personas que ven a su ser querido por última vez se encuentren asimismo con unas imágenes como la Virgen del Consuelo, cedida por el capellán, que responde al deseo de los malagueños de estar amparados por Nuestra Señora, y como el Cristo de la Compasión, en el que el imaginero ha conseguido una mirada dulce en el dolor que invita a recordar el abrazo de Jesús a quienes le acompañaban en la cruz».

La imagen del Crucificado que preside ahora la capilla es el primero a tamaño natural que sale de las gubias de Juan Vega. «Lo recibí con una ilusión enorme -cuenta el escultor- porque para un imaginero un crucificado siempre es una oportunidad, y por el sitio tan especial donde iba a estar. Ese lugar pedía que la imagen tuviera unas connotaciones muy especiales, ya que es la que despide a quienes fallecen. La imagen nacía con ese propósito: ser dulce, amable… Ese era el deseo del capellán cuando me lo encomendó: un Cristo que consolara a los familiares y, de algún modo, recibiera al fallecido con mucha ternura. Aunque conserva el rictus de la pasión, se separa de la cruz, como anticipando en cierto modo la resurrección». Vega explica que en el origen de la imagen se encuentra en el pasaje de Lucas, «quiere ser la mirada que Cristo dedicó a Dimas, el buen ladrón, crucificado junto a él, cuando le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». De algún modo, quiere reflejar ese consuelo de decirnos: «estoy contigo y te ayudo en el camino hacia la resurrección»».

El capellán explica que ese era su deseo: «que fuera un Cristo humano, pero que expresara la divinidad que encierra. El nombre debía ser Cristo de la Compasión, porque compasión es «sufrir con el que padece», y Cristo está sufriendo junto a nosotros en ese momento. El objetivo es que la propia imagen conforte y haga visible la misericordia infinita de Dios hacia nuestras flaquezas y debilidades. Juan lo entendió perfectamente, porque lo ha hecho madera», explica Aurioles.

La imagen de la Virgen del Consuelo pertenecía a la familia del sacerdote y ha pasado a formar parte también de la capilla. «Bajo sus pies muchas familias dejan flores tras despedir a sus seres queridos». La reforma y la inclusión de estas dos imágenes persiguen llevar a la práctica lo que Benedicto XVI ya expresara, como recuerda Aurioles: «La fuente de la armonía y de la pulcritud es Jesucristo. Por tanto, la liturgia debe envolver a la persona en la belleza, y a través de ahí, hacerle penetrar en el misterio de Dios».

Desde ahora, quienes despiden a sus familiares y amigos en el cementerio de San Gabriel lo hacen bajo la mirada de un Cristo compasivo, que es modelo para quienes acompañan ese difícil trance, cuya labor destaca el gerente de Parcemasa: «es importantísima la labor que realizan los capellanes con las personas que acuden llenas de dolor, y que reciben, desde el primer momento en la acogida en el despacho hasta la celebración, el consuelo y la cercanía. Estos sacerdotes y diáconos colaboran a avivar la llama de la esperanza y de la fe en momentos en que la gente lo necesita mucho, ya que acuden con el corazón en carne viva. Sobre todo, en los días más duros de la pandemia hemos sido testigos directos del drama de no poder acompañar hasta el final a la persona que ha fallecido. Ellos han dado un paso al frente y han sido el hombro en el que se han confortado», afirma Souviron.

Ana María Medina

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