HOMILÍA DE LA APERTURA DEL AÑO JUBILAR DIOCESANO
 Coronación Canónica de Ntra. Sra. de la Concepción
 Santa Iglesia Catedral de Jerez
 8 de diciembre de 2004
 Queridos hermanos
 1.» Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios,
 mi salvador»(Lc 1,46) ¡Sí! al igual que María después del saludo de Isabel
 canta la bondad gratuita de Dios con Israel, también nosotros, como Iglesia
 local, como nuevo Israel, reconocemos, afirmamos y celebramos las
 maravillas que Señor está haciendo con nosotros. Así, al iniciar la
 celebración de las Bodas de Plata de nuestra Diócesis de Asidonia-Jerez, no
 debo ocultaros el gozo y la alegría de presidir en la caridad esta reciente
 porción del pueblo de Dios que forma parte de la vieja Iglesia que camina
 en Andalucía. Nueva y antigua como el propio Evangelio que hemos de
 anunciar cada día. Para esta labor entre vosotros no tengo otra confianza y
 apoyo que a nuestro Señor Jesucristo Muerto y Resucitado, que se hace
 «palabra de vida eterna» para los más abandonados y «alimento
 eucarístico» para los corazones cansados, que a todos nos congrega bajo el
 mismo cayado, en la nave del Sucesor de Pedro, que surca por los mares de
 la increencia de la sociedad actual. Esta Iglesia, que transita entre
 «tribulaciones y consolaciones divinas», tiene como único Esposo, Pastor y
 Señor a Jesucristo, que ha de ser siempre el centro de la vida personal y
 comunitaria, porque Él es nuestro Mediador, Pontífice, Abogado,
 intercediendo continuamente ante el Padre por toda la humanidad. Con
 razón San Agustín decía: «Éste es el más hermoso entre los hijos de los
 hombres, Hijo de santa María, Esposo de la Iglesia santa, a la cual
 reprodujo semejante a su Madre: la hizo, en efecto, madre para nosotros y
 la conservó Virgen para Él»(Serm. 45). De esta manera, María, esposa,
 madre y virgen, se nos presenta como el modelo en el que constantemente
 hemos de mirarnos como cristianos y como diócesis. Es por ello que brota
 de nuestro corazón aquella alabanza litúrgica:
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 Lucero del alba,
 luz de nuestras almas,
 santa María.
 Virgen y Madre
 Hija del Padre,
 santa María.
 Flor del Espíritu
 Madre del Hijo
 santa María
 Amor maternal
 del Cristo total,
 santa María. 
(Oficio de Santa María)
 2. Así pues, al celebrar hoy con toda la Iglesia Universal el 150 aniversario
 de la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción ponemos
 nuestros ojos del alma en aquella que es obra del Dios Uno y Trino,
 modelo de la nueva humanidad porque ha vencido al maligno por la gracia
 divina y con decidida libertad (cf. Gn 3,15). La respuesta de María al
 mensaje angélico fue clara: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
 según tu palabra» (Lc 1,38). En este sentido dirá Juan Pablo II: «Nunca en
 la historia del hombre tanto dependió, como entonces, del consentimiento
 de la criatura humana» (TMA, 2). Para esta misión de darnos al Dios
 Humanado, María «fue preservada inmune de toda mancha del pecado
 original por singular gracia y privilegio de Dios en atención a los méritos
 de su Hijo Jesucristo, salvador del género humano» (Bula 
Ineffabilis Deus). Esta definición dogmática no es algo que de pronto inventara el Papa Pío
 IX, sino el reconocimiento de un «sentir de la Iglesia» que, a través de los
 siglos, ha ido comprendiendo con mayor hondura la fe cristiana en la
 privilegiada elección de María como Madre del Salvador, es decir, por su
 unión absolutamente única con el Redentor. Por eso, la Inmaculada
 Concepción ha de ser entendida desde el misterio de Cristo, de la Iglesia y
 del hombre mismo. No cabe duda de que este dogma significa la victoria
 del sentido de fe de la gente sencilla, al que se une el saber teológico de
 aquellos que comprendieron que el Espíritu Santo habla también por medio
 de su pueblo. Ahí están los ejemplos de san Sabas en el siglo V, de san
 Ildefonso de Toledo (siglo VII), del monje Eadmero de Inglaterra (1128),
 del teólogo franciscano Duns Escoto y tantos otros pensadores, escritores,
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 poetas, escultores, pintores, y de instituciones como abadías, conventos,
 cabildos catedralicios y civiles, universidades, hermandades y asociaciones
 marianas que defendieron con ardor las tesis inmaculistas. La fina intuición
 popular divulgaría el argumento escotista de 
«pudo, convino, luego lo hizo» 
con un cantarcillo que reza de esta manera: «Quiso y no pudo: no es Dios. Pudo y no quiso: no es hombre. Digan, pues, todos que pudo y
 quiso». 
