“Ahí abajo hay muchos gritos que dicen ¡ay! y luces que alumbran la oscuridad”
Está a punto de finalizar un año fatídico, especialmente por la pandemia de la COVID-19 y por sus consecuencias que han desembocado en la desolación y sufrimiento de muchas familias por la pérdida de amigos, familiares y vecinos; pero no es la única pandemia que sucede en este mundo que le llamamos globalizado; “y que de global tiene bien poco”, como botón de muestra tenemos que el 80% de la riqueza está en manos de unos pocos, mientras que el resto muere en la marginación social y en la miseria y pobreza más absoluta.
Y mientras “Ahí abajo hay muchos gritos que dicen ¡ay!… Los que pasan hambre en nuestro mundo, nuestr@s amig@s que ha perdido el empleo y en todo caso es absolutamente precario, los que no tienen hogar, los que pierden sus vidas al cruzar el estrecho, nuestros vecinos del bloque que van a ser desahuciados… y ver que la triste realidad es que esos gritos que gimen de dolor son silenciados por otros ruidos que nos atruenan aún más los oídos: música, ruido de vehículos, sonido de móviles…
Es por todos estos gritos de dolor y sufrimiento por los que desde el Secretariado Episcopal de la Pastoral del Trabajo, y desde nuestro ser Iglesia encarnada en y para el Mundo del Trabajo, en las actuales circunstancias de lo cotidiano, queremos detenernos en lo concreto y queremos hacer ruido también para que nos oigan en nuestra sociedad y hacer visible dos situaciones que nos parecen que tienen que sonar, haciendo que tiemblen nuestros tímpanos y, que nuestros corazones se enternezcan y ablanden ante tanto dolor y angustia, antes que la pobreza se convierta en ese círculo vicioso que conduce a la miseria y a la marginación.
Mirando atrás empezamos a hacer un pequeño repaso de todos estos meses, de las experiencias vividas, de todos nuestros momentos, a nuestra memoria acuden sentimientos y queremos hacer especialmente mención de los encuentros que hemos tenido y mantenido con familias que estaban y están al borde de un desahucio de sus viviendas y lo eso ha supuesto para nuestra mística de ojos abiertos y de esa espiritualidad encarnada cuando nos hemos acercado y hemos escuchado el dolor de estas familias agobiadas, frustradas y desesperadas por tener pendiente un desahucio de su vivienda a causa de la pérdida del trabajo o por enfermedad. La hemos visto y oído llorar cuando contaban sus historias de sus cartas de desahucio, entre la desesperación, la lamentación
Son gritos de rabia y de impotencia como los que malviven las familias de María, Carmen, Tamara y Jessica, casi todas con hijos menores y en algunos casos con enfermedades que les impiden buscarse la vida. Aquí está el grito desgarrador de nuestro Cristo que fue crucificado en la cruz.
Nos duele enormemente observar la frialdad y el distanciamiento social y no solo el de la seguridad sanitaria, ver como pasamos de puntillas sin querer hacer ruido ante tanto sufrimiento que viven y padecen tantas familias en sus carnes dejándolos en una marginalidad vergonzosa o de unas pingües ayudas sociales por parte de la administración local o entidades de ayuda social. Pensamos que lo que entra por un oído no puede salir por el otro, sin haber insonorizado las angustias de los que sufren.
Aquí está el grito que no cesará hasta que a estas familias se les consiga una alternativa habitacional a su problemática y ésta es responsabilidad de todas las administraciones, ya que el olvido de las normas, de los derechos fundamentales, y de las leyes como la propia Constitución Española que en su artículo 47 dice que “todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada” no pueden caer en saco roto, porque «la persona no está hecha para la ley, sino la ley es la que debe estar al servicio de la persona», parafraseando a Jesús de Nazaret.
Seríamos injustos sino reconocemos que hay muchas luces que alumbran la oscuridad y es motivo para gritar fuerte, llenos de esperanza y gratitud por el servicio desinteresado de muchas personas de buena voluntad y en concreto de dos organizaciones sociales sin ánimo de lucro que se han unido en defensa de estas familias rotas, como son la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y la Asociación Andaluza de Barrios Ignorados (AABI), porque han optado por desvivirse a través su compromiso, compartiendo tiempo ante sus desvelos y preocupaciones; porque han mantenido una lucha activa por abrid los brazos y sus corazones, compartiendo el deseo de luchar unidos para que se haga justicia y sobre todo porque son luz en el camino de la liberación de los que quieren desahuciar de sus viviendas . A los demás nos hacéis descubrir una realidad muchas veces silenciada. Así aportan su granito de esperanza, tan necesario para seguir viviendo ya que la normalidad hace oídos sordos, metiendo la cabeza debajo del ala del egoísmo y el desinterés.
Queremos estar como Iglesia con las organizaciones de la sociedad civil y, hacerlo en diálogo permanente con los problemas del mundo, dando nuestro tiempo, acompañando a las personas que viven en las periferias, a los descartados. Queremos consolar a las familias que sufren y se desesperan ante la falta de vivienda y de alternativa, porque recordamos que “No tener casa mata
Hemos visto y oído como se les asesoraba en cada momento hacia donde tenían que dirigirse y exigir que se les arreglara la documentación para demostrar que viven en estado de exclusión y vulnerabilidad social, a pesar de los recortes sociales.
Hemos visto y oído como les querían hacer partícipes y protagonistas de las acciones a desarrollar y de ir a las causas y a la raíz de los problemas: “Dar la caña para pescar y no el pez”.
Hemos visto como se han programado y planificado para una charla o concentración, tomando conciencia de la necesidad de la unidad y de la acción comunitaria porque como dice el Papa “Nadie se salva solo”.
“Queremos que se escuche su voz que, en general, se escucha poco. Tal vez porque molesta, tal vez porque su grito incomoda, tal vez porque se tiene miedo al cambio que ustedes reclaman”…”Y cada uno Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. (Papa Francisco, II Encuentro Mundial de Movimientos Populares 2014)
Secretariado Episcopal de la Pastoral del Trabajo