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ALMERÍA. DEDICACIÓN DELA IGLESIA DE LA VENTA DEL VISO

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El próximo día 8  de mayo de 2005 a las 19:30 h. el Obispo de la Diócesis de Almería, D. Adolfo González Montes  se desplazará a la de Venta del Viso, perteneciente a la parroquia de Puebla de Vicar, para dedicar y consagrar el nuevo templo que se ha construido. El templo será puesto bajo la advocación de Santa María Nuestra Señora del Viso.

Este templo ha sido por medio de cuestación popular, la ayuda del obispado de Almería así como de instituciones privadas y colaboración del Ayuntamiento de La Mojonera. De esta manera se viene a dar respuesta a las necesidades religiosas, formativas y asistenciales de una población joven y de un barrio en constante desarrollo y crecimiento como en todo el poniente.

CANARIAS. VII JORNADAS SOBRE LA FAMILIA

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Bajo el título La Iglesia y la Familia… ante los nuevos retos de la Sociedad, se celebrarán los días 9 y 10 de mayo las VII Jornadas sobre la Familia. Organizadas por el Secretariado Diocesano de Pastoral Matrimonial y Familiar, tendrán lugar en la Casa de la Iglesia (C/ López Botas, 8 – Vegueta. Las Palmas de Gran Canaria) de 20:00 a 21:30 h.

 

El lunes 9 de mayo el tema a tratar será el de Miembros de la Iglesia ante los nuevos retos de la sociedad y del mundo, que será expuesto por D. Segundo Díaz Santana (Profesor del I.S.T.I.C.)

El martes 10 de mayo el tema que abordará D. Carmelo Rodríguez Ventura (Profesor del I.S.T.I.C. y Fiscal General de la Diócesis de Canarias), será el de La comunión eclesial desde el punto de vista jurídico.

CARTAGENA. ACTOS JUBILARES EN ULEA

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El próximo martes día 3 de Mayo, el Arzobispo electo de Zaragoza y Administrador Apostólico de Cartagena, Manuel Ureña Pastor, presidirá los actos jubilares de la parroquia de Ulea, dentro del Jubileo conmemorativo de los 500 años de la fundación de las parroquias del Valle de Ricote.

El programa será el siguiente:

11:30 h: Baño de la Santa Cruz en el henchidor de Ulea.

12:00 h.: Eucaristía jubilar presida por D. Manuel Ureña y concelebrada por los demás párrocos del Valle de Ricote, los sacerdotes originarios de Ulea, y todos los párrocos que han pasado por esta parroquia.

8:30 h.: Procesión con el lignum Crucis, pasando por todos los enfermos del pueblo.

CÓRDOBA. DÍA DEL MONAGUILLO

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En el Seminario Menor de San Pelagio tendrá lugar el encuentro anual del Monaguillo. –El día del Monaguillo-. Es una actividad con carácter vocacional a la que acuden unos 300 niños de toda la Diócesis. Dicha jornada comienza con una oración presidida por el Obispo, D. Juan José Asenjo; seguidamente, un tiempo de encuentro en grupos donde se dan a conocer y reflexionan sobre su tarea como monaguillos en sus parroquias; a continuación, tienen lugar una serie de actividades de tiempo libre (juegos,…); finalizando con una velada alrededor de las 16:30; es organizada por los adolescentes y jóvenes que viven como internos en el Seminario Menor. Este encuentro comienza a las 10:30 h.

SEVILLA. CONGRESO EUCARÍSTICO

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El sábado 30 de abril se celebrará la II Sesión del Congreso Eucarístico que, con motivo del Año de la Eucaristía instituido por Juan Pablo II, está organizando el Consejo Nacional de la Adoración Nocturna Española. En Sevilla se reunirán los adoradores de Andalucía y Extremadura.

La Jornada se celebrará en el Salón de Actos del Colegio de las Esclavas Concepcionistas del Sagrado Corazón (C/ Jesús de la Vera Cruz), Comenzará a las 17:30 h. con una conferencia de D. Juan del Río Martín, Obispo de Asidonia-Jerez, que llevará por título: “Presencia Real y Adoración eucarística”.

Tras la conferencia tendrá lugar una mesa redonda titulada “La Eucaristía y la religiosidad popular”. En la misma intervendrán D. José Luis Rodríguez-Caso Dosal – ex presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías- que hablará sobre la adoración eucarística en las cofradías y hermandades; D. Francisco Fontecillas -profesor de la Facultad de Derecho de Granada- que tendrá una intervención sobre las procesiones; y  D. José Francisco Guijarro García -Vicedirector espiritual del Consejo Nacional de la Adoración Nocturna Española- que ofrecerá una  disertación sobre los santuarios.

 

Para concluir la jornada, a las 21:30 h. en la S.I. Catedral de Sevilla tendrá lugar una solemne vigilia eucarística, presidida por el Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo Vallejo.

 

La del sábado 30 de abril será la II Sesión del Congreso Eucarístico. Dicho congreso consta de cuatro sesiones. La primera tuvo lugar en Villareal (Castellón) el pasado 23 de abril y estuvo presidida por D. Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Segorbe – Castellón. La tercera se celebrará en Toledo el 18 de junio y la cuarta, en León el 2 de julio.

D. ANTONIO DORADO, Obispo de Málaga – Homilía en la Misa de Acción de Gracias por la elección de su S.S. Benedicto XVI

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MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA ELECCIÓN DE S.S. BENEDICTO XVI.

 

Homilía de Mons. Dorado Soto.

 

Málaga. 29 de abril de 2005.

 

1.- «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1,4). Estas palabras del profeta Jeremías, mediante las que explica el origen de su misión, constituyen el motivo de nuestra acción de gracias. Nos hemos reunido para dar gracias a Dios por el nuevo Papa, Benedicto XVI, conscientes de que ha sido el Señor quien le ha elegido como sucesor de Pedro. Nuestra certeza, que se basa en la fe, al margen de los análisis de personas que se consideran muy expertas en la marcha humana de la Iglesia, es motivo también de nuestra esperanza en el futuro de la Iglesia, pues sabemos de quién nos hemos fiado. Por eso hemos venido a darle gracias a Dios.

 

Y lo hacemos en la fiesta de Santa Catalina de Siena, una mujer que vivió sólo treinta y tres años y dedicó sus mejores energías a apoyar al Santo Padre y a fomentar la comunión eclesial en tiempos muy difíciles. Estaba convencida de que el modo mejor de hacerlo consistía en alentar la santidad de todo el Pueblo de Dios, empezando por la Jerarquía. «Si muero, dejó escrito, sabed que muero de pasión por la Iglesia». El suyo es un testimonio espléndido sobre la mejor manera de apoyar al Santo Padre, el hombre que Dios ha puesto al servicio de su Pueblo.

 

El Papa Benedicto XVI, en la homilía del comienzo oficial de su pontificado, al considerar la impresionante misión que el Señor ha puesto en sus manos, decía: «En este momento, yo, débil siervo de Dios, he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo?». Y, sumergido en el clamor de las letanías de los Santos, viéndose rodeado por miles de hermanos en la fe, se decía a sí mismo y decía a todos: «No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los Santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, queridos amigos, vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra fe y vuestra esperanza (…) Todos nosotros somos la comunidad de los Santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nosotros, que vivimos del don de la carne y de la sangre de Cristo, por medio del cuál quiere transformarnos y hacernos semejantes a sí mismo. Sí, la Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días».

 

 «¡La Iglesia está viva porque Cristo está vivo!». Impresionan estas palabras del nuevo Papa por su hondura teológica y porque reflejan una honda experiencia de Dios.

 

Y a luz de su profundo testimonio, el Señor nos repite hoy a todos y a cada uno las palabras que dirigió a Jeremías, y que hemos escuchado en la primera lectura: No les tengas miedo; no temas a nada ni a nadie, pues yo estoy contigo y pongo mis palabras en tu boca.

 

 Católicos del siglo XXI, no tengáis miedo a los avances de la ciencia, porque la fe no tiene nada que temer de la razón ni de la búsqueda sincera de la verdad. No tengáis miedo a navegar contra corriente de las ideologías, porque nos lleva el Aliento de Dios al mar siempre novedoso de las Bienaventuranzas. No tengáis miedo a seguir a Jesucristo, porque Él es la Verdad que nos hace libres en una cultura que pretende domesticarnos, el Camino que nos lleva a la plenitud humana frente a los recortes que impone la sociedad del bienestar; y la Vida que hace emerger todas posibilidades que hay en cada uno de nosotros. No tengáis miedo a anunciar el Evangelio, porque el Señor ha puesto esta Palabra en nuestros labios y, como ha dicho el Salmo responsorial, hasta de noche nos instruye internamente. No tengáis miedo a Dios, que es el origen y la meta del hombre. Nos lo ha dicho Jesús en el evangelio de la misa.

 

 

2.- «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Esta expresión nos adentra en el corazón del Evangelio, anuncio gozoso de que Dios nos ama y nos ha manifestado su amor en Jesucristo. Esta experiencia de que Dios nos ama, inunda de alegría el corazón del creyente y le da la fuerza necesaria para amar sin condiciones. Por eso, en el momento de su despedida, Jesús insistió a los suyos en que los ha amado y los ama con el mismo amor del Padre, con ese amor del que nada ni nadie nos puede separar, como dice San Pablo en el capítulo octavo de su carta a los Romanos: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rm 8, 35). Un amor que alegra el corazón del discípulo y pugna por salir, porque de la abundancia del corazón hablan los labios.

 

Sobre este amor nos habló también Benedicto XVI en su homilía del domingo: «Cada uno de nosotros, dijo, es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario (…) Nada hay más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él».

 

Tal es el mensaje de Jesucristo: nos ha revelado el amor de Dios y ha dicho que nos ama con el mismo amor con que Dios le ama a Él. Y pensando en nuestro bien, nos invita a permanecer en su amor. Pero ¿qué puede significar para nosotros, «permanecer en su amor». ¿Cómo podemos permanecer en el amor de Jesucristo? Voy a señalar tres aspectos que parecen responder a esta pregunta.

 

En primer lugar, conociéndole y amándole, tal como nos lo muestra la Iglesia. Él es el Hijo Unigénito de Dios, que se ha hecho hombre y ha muerto para redimirnos del pecado; que ha resucitado y camina en medio de su Pueblo. Permanecer en Jesucristo es creer en Él y amar como Él amó. Amando a Dios, sin que este amor nos aleje de la vida concreta ni de las personas que sufren hambre y explotación; y amando al hombre, sin que el interés urgente por su dignidad y sus derechos nos lleve a olvidar a Dios. Amar al hombre con un amor que no mira hacia otro lado ante las situaciones de hambre y de injusticia, pero tampoco se limita a sus carencias materiales, sino que afronta el vacío de Dios que amenaza la existencia de quienes habitamos en los países ricos.

 

 En segundo lugar, amándonos los unos a los otros. «Este es mi mandamiento, ha dicho Jesús en el evangelio, que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12). Un amor afectivo, que nos impulse a potenciar la comunión eclesial y a respetar las diferencias legítimas. Necesitamos mantener nuestra identidad católica, tal como nos la presenta la Iglesia, en las cuestiones de dogma y de moral. Pero esta identidad en lo esencial, no nos tiene que llevar a impedir un pluralismo legítimo en cuestiones que son discutibles y en opciones temporales siempre complejas. La comunión eclesial no es lo que se ha dado en llamar el pensamiento único, sino la fidelidad a la fe recibida y la capacidad para presentar esta fe de manera que sea significativa también para el hombre de hoy.

 

Y finalmente, permaneceremos en el amor de Jesucristo en la medida en que proclamemos el Evangelio con nuevo ardor misionero. El Señor nos ha elegido para que demos fruto, un fruto que dure, ha dicho el evangelio. Como dura el de los grandes testigos de la fe, los santos. Su pasión por Dios y por el hombre originaron corrientes de vida evangélica que perduran aún entre nosotros. Pienso en personas sencillas, como Juan de Dios, Ángela de la Cruz y Juan Bosco; y en personas que ocuparon puestos de relieve, como el Beato Manuel González y el Papa Juan XXIII. Todos se distinguieron por su amor a Dios y porque dedicaron lo mejor de su vida a proclamar el Evangelio con obras y con palabras, saliendo al encuentro del hombre perdido en el desierto de una existencia empobrecida.

 

 Y también hoy, nos ha dicho el nuevo Papa, «hay muchas formas de

desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed, el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. (Y) existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre». Es aquí donde tenemos que ser testigos de esperanza.

 

 Termino con unas palabras del evangelio que me parecen especialmente significativas para hoy, cuando estamos dando gracias al Señor. Son esas palabras que dicen:

 

 

3.- «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a su plenitud» (Jn 15, 11). Tenemos muchos motivos para la alegría. Desde el cariño sincero que ha rodeado el «a Dios» a Juan Pablo II, a la celeridad con la que se ha elegido al sucesor, Benedicto XVI. Pero quizá el motivo principal haya sido esa honda conmoción que se ha producido en el corazón de muchos de nosotros al constatar que la Iglesia está viva porque Jesucristo está vivo. Y en Él seguimos descubriendo el rostro de Dios. Un Dios que nos ama con la ternura de un Padre y nos hace decir con el salmista:

 

«Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré», porque Él me enseñará el sendero de la vida y me saciará de alegría perpetua.

 

La alegría que inundó a la Virgen, al constatar su propia pequeñez y que Dios la había elegido para ser la Puerta por la que entrara su Hijo en esta tierra. Como eligió un día a Juan Pablo II, como ha elegido a Benedicto XVI y como nos ha elegido a cada uno para que seamos testigos de amor y de esperanza aquí y ahora.

 

  

 

+ Antonio Dorado Soto,

 

Obispo de Málaga

 

 

D. CARLOS AMIGO, Cardenal Arzobispo de Sevilla – Homilía Celebración Acción de Gracias por elección del Papa Benedicto XVI

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CELEBRACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA ELECCIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI

Homilía del Cardenal Arzobispo de Sevilla D. Carlos Amigo.

Catedral de Sevilla, 30 de abril de 2005.

Bien podía comprende ahora el apóstol Pedro las palabras del libro de la Sabiduría: el que se deja acompañar de Dios no sentirá ni la amargura ni la tristeza (Cf. Sab 8, 16). El discípulo que negara por tres veces, recibe ahora, como reconocimiento a la confesión de fidelidad a Cristo, el encargo y la promesa: tú, Pedro, serás guía y pastor. Sobre ti edificaré la Iglesia (Mt 16, 18). Y Simón Pedro, hoy se llama Benedicto XVI. El es el Sucesor de Pedro, el Pastor y Maestro que cuida y fortalece nuestra fe.

«Al escogerme como obispo de Roma, – decía el nuevo Papa – el Señor ha querido que sea su vicario, ha querido que sea esa «piedra» en la que todos puedan apoyarse con seguridad», pues «sabe que su deber es hacer que resplandezca ante los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no la propia luz, sino la de Cristo.» (A los Cardenales, 20-4-05).

La Iglesia tiene que ser en el mundo una señal, un sacramento de unidad para todo el género humano (Cf. «Lumen gentium», 1). Por eso, no puede olvidarse la Iglesia, ni sus pastores, de que muchas personas viven en «el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores – dice el papa – se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. (…) La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquél que nos da la vida, y la vida en plenitud» (Homilía en el comienzo del ministerio, 24-4-05).

El Papa no es un héroe, sino un testigo de la fe, que llevando en las manos el Evangelio, quiere aplicarlo al mundo actual, pues «también hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera»(Homilía…).

No es el papado una acumulación de honores, «sino más bien de un servicio que hay que desempeñar con sencillez y disponibilidad, imitando a nuestro Maestro y Señor, que no vino a ser servido sino a servir (Cf. Mateo 20, 28), y que en la Última Cena lavó los pies de los apóstoles pidiéndoles que hicieran los mismo (Cf. Juan 13, 13‑14), (Audiencia a los Cardenales, 22-4-05).

Por eso, ha dicho el Papa que su verdadero programa de gobierno pastoral es «ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia» (…). «Apacienta mis ovejas», dice Cristo a Pedro, y también a mí, en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento» (Homilía…).

Como sucesor de Pedro, el Papa es el que ha recibido las llaves y el timón, para abrir los inagotables arcones de la misericordia de la Iglesia o para cerrar las puertas a lo que no cabe en la casa de la fidelidad a Cristo. Es el timonel que debe guiar la barca que es la Iglesia, no siempre navegando en tiempos favorables, pero nunca abandonada de los vientos del Espíritu.

Si su poder no es de este mundo, como lo dijo Jesús, tampoco lo es el libro que el Papa emplea para dictar las lecciones de su magisterio. En esta cátedra, solamente se imparte la doctrina de la fe, que es aceptación de lo que Dios ha revelado de sí mismo. De una manera especialmente clara e inconfundible lo ha hecho en la vida, en la doctrina y el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo.

Maestro es el Papa de una fe que se hace comportamiento y vida. Por eso, se habla de la fe y de las costumbres. Porque quien mira y acepta Dios, ha de hacer que su comportamiento moral sea coherente con aquello que se acepta como doctrina y que ha de empapar por completo la vida cristiana. El Papa es ese maestro inequívoco, infalible, cuando proclama solemnemente una verdad y una forma de aceptarla y de vivirla.

Juan Pablo II hablara de las dos alas que necesitaba el hombre para poder asentar bien el conocimiento y elevarse hacia la cúspide de la verdad. Se trata de la razón y de la fe. Con el pensar y discurrir se buscan convencimientos lógicos y fundadas verdades que la inteligencia descubre y acepta. Pero cuando la razón ha terminado su discurso y camino, todavía la fe continua en el itinerario de la acercamiento a la verdad. Un pensador, coherente y leal con la ciencia, no puede poner barreras al discurrir del conocimiento, aunque sí deba reconocer que el trabajo de su pensamiento tiene un punto que su investigación no acierta a sobrepasar.

En los carismas, esos «poderes» especiales y espirituales que Dios regala al Papa, está el de confirmar la fe de los creyentes. Es decir, el de hacer que nos sintamos tranquilos y seguros de estar en el buen camino. El Papa, con su magisterio, acerca a la verdad y ayuda a vivir sintiendo la fortaleza que produce la fe en un Dios que es roca de asiento y pastor que guía y cuida del rebaño.

Fue el mismo Juan Pablo II quien dijo que la Iglesia, la única Iglesia de Jesucristo, respiraba por dos pulmones: el de oriente y el de occidente. Roma es el signo de la unidad, y con el obispo de esa diócesis, la de Pedro, todas las de demás iglesias locales se sienten vinculadas por una tal comunión, que la Iglesia católica universal se llama también romana. Aunque sea única y completa la Iglesia la que vive en Roma, en Corinto, en Bagdad, en Compostela, en Sevilla…

Quiso el Señor Jesús dar esta encomienda y oficio a Pedro: el de apacentar el rebaño. Y el Papa asume este ministerio: el de ser pastor universal de la Iglesia. El que cuida y gobierna con caridad pastoral, magisterio, ley y consejos, que ayudan al crecimiento y buena salud espiritual de todos los que ha sido llamados a formar la Iglesia de Jesucristo.

Estas características del Papa, sucesor de Pedro, maestro de la fe, valedor de la esperanza, obispo de Roma y pastor universal, no solamente no encierran al Pontífice en los límites de la Iglesia, ni mucho menos que los de un Estado Vaticano, sino que su carisma y ministerio se ofrece a todos los hombres y mujeres del mundo, de cualquier religión, o de aquellos que no profesan fe alguna. Buen ejemplo de ello lo tenemos en los últimos papas, que han sido reconocidos como auténticos modelos universales del trabajo por la paz, la unión entre los pueblos, el asentamiento de la justicia…

Fue la misma Iglesia la que lloraba ante el cuerpo muerto de Juan Pablo II y la que exultaba de gozo con el nuevo Papa Benedicto XVI. Una Iglesia libre, viva, joven, que «mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro» (Alocución…). Que sabe muy bien que no existe para ella misma, sino que es de Cristo y debe hablar de Cristo y practicar la caridad que de Cristo ha aprendido.

Una Iglesia que no puede claudicar de su fe ante un mundo que parece exigir el tener que adaptarse obligatoriamente a unas estructuras y a unas categorías de pensamiento extrañas a la misma dignidad de la persona. La Iglesia está en el mundo para evangelizar y que, por eso mismo, debe conocer y sentir como propios los problemas, las angustias y las aspiraciones individuales y sociales de los hombres.

Solo con el anuncio de Cristo puede responder la Iglesia a los grandes problemas morales y sociales de nuestro tiempo. Ni tiene otros recursos, ni otra fuerza más que la que recibe de Jesucristo. La Iglesia tiene que ofrecer con valentía la originalidad del evangelio, sin complejos, pero tampoco con arrogancias. Y, por supuesto, sin eludir el sufrimiento a causa de la fidelidad al evangelio. Pero con un profundo y gozoso convencimiento: «Quien cree, nunca está solo» (Homilía…).

«A la Virgen,- dice Benedicto XVI – Madre de Dios, que acompañó con su silenciosa presencia los pasos de la Iglesia naciente y confortó la fe de los apóstoles, encomiendo a todos nosotros así como las expectativas, las esperanzas y las preocupaciones de toda la comunidad de los cristianos. Os invito a caminar con docilidad y obediencia a la voz de su Hijo divino, nuestro Señor Jesucristo, bajo la maternal protección de María, «Mater Ecclesiae». Invocando su constante asistencia, imparto de corazón la bendición apostólica a cada uno de vosotros y a cuantos la Providencia divina confía a vuestras atenciones pastorales.» (Audiencia…)

«Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida» (Homilía…). Y nada mejor para encontrar a Cristo que acudir a la Eucaristía, que hoy celebramos en acción de gracias a Dios por habernos dado un nuevo sucesor del apóstol Pedro.

«¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén.» (Homilía…).

Sevilla, 30 de abril de 2005

BENEDICTO XVI; por D. Antonio Hiraldo Velasco

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BENEDICTO XVI

 

            Una vez más, en el camino histórico de la Iglesia, la Divina Providencia, por la mediación del Colegio Cardenalicio, ha dotado a su Iglesia de un nuevo sucesor de Pedro, en la persona de Benedicto XVI. Esta elección ha estado acompañada de la oración de la universal comunidad de los discípulos del Señor, que oraban por Pedro.

 

            ¿Cómo situarnos ante este acontecimiento tan importante y significativo para la comunidad católica, en el contexto de una sociedad plural, donde milita con fuerza el laicismo? He aquí varias sugerencias.

 

            1ª. El respeto es inherente a la dignidad de todo ser humano. El respeto es el alma y la atmósfera de las relaciones humanas. Fluye desde el rigor en el pensar y en el hablar, discurre por la objetividad, lejos de todo subjetivismo. El respeto tutela la formación de la opinión sobre la verdad de la persona humana, de su vida y de su obra. Permite llegar a una opinión ponderada y equilibrada, fundada en un conocimiento objetivo y contrastado. La opinión no se confunde con la imaginación, tampoco se nutre del prejuicio o de la distorsión. Puede decirse que la opinión es como la síntesis del saber y del vivir. El cristiano tiene siempre presente las palabras de Jesús: no juzguéis… y acoge con humildad la advertencia de Santiago ¿quién eres tú para juzgar al prójimo? Respetar a la persona del Papa y a cuanto significa para tantos hombres de buena voluntad. He aquí una primera actitud.

 

            2ª. Los electores del Papa son hombres como nosotros, a los que debemos reconocer, al menos, las mismas cualidades que solemos ver en nosotros mismos. Sin duda alguna, han cumplido su deber desde un alto grado de honestidad moral, una fe probada y acrisolada en la fidelidad a Jesucristo, un auténtico amor a la Iglesia y un conocimiento cualificado de la situación actual de la Iglesia y del mundo. Han elegido al que consideraban el más idóneo para sucesor de Pedro, en este momento de la historia. En todo esto ha estado presente la gracia de Dios, la presencia de Cristo hasta el final de los tiempos. Una segunda actitud nace, pues, del sentido común. Los electores merecen la adhesión de los miembros de la Iglesia.

 

            3ª. Es de agradecer que los Cardenales hayan actuado con libertad, como es obvio, prescindiendo de corrientes de opinión e intereses ajenos al Evangelio y al bien de la Iglesia. Sólo con los ojos fijos en Cristo, desde su recta conciencia. Así actúa la liberta d cristiana: desde una recta conciencia iluminada por la fe, de una fe madura a la medida de Cristo. Se trata de obedecer a Dios antes que a los hombres. Una tercera actitud nace de la fe. Ésta es el criterio de interpretación y de comprensión de la vida de la Iglesia.

 

            4ª. Benedicto XVI es un discípulo de Jesucristo que ha recorrido el camino de la fidelidad al Evangelio sirviendo a la Iglesia a lo largo de una vida dilatada. Suman ya 78 los años de su entrega y dedicación a la Iglesia. Es un veterano de la perseverancia en las enseñanzas del Señor. Son evidentes las cualidades con las que el Señor le ha adornado y asistido a lo largo de estos 78 años de vida, tan densos y llenos de experiencia. Cualidades y biografía que ahora se vuelcan con suma sabiduría y virtud en el ejercicio de su ministerio petrino. El patrimonio de los talentos recibidos, las energías de su inteligencia y de su corazón seguirán siendo empleadas con especial intensidad al servicio de la Iglesia. Es una esperanza para la Iglesia y para los hombres de buena voluntad.

 

            Desde la razón objetiva y desde una auténtica identidad cristiana brota la actitud coherente: la comunión afectiva y efectiva con el sucesor de Pedro, acogiéndole con un corazón abierto y acompañándole con la adhesión y la oración.

 

            5ª. El respeto nacido de la fe va más allá. Es reconocimiento agradecido de la obra de Dios en el prójimo. Mira con los ojos de Dios. Ojos de amor misericordioso. Con una mirada iluminada por la verdad de Cristo, por su Palabra y por su Vida. Esta mirada, limpia y desinteresada, acoge al mismo amor de Dios que se nos da por su Espíritu. Surge el amor al prójimo con el mismo corazón de Cristo, con sus mismos sentimientos, amando como Él nos ama.

 

            Amar, pues, al Papa, como distintivo del vivir cristiano, amarle como Cristo le ama. Jesús ha puesto su confianza en él, como lo hizo con Pedro. La fe en Jesucristo genera un amor confiado y lleno de esperanza en Su Santidad Benedicto XVI, quién con obediencia y humildad aceptó el designio de Dios sobre su vocación y misión el día 19 de Abril de 2005. El amor al Papa es una experiencia básica y peculiar de la participación en el amor de Cristo a su Iglesia y, al mismo tiempo, es un signo evangélico: conocerán que sois mis discípulos si os amáis como yo os he amado. Este es el mandamiento nuevo. (Cf. Jn 13 al 17). ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

 

 

 

Sevilla, 24 de Abril de 2005

 

Antonio Hiraldo Velasco

D. JUAN DEL RÍO. HOMILÍA POR BENEDICTO XVI

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HOMILÍA DE LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIA POR LA ELECCIÓN DE BENEDICTO XVI

 

Santa Iglesia Catedral de Jerez de la Frontera

24 de abril de 2005, a las 13,30 h.

  

1. Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías, mas, cuando seas viejo… te conducirá a donde no quieras ir (Jn 21,18). Estas palabras, dirigidas a Pedro después de la triple confesión de que ama a su Señor Jesús, se han cumplido también en su sucesor Benedicto XVI, a quien el pasado martes ponía la Divina Providencia al frente de la Iglesia Católica. ¡Sí! El prestigioso y brillante teólogo Joseph Ratzinger anhelaba, a sus 78 años, volver a su país natal, Baviera (Alemania), después de prestar un largo servicio a la Iglesia como Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe. Estuvo 24 años como estrecho colaborador del recordado Juan Pablo II y pensaba que era hora de dedicarse serenamente, en su retiro, a ejercer lo que tanto amaba: estudiar teología e intensificar sus contactos con el Señor en la oración. Sin embargo, una vez más, los caminos de Dios son inescrutables. El Espíritu que conduce la “Barca de Pedro” lo ha puesto, según dice la segunda lectura de hoy, como piedra angular en Sión , piedra escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado (1Pe 2,6).

 

2. Hoy hemos asistido a la Misa de la inauguración de un nuevo pontificado en la persona de Benedicto XVI. Desde la muerte de Juan Pablo II a la elección de su sucesor, se ha escrito y hablado mucho sobre los desafíos de la Iglesia en el siglo XXI y la misión de Pedro. Algunos tienen sus ideas particulares de cómo debe ser un Papa y de cómo ha de llevar la Iglesia. Sus opiniones se encuentran muy lejanas de la tradición cristiana y cercanas a los esquemas mundanos del momento. En nombre de la modernidad, de la sintonía con la sociedad, y de una interpretación sesgada del Vaticano II, ciertos sectores del laicismo y otros, nominalmente católicos, han comenzado a pronunciarse sobre el nuevo Pontífice. Le califican con toda clase de estereotipos manidos, que desvelan un gran desconocimiento de la persona y de la obra teológica del Cardenal Ratzinger, una carencia de libertad de pensamiento, y una falta de amor a la Iglesia debida a la ideologización de la fe cristiana. De ahí que sea vehementemente necesario tener muy claro en qué consiste el ministerio petrino que es, sobre todo, un servicio de unión y caridad del Romano Pontífice con todas las Iglesias. No estamos ante una encomienda al estilo de este mundo, que tiene que acomodarse a él para hacer más atractivo su mensaje. Estamos ante la grandiosidad de la obra del Espíritu, que suscita en la Iglesia el Pastor que necesita en cada momento. Por esto, los días que estamos viviendo nos hacen volver la mirada al acontecimiento histórico que sucedió en Galilea cuando Jesús de Nazaret escogió a los que quiso, y llamó de una manera especial a uno de los doce, Simón Pedro. Ante la pregunta del Maestro, confesará: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo, a lo que Jesús responderá: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Te daré las llaves del Reino de los Cielos y todo lo que ates sobre la tierra, quedará atado en los cielos, y todo que desates sobre la tierra será desatado en los cielos (Mt 16,15.19). Era la promesa al primado que el Señor pronuncia después de la Resurrección (cf. Jn 21,15-18). Esta asistencia especial de Jesús sobre Pedro se manifiesta ya en el anuncio de las negaciones: Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos (Lc 22, 32).

 

3. Juan Pablo II, como los otros Papas, realizó el ministerio petrino “in medio Ecclesiae”, con la conciencia de que era una misión encomendada por el Señor. Por eso, en una ocasión, dirigiéndose a la Iglesia Ortodoxa, que no reconoce el Primado de Roma, les dirá: “¿Por qué no podemos vivir como vivíamos hace 1.000 años? Vosotros tenéis vuestros Patriarcados, vuestras venerables tradiciones, vuestra liturgia. Nada de ello hay que tocar. Estudiemos la manera cómo, en este contexto, yo podría ejercer el Primado, porque lo que, por mandato divino, no puedo es renunciar a él”. La misión de todo Sucesor del pescador de Galilea es ser signo e instrumento al servicio de la manifestación histórica de la obra de Cristo. Todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a vivir nuestra existencia cristiana con Pedro y bajo Pedro porque, como dice el Concilio Vaticano II: “el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad (LG 23). Allí donde está Pedro está la Iglesia de Cristo, está la comunión plena.

 

4. Bendito el que viene en nombre del Señor. ¿Quién es el que nos ha llegado? Se nos ha presentado como un humilde trabajador del viña del Señor. Está profundamente unido en la sucesión apostólica con su predecesor, de quién dice: “siento su mano fuerte que estrecha la mía, me parecer ver sus ojos sonrientes y escuchar sus palabras, dirigidas, en este momento, particularmente a mí: ¡No tengas miedo! Benedicto XVI no salió solo a la logia de San Pedro, sino que vino con Pablo VI, que lo llamó al ministerio episcopal y lo puso en el Colegio Cardenalicio,  con Juan Pablo I en cuya elección participó, y con Juan Pablo II que lo llamó a Roma de su sede de Munich. Dijo en su primera homilía que él se siente en el sendero por donde han avanzado sus predecesores y quiere “proseguir preocupado únicamente de proclamar

al mundo entero la presencia viva de Cristo”. Recoge la rica herencia de una “Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro”. 

 

5. El Papa que nos ha llegado no es un frío intelectual alejado de la realidad, sino un verdadero pastor que reúne las dos grandes cualidades esenciales que han de brillar en quien está al frente de la grey: un corazón convertido a Dios y una cabeza bien formada. Para Benedicto XVI la reflexión teológica siempre ha de estar al servicio de la fe de los sencillos y de la santificación de las almas. Su teología tiene el sabor de los grandes Padres de la Iglesia, que sabían combinar la sabiduría del Verbo Encarnado con el conocimiento de la literatura y filosofía de su época. En el pensamiento del nuevo Papa encontramos la rica tradición cristiana, el inspirado discernimiento sobre los males de la humanidad y el conocimiento de la apostasía silenciosa que sufre la vieja Europa. ¡Tenemos  un buen Pastor que sabe hablar de Dios al corazón mismo de las dolencias del hombre actual! Por eso, la serenidad de su rostro y su limpia mirada desde el balcón de la basílica vaticana nos están hablando de algo tan necesario como “la seguridad de la fe y la claridad de principios”. Ante tanta confusión en los espíritus, la Iglesia Católica aparece hoy ante el mundo como espacio de encuentro entre hermanos, lugar donde se experimenta que nuestras vidas están aseguradas en las manos de Dios, casa donde se celebra el Pan de la vida eterna que crea comunión y acogida hacia los más pobres y necesitados, pueblo en la libertad que surge de la redención de Cristo, muchedumbre convocada a re-evangelizar Europa como Benito de Nursia, a extender el Evangelio por todas las naciones y, así proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa (1Pe 2, 9)

 

6. El nuevo Papa, por decirlo con el lenguaje al uso, no es conservador ni progresista, sino todo lo contrario: radical. Su radicalidad nace de “no anteponer nada a Cristo”, como se lee en la Regla de San Benito. Estamos seguros de que, una vez más, Jesucristo será el único en resplandecer en el centro de la Iglesia ante los hombres. Su lugar no será ocupado por ninguna ideología acomodaticia de los tiempos modernos, ni por ningún personaje de moda, ni tan siquiera por el Papa, porque uno que ya se ha presentado como “trabajador de la viña” tiene conciencia de que la misión a la que ha sido llamado es servir al Señor de la Historia, Jesucristo, ayer, hoy y siempre. Esta centralidad de Cristo como Cabeza de la Iglesia va a ser manifestada por Benedicto XVI con sencillez, humildad, y claridad. Él mismo es un testigo excepcional de santidad que es lo único que vence al príncipe de este mundo (cf. Jn 14, 30). Confiemos en el Señor, que nos dice en el Evangelio de este quinto Domingo de Pascua: No perdáis la calma, creed en Dios y creed en mí… Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn14, 1.6).

 

El Santo Padre lleva en su lema: “cooperatores veritatis”. Unamos nuestro sentimiento al suyo, oremos porque su pontificado sea plenamente fecundo y dejemos que “el esplendor de la verdad” cautive cada día más nuestros corazones. Que brille en su magisterio y en su misión para que, de esta manera Cristo sea glorificado por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

                                                               + Juan del Río Martín

                                                                  Obispo de Asidonia-Jerez

 

 

 

 

 

 

D. FELIPE FERNÁNDEZ. HOMILÍA POR BENEDICTO XVI

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HOMILÍA EN LA EUCARISTÍA DIOCESANA DE ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS Y SÚPLICA  POR S. S. BENEDICTO XVI

 

D. Felipe Fernández García

  

Hace no muchos días, el 6 del presente mes, en concreto, nos congregábamos en el Santuario de Ntra. Señora de Candelaria, Patrona de Canarias, para orar por el eterno descanso del Papa Juan Pablo II, llamado ya con toda razón el Grande, a quien, como un día a Jesús, le había llegado «la hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1).

Hoy estamos congregados aquí, en esta histórica parroquia de Santo Domingo de Guzmán de San Cristóbal de La Laguna, para dar gracia a Dios por la elección de Benedicto XVI y, escuchando su ruego, elevar nuestras súplicas por su ministerio.

Comencemos por la necesidad de dar gracias a Dios por la elección de S. S. Benedicto XVI. Y demos gracias a Dios, en primer lugar, por algo que estos días no me he cansado de recordar a los fieles. Que el verdadero Pastor de todos nosotros es Dios. Él apacienta su rebaño, por unos pastores o por otros, siendo siempre Él el protagonista. Como vamos a cantar en el prefacio de hoy, damos gracias a Dios Padre, Pastor eterno, «porque no abandona nunca a su rebaño, sino que por medio de los santos Apóstoles lo protege y conserva y quiere que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes su Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio».

Estamos aquí congregados, pues, en primer lugar, para dar agracia a Dios porque, como vemos en el caso del Papa, Benedicto XVI,  Dios no ha abandonado a su rebaño, sino que con el ministerio, que el próximo domingo el Papa Benedicto XVI inaugurará oficialmente, lo protege y conserva y, a través de S. S. Benedicto XVI, nos podrá seguir ofreciendo su Palabra, el anuncio del Evangelio y sus planes para todos nosotros en estos momentos.

Con el salmista del hoy, es para «contar las maravillas del Señor a todas las naciones». Y en efecto, en esta misma Eucaristía las queremos contar a nuestra Diócesis y a las tierras y mares todos de Canarias.

Ahora bien, en segundo lugar, siento yo, personalmente, y quisiera que la sintieran también mis diocesanos, necesidad de dar gracias a Dios en esta Eucaristía por la elección del Cardenal Ratzinger, que ha querido llamarse Benedicto XVI. Y aunque, como he escrito en un artículo publicado en la prensa provincial, los católicos debemos tener en cuenta sobre todo, «muy sobre todo, el dato de que haya sido elegido por el Señor, a través de la mediación eclesial», no quiero dejar de hacer saber a todos mis diocesanos, que, desde el respeto a otras maneras de pensar, el que fue Cardenal Ratzinger no ha sido nunca ni será ahora como Obispo de Roma esa especie de gran inquisidor, conservador, casi fundamentalista, que nos han presentado determinados Medios de Comunicación Social. El Cardenal Ratzinger fue, de hecho, «un gran pensador, un gran teólogo, un hombre cultísimo, siempre preocupado por la fe de la Iglesia y el diálogo con quienes tengan cualquier pregunta sobre ésta. Abierto y dialogante. Sobrio y seguro. Que ha cumplido a la perfección la misión que Juan Pablo II le encomendó de velar por la fidelidad a la fe en la Iglesia Católica. Nadie debería sentirse extrañado, precisamente, porque haya cumplido bien su misión».

Por eso invito a dar gracia a Dios no sólo por el mero hecho de tener tan pronto un sucesor de Pedro, sino también por tener como sucesor de Pedro a Benedicto XVI. Un hombre excepcional. Estrecho colaborador de S. S. Juan Pablo II. Que sobresalía, ciertamente, en el panorama del Colegio Cardenalicio. Con el salmista quiero invitar a todos a contar hoy las maravillas del Señor. Como el mismo Benedicto XVI dijo en la misa concelebrada junto a los cardenales en la Capilla Sixtina, el pasado día 20: «La muerte del Santo Padre Juan Pablo II y los días sucesivos han sido para la Iglesia y para el mundo entero un tiempo extraordinario de gracia». Entre esos días sucesivos, como «tiempo extraordinario de gracia», hay que contar también, a mi parecer, los días de la elección de Benedicto XVI.

Demos, pues, esta tarde gracias a Dios por la elección de Benedicto XVI.

Ahora bien: estamos también congregados para orar por el nuevo sucesor de Pedro. Oración, que él mismo ha pedido desde sus primeras palabras en el balcón de la Basílica de San Pedro hasta las palabras de su primera homilía, antes mencionada. Consciente de su insuficiencia y de su incapacidad humana para la gran responsabilidad a la cual, en el Cuerpo de Cristo, del que nos habla la segunda lectura de hoy, le ha llamado el Señor al servicio de la Iglesia Universal

La escena que hemos escuchado en el Evangelio de hoy la recoge el Papa en su primera homilía como Vicario de Cristo para toda la Iglesia con estas palabras, que no dudo serán mejor comentario que cualquier otro que yo podría hacer en estos momentos: «Vuelvo a pensar en estas horas en lo que sucedió en la región de Cesarea de Filipo hace dos mil años. Me parece escuchar las palabras de Pedro:»Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo», y la solemne afirmación del Señor: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos» (Mateo 16, 15-19).

¡Tú eres el Cristo! ¡Tú eres Pedro! Me parece revivir esa misma escena evangélica; yo, sucesor de Pedro, repito con estremecimiento las palabras estremecedoras del pescador de Galilea y vuelvo a escuchar con íntima emoción la consoladora promesa del divino Maestro. Si es enorme el peso de la responsabilidad que cae sobre mis pobres hombros, también es desmesurada la potencia divina sobre la que puedo contar: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mateo 16, 18). Al escogerme como obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su vicario, ha querido que sea esa «piedra» en la que todos puedan apoyarse con seguridad. A Él le pido que supla la pobreza de mis fuerzas, para que sea valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu».

Por esta misma intención, para que el Papa Benedicto XVI, sea valiente y fiel Pastor del rebaño de Cristo, «siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu», ha pedido el Papa Benedicto XVI oraciones a los Excmos. Sres. Cardenales, a los Obispos,  sus hermanos en el episcopado, y a todos los fieles.

Sin más comentarios, por mi parte, demos esta tarde gracias a Dios y pidamos por esta intención fundamental para Benedicto XVI a la hora de comenzar su ministerio petrino la servicio de la Iglesia Universal y de todos los hombres. Pongamos ya en esta oración su encuentro con los jóvenes en Colonia, (Alemania) el próximo verano, y pongamos también su deseo de que la Eucaristía sea, de verdad, en este Año de la Eucaristía, proclamado por Juan Pablo II y que Benedicto XVI ha hecho suyo, «la fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia», así como sus deseos en favor de la unidad de los cristianos, el diálogo interreligioso y la causa de la unidad y la paz de la entera familia humana…

Demos, pues, gracias a Dios y oremos, como nos invita la segunda lectura de hoy,  alegres en la esperanza. La esperanza que nos viene siempre de quien no abandona nunca a su rebaño, sino que nos envía, en cada tiempo, el Pastor que la Iglesia y el mundo necesitan y que ahora nos ha enviado a Benedicto XVI.

Invoquemos también, en este sentido,  como lo ha hecho el mismo Papa, la maternal intercesión de María santísima, la de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la de todo los santos. Imploremos hoy, aquí, la intercesión de Santo Domingo de Guzmán. Que todo ellos le ayuden a cumplir su delicada e importante misión no sólo para la Iglesia sino también para toda la humanidad. Amén.

 

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