Reconocer y aceptar el misterio de María Inmaculada es un acto de alabanza a Dios que «nos eligió en Cristo… para que fuéramos su pueblo y
 nos mantuviéramos sin mancha en su presencia» (Ef. 1,4). Esto solamente
 lo llevan a cabo «los limpios de corazón», porque son los únicos que ven a
 Dios (cf. Mt 5,8). Unidos a todos los humildes y sencillos de corazón, que
 tienen como riqueza absoluta a Dios, decimos con el poeta:
 Limpia, porque Dios lo quiso.
 Porque Dios lo quiso, Pura.
 Para bruñir su blancura
 se encandiló el Paraíso,
 y fue su fulgor preciso
 para azuzar su fulgor.
 No es excesivo el favor,
 ni la Gracia derramada,
 que ha de ser INMACULADA
 la Madre del Salvador. 
(Antonio Álamo Salazar) 3. Hoy, en esta Catedral de Jerez, hay un signo elocuente: me refiero a la
 bendita imagen de Ntra. Sra. de la Concepción, titular de la Hermandad del
 Stmo. Cristo de la Exaltación, de la Parroquia de las Viñas. Hemos
 decidido coronar canónicamente a esta sagrada imagen por su advocación
 de la Concepción y por la devoción popular de un barrio que tanto sabe de
 necesidades y pobrezas semejantes a las que vivió la familia de Nazaret.
 Con ello, la diócesis rinde homenaje a su patrona, la Inmaculada
 Concepción, pero a la vez proclama que sólo acogiendo el Evangelio, como
 lo hizo María, seremos verdadera Iglesia Diocesana. Para expresar todo
 esto hemos elegido el signo visible de la coronación, de modo que,
 mediante la realidad palpable, podamos «llegar al amor de lo invisible»:
 ¿Quién de los aquí presentes no se ha sentido amado por Dios? ¿Quién no
 reconocerá las maravillas que el Señor hace cada día? ¿Quién, ante la
 mirada de la «niña» de la Concepción de las Viñas, no ha sentido la suave
 brisa del amor divino? Pues bien, toda la presencia amorosa de Dios tiene
 en María su máxima expresión, por eso el pueblo cristiano «invoca a María
 como Reina al ser Madre y estar asociada a Cristo, el Rey del universo, que
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 con su sangre preciosa adquirió en herencia todas las naciones»
 (Ceremonial de Obispos, nº 1033). Al poner hoy sobre las sienes de la
 Concepción la preciosa joya de una corona no estamos poniendo algo
 meramente cuantificable en el orden artístico o económico. ¡No! El regalo
 de unos hijos a una madre nunca tiene precio, no se mide, ni se pesa, ni se
 valora; porque el amor nunca tiene medida, nunca tiene precio; porque el
 amor es gratuidad, es benevolencia, es donación, es entrega desinteresada.
 ¡Éste es el amor que todos queremos tener a la Virgen, Madre de Dios!
 ¡Ésta es la devoción y la pasión que los cofrades de la Exaltación han
 querido expresar con tantos esfuerzos y cariño como han puesto en esta
 coronación! Éstos son los desvelos de una parroquia como la de Ntra. Sra.
 de las Viñas, que, ante la iniciativa episcopal no se echó atrás, sino que ha
 trabajado codo con codo junto a la Hermandad para hacer de esta
 celebración una alabanza a la gloria de Dios Nuestro Señor. Así, esta
 corona material se transforma en corona de caridad y verdad. Esta
 transformación, queridos diocesanos, queridos cofrades de la Hermandad
 de la Exaltación, se dará cuando digan de nosotros que amamos a Dios
 porque ven que los pobres son evangelizados, son ayudados, son
 socorridos, son amados y a todos se les anuncia que el Reino de Dios ha
 llegado (cf. Mc 1,15; Mt 25,31-45).
 4. Nuestra Iglesia local está llamada a seguir el camino del amor. Éste es un
 camino que pasa a través de la caridad evangelizadora y se hace palpable
 en el amor manifestado en la cruz como signo genuino del cristianismo. Me
 refiero, hermanos, al amor que nace de Dios como su fuente y fin y se
 plasma, a nivel eclesial, en el ser contemplativo y en el ser samaritano. Los
 dos son necesarios y los dos se complementan. Todo grupo, asociación e
 institución de Iglesia tiene que beber de este doble manantial si quiere ser
 fiel al Evangelio. Por eso, al erigir hoy tres nuevas hermandades de
 penitencia y una de gloria, que expresan la vitalidad de nuestra Iglesia y del
 movimiento cofrade, os invito a todos, en especial a las cofradías, a que
 intensifiquéis la vida espiritual de vuestras asociaciones para «caminar sin
 vacilaciones por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra la
 caridad» (LG 41). En esto consiste vuestro ser cofrade. Si, por el contrario,
 la vida cristiana languideciera en vuestras hermandades, estaríais a un paso
 de convertiros en un club de amigos o en una agencia de servicios sociales.
