“MARÍA, MAESTRA Y GUÍA
EN EL ITINERARIO CUARESMAL”
Mis queridos diocesanos:
La cuaresma es un tiempo muy importante en la vida de la Iglesia, que este año comienza muy pronto. Los cristianos vivimos hoy en una sociedad bastante secularizada, pero con toda la secularización de la sociedad que se quiera, los cristianos y las comunidades cristianas tendrán que imaginar cómo hay que vivir la cuaresma en este siglo XXI, siendo permanentes en la oración, el ayuno y la limosna.
1. Recorrer el camino que lleva a la Pascua
Para el hombre y la mujer secularizada todos los tiempos son iguales. No ocurre esto así para el cristiano. Hay momentos en los que el cristiano necesita recuperarse, volviéndose a su origen. El cristiano lo es por el bautismo, es decir, por su unión con Jesucristo muerto y resucitado. El cristiano es un hombre y una mujer que han muerto con Cristo al pecado y a este mundo viejo y pasajero y viven con Él para la vida inmortal en Dios. Ahí, en la muerte y resurrección de Jesús, encuentra el cristiano su origen, su razón de ser, su verdad, su fuerza y su esperanza. Ahí ha de volver. Ahí vuelve cuando la Iglesia y el cristiano celebran la Pascua, el paso de la muerte a la vida de Jesús. En cuaresma el cristiano empieza a recorrer el camino que le llevará a la renovación de la Pascua.
2. María en el itinerario cuaresmal
María, como nos dice el Papa Juan Pablo II en su mensaje para la Cuaresma del 2005, es nuestra guía en el itinerario cuaresmal. El Papa nos invita este año a acoger, apreciar, comprender y ayudar al anciano, y nos dice que la tercera edad puede desarrollar una gran función en la sociedad, dado que la sabiduría y la experiencia de los ancianos pueden iluminar el camino del hombre en la vía del progreso hacia una forma de civilización cada vez más plena (cf. Mensaje Juan Pablo II para la Cuaresma 2005, n. 3).
3. En la escuela de María
En esta cuaresma del 2005, en la que la Iglesia celebra el año de la Inmaculada, os presento a María, como modelo para vivir el itinerario cuaresmal. María, Madre de Dios y Madre nuestra, ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna” (LG 62). En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5,27), por eso, acude a ella como modelo perenne (cf. RM 42) en quien se realiza ya la esperanza escatológica (cf. LG 59). En ella encuentra todo cristiano, joven o anciano, y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En ella, encontramos el testimonio vivo de la travesía de la cruz, y de la vivencia del misterio pascual.
4. María, maestra y guía del Fiat y de la Pascua
Virgen María, en esta cuaresma del 2005, tú eres nuestra Señora de la Cruz y la Esperanza: “Señora del viernes y del tiempo. Señora de la noche y de la mañana. Señora de todas las partidas, porque eres la Señora del Tránsito o de la Pascua”.
Considero, queridos hermanos, que, en esta cuaresma la vida de fe de María puede iluminar nuestro itinerario de la cuaresma como camino hacia la Pascua. La travesía pascual de María, en el cumplimiento de su misión, puede inspirar nuestra travesía actual en la vida. Sea cual sea nuestra edad y misión como fieles cristianos laicos, personas consagradas o presbíteros, ella es nuestra maestra y guía.
4.1. María, maestra y guía del Fiat
La prueba de la fe de María, no cabe la menor duda de que estuvo en el calvario. No obstante, la prueba más peligrosa estuvo en esos treinta años vividos bajo la espada del silencio en Nazaret. Los treinta años pasados en Nazaret, envolvieron psicológicamente el alma de María con el manto de la monotonía y la rutina del desgaste.
Recibamos este testimonio vivo de la Virgen. El proceso que ha seguido María, la Madre de Jesús, en el cumplimiento de su misión, ha sido vivido en la fe.
En las eternizadas horas, daba vueltas en su cabeza a la impresión viva y fresca que recibió el día de la Anunciación y le comunicara el Arcángel: “Será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre” (Lc 1,32).
Van pasando los años y la perplejidad comenzó a golpear insistentemente las puertas de su corazón. ¿Sería verdad todo aquello? ¿No serían quizás sueños de grandeza? Esta es también nuestra suprema tentación en la vida de fe: querer tener evidencia de todo y tocarlo y palparlo todo.
4.2. Actitud de María
La Virgen golpeada por la perplejidad no se agitó: quedó en paz. Eso sí, se abandonó incondicionalmente, sin resistir, en los brazos de la monotonía, como expresión de la voluntad del Padre. Así, cuando todo parecía absurdo, ella respondía con su Amén y su Fiat al mismo absurdo, y el absurdo desaparecía. Al silencio de Dios respondía con el Hágase, y el silencio se transformaba en presencia.
La Madre se aferraba más y más al cumplimiento del plan de Dios y quedaba en paz y la duda se transformaba en dulzura: Jesús iba creciendo, todo sigue en silencio, no existe ninguna novedad. Existe un gran peligro para la fe de María: puede verse abatida por el desaliento, el vacío o la frustración. Existe un gran riesgo: no verle sentido a la vida. Ella ora y calla. Las palabras de la Anunciación parecían que habían quedado definitivamente en bonitos sueños. De ella, se dijo, que todas las generaciones le llamarían bienaventurada. Esto parecía imposible. Su vida transcurría de forma sencilla en Nazaret, como una vecina más.