 Pero ése no es vuestro fin, no habéis sido creadas para eso. Además, al
 realizar este reconocimiento canónico en el marco de una celebración
 eucarística, queremos subrayar que las Hermandades y Cofradías son
 Iglesia y no un apéndice de la misma, que son asociaciones públicas de
 fieles bautizados (cf. CIC can. 1258), cuyo culto a las imágenes, sin un
 claro sentido de pertenencia a la comunidad eclesial, se vaciaría de su
 contenido cristiano y desembocaría en una mera expresión artística.
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 ¡Ánimo, sed vosotras mismas, no os dejéis seducir por los reduccionismos
 tan de moda! Es mucho el bien que hacéis en el seno de la Iglesia y en la
 sociedad. De ahí que, con el fin de estimularos en esta noble misión,
 promulguemos hoy la Normativa Diocesana de Hermandades y Cofradías.
 5. Con este Año Jubilar Diocesano (8.12.2004 al 8.12.2005) nos
 proponemos un acrecentamiento de la vida cristiana entre nosotros,
 contemplando con María el rostro eucarístico de Cristo precisamente en
 este Año de la Eucaristía que el Papa Juan Pablo II acaba de proclamar
 mediante la carta apostólica 
Mane Nobiscum Domine. Será un tiempo de gracia y conversión en el que «se ofrezca abundantemente la oportunidad
 de recibir los santos sacramentos con la debida preparación, se estimulen
 las obras de caridad sobrenatural y, por esta razón, tanto en cada uno de los
 fieles como en los diversos grupos de la comunidad diocesana, se
 robustezca y dilate la admirable renovación espiritual conseguida, con la
 gracia de Dios, a través del Gran Jubileo» (Penitenciaría Apostólica,
 11.6.2004). Vosotros, hermanos cofrades de la Exaltación, cuidad de
 manera particular vuestra vertiente sacramental en este año tan
 significativo. Asimismo, a todas las Hermandades y Cofradías
 Sacramentales os hago un llamamiento para que intensifiquéis los actos de
 adoración al Santísimo Sacramento, profundicéis en el domingo como día
 del Señor y de la Iglesia, conozcáis las enseñanzas sobre la Eucaristía y
 sepáis siempre unir la mesa del altar con la mesa de los pobres, el culto con
 la vida diaria, la doctrina con la coherencia en el actuar ante Dios y ante los
 hombres. En fin, queridos diocesanos, pongamos todos nuestros afanes y
 proyectos personales y pastorales a los pies de la Inmaculada Concepción:
 Recemos con las palabras que el Papa Juan Pablo II, durante el Año Santo
 de la Redención, dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su
 Corazón Inmaculado:
 Madre de Cristo y Madre Nuestra,
 al conmemorar el Aniversario de la proclamación
 de tu Inmaculada Concepción,
 deseamos unirnos a la consagración que tu Hijo hizo de sí
 mismo:
 Yo por ellos me consagro, para que ellos sean consagrados en
 la verdad 
(Jn 17, 19), y renovar nuestra consagración, personal y comunitaria,
 a tu Corazón Inmaculado.
 Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada,
 que estás totalmente unida a la consagración redentora de tu Hijo.
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 Madre de la Iglesia: ilumina a todos los fieles cristianos de España,
 en especial hoy a nuestra Diócesis de Asidonia-Jerez,
 en los caminos de la fe, de la esperanza y de la caridad;
 protege con tu amparo materno a todos los hombres y mujeres
 de nuestra patria en los caminos de la paz, el respeto y la
 prosperidad.
 ¡Corazón Inmaculado!
 Ayúdanos a vencer la amenaza del mal
 que atenaza los corazones de las personas e impide vivir en
 concordia:
 ¡De toda clase de terrorismo y de violencia, líbranos!
 ¡De todo atentado contra la vida humana,
 desde el primer instante de su existencia hasta su último
 aliento natural, líbranos!
 ¡De los ataques a la libertad religiosa y a la libertad de
 conciencia, líbranos!
 ¡De toda clase de injusticias en la vida social, líbranos!
 ¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios,
 líbranos!
 ¡De las ofensas y desprecios a la dignidad del matrimonio y de
 la familia, líbranos!
 ¡De la propagación de la mentira y del odio, líbranos!
 ¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!
 ¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!
 Acoge, oh Madre Inmaculada,
 esta súplica llena de confianza y agradecimiento.
 Protege a España entera y a sus pueblos, a la ciudad de Jerez y
 a todos los pueblos y ciudades de nuestra Diócesis,
 a sus hombres y mujeres.
 Que en tu Corazón Inmaculado se abra a todos
 la luz de la esperanza.
 Amén.
 + Juan del Río Martín
 Obispo de Asidonia-Jerez