4.3. No resistir, sino entregarse
En estos momentos, la fe de María se veía asaltada y combatida por una serie de preguntas e interrogantes. Es, entonces, cuando María, para no sucumbir, vivió de la fe, de una fe adulta, pura y desnuda, aquella que sólo se apoya en Dios mismo. Su secreto fue éste: no resistir, sino entregarse. Ella no podía cambiar nada: ni la misteriosa tardanza de la manifestación de Dios, ni la rutina, ni el silencio de Dios, ni la prueba del desgaste. Solamente la entrega en un total abandono en los planes de Dios libró a María del peor escollo de su peregrinación. Así hizo María la travesía de los treinta años, navegando en el barco de la fe adulta.
4.4. Travesía de la Cruz
María avanza en el peregrinaje de la fe, en la travesía de la cruz. Esta fue, sin duda, como ya indicamos, la prueba más aguda para la fe de María. Así lo señala el Concilio Vaticano II cuando dice que María “ mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí...sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima” (LG 58). Éste es el momento álgido, es el más alto, y también la prueba, porque no hay grandeza sin prueba. Su fe alcanzó su más alta expresión allá junto a la cruz.
4.5. María sostuvo su Fiat
En medio de la oscuridad de la noche, María sostuvo su fiat en un tono sostenido y agudo. Al llegar a este momento de la fe de María, lo más importante no es el conocimiento, sino su fe; lo más importante no era entender sino entregarse; ella ora así: “Padre mío, hágase tu voluntad, aunque no entienda nada. Acepto tu voluntad, oh Padre, aunque no veo por qué mi Hijo tenía que morir de esta manera. Hágase. Me basta saber que es obra tuya. Hágase tu voluntad: lo acepto todo, y estoy de acuerdo con todo. Padre mío, en tus manos deposito a mi Hijo querido”.
5. Invitados a vivir nuestro itinerario de la cuaresma 2005
Algo parecido, amados diocesanos, nos ocurre a nosotros, sea cual sea la vocación y misión que estamos llevando a cabo como fieles cristianos laicos, consagrados y presbíteros, en nuestra querida y amada Diócesis de Cádiz y Ceuta. Unos y otros, jóvenes y mayores, estamos llamados a vivir este itinerario personal, como lo vivió la Virgen María.
Un día fuimos llamados y se nos confió una misión. Nuestra historia personal encuentra en esta escuela de María un hondo sentido. Los primeros años todo es novedad. La generosidad inicial hizo que se desplegaran en nosotros energías e ilusiones y se lograran brillantes resultados, trabajamos con entusiasmo y fervor. Ha pasado algún tiempo y sin saber cómo y sin que nadie se diera cuenta, la novedad y la ilusión se murieron. Posiblemente en nosotros también pudo entrar la monotonía, la atonía, la rutina y el posible cansancio, como una sombra invisible que lo ha ido invadiendo todo. Llegó la fatiga, la noche, el silencio de Dios, el desencanto. Y ahora resulta difícil ser fiel a la vocación a la que hemos sido llamados, y mucho más difícil seguir adelante. Nos falta la frescura del primer amor, nos falta el fervor de los santos y la audacia evangélica.
No tengamos miedo, tenemos a María como nuestra maestra y guía, nuestro modelo de identificación en este camino de la cuaresma que prepara a la pascua. María es nuestra maestra, de ahí que su entrega, coraje y fortaleza, y, sobre todo, esa fe adulta, ese amor generoso, y esa vivencia del misterio pascual, nos alienta y guía en nuestra vida cotidiana.
6. Acoger a los ancianos
El Papa Juan Pablo II nos invita a acoger a los ancianos: “Llegar a la edad madura es un signo de bendición de Dios. Y si el envejecimiento es acogido a la luz de la fe, puede convertirse en una ocasión maravillosa para comprender y vivir el misterio de la Cruz, que da un sentido completo a la vida humana cuando se vive con fidelidad la travesía pascual”(cf. Mensaje Juan Pablo II para la Cuaresma 2005, n. 1, 2).
Dios mediante su Espíritu nos hace personas nuevas aunque seamos ya personas mayores. Dios nos hace que podamos florecer y rejuvenecer, y ser fecundos como Abrahán y Sara, Zacarías y Santa Isabel, y San Joaquín y Santa Ana. Es más, aunque seamos personas mediocres y gastadas, siempre podemos florecer, aunque quizás necesitemos un golpe de gracia más fuerte, sabiendo que para Dios nada hay imposible.
Es necesario valorar a las personas ancianas, dado que ellas están llamadas a ejercer en la sociedad y en la Iglesia, una gran misión de sabiduría evangélica y humana.
7. Acompañar a nuestros mayores
Queridos diocesanos, durante esta cuaresma, ayudados de la Palabra de Dios, el ayuno y la oración, meditemos cuán importante es que cada comunidad acompañe con cariño y comprensión a aquellos hermanos nuestros que envejecen en nuestra diócesis (cf. Mensaje Juan Pablo II para la Cuaresma 2005, n. 4). Sea este uno de nuestros compromisos para este tiempo de gracia y conversión.
Que Santa María, nuestra maestra y guía en el itinerario de la cuaresma, nos conduzca a todos, especialmente a las personas ancianas, a un conocimiento cada vez más profundo de Jesucristo muerto y resucitado. Ella, junto con San Joaquín y Santa Ana, interceda por cada uno de nosotros, ahora y siempre.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
+Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta