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Comunicado de los Obispos del Sur de España con motivo del atentado terrorista perpetrado en Sevilla durante la tarde del lunes 16 de octubre

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Durante la sesión de la tarde de hoy, los Obispos del Sur de España, reunidos en Asamblea Ordinaria, hemos sido informados del nuevo y cobarde atentado perpetrado en Sevilla y que ha costado la vida al coronel médico Dr. Antonio Muñoz Cariñanos.
Consternados por el más radical desprecio a la vida humana que suponen estos actos terroristas porque anteponen los intereses de poder o de cualquier otro tipo a la vida de las personas, los obispos andaluces manifestamos el más absoluto rechazo y condena al pecado que supone toda acción violenta contra la vida. Los atentados terroristas son la expresión máxima contra la libertad personal y social.
Después de elevar una oración al Señor por el eterno descanso de esta nueva víctima del terrorismo y además de pedir a Dios por la entereza de sus familiares, hemos suplicado también por la conversión de los asesinos.
Invitamos a la sociedad andaluza a mantener con temple y constancia las posturas personales y colectivas que manifiesten con toda claridad el pleno rechazo a estos detestables comportamientos por parte de quienes matan y por parte de quienes le apoyan, encubren o justifican.
Así mismo, pedimos al Señor que ilumine y fortalezca a quienes, desde la familia y desde cualquier instancia de la sociedad trabajan con esfuerzo y constancia en la promoción y defensa de la verdad y de la justicia como base de la libertad en la necesaria civilización del amor.

                                                                                                     Granada, 16 de octubre de 2000

Nota de los Obispos de Andalucía con motivo de las próximas elecciones generales y autonómicas

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El día 12 de marzo el pueblo español decidirá en las urnas el estilo de gobierno que ha de regir los destinos de España en los próximos cuatro años. Los hombres y mujeres de Andalucía ejerceremos también el derecho al voto manifestando nuestra voluntar política para la siguiente legislatura.
No cabe duda que las elecciones democráticas suponen un avance en el camino hacia las libertades legítimas y constituyen un signo de participación del pueblo en la ordenación de la sociedad y del bien común. Por eso, ante las próximas elecciones generales y autonómicas, debemos alegrarnos por la estabilidad de nuestro sistema democrático. Al mismo tiempo es deber nuestro contribuir al recto ejercicio de la responsabilidad social procurando que las motivaciones y los objetivos del voto nazcan de la rectitud de intención y tiendan a la consecución del bien de los ciudadanos.
Es muy importante, pues, revisar los propios criterios electorales mediante el conocimiento posible de los diversos programas políticos para apoyar a quienes garanticen el servicio al pueblo desde un limpio ejercicio de la acción política. A la elección política le corresponde el recto ejercicio de la justicia en los diferentes campos de la vida social, la defensa de la auténtica libertad de las personas y de los grupos, la más equitativa promoción del bienestar social, la construcción y defensa de la paz verdadera, la adecuada atención a todos los ciudadanos, especialmente a los incluidos en las nuevas bolsas de pobreza y marginación, y a los inmigrantes que escapan de la miseria o de la inseguridad personal y buscan entre nosotros los recursos necesarios para vivir con dignidad.
No se alcanza el progreso mientras se permitan injustas diferencias sociales en el acceso a los recursos necesarios, mientras persistan discriminaciones arbitrarias por cualquier causa, y cuando se pretenden o consientan actuaciones discordantes con los valores fundamentales, o comportamientos que conculcan los derechos inalienables de las personas y de la sociedad. Por ello, ante la posibilidad de contribuir con nuestro voto a la configuración de un estilo concreto de gobierno, debemos conceder nuestra confianza a quienes prometan, con mayores garantías, el pleno respeto a la dignidad de toda persona desde su concepción hasta su muerte natural; el respecto a la verdad del matrimonio y de la familia; el acceso de todos al trabajo y a la merecida participación de los bienes que de él se derivan, la promoción de la libre iniciativa social necesaria en los sistemas democráticos; la salvaguarda de la plena libertad educativa; el rigor en el cumplimiento de las exigencia éticas que deben regir los medios de comunicación social; la debida prudencia en las manifestaciones públicas que pueden herir la sensibilidad de las personas e influir negativamente en la educación de la generaciones más jóvenes; y el decoro en el tratamiento de cuanto se relaciona con la vida, con la fe y con las instituciones fundamentales de los ciudadanos.
Puesto que todos somos responsables de la constante renovación y del crecimiento de nuestro pueblo, invitamos a cuidar el ejercicio del voto evitando la abstención, la obediencia a campañas demagógicas, la comodidad del voto rutinario, y el posible egoísmo de buscar el apoyo a los propios intereses personales, de grupo o de partido por encima del bien común.
A quienes manifiestan su vocación e interés por la dedicación al difícil y digno arte de la política, les agradecemos la disponibilidad al servicio de la recta ordenación de la convivencia, del verdadero progreso y del legítimo prestigio de nuestro Pueblo en el concierto de las naciones y en la ayuda a los pueblos más necesitados. Al mismo tiempo les rogamos que extremen los cuidados en los discursos y en las expresiones habladas y escritas, para que la verdad y el respeto mutuo, la búsqueda del bien común y la ecuanimidad presidan las intervenciones durante la campaña electoral, así como las manifestaciones posteriores en el ejercicio del gobierno y de la oposición.
Para todos pedimos al Señor luz, capacidad de servicio al bien común, voluntad de compromiso coherente, y confianza en la capacidad de los hombres para conocer la verdad y adherirse libremente a ella.

22 de febrero de 2000

Carta Pastoral Colectiva de los Obispos del Sur de España con motivo del Gran Jubileo del Año 2000 y del comienzo del tercer milenio cristiano

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“Os anunciamos la Vida eterna… para que vuestro gozo sea completo”
“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca del Verbo de la Vida –pues la Vida se ha manifestado, y nosotros la hemos visto, y damos testimonio, y os anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre, y que se nos ha manifestado–, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo” (1 Jn 1, 1–4).

I. Testigos de la Vida eterna, que se ha manifestado.
1. Estas palabras, con las que comienza la Primera Carta de S. Juan, las hacemos hoy nuestras los Obispos de las Diócesis de Andalucía, y os las decimos a vosotros, presbíteros y diáconos, religiosos y religiosas, y fieles cristianos de las Iglesias particulares que el Señor nos ha confiado en su nombre como pastores vuestros. Igualmente, os las decimos a los muchos que buscáis a Dios, y creéis que Dios no está cerca de vosotros. Y a quienes pensáis que dios, exista o no exista, carece de interés para el hombre, porque lo que importan son otras cosas, y, sin embargo, pudierais leer esta carta con curiosidad. Sí, también nosotros “hemos oído”, “hemos visto con nuestros ojos”, “y hemos tocado con nuestras manos” al Verbo de la Vida. También nosotros, como S. Juan, “os anunciamos la Vida eterna, que se ha manifestado”. Y os la anunciamos porque en ella hemos encontrado para nuestras vidas el gozo pleno y la razón de una esperanza verdadera, y porque deseamos que también “vuestro gozo sea completo”.
2. Afirmar que hemos encontrado, que hemos “visto” y “tocado” la Vida es escandaloso. Lo es hoy, y lo ha sido siempre. Porque la experiencia humana universal confirma lo que dice S. Juan en su Evangelio, que “a Dios nadie le ha visto jamás” (Jn 1,18). Y eso que la historia y las culturas están tan marcadas por el deseo de dios, que serían del todo incomprensibles sin él. El anhelo de Dios, de verdad, de bien y de belleza, la búsqueda de un amor que corresponda plenamente al corazón, y de una felicidad verdadera y que permanezca en el tiempo, son de tal modo “ la marca” de lo humano, que constituyen al hombre como hombre.
Incluso en nuestro tiempo, que parece –al menos en la cultura “oficial”– ignorar a Dios, y no interesarse por el hombre sino en la medida en que forma parte de los procesos de producción o responde a los intereses del poder, el deseo de Dios es, en realidad, el dato más determinante y decisivo en la vida de los hombres. Para muchos esta afirmación resultará chocante. Pero es verdadera. La búsqueda del sentido y de la felicidad es para el hombre real, también hoy, el motorde la existencia. Y la confusión acerca del significado de la vida, la falta de verdad y de amor en las propuestas culturales al uso, son la principal causa del sufrimiento humano, y de la amarga desesperanza que hace tan dura –hasta parecerles, a veces, insoportable– la vida de muchas personas. Incluso las manifestaciones más cínicas de la cultura contemporánea ponen de manifiesto, de un modo patético, que el hombre pide a la vida mucho más que poder producir y consumir, y que poder votar. Ni el bienestar material coincide con la felicidad, ni una democracia puramente formal basta para que exista un pueblo de hombres libres. Sí, los hombres buscamos a Dios con todo l que somos y hacemos, aunque no seamos conscientes de ello.
3. Y, sin embargo, a pesar de esa búsqueda, infatigable y con frecuencia dolorosa, es verdad que “a Dios nadie le ha visto jamás”. Pero entonces, ¿cómo podía decir S. Juan, y cómo podemos decir nosotros, que “hemos visto” y “tocado” “el Verbo de la Vida”, y que os lo anunciamos para que participéis en esa Vida y en el gozo que esa Vida genera? ¿Dónde está el Verbo de la Vida? ¿Cómo puede ser encontrado? “A Dios nadie le ha visto jamás”, es cierto. Pero en un momento de la historia –un momento radiante, único, que da sentido a todos los demás momentos, que los rescata de su banalidad mortal–, ha sucedido algo nuevo. Algo inaudito. S. Juan prosigue: “su Hijo único, que está en el seno del Padre, Él nos lo ha dado a conocer” (Jun 1,18). ¿Cómo? “El Verbo se ha hecho carne, y ha puesto su morada entre nosotros” (Jun 1,14).
En una carne como la nuestra, que recibió de la Virgen María, el Hijo de Dios se ha implicado en nuestra historia para darnos la Vida, esto es, para darse a nosotros y comunicarnos su Vida divina. En una carne como la nuestra, ha gustado el abismo de la injusticia y de la traición, de la soledad y de la muerte. Pero hasta eso ha servido para revelar el “amor más fuerte que la muerte” (Cf. Ct. 8,6). Pues Jesucristo ha vencido en su carne al pecado y a la muerte, y nos ha hecho partícipes de su Espíritu Santo, y así nos ha revelado que “Dios es Amor” (1 Jn, 4, 8; 4, 16), y nos ha hecho posible acceder a ese Amor, verlo, tocarlo, vivir de Él. Al revelar a Dios como Amor, y al comunicarnos ese Amor que es la Vida de dios, el Hijo de dios nos ha desvelado la verdad grande de nuestro destino como hombres, y la dignidad de nuestro ser de hombres.
Ésta es la “Buena Noticia”, éste es el Evangelio. Dios se ha manifestado, se ha hecho visible, tangible. Y se ha manifestado como amor infinito e incondicional por el hombre y por la vida del hombre. Dios, el Misterio que da consistencia a todas las cosas, ¡se ha revelado como amigo de los hombres! ¡Dios ama a los hombres, nos ama a cada uno de nosotros, tal y como somos, con todo el peso de miseria y pecado que llevamos en nuestro corazón! Como escribía un autor cristiano antiguo, “el Invisible se ha hecho visible para que los pecadores pudieran acercarse a Él. Nuestro Señor no impidió a la pecadora acercarse (…) porque todo el motivo por el que había descendido de aquella altura a la que el hombre no alcanza, es para que llegasen a Él pequeños publicanos como Zaqueo; y toda la razón por la que aquella Naturaleza que no puede ser aprehendida se había revestido de un cuerpo, es para que pudiesen besar sus pies todos los labios, como hizo la pecadora” (S. Efrén de Nisibe, Sermo de Domino Nostro, 48).
4. Pero no es sólo que Dios, en un gesto de condescendencia, haya querido “mostrarse” a unos hombres privilegiados, que tuvieron la suerte inmensa de estar con Él, y de comer con Él, y de vivir con Él en un momento de la historia, que ya pertenecería para siempre al pasado. Porque al comunicar el Espíritu Santo a los suyos, el Hijo de Dios se ha quedado para siempre entre nosotros, y sigue manifestándose y dándose a los hombres en la Iglesia, que es hoy “su cuerpo” (Cf. 1 Cor 12, 12-30; Ef. 1,23;Col 1, 18. 24). En esta carne, en esta realidad humana que es la Iglesia, sigue siendo patente el poder de Dios que habita en ella. Ese poder de Dios hace que unos hombres y mujeres frágiles, y llenos de debilidades, puedan vivir en la verdad, con gozo y gratitud, y puedan formar un pueblo de h
ombres libres, de hermanos, en cuya vida se pone de manifiesto esa humanidad que sólo Dios puede realizar, pero que todo hombre desea.
Dios se ha manifestado en Jesucristo, el Señor, que ha vencido en nuestra carne al pecado y a la muerte, y nos ha entregado su Espíritu Santo, para que en él recuperemos nuestra condición original, para la que la vida nos ha sido dada: ser hijos de Dios, vivir en la “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21), y heredar la Vida eterna. Por eso Jesucristo, resucitado y vivo para siempre, y contemporáneo de cada hombre y de cada mujer por su presencia en la Iglesia, es “el único nombre bajo el cielo que nos ha sido dado a los hombres para que podamos ser salvos” (Cf. Hch 4,12). Él es “el Redentor del hombre, el centro del cosmos y de la historia” (Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, 1), pues “todo ha sido creado por Él y para Él”, y “todo tiene en Él su consistencia” (Col 1,17). Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” de los hombres (Jn 14,6). O como dice una visión del libro del Apocalipsis, poniendo estas palabras en boca de Jesús resucitado: “Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin: al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida” (Apo 21,6).
5. Lo que precede no son palabras retóricas, vacías. Sí, nosotros “hemos oído”, y “hemos visto con nuestros ojos”, y “hemos tocado con nuestras manos” a Jesucristo, que sigue vivo y comunicando la vida a quienes creen en Él. Sabemos que vive, porque actúa en la vida de los hombres. A lo largo de su historia, la Iglesia, ese pueblo nacido de la fe y del Espíritu Santo que Cristo da a los que creen, no ha dejado de generar innumerables hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales, en quienes resplandece la verdad de la persona humana. Son los santos, esa “muchedumbre inmensa, de toda raza, lengua, pueblo y nación, que nadie podría contar”, de que habla el libro del Apocalipsis (Apo 7,9).
Y no nos referimos sólo al pasado. Todos nosotros conocemos a muchas personas –familiares, vecinos, compañeros, amigos nuestros–, en quienes la fe en Jesucristo realiza el milagro de una humanidad que no son capaces de generar ni los esfuerzos del hombre, ni el progreso de las ciencias, ni una mejor organización de la sociedad. Jesucristo hace nacer una humanidad libre, capaz de afrontar la realidad –la vida y la muerte, la familia, el trabajo, el sufrimiento, la amistad, todo– con esa consistencia que todo hombre quiere para sí. Una humanidad caracterizada por el reconocimiento de la divinidad sagrada de la persona humana, y por el aprecio de la razón y de la libertad de cada hombre y de cada mujer. Una humanidad caracterizada por el afecto a cada persona, y a la vida, y a todo lo que hay en ella, y por una misericordia, que son en el mundo de hoy casi impensables. Cuando ese afecto no es sólo un impulso sentimental momentáneo, sino que permanece en el tiempo y se convierte en un modo de estar frente a la realidad, es signo inequívoco de la verdad.
Estas personas existen, y las conocemos. No son superhombres, ni tienen cualidades especiales, sino que son personas normales y corrientes, débiles como somos todos los hombres. Son personas de diferentes culturas, con circunstancias muy diversas, con historias muy diferentes, de clases sociales distintas, con distintos niveles de educación, con diversos temperamentos y gustos. Pero han encontrado a Jesucristo, le siguen, y ese hecho ha cambiado sus vidas. Y por eso, porque conocemos a esas personas, y porque somos testigos de ese hecho, podemos decir con verdad que el cristianismo no es una utopía, como las ideologías que han producido el racionalismo y el idealismo modernos. Esas ideologías siempre dejan al hombre sólo y desesperado, porque no cumplen sus promesas, y siempre terminan destruyendo al hombre.
6. El cristianismo no es una utopía, sino un hecho verificable en la historia, accesible a todos, que se da en la comunión de la Iglesia, y del que somos testigos. Y por eso sabemos que la esperanza en Cristo “no defrauda” (Cf. Rm 5,5), porque vemos las obras maravillosas que Jesucristo lleva a cabo en la vida de los hombres. Por eso damos testimonio de Él, en comunión con el Papa, el sucesor de Pedro, y con toda la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Y por eso también, a las puertas del tercer milenio de su manifestación al mundo, queremos proclamaros con una frescura nueva la buena Noticia, el Evangelio. Jesucristo Redentor es, también hoy, también para nosotros, hombres del final del siglo XX, la vida y la esperanza. En Él está –está realmente– la única posibilidad de una vida plena y de una esperanza verdadera para todos los hombres.
Os anunciamos a Jesucristo, ciertamente, porque, como sucesores de los Apóstoles, somos herederos de la misión que ellos recibieron del Señor: “Id a todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15; cf. Mt 28, 18-20). Pero, ante todo, os anunciamos a Jesucristo porque no podemos callar lo “que hemos visto y oído”, que nos llena de alegría. La vida que anhelamos, en verdad y en la libertad, la vida para la que está hecho nuestro corazón de hombres, es posible, ¡se nos da! ¡Se nos ofrece y se nos da realmente en Cristo! La existencia humana no es un capricho de la naturaleza absurdo y sin sentido, sino que tiene un significado, y un significado bueno. Y tiene una meta que puede alcanzarse, abriendo la vida al don de Cristo.
7. La vida es, propiamente hablando, un don, y a la vez, una vocación, una llamada. Es decir, nace de Alguien que nos ha llamado a la vida, a cada uno por nuestro nombre, porque nos ama con un amor infinito: en realidad, si estamos vivos es porque esa mirada de amor con la que cada uno somos amados no se aparta de nosotros. Dios nos ha llamado a la vida para comunicarse a nosotros y así, si acogemos su amor, hacernos partícipes de la suya dichosa, inmortal y eterna. Sí, desde Cristo sabemos que el don de la vida es vocación a la Vida eterna. Y sabemos que reconocer ese don y esa vocación, y acoger el amor infinito del que nace, hace posible ya aquí, ya ahora, en cualquier situación de la vida, vivir en la verdad y en el amor. Vivir en la libertad, la paz y la alegría.
La experiencia de que esto es verdad explica las palabras del apóstol S. Juan que hemos citado al comienzo de esta carta, y de las que hemos tomado nuestro título. “Os anunciamos la vida eterna… para que vuestro gozo sea completo”. Y esa misma experiencia es la razón de nuestra fe y de nuestro testimonio. Aunque el sufrimiento y la desesperanza parezcan llenar el mundo, Dios hace todo lo que hace para la vida y el gozo del hombre: para la vida y el gozo del hombre, Dios ha creado el mundo, y nos ha dado el ser. Y para nuestra vida y nuestro gozo, destruidos por el pecado, ha venido el Hijo de dios a nuestra carne, y la ha unido a sí, con un amor esponsal, y la vivifica con su Espíritu Santo.

II. El gran Jubileo del año 2000
8. Pronto hará dos mil años de la Encarnación del Verbo, del nacimiento de Jesucristo, ese hecho imprevisto e inconmensurable que los cristianos celebramos anualmente en la fiesta de Navidad. En realidad, lo celebramos a lo largo de todo el año, y de toda la vida, porque incluso el misterio pascual, y su presencia entre noso
tros por la Palabra, los sacramentos y la comunión de la Iglesia, no son sino la consecuencia de la Encarnación, y como su prolongación en el espacio y en el tiempo. Toda la vida, toda la realidad, está traspasada por el hecho de su gracia.
La Encarnación del Verbo es el acontecimiento más grande de la historia, porque en él se desvela el sentido positivo de la vida humana, de la historia misma y de la realidad entera. Como dice un texto de la liturgia, por Jesucristo “resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición, no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos” (Misal romano, Prefacio II de Navidad). El Jubileo del año 2000 es para todos los cristianos una gran fiesta, una inmensa celebración de gozo. ¡Dos mil años desde que “se ha manifestado la bondad de dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres”! (Tit 3,4).
Con ocasión del gran Jubileo del año 2000, os anunciamos, pues, a Jesucristo como la posibilidad real de una gracia grande, de un hecho bueno y gozoso para la vida. La gracia más grande, la fuente de la mayor alegría. S. Juan, en el pasaje citado al comienzo, decía: “Os anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre, y que se nos ha manifestado” (1 Jn 1,2). Sí, Jesucristo, el Verbo eterno del Padre, es la Vida, es el Verbo de la Vida (Jn 11,25; 14,6), y por eso puede “dar la Vida eterna” a los que creen en Él (Jn 3,15;5,24;6, 40.47;10,28;17,2).
9. La vida eterna no es sólo una realidad para después de la muerte, aunque la fe cristiana incluye la certeza de que la muerte no tiene el poder de destruir la persona humana, creada por Dios a su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27), y destinada a participar para siempre de su vida divina (Rm 8,28-30;Ef 1, 4-6), como incluye la esperanza en la resurrección de la carne. La Vida eterna es ya una participación en la vida divina e inmortal en este mundo, en esta vida. Es la vida en la verdad, en la libertad y en el amor de que hablábamos más arriba, que hemos conocido a través de innumerables testigos, y que sólo tiene su origen en Dios, porque el hombre no se la puede dar a sí mismo, como pone de manifiesto la experiencia.
La Vida eterna se inicia en esa nueva relación con Dios que Él ha establecido con nosotros por su Hijo Jesucristo. Esa relación, seguida con fidelidad y sencillez, da una significado nuevo a lo que el hombre es y a todo lo que hace, y cambia en el tiempo el corazón del hombre, ensanchándolo y vivificándolo a la medida del Espíritu de Dios. El hombre empieza como a despertar: su razón se abre más a la realidad y a su misterio, y empieza a comprender mejor el significado de la vida y de las cosas. Adquiere una conciencia positivamente crítica del mundo en que vive, y empieza a crecer en libertad. Ya no depende de la suerte, o de las circunstancias, o del afecto de los demás, o del halago del poder. Igualmente, empieza a ser capaz de tener misericordia, consigo mismo y con todo, y a amar todas las cosas. Por eso dice el Señor: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3).

III. Celebrar el jubileo en Andalucía.
10. El anuncio de Jesucristo llegó muy temprano a España, sin duda ya en el siglo primero de nuestra era. Y uno de los lugares en que se implantó primero fue la provincia romana Bética, que correspondía aproximadamente a la Andalucía actual. Las raíces cristianas prendieron pronto y hondo en la tierra andaluza, como testimonian los mártires de los que tenemos noticia ya en los primeros siglos. Para aquellos hombres y mujeres Jesucristo era un bien más precioso que la vida, porque la vida sin Jesucristo, después de haberle conocido, no podría llamarse vida. También en las grandes dificultades que el pueblo cristiano vivió durante el período islámico hubo muchos mártires, algunos conocidos, gracias a los testimonios que sus contemporáneos dejaron de su martirio, y otros muchos que sólo Dios conoce. A pesar de ello, hacia la segunda mitad del siglo XII, la Iglesia estuvo a punto de desaparecer en Andalucía, y las comunidades cristinas que quedaban fueron en gran parte obligadas a emigrar hacia el norte. Luego, tras la reconquista, y aunque los repobladores eran cristianos, puede hablarse en Andalucía de una segunda evangelización, llevada a cabo sobre todo por las órdenes mendicantes primero, y luego, ya en tiempos de la Reforma, por la fecunda labor de la Compañía de Jesús y del Carmelo. A comienzos de nuestro mismo siglo, en los años, también durísimos, de las ideologías antirreligiosas y los horrores de la guerra civil, muchos hombres y mujeres, sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles cristianos, adultos y jóvenes, han dado con su vida y con su muerte un testimonio espléndido de amor a Dios y a sus hermanos.
Además de los mártires, son muchos los santos que, a lo largo de los siglos, han nacido o vivido en esta tierra, han amado profundamente a sus hombres y han gastado su vida por ellos, anunciando a Jesucristo, y ayudando a sus hermanos a vivir una vida más plena, a través del trabajo educativo o del ejercicio, tantas veces heroico, de la caridad y de la misericordia. Están también los numerosos santos misioneros, ya que desde Andalucía, con una generosidad rebosante, se extendió la fe en Jesucristo al mundo, y especialmente a América, en una de las obras más bellas y humanas que ha conocido la Europa moderna. Y luego están también los innumerables santos no conocidos, no públicos, hombres y mujeres que han vivido una vida grande y plena de verdad y de amor en la familia y en el trabajo, en la vida de cada día. Ellos son los que han hecho ese pueblo resplandeciente de humanidad que nos encontramos todavía hoy. Los santos no pasan nunca en vano por la historia.
Ciertamente la historia cristiana de nuestro pueblo no está exenta de sombras y pecados. Los mismos hombres y mujeres que portaron el anuncio de la fe y la trasmitieron de generación en generación, fueron muchas veces incoherentes, torpes o perezosos, flaquezas que también nosotros experimentamos en el presente. Especialmente lamentamos ese fenómeno que se ha dado en ocasiones, a lo largo sobre todo de la segunda mitad de este milenio, de una manipulación ideológica de la fe, cuando se ha dejado utilizar la fe en Jesucristo contra otros hombres, como si la fe o la Iglesia estuvieran al servicio de los poderes del mundo, o de un orden social, o de un sistema político humano. De igual modo, las formas de vida y las instituciones de nuestra Iglesia han necesitado en no pocas ocasiones reformas quelas hicieran instrumentos más fieles de la misión salvadora de Jesucristo. Pero a pesar de las debilidades y pecados de los suyos, o mejor aún, contando con ellas y a través de ellas, el Señor se ha mantenido fiel y sigue realizando su obra entre nosotros hasta el día de hoy. Prueba de ello es que su Iglesia, atravesando periodos más luminosos o de mayor oscuridad, sigue hoy convocando a los andaluces con el testimonio convincente de una humanidad nueva que hace presente a Cristo en medio del mundo, es decir, con el testimonio de sus santos.
11. Se atribuyen con frecuencia las características del pueblo andal
uz a la diversidad de culturas que han dejado su poso en este pueblo. Y sin duda hay en ello una parte de verdad. Pero la diversidad de culturas, por sí misma, no da lugar automáticamente a una humanidad mejor. Por eso hay que recordar también que no pocos de los rasgos que constituyen lo mejor del modo de ser andaluz, como su humanidad inmediata y sencilla, su valoración de la amistad y del afecto, su fina sensibilidad moral ante el sufrimiento humano, y otros muchos, tienen que ver con siglos de fe cristiana y con el testimonio de los santos. Por eso, la fisonomía de Andalucía está configurada por la fe cristiana, y no se puede definir nuestra identidad andaluza de hoy sin referencia al hecho más decisivo de su historia, que es el cristianismo. Pretender arrancar a Jesucristo de la identidad de nuestros pueblos, o reducir la fe cristiana a un elemento más de esa identidad junto a otros, o a un hecho del pasado, que permanece sólo como residuo cultural, estético folklórico, es hacer una terrible injusticia a la verdad histórica y a la realidad presente de Andalucía. Es, sobre todo, hacer un gravísimo daño a los hombre y mujeres de Andalucía, de profundas consecuencias para el futuro humano de nuestra sociedad.
La celebración del gran Jubileo del año 2000 en Andalucía no debe, con todo, limitarse a recordar o celebrar el pasado. La gracia que se nos da mira la presente y al futuro. Se nos da para que la levadura de Cristo en nuestras vidas fructifique hoy para el bien de nuestro pueblo. Para que sea fermento de humanidad en las circunstancias actuales, ante los retos que tienen que afrontar hoy las personas, las familias, y la sociedad entera. No se nos ocultan en absoluto los cambios que ha conocido la sociedad andaluza en la segunda mitad de nuestro siglo. Pero el desarrollo y el bienestar material conseguidos por muchos no debieran ir acompañados de una cultura vacía de propuestas verdaderas de sentido para la vida, porque la falta de una razón para vivir adecuada a la verdad termina siempre generando violencia y conflictos de todo tipo.
12. Tampoco se nos ocultan los hondos problemas humanos y sociales que permanecen, algunos de ellos muy graves. El Santo Padre nos recordó los más sobresalientes en la reciente visita ad límina que los obispos andaluces hicimos el pasado mes de julio (Cf. Juan Pablo II, “Discurso a los Obispos de las provincias eclesiásticas de Granada, Sevilla y Valencia, del 7 de julio de 1998, n. 7, en Ecclesia, n 2902 (18.7.1998), 24). Hay entre nosotros amplias zonas de pobreza, como hay un grave problema de desempleo y de paro, sobre todo juvenil. Duele que en muchas zonas los jóvenes–incluso los mejor preparados– no tengan un horizonte de trabajo estable y tengan que ir a buscarlo fuera de su tierra y lejos de su familia. Conocemos las dificultades de muchos hombres del mar, del campo y de la minería. En las zonas agrícolas, todavía abundan entre nosotros los grandes latifundios, que favorecen una mentalidad de siervos y no promueven un desarrollo accesible a todas las familias. La política de subvenciones, que puede ser necesaria como un momento de transición, contribuye todavía más a esta mentalidad, y favorece que muchos hombres y mujeres no se sientan protagonistas de su propia historia. Al amparo de la grave necesidad de empleo que tienen muchas personas, hay demasiados contratos de trabajo inmorales e injustos.
Todo esto requiere políticas eficaces y duraderas de creación de empleo; un aliento serio a la creación de empresas, y especialmente un apoyo decidido a la pequeña y mediana empresa; y también una concepción de la empresa y de la vida laboral que no tenga como único punto de mira el beneficio y el enriquecimiento de unos pocos, sino el bien de las personas y de las familias. En el mundo agrario son también necesarias reformas profundas, hechas con u hondo sentido social y humano, que favorezcan la libertad y la creatividad de las familias y de las sociedades intermedias (Cf. en este sentido, el importante documento del Pontificio Consejo “Justica y Paz” titulado “Para una mejor distribución de la tierra. El reto de la reforma agraria”, del 23 de noviembre de 1997). Para ello son precisas una generosidad y fortaleza grandes por parte de aquellas personas o grupos que tienen la posibilidad de influir en la cultura del mundo del trabajo, y por ello también una especial responsabilidad social. Es necesario también que, desde todas las instancias, se propicien planteamientos valientes que despierten en las personas la conciencia de la sociedad nueva y mejor; que estimulen el esfuerzo de cada uno, la audacia y el espíritu de colaboración, tanto en el seno de las comunidades educativas como en los espacios donde han de sumarse los recursos para potenciar las iniciativas agrarias, comerciales e industriales, y aquellas que han de contribuir a una adecuada orientación del ocio, venciendo las dependencias alienantes.
Igualmente, nos preocupan las nuevas pobrezas que se dan en el mundo de la inmigración y de la marginación social, así como el sufrimiento de las mujeres y de los niños maltratados o abandonados, y las vidas –a veces muy jóvenes– destruidas por el alcohol, la prostitución o la droga. Muchos de estos dramas son fruto de la soledad y la violencia con que deja a las personas una cultura que ignora o censura la dimensión religiosa y moral del hombre.
Por eso nos duelen, como duelen a muchos andaluces, los ataques a la estabilidad del matrimonio y la familiar hechos desde instancias o medios de comunicación públicos, las campañas abiertas a favor del aborto o la eutanasia, y el aliento a la promiscuidad sexual de adolescentes y jóvenes, sin tener en cuenta los criterios morales indispensables para su educación y su crecimiento como personas. Las políticas antifamiliares son políticas antisociales, que tienden a destruir la mayor riqueza de Andalucía: la familia y la juventud. En el campo educativo, también, es preciso avanzar en un reconocimiento más efectivo y cordial, por parte de la administración pública, del derecho fundamental de los padres a educar religiosa y moralmente a sus hijos, así como de la libertad de educación como un derecho propio de la sociedad, y no como una concesión de la administración pública. La atención a la Universidad es otra tarea social de fundamental importancia para el futuro de Andalucía. En efecto, la Universidad, como institución libre en la que se cultiva el amor gratuito a la verdad y la libertad para buscarla, es una de las creaciones más genuinas y ricas de la cultura cristiana europea. En ambientes más proclives al totalitarismo, la Universidad tiende a perder esa dimensión propiamente educativa de la persona, y a transformarse sutilmente en una institución al servicio de los intereses del poder.
Para que nuestra sociedad sea más humana, y el progreso no sea sólo aparente, es indispensable abrir paso cada vez más a una aplicación real del principio de subsidiariedad, en todos los ámbitos de la vida. La persona humana, en efecto, “no existe sólo como productor y consumidor de mercancías, o como objeto de la administración del Estado (…) La convivencia entre los hombres no tiene como fin ni el mercado ni el Estado, ya que posee en sí misma un valor singular a cuyo servicio deben estar el Estado y el mercado” (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 49. Todo este número es fundamental para comprender la trascendencia social
del principio de subsidiariedad). Una sociedad de hombres conscientes y libres, respetuosos de la conciencia y de la libertad de cada persona, y de lo que el Papa ha llamado “la subjetividad de la sociedad (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 49) es un bien para todos, y por tanto, también para un Estado que se sabe servidor del bien común.
13. Hablamos de estas cosas por responsabilidad hacia los hombres que Cristo mismo nos ha confiado. Somos conscientes de que “el hombre es el camino de la Iglesia”, porque cada hombre ha sido redimido por Cristo, y porque el misterio de Cristo revela la verdadera identidad del hombre, e ilumina el significado último de su vida y de sus acciones (Juan Pablo I, Encíclica Redemptor hominis, 14; Encíclica Centesimus annus, 54). Por eso sabemos también, como ha recordado Juan Pablo II, que “no existe verdadera solución para la «cuestión social» fuera del evangelio”, y que “las cosas nuevas”, es decir, las nuevas realidades y situaciones de la historia, “pueden hallar en el Evagelio su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral” (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, 5).
El Jubileo del año 2000, al mismo tiempo que una celebración de gratitud por las maravillas que Dios ha hecho y hace con nosotros, es una ocasión para abrirnos de nuevo a la verdad de Cristo en su integridad, para experimentar toda la fuerza de su poder redentor, y para proponerla a los hombres ante los grandes desafíos de esta hora de la historia. Ése es el camino de la nueva evangelización. Es la fidelidad a la verdad de Cristo, y a la verdad del hombre que Cristo ha revelado, la que exige de todos los cristianos un testimonio y un compromiso decidido a favor del hombre, de la vida, del valor trascendente de la persona en todas las circunstancias. La misma verdad exige de los cristianos una implicación positiva en todas las realidades de la vida social, para trabajar en ellas junto con todos los hombres que buscan sinceramente un mundo más humano, y para aportar en ellas con sencillez y valentía la novedad de Cristo, esto es, el reconocimiento de la dignidad y el valor sagrados de la persona humana.

IV. Una comunión que invita todos a la amistad
 14. Os anunciamos a Jesucristo “para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,3). Al anunciaros a Jesucristo, os invitamos a una comunión nueva con nosotros. En primer lugar os lo anunciamos a los creyentes, hijos de la Iglesia. Creer en Jesucristo es, ante todo, acceder a esa vida nueva de la que ya hemos hablado, que puede ser descrita como vida en comunión. Decir comunión es decir don, regalo. La comunión es ese modo de vida en el que uno no busca ante todo su propio interés, sino el bien de los demás. La comunión es el modo de vida de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el que nos han introducido el amor del Padre, la gracia de Jesucristo porque somos testigos de esa vida nueva, que sólo nace de Dios, que es comunión con Dios, y que, precisamente porque es comunión con Dios, y participación por gracia en la vida misma de Dios, permite amar a todos los hombres y a todas las cosas como Dios los ama.
 La comunión con Dios que nos ha sido regalada en Jesucristo abre el corazón al horizonte del mundo. En realidad, nuestra experiencia de lo que Dios ha hecho en nosotros nos lleva a desear apasionadamente y a trabajar porque la forma de vida de todos los hombres y de todos los pueblos sea la amistad, por encima de las barreras y de las divisiones que por el pecado tendemos siempre a crear entre nosotros, de mil formas y con mil razones. Esa amistad es una realidad posible. Es una amistad que s abre y se extiende continuamente, que reconoce la verdad y el bien de que es portadora toda persona y toda cultura, que aprecia la razón y la libertad de todos, que facilita la búsqueda libre y honesta del bien común, y la cooperación de todos a ese bien. Esa amistad es posible, lo sabemos, si todos nos acercamos al dios de la misericordia, amigo de los hombres.
 15. Por eso también deseamos, y pedimos al Señor, que nuestro anuncio pueda llegar a quienes, por una razón o por otra, han perdido la fe, o se han alejado de la vida de la Iglesia. Muchos de vosotros decís creer en dios, o valoráis el mensaje y la persona de Jesucristo como algo sublime, pero no estáis en la comunión de la Iglesia. “No creemos en la Iglesia”, decís. Tal vez porque nosotros mismos parecemos a veces dar más importancia a sus aspectos más exteriores, a costa del misterio del que la Iglesia es portadora: la compañía y el amor de Dios al hombre concreto, a cada hombre, en el camino de la vida. O tal vez porque la falta de fe, de esperanza, o de misericordia y de amor de quienes nos decimos cristianos os ha escandalizado. ¡Cuántas veces nuestra vida oculta el rostro de Cristo, en lugar de revelarlo! ¡Cuántas veces lo niega, en lugar de proclamarlo! Y, sin embargo, a pesar de todas nuestras debilidades, y a pesar de nuestra falta de comunión, Cristo está en medio de nosotros, en su Palabra y en los sacramentos, y no deja de suscitar en la Iglesia personas en las que resplandece la presencia de Dios, y su amor por lo hombres. En esas personas está la esperanza del mundo.
 Quisiéramos también que nuestro pregón llegase a los no cristianos, a quienes no conocen a Cristo. Con un respeto grande por vuestras respectivas tradiciones religiosas, queremos deciros que no somos enemigos vuestros, sino hermanos y amigos. Que Dios, tal y como nosotros le hemos conocido en Jesucristo, es compasivo y misericordioso. Más aún, Dios es el Amor mismo, y en eso muestra su infinita grandeza y su trascendencia sobre el mundo. “Dios es Amor, y todo el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Por eso, porque Dios es Amor, “todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7). Nuestra ley, por eso, tiene como núcleo el amor, a todos y a todo. El Espíritu de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por la fe en Jesucristo, es quien nos hace posible vivir esa ley, esto es, vivir como “hijos de Dios” (Rm 8, 14-27;Ga 5, 16-26). Y aunque muchas veces nuestra vida no corresponde a ese don que nos ha sido hecho, sabemos con certeza que un mundo verdaderamente humano sólo puede construirse sobre el amor entre los hombres, que nace del reconocimiento de Dios, de la fe y la esperanza en Dios, y de los caminos de misericordia de Dios con los hombres. Un mundo verdaderamente humano lo construyen sobre todo los hombres de Dios.
 Pero también nuestro testimonio se dirige a quienes no creen en Dios. Comprendemos vuestras razones, en las que nosotros mismos, los pastores de la Iglesia, y los que nos decimos cristianos, no estamos exentos de una grave responsabilidad. Sobre todo, cuando hemos comprendido la fe como si fuera una ideología, o cuando la hemos puesto al servicio del poder o de intereses humanos. Pero, asumiendo esa responsabilidad, queremos deciros que Dios no es en absoluto enemigo del progreso humano auténtico, ni de la razón ni de la libertad, sino todo lo contrario: Dios es la fuente misma de una humanidad justa y verdadera. Y la historia dolorosa de nuestro siglo lo pone claramente de manifiesto. Pues cuando se ha tratado de construir sistemáticamente una sociedad sin Dios, aun en nombre de ideales justos, el intento se ha vuelto siempre tr&
aacute;gicamente contra el hombre, y se ha sembrado la historia de injusticias y de violencias sin cuento. Y es que sólo Dios “es el fundamento verdadero de una ética absolutamente vinculante” (Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo rei sociales, 38. Cf. También Encíclica Centesimus annus, 46: “Si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”), sin la cual palabras grandes como “justicia” o “solidaridad” se convierten fácilmente en palabras vacías.
 16. El Gran Jubileo del año 2000 es para todos, cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, una gran ocasión de gracia. Para los cristianos, y ahora nos dirigimos específicamente a vosotros, fieles cristianos de Andalucía, pueblo cristiano de Andalucía, heredero de una tradición tan rica de mártires y de santos, el Jubileo es la ocasión de una nueva conversión a Jesucristo. Es Dios mismo quien nos llama a ello en este tiempo de gracia. En la tradición de los jubileos compostelanos, se llamaba al Año Santo “el año de la gran perdonanza”. Dios quiere, en este tiempo de gracia, “enseñarnos” de nuevo sus caminos, y que caminemos por sus senderos”, para que “se transformen las espadas en arados, y las lanzas, en podaderas” (Cf. Is 2, 3-4). La conversión a Dios, tal y como Dios se nos ha revelado en Jesucristo y se nos ha transmitido en la fe de la Iglesia, en su tradición y en su magisterio vivos, es sin duda el bien más grande que los cristianos podemos hacer a los hombres y a la sociedad. Y es un bien que el mundo de hoy reclama de nosotros, y que tiene derecho a pedirnos. Por ello, el Jubileo es para nosotros la ocasión un nuevo descubrimiento del tesoro de la fe y de la vida cristianas, en toda su belleza y su verdad, para que pueda reflejarse y comunicarse en nosotros con más transparencia el rostro de Cristo, el Redentor del hombre. Y por ello también, el Jubileo es para todos nosotros, pastores y fieles, la ocasión de una gran misión, de retomar el testimonio y el anuncio de Jesucristo como la tarea de la vida, de modo que el mundo pueda volver a encontrar, en esta encrucijada de la historia, caminos de humanidad y de esperanza.
 17. En cuanto a los no creyentes, os pedimos con humildad y respeto, más aún, con afecto, porque somos compañeros en el drama de la historia, que consideréis seriamente como una posibilidad para vuestra vida la hipótesis de la fe. Si la fe no os parece cierta, conceded que tampoco lo es la increencia. Y si no os sentís del todo confortables con vuestra increencia, comenzad a buscar. Buscad la verdad. Buscad los signos de ella, en vuestro corazón, entre los hombres, y en toda la realidad. Deseadla, que Dios no deja de escuchar ese deseo, y nunca abandona a quienes le buscan con sencillez de corazón. La filósofa Edith Stein, recientemente canonizada por Juan Pablo II, consideraba el anhelo de la verdad como una forma singular de oración (Cf. M . Teresa Renata del Espíritu Santo (Posselt), Edith Stein, una gran mujer de nuestro siglo, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1998, 98). Y refiriéndose a la muerte de su maestro, el filósofo Edmund Husserl, escribía: “He estado siempre muy lejos de pensar que la misericordia de Dios se redujese a las fronteras de la Iglesia visible. Dios es la verdad. Quien busca la verdad busca a Dios, sea de ello consciente o no” (Edith Stein, “Carta 249, a Sor A. Jaegerschmid, del 23 de marzo de 1938”, en Autorretrato epistolar (1916-1942), Ed. de Espiritualidad, 1996, 297). Así pues, no neguéis de antemano esa posibilidad que atisba la razón e intuye el corazón al término de cualquier búsqueda auténticamente humana, ya que, como ha escrito un poeta contemporáneo, “todas las cosas llevan escrito: «más allá» (Eugenio Montala, “La agave en el escollo”, en Huesos de sepia, Alberto Corazón, ed., Madrid, 1975, 105).

V. Llamada a los jóvenes
 18. Nuestro testimonio y nuestro anuncio, se dirigen de un modo especial a los jóvenes. Vosotros vais a configurar el mundo en los primeros pasos del próximo milenio. Vosotros tenéis en el corazón un gran ideal, un irreprimible anhelo: que la vida sea algo grande y bueno, que no defraude. Deseáis que vuestra persona, vuestra vida y vuestras inquietudes sean tomadas en serio, sean queridas por sí mismas, y no sólo por lo que podéis ganar, producir, o consumir. Deseáis que el mundo sea un lugar amable donde los hombres seamos amigos, y nos ayudemos unos a otros a recorrer el camino de la vida. Deseáis que crecer no sea sinónimo de hacerse escéptico y de tener que matar o censurar los anhelos más nobles del corazón. Todos esos deseos configuran la existencia humana, son su señal más característica. Por eso la infancia la juventud no deberían acabar nunca, deberían permanecer siempre. Pero acaban. Y no porque pasen los años, ya que todos conocemos personas con muchos años en quienes la esperanza está intacta, sino porque el mundo que hemos hecho los hombres, la cultura que hemos construido entre todos, muchas veces no os hace fácil mantener vuestro ideal.
 Con demasiada frecuencia, el mundo en que vivimos, que os da tanta información sobre tantas cosas, que os ofrece tantos sucedáneos baratos de la felicidad y de la libertad, deja sin respuesta las preguntas más importantes y urgentes. No os ayuda a reconocer el significado de la vida, ni os acompaña a entrar en la vida adulta, que consiste en afrontar la realidad de un modo que no destruya la esperanza. No os facilita el reconocimiento de vuestra dignidad como personas y de vuestra vocación. Os deja solos, porque no le interesáis  vosotros, ni vuestra esperanza, ni vuestra alegría. A veces, el desinterés se da hasta en la misma familia, ese lugar que Dios ha creado para que el hombre pudiera experimentar lo que vale ser querido por uno mismo, y así adquirir la clave más decisiva para orientarse en la vida, y para reconocer a Dios. Por eso tantos de vosotros, a pesar de vuestros pocos años, vivís ya en l tristeza y en la desesperanza, o tratáis de buscar un alivio a vuestra inquietud en el alcohol o en la droga, o en el sexo irresponsable, o en la violencia, que os terminan destruyendo. Algunos de los graves problemas sociales que hemos señalado más arriba os dificultan aún más el poder acometer con gusto la tarea de vivir: la inestabilidad de la familia, sobre todo, pero también la falta de perspectivas de futuro, y la falta de trabajo.
 19. A pesar de todas estas dificultades, o precisamente por ellas, os queremos decir que la vida no tiene por qué consistir en engañarse a uno mismo; que hay una alegría que no nace de evadirse de la realidad, y una esperanza que no es ilusión, y un amor que no es interés disfrazado. Que hay una verdad como una roca, sobre la que puede construirse una casa –la vida–, sin que los vendavales, las tormentas o las lluvias que inevitablemente azotan la casa con el tiempo terminen por echarla abajo (Cf. Mt 7, 24-27).
 Esa roca es Jesucristo. Él es “el Camino, la Verdad y la
Vida” (Jn 14,6). Él os ama a cada uno, como sois, sin condiciones ni límites. Él ha venido por cada uno de vosotros, “para que tengáis vida, y vida abundante” (Jn 10, 10). Él hace que todo tenga sentido, y que las cosas puedan situarse en la vida en su lugar adecuado. Hasta el mal y el pecado, y la muerte, que ya no son, gracias a Él, el destino inevitable de la vida humana. En Él se ha revelado el amor infinito de Dios por el hombre, por cada uno de los hombres, por cada uno de vosotros. En Él se ha revelado al dignidad de nuestra vida, nuestro verdadero destino, y se nos hace posible realizar ya aquí en la tierra la verdad de nuestra vocación: vocación a la verdad, al bien y a la belleza; vocación a la amistad y al amor que no pasan. Gracias a Él, es posible vivir con una razón adecuada a la realidad, a pesar de la fatiga y el esfuerzo que vida lleva consigo. Y es posible estudiar y trabajar con gusto, y luchar con ahínco por un mundo que corresponda más a la verdad del hombre. Gracias a Él, la vida entera se convierte en una misión.
 20. Queridos jóvenes, haciéndonos eco de las palabras que ese gran amigo vuestro que es Juan Pablo II dijo en la Eucaristía inaugural de su pontificado, y os ha repetido después tantas veces, nosotros os decimos hoy: ¡No temáis! ¡No tengáis miedo a Cristo! Al contrario, ¡Abridle vuestra vida, vuestra mente, vuestro corazón, vuestros ámbitos de estudio o de trabajo, vuestras alegrías y vuestros sufrimientos, vuestras relaciones y vuestros amigos, para que podáis experimentar el gusto por la vida que tienen los que son de Cristo! Es posible que el cristianismo os parezca a muchos una cosa aburrida y triste, o un conjunto de ritos incomprensibles o de normas extrañas y curiosas que vienen a hacer la vida más difícil de lo que ya es en sí. Os podemos asegurar que no es así, que esa imagen es una deformación terrible del cristianismo. Tal vez los cristianos hemos dado esa impresión en ciertos momentos de la historia, o todavía la damos a veces hoy, pero entonces lo que veis no es el cristianismo, sino unos pobres sustitutivos moralistas o formalistas de la fe. Casi una señal cierta de una fe raquítica, débil. Quienes hemos tenido la gracia inmensa de conocer a muchos cristianos verdaderos, os podemos asegurar que Jesucristo es una fuente inagotable de gusto de vivir, de amistad y de alegría. Cuanto más unido está uno a Cristo, cuánto más vive uno de Cristo y para Cristo, más grande es el amor por la vida, la gratitud por ella y por todas las cosas buenas que hay en ella, y más indestructibles el gozo y la esperanza.
 Por eso, porque deseamos vuestra esperanza y vuestra alegría, y porque “nosotros hemos visto con nuestros ojos, y hemos tocado con nuestras manos el Verbo de la Vida” (Cf. 1 Jn 1,3), os invitamos a abrir vuestra vidas a Cristo. Y si nos preguntáis que dónde es posible encontrar a Cristo vivo hoy, como una ayuda concreta para la vida, que no sea una ilusión o una fantasía, una abstracción en forma de reglas y normas, o un mero recuerdo de alguien que vivió hace dos mil años, os aseguramos que Cristo puede ser encontrado hoy en su Cuerpo, que es la Iglesia.
 Sí, esta Iglesia concreta, cuya cabeza es el Papa Juan Pablo II, y de la que nosotros somos pastores junto con él, es hoy el Cuerpo de Cristo. Como su humanidad, su “cuerpo”, hacía visible “el Verbo de la Vida” durante su ministerio terreno, hace dos mil años, así la Iglesia lo hace visible hoy para los hombres de todas las razas y de todos los pueblos. Purificado por los sacramentos del bautismo y la penitencia, alimentado con la Eucaristía, vivificado por el Espíritu Santo de Dios, ese pueblo que es la Iglesia, a pesar de todas sus debilidades, es portador de Cristo, hace presente a Cristo a lo largo de la historia. En ese pueblo están, indefectiblemente, su palabra y sus sacramentos: es decir, está su gracia, su feraz redentora. En él se da también esa inefable comunión y ese amor que cambian la vida de quien sigue la vida de la Iglesia con sencillez. Y por eso, en él no dejan de florecer innumerables hombres y mujeres que ponen de manifiesto de mil modos, en mil circunstancias diversas, cómo Jesucristo hace posible al hombre vivir plenamente la vedad de su vocación. “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (M 28,20), ésa fue la promesa del Señor. Y nosotros somos testigos de que esa promesa se cumple.
 21. “Venid y veréis”, les dijo Jesús a Juan y Andrés, los primeros que se acercaron a él por indicación de Juan el Bautista (Cf. Jn 1, 35-39). Ellos también buscaban, acaso sin saber muy bien lo que buscaban. Buscaban su felicidad, buscaban a Dios. Oyeron al Bautista hablar de Jesús, y llamarle “el Cordero de Dios”. Y se fueron tras él. “Maestro, ¿dónde moras?”, le preguntaron. “Venid y veréis”, respondió Jesús. Muchos años después, el Evangelista S. Juan se acordaba todavía de la hora de aquel encuentro decisivo, el más decisivo de su vida, y el más decisivo para la historia del mundo. “Fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde”. Al día siguiente, les contaban a sus amigos que habían encontrado al Mesías.
 Lo mismo os decimos a vosotros, queridos jóvenes. “Venid y veréis”. Acercaos, probad seriamente a vivir la vida de la Iglesia. En el fondo es muy sencillo. Los signos de la redención están muy cerca de vosotros. Abrid los ojos, estad  atentos a las personas de fe viva y verdadera que hay en vuestro entorno. El Espíritu Santo no deja de renovar las comunidades de la Iglesia y de suscitar en su seno nuevos carismas, formas y estilos de vivir la misma fe. No temáis uniros a aquellos lugares sonde el espectáculo de la fe vivida os provoque una claridad, un gusto y una alegría mayores, según vuestras circunstancias, vuestra historia y vuestro temperamento personal. Así podréis experimentar cómo Cristo cambia la vida y la llena de gozo. Como para Juan y Andrés, y como para tantos otros después, hasta nosotros, el encuentro con Cristo es a la vez lo más grande y lo más natural. Lo más decisivo y lo más inesperado. Y a la vez lo más sencillo, lo más humano.

VI. Súplica y esperanza.
 22. En esta hora de la historia del mundo tenernos una gran esperanza, porque el amor de Dios al hombre ha vencido y a en Cristo al pecado y a la muerte, y esta victoria se hace patente en el cambio humano de todos aquellos que acogen mediante la fe la salvación de Cristo. La desorientación cultural y moral que tantas veces domina nuestro tiempo, así como los signos de muerte que en él se manifiestan, no pueden oscurecer esta certeza que la Iglesia presenta hoy al mundo.
 El gozo de conocer a Cristo, la conciencia de las necesidades de los hombres y el propio mandato del Señor, nos apremian a la misión en este umbral del año 2000. Y el apremio que sentimos como pastores, deseamos comunicarlo a todos los miembros del pueblo de Dios. La misión consiste en proponer entre todos los ámbitos de nuestra sociedad la experiencia de humanidad nueva qu
e nosotros vivimos ya en la Iglesia.
 Vivamos nuestra fe al aire libre, ofreciéndola con humildad a todos, conscientes de que a través de nuestra humanidad, con toda su debilidad y su pobreza, es dios quien se acerca a los hombres para saciar su sed y curar su heridas. A Él nos dirigimos en esta hora, suplicándole que haga brillar su amor hacia todos los hombres a través de la fe de su Iglesia y del ímpetu de su caridad. No ignoramos la profundidad de los desafíos que se presentan a nuestra sociedad  en los umbrales del siglo XXI, ni la confusión que extravía tantas conciencias, ni la malicia y el poder de algunas fuerzas que actúan en el mundo. Y, sin embargo, sabemos que en la fe vivida por los cristianos se encuentra, hoy como ayer, la prenda de la esperanza de los hombres.
 23. Queremos concluir este mensaje con la mirada puesta en la Virgen María, la Madre del Redentor, a través de cuya acogida y fidelidad se ha comunicado en la historia la plenitud del don de Dios. En ella encontramos la clave de la verdadera sabiduría humana, la que reconoce al Dios de la vida y no se resiste a su abrazo. En ella reconocemos la verdadera libertad que engrandece al hombre, porque diciendo sí a la iniciativa de dios, comprueba las maravillas que Él hace en su vida. En ella descubrimos el amor maternal, cuya fidelidad acepta la prueba de la oscuridad y el sufrimiento. Bien sabemos cuántos la invocamos en Andalucía con tantas y tan hermosas advocaciones, que también nosotros fuimos confiados por el Señor a su maternal cuidado, al pie de la cruz.
 A ti, Madre del Salvador nos dirigimos, pidiéndote que hagas crecer nuestra fe, esperanza y caridad, para que la contemplarlas los hombres comprendan cual es el gozo y la plenitud que tu Hijo ha traído para todos los hombres. Acuérdate de los enfermos, de los pobres y los marginados, de los que se hunden en el aburrimiento, la desesperanza y la falta de sentido, de los que han sido seducidos por la droga o por la violencia. Que todos ellos puedan encontrar la salvación de tu hijo a través del abrazo de su Iglesia.

1 de noviembre de 1998, Solemnidad de Todos los Santos.

 + Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla, + Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo de Granada, + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga y Melilla. + Rafael Bellido Caro, Obispo de Jerez., + Ignacio Noguer Camona, Obispo de Huelva. + Santiago García Aracil, Obispo de Jaén. + Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería. + Francisco Javier Martínez Fernández, Obispo de Córdoba. + Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta. + Juan García-Santacruz y Ortiz, Obispo de Guadix-Baza.

Nota de los Obispos del Sur de España ante las próximas elecciones

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"POR SUS FRUTOS LOS CONOCERÉIS"

Votar con realismo y en defensa de la democracia
1. No han pasado dos años desde que nos dirigimos a los andaluces y, de forma especial, a los católicos, para recordarles su deber de ejercer, libre y responsablemente, su derecho al voto. La ocasión entonces fue la convocatoria de elecciones para la renovación del Parlamento Europeo y de la Comunidad autonómica de Andalucía. Ahora se nos convoca para renovar ese Parlamento andaluz y también para volver a elegir el de toda España.

Objetivos de esta nota
2. Casi todo lo que dijimos en nuestra nota de abril del año 1994 conserva plena actualidad para la presente ocasión y, por tanto, a ella nos remitimos. Decíamos entonces que el derecho al voto debe ejercerse con la mirada puesta en el bien común y no en estrechos intereses egoístas, personales o de grupo. Añadíamos que todos deben decidir su voto de forma coherente con su propia conciencia y los cristianos, además, de acuerdo con las exigencias específicas de su fe.
 En esta nueva nota deseamos subrayar principalmente estos nuevos aspectos:
– En primer lugar, que nuestro voto debe también servir para ampliar y robustecer la democracia y para evitar o corregir sus posibles desviaciones;
– En segundo lugar que, al decidir el voto, debemos atender, no sólo a lo que dicen los partidos, en sus programas y en la propaganda electoral, sino principalmente su forma de actuar en el pasado, desde el poder o en la oposición;
– Y, en tercer lugar, que también conviene que tengamos en cuenta la forma de comportarse los diversos partidos en la misma campaña electoral.

Destinatarios de nuestra palabra
3. Tenemos plena conciencia de que, en definitiva, el acto de votar debe ser el resultado de un juicio prudencial sobre el partido que más garantías concretas le ofrezca a cada cual, para la consecución eficaz de aquellos fines o metas que, según la propia conciencia, más contribuyan al servicio del bien común y, en el caso de los cristianos, más coherentes resulten con la concepción cristiana de la vida. No es, pues, nuestra intención dispensar a nadie de la elaboración de ese juicio prudencial, ni suplantar la intransferible responsabilidad de cada ciudadano de votar en conciencia.
 Entonces como ahora, nuestra palabra –apoyada en el mensaje de Cristo, en la enseñanza común de la Iglesia y en la prudente reflexión sobre la realidad– se dirige especialmente a los católicos andaluces, pero la ofrecemos también fraternalmente a todos los que deseen escucharla y dejarse iluminar, o incluso interpelar, por ella.

I. UN VOTO AL SERVICIO DE UNA MEJOR DEMOCRACIA
Posibles corruptelas de la democracia
4. Uno de los principales deberes de todos los ciudadanos consiste precisamente en procurar que la democracia no se desvirtúe, sino que, por el contrario, se perfeccione continuamente, evitando que quede reducida al ejercicio esporádico del derecho formal al voto.
 Hay, pues, que velar, de forma permanente, para que ese derecho al voto y el correlativo deber de influir realmente con él en las leyes, en el gobierno y, en definitiva, en el bienestar material y moral de España, no quede en la práctica desvirtuado por alguna de las corruptelas, que siempre amenazan a la democracia.
 La principal de ellas es el fenómeno al que se suele denominar “partitocracia”. La partitocracia aparece cuando el poder real y efectivo, que debe residir en el pueblo y emanar de él (cf. Constitución Española art. 2), se desplaza de hecho a los partidos (y, en la práctica, a sus líderes) y cuando los partidos, en lugar de servir para “la formación y manifestación de la voluntad popular” y actuar como “instrumento fundamental de participación” del pueblo, en el poder (id. Art. 6), se convierten en los verdaderos depositarios y detentadores de ese poder.
 Si el fenómeno de la “partitocracia” llega a alcanzar un determinado nivel crítico, la democracia se mantiene formalmente, pero despojada de casi todo su contenido real.
 La “partitocracia”, a su vez, propicia y suele estar acompañada de estas otras corruptelas:
– el desdibujamiento de la división de los poderes del Estado: Legislativo o Parlamento, Ejecutivo o Gobierno y Judicial,
– la inoperancia de los sistemas de control democrático,
– el sometimiento por el poder de los grandes Medios de Comunicación Social, principalmente los públicos,
– la invasión de una buena parte del entramado social (sindicatos, asociaciones, etc.) desde el aparato del Estado.

Una concepción más plena de la participación democrática.
5. En una democracia, el derecho y el deber de intervenir y participar activamente en la continua mejora de la vida pública es una tarea de todos y de todos los días ,que no debe reducirse al acto de depositar nuestro voto en una urna cada varios años. Como nos recuerda el Vaticano II, una verdadera democracia debe ofrecer además a todos los ciudadanos, “sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades efectivas de tomar parte libre y activamente:
– en la fijación de los fundamentos jurídicos de comunidad política,
– en el gobierno de la cosa pública,
– y en la determinación de los campos de acción y de los límites de las diferentes instituciones” (Gaudium et Spes 75).

Todos somos responsables
6. Verdad es que todo ello está básicamente recogido de forma satisfactoria en nuestra constitución, pero eso no basta. Hay además que vigilar para que la letra y, sobre todo, el espíritu de los preceptos constitucionales, no se convierta poco a poco en letra muerta, por medio de algunas de esas corruptelas antes indicadas.
 Para evitar dichas desviaciones y otras semejantes ni siquiera basta siempre el control ejercido por el Poder Judicial, ya que a veces determinadas formas incorrectas de actuar desde el poder no son claramente anticonstitucionales, o no están tipificadas como delitos, aunque el más elemental sentido ético las rechace con toda razón. Por tanto, todos somos responsables de la buena salud de nuestra democracia.
 En este contexto deseamos mostrar una vez más nuestra estima por todos aquellos, que con este espíritu de servicio al bien común, se dedican al noble ejercicio de la política, ya sea desde el poder, ya desde la oposición.
 E igualmente deseamos expresar nuestro reconocimiento a los que contribuyen a la defensa y mejora de la misma democracia, con un ejercicio libre del derecho a informar y opinar, con tal de que lo ejerzan con veracidad, sin calumniar a nadie, sin arbitrarias e injustas generalizaciones y con el debido respeto a todos.

Importancia del voto
7. el que, como acabamos de afirmar, la democracia nunca deba reducirse al derecho al voto, no resta importancia launa a ese fundamental derecho, que constituye la palanca más eficaz de participación, incluso para el mantenimiento y perfeccionamiento de una efectiva democracia. De ahí deriva precisamente el grave deber de ejercerlo siempre, salvo en verdaderos “casos–límite” de abstención testimonial, de que ya tratamos en nuestra citada nota.

II. ATENDER A LAS OBRAS MÁS QUE A LAS PALABRAS
Lecciones de la experiencia
8. A la hora de valorar y comparar la idoneidad de los diversos partidos para la realización efectiva de las metas que cada ciudadano considere más convenientes, no basta con atender a sus programas y, mucho menos, a las promesas que nos hagan en la campaña electoral.
 La experiencia nos enseña que a veces en la campaña se silencian los aspectos más impopulares del propio programa, insistiéndose en cambio en los más demagógicos, si es que no se reduce dicha campaña a algunas generalidades y a descalificaciones del adversario.
 También nos enseña la experiencia que no todos los partidos cumplen siempre sus programas y sus promesas electorales. Tampoco faltan razones para sospechar que, en algunos casos, no se pensó en cumplir esas promesas, que fueron y, por tanto, pueden seguir siendo utilizadas por algunos partidos como simples” slogans” propagandísticos y como recursos demagógicos para obtener votos.
 Hoy día, además, tras la reciente y profunda crisis de las ideologías, ni siquiera las tradicionales siglas de identificación y adscripción (Liberalismo, Socialismo, Social–Democracia, Comunismo, etc), ni la clásica distinción entre “izquierdas” y “derechas” pueden servir de guía segura para orientar el voto. La razón estriba en la posibilidad de que esas “grandes palabras” sean manipuladas como simple señuelo para la captación de votos.
 Ese peligro puede llegar al extremo si –en el límite de la partitocracia– un partido se convirtiese en una mera maquinaria electoral al servicio de intereses inconfesables del grupo que logra instalarse en el poder (o del que aspira a apoderarse de él), para ejercerlo en su propio beneficio.

“Por su frutos los conoceréis” (Mt 7, 20)
9. Teniendo en cuenta esa compleja situación, resulta especialmente iluminadora esta advertencia evangélica: “por sus frutos los conoceréis”, que, aplicado a nuestro caso puede formularse así: “Hoy, a los partidos, no tanto hay que juzgarlos por sus palabras, sino principalmente por sus obras”.
 En efecto; en una democracia con algún rodaje y experiencia, como ya es la nuestra, a la hora de decidir de nuevo sobre nuestro voto, no nos podemos contentar con atender a los programas y a lo que se nos diga en la campaña. Nos deberíamos fijar especialmente en la trayectoria de los actuales partidos juzgándolos y valorándolos:
– por su veracidad y transparencia en anteriores campañas y, sobre todo, por la coherencia de su actuación posterior (desde el poder o en la oposición) con lo que prometieron en dichas campañas;
– por la efectividad de sus realizaciones;
– finalmente, también deberíamos tener muy en cuenta la honestidad (sobre todo pública, pero también privada) de sus dirigentes, la forma de reaccionar cuando se descubren en sus propias filas casos o sospechas fundadas de corrupción, su sometimiento o no a los normales controles democráticos y su disponibilidad a asumir, al menos, responsabilidades políticas de sus acciones u omisiones.

III. EL ESTILO DE LA CAMPAÑA ELECTORAL COMO CRITERIO DE VOTO
10. Otro criterio práctico para juzgar a los partidos y para orientar el propio voto es el de su comportamiento en la misma campaña electoral. Ya decíamos en nuestra nota anterior que también ella “ha de estar inspirada por valores éticos” y, particularmente, “por la defensa de la verdad, el respeto mutuo y la voluntad sincera de favorecer el ejercicio responsable del derecho y del deber del voto”, con exclusión del “engaño, la manipulación y la calumnia”.
 Ahora añadimos que, para un observador profundo, el comportamiento de los diversos partidos y de sus líderes en la próxima campaña electoral también puede ser un buen indicador de su calidad ética.
 Para valorarla aconsejamos prestar atención a los aspectos que señalamos a continuación.

Remedios concretos que proponen los partidos para los grandes problemas del momento
11. Ante todo debemos fijarnos en e le tiempo y en el esfuerzo que dedican los distintos partidos a explicar clara y serenamente los puntos fundamentales de su programa y, en particular, los remedios concretos que proponen para resolver eficazmente (con medidas legislativas y de gobierno) los principales problemas del momento. De entre ellos destacamos los siguientes:
– el paro (sobre todo, el de larga duración y el juvenil), como gran drama personal y familiar y como factor desintegrador de la sociedad y que en Andalucía alcanza niveles especialmente preocupantes;
– el terrorismo, al que hay que hacer frente con realismo y energía, pero, a la vez, con pleno respeto a las normas propias de un Estado Democrático de Derecho;
– la corrupción y otras conductas colectivas intolerables, que deben ser corregidas y castigadas, una vez que sean convenientemente probadas y sin caer en generalizaciones injustas;
– el desarraigo de muchos jóvenes, fuente a su vez de la violencia juvenil y de las drogas;
– la tendencia a dejar sin defensa el más esencial de los derechos humanos –el derecho a la vida–, cuando éste afecta a los seres más débiles de la sociedad: los niños no nacidos y los ancianos; e, igualmente, el insuficiente reconocimiento del derecho a una plena libertad de enseñanza;
– la degradación moral del ambiente, con sus repercusiones en las costumbres, y los mensajes moralmente empobrecedores, que se van imponiendo poco a poco en la sociedad, con la complicidad –por acción u omisión– de muchos y que son las raíces últimas de algunos de los males arriba indicados.

Sinceridad en la exposición de los remedios
12. También conviene fijarse en la sinceridad de los diversos partidos a la hora de exponer, sin engaños ni escamoteos, los inevitables sacrificios y costes sociales que a veces exigirá, al menos a corto plazo, la obtención de determinadas metas colectivas, p.e. la plena integración en el sistema monetario europeo.

Honestidad en la crítica política
13. Finalmente, el mismo tono de la campaña y la forma de criticar al adversario. Verdad es que, en la confrontación política propia de una sociedad pluralista, dicha crítica –ya se dirija a los programas, ya a las conductas políticas– es legítima e incluso necesaria, pero con tal de que sea justa y honesta, respetuosa y moderada, y no contribuya a la creación de un clima de crispado enfrentamiento, que dificulte seriamente el diálogo social o evoque peligrosamente fantasmas del pasado.
 La crítica debe siempre basarse en argumentos sólidos y, cuando afecta a las conductas, debe además marcar con toda claridad la distinción, por un lado, entre lo cierto y lo sólidamente probable y, por otro entre lo que implica delito o deshonestidad personal y lo que sólo apunta a una responsabilidad política por acción u omisión.
 En toda hipótesis, siempre se han de excluir el insulto personal, las insinuaciones malévolas y, más aún, la calumnia y la generalización indiscriminada (la llamada “táctica del ventilador”), que puede ser tan maliciosa como la misma calumnia.
Nuestro propósito
14. Al publicar esta nota, como Pastores del Pueblo de Dios en Andalucía, nuestro único propósito es cumplir lo que Vaticano II nos dice sobre la misión de la Iglesia: “fomentar y elevar todo cuanto de verdadero, de bueno y de bello hay en la comunidad humana y consolidar la paz en la humanidad para gloria de Dios” y tender siempre a formar en el seno de la comunidad política “un tipo de hombre culto, pacífico y benévolo respecto de los demás, para provecho de toda la familia huma” (Gaudium et Spes 76 y 74).

Huelva, a 9 de enero de 1996.

Primer Congreso de la Educación Católica en Andalucía. Comunicado de los Obispos del Sur de España

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La celebración del I Congreso de la Educación, organizado por el Consejo Interdiocesano para la Educación Católica en Andalucía, tendrá lugar en Sevilla el próximo mes de febrero de 1996.
Es una iniciativa que nos invita a participar para poner en común los principios pedagógicos y jurídicos en los que se inspira y sustenta en proyecto educativo, las nuevas exigencias que plantea el momento que vive la sociedad y el avance de las ciencias de la educación; sin olvidar una sincera revisión de nuestro trabajo y el renovado afán por incrementar la unidad y cooperación.
Este Congreso ha de situarse en el camino de la nueva Evangelización, con especial atención a la cultura y a la transformación de la sociedad mediante el quehacer y servicio educativo a la familia, a los niños y a los jóvenes, siguiendo la mejor tradición de la historia de Andalucía enriquecida con el testimonio de tantos padres y maestros, entre ellos santos y fundadores, que han de seguir siendo estímulo para otros educadores que hagan de su vida una entrega generosa a la educación de nuestro pueblo.

Camino de esperanza
La educación de las nuevas generaciones es un capítulo permanente de nuestra dedicación como pastores de la Iglesia en Andalucía.
La educación no puede renunciar a ser un camino privilegiado para construir la esperanza. Una educación empeñada ante todo, en capacitar a los jóvenes para afrontar con lucidez y entrega la tarea de vivir. Sólo la atención al bien de la persona puede sostener y alentar la entrega de padres y educadores al servicio de la educación integral de los hijos y de los alumnos por encima de cualquier otro interés.
El sistema escolar no puede olvidar a la persona y ocuparse principalmente de su rentabilidad productiva. El camino de esperanza ha de llevar dentro un sano espíritu de crítica. La vida de la sociedad, con sus luces y sus sombrar ha de ser, permanentemente, punto de referencia en esta revisión. Conviene no olvidar los aspectos morales en estos momentos en los que la corrupción de la libertad es una amenaza para la vida económica y política.

Unidos para educar

La educación en Andalucía necesita, cada vez más, una convergencia de esfuerzos e ilusiones con el sólo objetivo de promover la formación integral de los niños y jóvenes, ofreciéndoles un horizonte acorde con su dignidad. Un horizonte en el que los valores del espíritu inspiren y sostengan la vida personal, familiar y social.
Una nueva conciencia de la importancia de la educación ha de favorecer una mayor responsabilidad y dedicación de todos. Tenemos particularmente presente el papel de los hombres del pensamiento, de las artes y de la cultura. Ellos al poner sus talentos al servicio de la dignidad humana y de los valores del espíritu, contribuyen eficazmente a la humanización de la sociedad, y al progreso de los pueblos. También queremos señalar la necesaria sensibilidad de los gobernantes para ser capaces de interpretar y satisfacer los legítimos derechos de los ciudadanos en materia de educación.
No cabe duda del deber y derecho que corresponde a la Iglesia al servicio de la educación y su específica responsabilidad de evangelización en este campo y en el de la cultura. Ella se hace presente mediante la actividad de sus miembros y el servicio de sus instituciones.
Consideramos necesario crear una viva conciencia en el pueblo cristiano que valore la importancia de la formación integral y, concretamente, de la enseñanza religiosa escolar. Y a la vez que expresamos nuestra gratitud a los profesores de religión, les pedimos que pongan el mayor empeño y entrega en su labor, para que dicha enseñanza cumpla sus objetivos y responda eficazmente a las necesidades pedagógicas de los alumnos.
Finalmente invocamos a Cristo, Maestro de la vida, os invitamos a confiar en El, en sus palabras de vida eterna. No tenemos otro maestro. De El aprendemos la sabiduría y el amor a los hombres. Ponemos, una vez más, bajo la protección de María los afanes de cuantos viven entregados a la educación. En Ella encontramos siempre el estilo, el auxilio y el espíritu de la verdadera Evangelización.

Jaén 9 de octubre de 1995

Carta Pastoral Colectiva de los Obispos del Sur de España con ocasión del 25 aniversario de la Asamblea Regional

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ANDALUCÍA EN EL CAMINO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

INTRODUCCIÓN
 1. Se cumplen 25 años de la fundación de la Asamblea de los Obispos del Sur de España, formada por las Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, que a su vez abarcan las 10 diócesis de Andalucía, la de Cartagena, Canarias y Tenerife y hasta hace unos meses la de Badajoz.
 Todos los Obispos de la región, siguiendo los impulsos del Espíritu y las orientaciones del Concilio Vaticano II, decidieron constituir esta Asamblea el día 1 de Mayo de 1970 en Montilla (Córdoba), bajo el patrocinio de San Juan de Ávila. Por ello, en este 1 de Mayo de 1995, también junto a la tumba del apóstol de Andalucía, queremos ante todo dar gracias al Señor por esta experiencia gozosa y fructífera en el ejercicio de nuestro ministerio episcopal, al mismo tiempo que oramos por la perseverancia en esta acción colegial, unidos con los demás Obispos y con el Obispo de Roma en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz (LG 22).
 2. También con este motivo, queridos fieles de nuestras diócesis, deseamos conversar con vosotros sobre lo que esta experiencia ha significado en la vida de nuestras Iglesias y sobre las responsabilidades que en las actuales circunstancias debemos asumir para seguir el camino de la fidelidad.
 En primer lugar, dirigiremos nuestra mirada hacia atrás, para conocer con más profundidad los dones recibidos del Señor durante estos 25 años. Haremos un breve balance de preocupaciones, objetivos pastorales y logros alcanzados en el ámbito de nuestra Iglesia regional. Pero, enseguida, volveremos nuestro pensamiento al presente de la vida de nuestro pueblo, a sus gozos, angustias y esperanzas, fijando de modo especial la atención en aquellos que más sufrimientos soportan.
 Ello nos permitirá mirar al futuro con la confianza de quienes están decididos a aportar la luz del Evangelio a los diversos problemas de nuestra tierra, animados por el amor misericordioso y compasivo de Dios en Jesucristo que no abandona nunca a los hombres en su concreta situación histórica, pues ‘la Palabra de dios se hizo carne, y puso su morada entre nosotros’ (Jn 1,14).
 3. Os escribimos estas páginas teniendo siempre de fondo el programa y la inquietud por la llamada Nueva Evangelización. Todos sabéis que este programa de la Iglesia Universal nace mirando al jubileo del año 2000, año de gracia del Señor (Is 61,2), en el que se aspira a la emancipación de todos los necesitados de liberación y al establecimiento de la justicia como protección de los débiles, en reconocimiento creyente del señorío de Dios creados (TMA 12 y 13).
 Como pastores del Pueblo de dios queremos que resuene con nuevo ardor entre nosotros las novedad de la Buena Noticia: Dios nos ha salvado en Jesucristo y actúa constantemente su salvación en la Iglesia con la fuerza de su Espíritu. De modo especial, está junto a los débiles, los pobres y desvalidos, y llama a todos a vivir como hermanos en Jesucristo, a colaborar con amor y esperanza en las tareas de alcanzar la auténtica libertad de los hijos de Dios, contribuyendo a que surja una sociedad solidaria, liberada de las lacras económicas, sociales y morales que pesan sobre ella.
 Para esta nueva etapa del camino, contamos con la gracia del Espíritu que nunca falta a su Iglesia, con una historia cristiana de siglos que da solidez al presente, con la vida, el testimonio y la actividad apostólica de numerosos grupos de fieles, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares y con el convencimiento de que el aislamiento pastoral empobrece siempre y, en ocasiones, perjudica .
 Por ello hemos venido elaborando programas pastorales comunes para nuestras diócesis, coordinados desde la Secretaría General de la Asamblea. Los hemos ido revisando a lo largo de las 70 reuniones que nuestra Asamblea ha celebrado durante este tiempo, y es de justicia reconocer que han producido buenos frutos en los diversos sectores de nuestras Iglesias.
 4. Hemos deseado desde el principio que esta acción colegial, magisterial y pastoral, de los Obispos del Sur de España estuviese en plena sintonía con las importantes pautas de renovación eclesial que marcó el Vaticano II. El Concilio definió a la Iglesia como un Misterio de Comunión y Misión. Nuevo Pueblo de dios (LG 9), llamado a la tarea de una nueva evangelización adaptada a la nueva cultura (GS 44), para lo cual el Concilio dio un fuerte respaldo a la colegialidad episcopal (LG 22).
 Reconocemos que nuestra Asamblea, al renovar las estructuras pastorales de nuestras Iglesias desde una perspectiva regional, se adelanto de alguna manera a los profundos cambios sociales, políticos y culturales que se iban a producir en España y en nuestra región en los últimos decenios, especialmente la Autonomía Andaluza desde 1980. Muestra Asamblea ha contribuido a la creación de una conciencia colectiva entre los pueblos y las gentes del Sur de España.
 Desde esta experiencia de comunión eclesial, confiados en la presencia del Señor y en la corresponsabilidad consciente y generosa de todos los fieles, nuestras Iglesias están llamadas a participar en el esfuerzo por la nueva Evangelización con la perspectiva del tercer milenio cristiano y la celebración del Gran Jubileo del Año 2000 (TMA 17).

I. PROCESO Y RESULTADOS DE ESTOS 25 AÑOS.
 5. Consideramos oportuno repasar brevemente algunas de las actividades realizadas en estos años, para fundamentar sobre la realidad lo que hayamos de hacer en el futuro inmediato.

1. Consolidación y continuidad de la Asamblea.
 Ya en 1987 tuvimos el encuentro número 50, celebrado en la Rábida con especial solemnidad y participación de laicos, religiosos y sacerdotes de todas participación de laicos, religiosos y sacerdotes de todas las diócesis. A esa cincuentena de encuentros hay que sumar los tenidos desde 1987 hasta hoy, que han sido otros 20. Este considerable número de reuniones., dedicadas todas ellas a la convivencia fraterna, el estudio de la realidad pastoral de la región, y el diálogo con diversos responsables pastorales, confirman por sí mismo la importancia de esta Asamblea episcopal.
 Antes de señalar someramente lo que han sido los logros más significativos de estos veinticinco años, nos llena de gozo el recordar, en primer lugar, las dos visitas del Santo Padre a nuestras Iglesias en los años 1982 y 1993. En ellas el Papa recibió el calor de la sincera veneración de nuestro pueblo y nos ofreció un magisterio cercano sobre las necesidades concretas de nuestras comunidades.
 6. Además de las dos visitas del Papa a Andalucía nos hemos encontrado conjuntamente con él en las visitas ad límina de los años 1976, 1982, 1986 y 1991, la primera con Pablo VI y las tres siguientes con Juan Pablo II. Justo es reconocer aquí que esta cercanía del Obispo de Roma con nuestras Iglesias Diocesanas en tan breve espacio de años, es algo completamente nuevo en nuestra historia eclesiástica y sumamente enriquecedor. Independientemente de las enseñanzas recibidas, el hecho mismo de la visita papal común y de nuestras visitas ad límina, también comunes, han fortalecido el sentimiento de comunión eclesial y pastoral entre nosotros. Lo consideramos una gracia para nuestras diócesis.
 No podemos olvidar tampoco a los Obispos que en estos años han formado parte de nuestra Asamblea y de los que unos ya murieron, otros viven en situación de eméritos o pasaron a servir a otras diócesis. Igualmente recordamos a los sacerdotes, religiosos y religiosas de ida activa y contemplativa, como así mismo a la multitud de fieles anónimos. Todos, con su fe y testimonio, han mostrado el rostro visible de la Iglesia a través de este tiempo.
 Vaya nuestro agradecimiento a las instituciones de la vida interna de la Iglesia, a las familias católicas y a los seglares que prestan sus servicios en la educación, en las obras sociales y sanitarias, en el mundo laboral e industrial y en responsabilidades públicas. Con su adhesión al Evangelio de Jesús y con trabajo, bajo la guía del Espíritu, camina sin cesar la Iglesia.

2. Logros más notables.
 7. en una mirada retrospectiva a la historia de estos cinco quinquenios, descubrimos frutos muy positivos derivados de la creación y desarrollo de nuestra Asamblea. Queremos señalar y poner a la consideración de todos los que estimamos más valiosos para la vida de nuestras Iglesias.

Desarrollo progresivo de la colegialidad
 Cuando el Concilio Vaticano II subrayó la colegialidad del episcopado, estaba redescubriendo una realidad que, de diversas formas, siempre se había vivido en la Iglesia. Pero, al percibir con mayor claridad el hecho de la colegialidad, surgieron nuevas posibilidades y exigencias para la misión universal de los Obispos, más allá de los límites de su propia diócesis. La vinculación del colegio o cuerpo episcopal entre sí, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice (LG 22) es una de las enseñanzas más fecundas del Concilio Vaticano II. En nuestro caso, será justo afirmar que la Asamblea, nacida en los años primeros del Postconcilio bajo la sombra de San Juan de Ávila, ha sido y es una expresión concreta, como un reflejo entre nosotros, de esta colegialidad del episcopado de toda la Iglesia, entre sí y con el Obispo de Roma.
 8. Estos encuentros periódicos ha hecho más fecunda nuestra aportación a los Sínodos de Obispos y a las asambleas de la Conferencia Episcopal. De otro lado, nos sentimos confortados con estas reuniones, puesto que nos estimulan, hacen crecer la fraternidad y afecto entre nosotros, nos dan oportunidades de análisis de la situación social y religiosa, y nos facilitan la adopción de iniciativas pastorales. Estos beneficios alcanzan también al conjunto de nuestras Iglesias que son las destinatarias de una acción pastoral constante y solidaria.
 En efecto, esta expresión del afecto colegial se ha manifestado en diversas realizaciones que han producido efectos muy concretos. Nos referiremos a continuación a algunas de ellas que tienen como ejes el diálogo común con los diversos responsables diocesanos y religiosos, la notable publicación de documentos y la coordinación en las relaciones con la Administración Pública, especialmente con la Autonómica.

Conciencia regional
 9. Las innumerables iniciativas que la Asamblea ha impulsado entre sacerdotes, religiosos y laicos han sido un notable factor de desarrollo de la conciencia colectiva de la realidad andaluza, de la comunidad eclesial con sus carencias y riquezas, sus características y exigencias, y de las prioridades de la misión de la Iglesia en nuestra tierra.
 Tres factores han ayudado en esta percepción de los problemas y necesidades de las Iglesias y de la sociedad andaluza. Uno de ellos es el conjunto de documentos que hemos dedicado al análisis de nuestras Iglesias Diocesanas, de la religiosidad de nuestro pueblo, de la situación social, laboral y política de la región. Hay que añadir nuestra colaboración en la promoción de estudios científicos que han acercado nuestra sociedad y nuestra Iglesia desde el punto de vista de la historia y de las ciencias sociales.

Nuevos cauces de diálogo.
 10. El nacimiento de la Comunidad Autónoma y de sus órganos de gobierno abrió nuevas líneas de diálogo para la Iglesia. La Asamblea había nacido diez años antes con fines preferentemente intraeclesiales. Al servicio de estos fines se iban perfilando algunas estructuras de coordinación entre los servicios y sectores eclesiales.
 Con la Asamblea de los Obispos nacieron y se impulsaron cauces permanentes o periódicos de diálogo de los Obispos entre sí, y también de los diferentes sectores eclesiales a través de sus responsables diocesanos.
 Pero el diálogo con la Administración autonómica nos planteó inmediatamente la necesidad de creación y promoción de estructuras y organismos regionales que canalizaran las relaciones con los responsables públicos en materias como la educación, el patrimonio cultural, los servicios sociales, la atención religiosa en el mundo hospitalario, etc. Nacieron así nuevos cauces de diálogo intraeclesial y de relación de la Iglesia con la sociedad y la Administración.
 11. Sin embargo, no todos los sectores han tenido igual tratamiento en este aspecto. Unos sectores han tenido reuniones con nosotros en diversas ocasiones, pero no han sido institucionalizados. Otros aspectos de la vida de la Iglesia los hemos encomendado a la atención especial de un Obispo y de un responsable regional. Esta mínima estructura permite ayudarnos mutuamente, coordinar esfuerzos pastorales y ofrecer servicios comunes a personas e instituciones de manera habitual: así se ha hecho con la formación permanente del clero, los seminarios, el apostolado seglar, la liturgia, la catequesis y las relaciones con los institutos de vida consagrada.
 Con relación a la vida religiosa hay que reconocer el progresivo desarrollo de las relaciones mutuas. Además de la presencia permanente en la Asamblea del Presidente de la URPA, hemos tenido cinco encuentros con los Superiores Mayores.

Los organismos regionales
 12. Diversos motivos han impulsado el nacimiento de numerosas estructuras permanentes al servicio de la Iglesia en la región.
 Están en primer lugar, los Servicios de la Asamblea, con el Secretariado General y las Secretarías Técnicas de Enseñanza, de Pastoral Social y Sanitaria, y el Servicio para la información y medios de comunicación social (ODISUR). Este Secretariado, a través de la constante atención y dedicación de los dos Secretarios que lo han servido en estos 25 años, ha sido el motor de tan amplias y ricas iniciativas.
 Es esta una buena ocasión para decir una palabra de reconocimiento a los sacerdotes Don Juan Moreno y Don Antonio Hiraldo que, junto a tantos otros responsables permanentes y colaboradores ocasionales, han prestado un servicio inestimable a la Iglesia en nuestra región.
 13. Las Secretarías técnicas se ocupan de los aspectos que entran más ampliamente en las relaciones con la Junta de Andalucía. Estos servicios o secretariados cumplen a la vez una importante misión de animación y ayuda a la vida interna de la Iglesia.
 Por impulso directo del Secretariado han nacido también tres organismos regionales de coordinación y participación: Federación andaluza de Colegios diocesanos (FACEDIPA), Consejo Interdiocesano para la Educación Católica en Andalucía (CIECA) y Cáritas Regional de Andalucía.
 Diversos sectores religiosos o laicos han creado también estructuras semejantes de coordinación regional: Unión de Religiosos Provinciales de Andalucía (URPA), Federación de Religiosos de Enseñanza de Andalucía (FERE-A), Interdiocesana Andaluza del Movimiento Scout Católico, HOAC-Andalucía, JOC-Andalucía y Movimiento Junior.

Relaciones con la Comunidad Autónoma
 14. Los diversos convenios que hemos suscrito con el Gobierno Autónomo regulan las relaciones en materias de interés común. El seguimiento de los asuntos correspondientes, coordinado por el Secretario General, lo llevan diversas Comisiones mixtas. Son las siguientes: Junta de Andalucía-Obispos de la Iglesia Católica para el Patrimonio Cultural, Asistencia Religiosa en Centros Hospitalarios. Programas Confesionales Católicos en Canal Sur (RTVA). Enseñanza Religiosa Escolar, Servicios Sociales y Comisión Negociadora para el Equipamiento Religioso Católico.
 A través de la frecuente información de los Medios de Comunicación de la región y de las revistas especializadas, los numerosos encuentros, asambleas, jornadas y reuniones de comisiones y grupos, ofrecen una imagen visible de todas esta múltiples interrelaciones. Hay que destacar la dedicación y servicio permanente, o la colaboración ocasional, de muchas personas de todas las diócesis andaluzas; a ellos dedicamos una palabra de aliento para proseguir en los caminos emprendidos.

Magisterio pastoral colectivo.
 15. Un capítulo importante de la vida de la Asamblea ha sido el conjunto de escritos en los que hemos ofrecido un magisterio episcopal colectivo. En cuanto a la forma, estos escritos han sido muy variados: notas, declaraciones, exhortaciones, orientaciones, mensajes y cartas pastorales. Un total de 25 documentos en tan corto espacio de tiempo.
 Llama la atención también la amplitud, variedad y, en algunos casos, la importancia de los asuntos que han sido abordados. Entre estos asuntos han merecido la mayor atención los referentes a la realidad y vida de nuestras Iglesias diocesanas y a los pastores y fieles que en ellas trabajan: sacerdotes, catequistas, seminarios, educadores, etc. En varias ocasiones nos hemos acercado al análisis pastoral de la religiosidad de nuestro pueblo y sus diversas manifestaciones. Y con frecuencia periódica hemos estudiado las cuestiones sociales y los acontecimientos políticos significativos para la vida de nuestra región: emigración, paro, proceso autonómico, periodos electorales, etc.
 16. En todo este magisterio descubrimos varios centros de interés que han guiado nuestra enseñanza desde el principio. Un detenido estudio de los documentos podrá descubrir diversas constantes. Queremos señalar que siempre nos ha guiado el deseo de impulsar la vida de las Iglesias Particulares: el servicio a la evangelización, el amor a los más pobres, el desarrollo y progreso de los hombres y mujeres de nuestras tierras del Sur de España.
 Nos parece importante detenernos algo más en este punto y resaltar brevemente el contenido de estos documentos colectivos.

3. Los temas y asuntos más importantes
 17. La variedad de asuntos que han merecido la atención en estos 25 años de magisterio colectivo se pueden ordenar en cinco apartados muy concretos. La mayoría han sido considerados en diversas ocasiones, desde perspectivas complementarias o en ocasiones relativamente nuevas que pedían una nueva iluminación.

Las iglesias particulares
 18. En sintonía con la doctrina del Concilio que desarrolló la eclesialidad de la Iglesia particular, y para fomentar el sentido de pertenencia a la diócesis más acá del universalismo y más allá del parroquialismo, publicamos en 1980 uno de los documentos que juzgamos centrales: la carta pastoral sobre Las Iglesias diocesanas de Andalucía.
 Se cumplían entonces los diez años de vida de la Asamblea y más de una treintena de reuniones nos habían «enriquecido y estimulado». «A esa experiencia colegial debíamos en buena parte una mayor sintonía con los problemas de la región y un conocimiento más hondo del catolicismo andaluz». La carta impulsa una mayor comprensión de Iglesia diocesana en línea con la doctrina del Concilio Vaticano II y la nueva realidad de nuestra tierra.
 Dos acontecimientos significativos para la Iglesia en nuestra región nos llevaron a ahondar en aspectos concretos de la vida cristiana. En 1990, al iniciarse el IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz, ligado en vida y muerte a Andalucía, ofrecimos una Exhortación Pastoral Colectiva dedicada a los valores cristianos que el Santo reformador y místico vivió y nos trasmitió en páginas insuperables. En 1993, cuando preparábamos el 45 Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla y la segunda visita del Papa a la región, escribimos la Carta Pastoral Cristo, luz de los pueblos para poner de relieve las riquezas religiosas y pastorales de ambos acontecimientos.

Los sectores eclesiales
 19. Los sacerdotes y los seminarios, los catequistas y educadores cristianos han sido sectores de la Iglesia a los que nos hemos dirigido con documentos específicos. No han faltado otras referencias concretas a otros sectores en documentos generales.
 Ya en 1975, en plena crisis de transformación y de búsqueda de nuevos caminos, ofrecimos unas orientaciones a los seminarios de nuestra región. La formación sacerdotal en los Seminarios del Sur de España es una toma de postura clara en unos momentos especialmente complicados en este aspecto: concentración en los centros regionales, cambios académicos en los seminarios menores, formación en pequeñas comunidades, deseos de simultanear formación y trabajo profesional… Nuestras orientaciones trataron de iluminar todos los aspectos de la formación sacerdotal en las nuevas condiciones de los seminarios.
 20. En 1978 la Carta a los sacerdotes abordó unos problemas e inquietudes muy concretas propias de aquella época. Se cerraba una década que fue especialmente complicada en la vida del clero español. Hoy el clima de la vida persona ly pastoral de los sacerdotes ha cambiado mucho. Pero la reafirmación que hizo esta carta de los valores perennes del ministerio presbiteral, conserva su validez.
 Ya en 1973, ante las transformaciones socioculturales que influyen en la fe del pueblo, nos referimos en un breve mensaje al papel de padres, maestros, sacerdotes y religiosos en la educación de la fe: Los educadores cristianos. Más tarde, dirigimos un nuevo Mensaje a los profesores cristianos, reunidos en Málaga en su primer encuentro regional en 1988.
 En los quince años que median entre uno y otro ha aparecido una nueva situación de la enseñanza en nuestra sociedad que hacen muy importante la presencia de los profesores cristianos en la escuela privada y pública. Esta nueva situación nos llevó en 1980 a concretar en unas Líneas de acción para la pastoral educativa, un programa claro de actuación de los sectores de Iglesia en la educación.

El catolicismo popular
 21. «Hablar del «catolicismo popular», es tocar la realidad religiosa más vasta de nuestro pueblo y referirnos también a su fisonomía espiritual más entrañable. ¿Cómo no acercarnos a ella con respeto y con amor, incluso cuando el deber pastoral imponga la poda o la corrección? Siempre quedará a salvo el valor de un patrimonio inestimable, en el que anida la fe cristiana de millones de hombres y de mujeres. Plataforma privilegiada, las más de las veces, para lo que se ha llamado evangelizar y catequizar la religiosidad». Estas líneas escritas en 1975 como parte de la presentación del El catolicismo popular en el Sur de España sintetiza bien el tratamiento que hemos dado a la religiosidad popular constantemente.
 Este «documento de trabajo para la reflexión práctica pastoral», planteaba ya en el final del primer quinquenio de vida de la Asamblea un tema tan importante entre nosotros por su amplitud y profundidad. (Casi simultáneamente aparecía la Exhortación Evangelii Nuntiandi en la que Pablo VI se refirió de modo admirable a la piedad popular y a su valor evangelizador). Este es uno de los documentos más estimables del conjunto de escritos colectivos que, después de 20 años, conserva su importancia clarificadora y orientadora.
 22. Con todo, diez años después nos referimos de nuevo al Catolicismo Popular en una carta pastoral que ofrecía unas Nuevas consideraciones pastorales. En efecto, el tratamiento cultural, social y aún político, que comenzaba a darse a las diversas manifestaciones de la religiosidad popular, exigía una palabra de discernimiento. Hubo que orientar de manera más específica estas nuevas situaciones, analizando datos concretos que debían ser ponderados por los agentes pastorales.
 Todavía volvimos a estos asuntos en 1988 con la carta pastoral Las Hermandades y Cofradías. Este documento está situado dentro del conjunto magisterial referido al catolicismo popular, pero se refiere más especialmente al fenómeno asociativo que tan ampliamente impulsa en nuestra religión la piedad popular. Se dirige a los laicos y clérigos que integran renovación de las hermandades al servicio de la evangelización. También este documento ocupa un lugar privilegiado y mantiene viva su actualidad al ofrecer un programa de largo alcance y una tarea permanente.

Los problemas sociales
 23. A lo largo de este periodo, hemos procurado constantemente compartir con nuestro pueblo sus preocupaciones y sus inquietudes, sus necesidades y problemas. El primero de nuestros encuentros tuvo lugar en día de San José Obrero de 1970. «En día tan señalado, en que la Iglesia celebra la fiesta cristiana del trabajo, la preocupación común no podía menos de centrarse sobre el sector obrero de nuestro pueblo». Así se justificaba nuestra primera nota dedicada a la Situación de los trabajadores en la Región. Un breve análisis de la situación y algunas llamadas a la colaboración ante los problemas descubiertos, componían este primer documento, seguido, tres años después, por otro dedicado a un grave problema social: la emigración.
 En 1973, una pastoral colectiva se proponía desarrollar La conciencia cristiana ante la emigración, grave realidad en el Sur de España por aquellos años. La forzada salida de sus hijos a otras regiones del país y hacía Europa planteaba grandes problemas personales, familiares, sociales y religiosos. Juntamente con el paro, principal problema social, constituían las dos preocupaciones más dolorosas de nuestra sociedad.
 24. Al paro, pues, hemos dedicado reiteradamente nuestra atención. En 1976 dimos la nota pastoral El paro obrero en la Región. En 1990 nos referimos a las necesidades de nuestra sociedad andaluza en el documento Andalucía vive su encrucijada. Más recientemente, en 1994 hemos vuelto al tema porque, lejos de entrar en caminos de solución, nuevos factores como la grave crisis industrial, agravan aún más este problema entre nosotros con sangrantes consecuencias negativas en la vida de las familias y personas, especialmente en los jóvenes. Nos referimos a la nota Las responsabilidades morales ante la crisis y la huelga general, y el comunicado Solidarios con nuestro pueblo.
 La Cuaresma de 1986 fue ocasión de acercarnos a los problemas sociales en su conjunto, en uno de los documentos más importantes dentro del magisterio de estos años. Nos referimos a la declaración pastoral Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana. Queríamos «no sólo denunciar la grave situación de injusticias sociales y la actitud de pasividad generalizada, sino también, y de modo particular, pronunciar una palabra de esperanza cristiana en medio de estas difíciles circunstancias». Detenida descripción y valoración de los males sociales, criterios de discernimiento y juicio cristiano de ellos, y propuesta de actitudes y cauces operativos, forman el esquema de un documento denso que mantiene su valor tras nueve años.

Cristianos en la vida pública
 25. El profundo cambio político que hemos vivido en los últimos años ha dado lugar a diversos documentos breves, en los que hemos ofrecido una aplicación concreta de la doctrina de la Iglesia sobre la recta participación de los cristianos en la vida política.
 Ya en adviento de 1976, en los primeros pasos del cambio democrático, dimos la nota pastoral El cristiano y la política, porque, según decíamos, «ante la multiplicidad de opciones políticas que solicitan la adhesión de los ciudadanos, son muchos los fieles que nos piden una orientación moral. Creemos que es nuestro deber pastoral iluminar la conciencia de los católicos desde el Evangelio para que adopten una decisión libre y responsable». Tiene esta nota el valor de una primera toma de postura breve, pero completa y clarificadora, que no ha perdido validez a pesar de la rápida evolución política de nuestra sociedad.
Más amplia y con un objetivo más concreto es la Reflexión cristiana sobre la vida municipal, instrucción pastoral de 1991que afirma la importancia de este ámbito y abre cauces prácticos para la mejora social desde el municipio.
26. Más en concreto, con motivo de la puesta en marcha de la Autonomía andaluza, hicimos varios escritos. Fueron estos: el Comunicado sobre el proceso autonómico en 1980, la Declaración colectiva ante el referéndum sobre el Estatuto autonómico en 1981, la nota pastoral Ante las elecciones para el Parlamento andaluz en 1982. En los tres tratamos de impulsar la nueva configuración histórica de Andalucía, sintiéndonos «solidarios con la toma de conciencia y con la esperanza colectiva que estaba viviendo nuestro pueblo». Y volvimos al tema en la ya mencionada nota Andalucía vive su encrucijada de 1990, y en 1994 con la Nota sobre las elecciones autonómicas y europeas.
Deseamos señalar también las cartas colectivas que ambas Provincias Eclesiásticas escribieron con motivo del Quinto Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América, hechos que mostraron con fuerza la capacidad de iniciativa y trabajo de nuestra gente para afrontar obras grandes, y la disponibilidad de tantos sacerdotes y religiosos andaluces para difundir el Evangelio. Son una perenne invitación a profundizar en el espíritu misionero de nuestras comunidades.
27. Estas han sido las grandes líneas de la fecunda colaboración colegial que hemos llevado a cabo durante esta etapa. Se trata de un magisterio no siempre suficientemente conocido por sus destinatarios. Bueno será que de nuevo se vuelva a él, especialmente a los documentos más significativos que hemos resaltado en la reseña anterior.
Conviene recordar aquí que el panorama de colegialidad descrito no agota todas las realizaciones que se dan entre nosotros. También las dos Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, por caminos propios cada una, han cosechado también en estos mismos años, logros paralelos a los expuestos, a través de encuentros episcopales, acciones comunes, colaboración pastoral interdiocesana y documentos colectivos de magisterio y orientación pastoral.
Todos los esfuerzos son como una semilla llamada a crecer silenciosamente hasta llegar a ser árbol que ofrezca sombra y frutos. Así es el Reino de Dios. Creciendo en medio de grandes limitaciones, la fuerza del Espíritu del Señor hará que unos esfuerzos que están bendecidos por la gracia de la comunión, se tornen realidades en la edificación del Reino.

II. LA NUEVA EVANGELIZACIÓN PARA EL BIEN DE NUESTRO PUEBLO.
 28. Los últimos años constituyen una época en la que se ha ido gestando entre nosotros una sociedad nueva, no exenta de problemas y dificultades, como acontece en todos los procesos de cambios profundos. Nuestras Iglesias no han estado ausentes en esta marcha esperanzadora y preocupante. Así lo pone de manifiesto, en alguna medida, el capítulo anterior.
 En consonancia con nuestra misión evangelizadora, nos hemos esforzado en acompañar y servir a nuestro pueblo y a sus comunidades cristianas en todos sus acontecimientos y problemas, con el único objetivo de colaborar en su integral desarrollo humano, religioso y cristiano.

1. Ante una nueva encrucijada.
 29. Nuestra región se encuentra hoy, una vez más en su larga historia, ante una importante encrucijada. Los cambios políticos y sociales de las últimas décadas han producido cambios culturales, con marcada repercusión en los ámbitos éticos y religiosos. Nuestro pueblo, sus hombres y mujeres, especialmente los jóvenes, se encuentran ante corrientes de pensamiento y concepciones de la vid muy diversas.
 Este pluralismo repercute en la concepción del amor y la familia, en los ambientes escolares, en los medios de comunicación social, en la aplicación a la salud y a la vida de los descubrimientos científicos, en la vida económica y política, en el contenido y orientación de la religiosidad y en la conciencia moral. Esta nueva situación incide, en diverso grado, en el sentido trascendente de la existencia, en la identidad del ser cristiano y en el modo de entender y participar en la vida y en la misión de la Iglesia.
 Nuestra población es eminentemente joven. Vive abierta a la inmigración y al turismo, esperanzada y comprometida en conseguir un progreso humano y social que supere nuestros endémicos problemas económicos y sociales.
 30. Es evidente que en nuestro pueblo se está consolidando una creciente conciencia democrática, en la que se valora cada vez más una convivencia pacífica, justa y solidaria, que pretende ser respetuosa con las exigencias de la dignidad humana y con los derechos fundamentales de todas las personas, a pesar de hechos y conductas lamentables que indican profundas carencias morales. Y nos satisface constatar que en este proceso de maduración se destaca con insistencia la dimensión moral inherente al ejercicio de responsabilidades en la vida pública. Se pone con ello de manifiesto que la ‘salud’ de la vida democrática estriba en el progreso de la vida moral individual y social. De ahí que la presencia de los católicos y su participación en el tejido social, inspirados en la doctrina social de la Iglesia, contribuya de manera decisiva al bien común.
 Es justo señalar que nuestras Iglesias se están esforzando por ser fieles a su misión: dar a conoce con valentía el mensaje salvador del Evangelio y desde ahí contribuir a la edificación de una sociedad más fraterna y feliz.
 En este empeño están comprometidas las religiosas y los religiosos que a través de sus diferentes carismas ofrecen a nuestro pueblo el testimonio específico del Evangelio de las Bienaventuranzas y múltiples actividades de promoción humana y cristiana, con especial dedicación a los más desfavorecidos. Nuestros sacerdotes se esfuerzan en adaptarse a los tiempos nuevos con espíritu apostólico y buscan con afán los caminos de una pastoral de misión. Miles de catequistas dedican su tiempo a transmitir con entusiasmo la fe a las nuevas generaciones. Los laicos van descubriendo y ejerciendo su papel de presencia evangelizadora en el mundo y su participación en la vida parroquial es creciente.
 31. Las manifestaciones de la religiosidad popular, tan abundantes entre nosotros, están revisándose de forma sosegada y firme, con la finalidad de profundizar en todos los valores cristianos que contienen. Un objetivo ampliamente compartido es que cada grupo, hermandad o cofradía tienda a desarrollarse como asociación eclesial dentro de la pastoral parroquial, para significar la fidelidad al Evangelio del Reino como la primera regla de vida y acción, participar plenamente de la Iglesia misterio de comunión y practicar, entre sí y con todos, la caridad fraterna con obras y palabras.
 También va ganado en solidez el ejercicio organizado de la caridad y de la atención social, llevado a cabo por nuestras Cáritas. El aliento en la práctica de la justicia y la ayuda en la promoción de los más desfavorecidos prevalecen sobre la pura beneficencia.
 No está fuera de lugar hacer también aquí una referencia a los muchos ejemplos de santidad que ofrecen últimamente nuestras Iglesias. No son pocos los laicos, religiosos, obispos y presbíteros beatificados o canonizados en estos años.
 Por otra parte, nos alegra comprobar que se está dando un cierto crecimiento en el bienestar social, sobre todo en los sectores de enseñanza, de la salud, y de la atención a los grupos más necesitados y deprimidos.
 El crecimiento del número de Universidades andaluzas es una realidad presente que puede mejorar nuestro futuro.
 32. Pero, junto a estos avances, no podemos olvidar graves problemas que obstaculizan las legítimas aspiraciones del progreso integral y del bienestar.
 Destaca de modo especial, la aguda crisis empresarial y económica en casi todos los sectores. Esto ha originado elevados y crecientes porcentajes de paro, acusadamente superiores a los de la media nacional, y el desarrollo de amplias bolsas de pobreza, incluso de extrema pobreza, que marcan sin excepción a todas nuestras provincias. Son hechos que comienzan a producir descontento e inestabilidad social, y llevan al desasosiego en amplios ambientes juveniles, y al desarrollo de una peligrosa economía sumergida.
 También comienza a manifestarse entre nuestro pueblo la grave crisis ética, que advertimos en toda España y, de una forma más amplia, en todo Occidente. Es un fenómeno generalizado, que preocupa en los ambientes más responsables, al advertir las consecuencias sociales, familiares y personales que desencadena.
 Esta desorientación moral tiene que ver con la inseguridad ciudadana, la frustración, el miedo, la drogodependencia, el alcoholismo, el sida, la criminalidad, la inestabilidad familiar; y, en una visión más amplia, con los frecuentes escándalos políticos, económicos, sindicales y sociales, demasiado frecuentes en nuestro tiempo. Es una crisis que está generando insolidaridad, desconfianza y desesperanza social.
 33. Queremos subrayar la crisis religiosa, que también advertimos en nuestro pueblo. Aludimos aquí a algunos datos que nos parecen más significativos y determinantes de otros problemas religiosos.
 En primer lugar, constatamos la presencia de una religiosidad difusa, ligada a la ignorancia y a la indiferencia religiosa, sobre todo en las jóvenes generaciones. Parece que muchos creen en el dios desconocido. Esta situación coexiste con la vivencia reducida a lo meramente cultural, de las múltiples expresiones religiosas y cristianas de nuestro pueblo, sin eficacia transformadora en la evolución religiosa y en la vida social.
 Al mismo tiempo hay una tendencia a absolutizar las devociones populares, como única forma de vida cristiana, alejadas de la obediencia de la fe y de la práctica de los sacramentos. Este fenómeno se presta, a veces, a concebir una Iglesia diferente a la recibida de los Apóstoles. Aunque según las encuestas, la mayoría de nuestra población se considera católica (91%), se advierte sin embargo en los últimos años una progresiva erosión en las prácticas religiosas y un desajuste entre la fe y la vida.
 34. Mirando más al interior de las comunidades eclesiales, observamos una insuficiente comprensión de cada uno de los sacramentos que configuran la vocación y la vida cristiana y conducen a la participación en la vida y misión de la Iglesia: un debilitamiento de la conversión y de la vocación a la santidad como seguimiento de Jesucristo en su Iglesia, derivado en cierta medida del abandono del sacramento de la Penitencia y de la práctica del precepto dominical, celebración en la que se actualiza el camino de la salvación y se crece en la vida teologal.
 También observamos una cierta horizontalidad de las vocaciones eclesiales, que tiende a oscurecer la dimensión teologal de la vocación consagrada, del ministerio sacerdotal, del estado matrimonial y de la vocación laical. Inconscientemente se va eclipsando el núcleo profundo del ser cristiano que consiste en seguir al Señor que llama. La vocación se dilucida en el ámbito de la respuesta de fe, no en el de la utilidad.
 35. Estamos, por tanto, en una encrucijada. Evidentes progresos unidos a graves crisis y problemas, esperanza de desarrollo juntamente con un cierto temor al futuro. Estas realidades contradictorias han de ser afrontadas responsablemente por toda la comunidad. También nuestras Iglesias y cada uno de sus miembros hemos de asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde. A ello nos impulsa la misión que hemos recibido de Jesucristo, y nuestra conciencia de fraternidad solidaria.

2. Una respuesta desde la misión de la Iglesia
 36. ¿Cuál es la aportación que como Iglesia de seguidores de Jesús podemos y debemos ofrecer a nuestro pueblo?
 Durante estos últimos años, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, ha sido preocupación especial de la Iglesia universal, el adecuar los objetivos de la misión que le ha sido encomendada por Jesucristo a favor de la humanidad, adaptándose a las nuevas realidades socio–culturales de nuestra época. El hombre «es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención» (RH. 14).
 37. También las Iglesias de España, en comunión con la Iglesia universal, han procurado concretar y adaptar progresivamente su misión a las nuevas circunstancias. Los numerosos documentos emitidos por la Conferencia Episcopal Española en este sentido son especialmente valiosos.
 Son grandes orientaciones que nuestras comunidades han recibido con espíritu de fraternidad y solidaridad eclesiales y que se esfuerzan en aplicar según las características y necesidades de nuestro pueblo.
 Queremos recordar brevemente algunos de los momentos más importantes de éstos últimos años, en los que se han ido desarrollando y consolidando orientaciones en orden a una renovación de la vida y misión de la Iglesia.
 38. Destaca, en primer lugar, el Concilio Vaticano II especialmente en sus dos grandes Constituciones: La Constitución dogmática sobre la Iglesia, y la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Como en una síntesis, la Iglesia afirma de sí misma que no le impulsa ninguna ambición terrena y que «sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (GS 3). Más aún, se destaca que «la Iglesia, al prestar ayuda al mundo y recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad» (GS 45).
 Por eso, «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez, gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. (…) La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (GS 1).
 39. En 1975, Pablo VI ratifica, en su exhortación «Evangelii Nuntiandi», la misión de la Iglesia como misión evangelizadora –la misma de Jesús–: proclamar claramente a Jesucristo y su mensaje (EN 27), impulsar la liberación de los oprimidos y el progreso humano (EN 31), y «asegurar todos los derechos fundamentales del hombre, entre los cuales la libertad religiosa ocupa un puesto de primera importancia» (EN 39).
 A partir de 1983, Juan Pablo II, recogiendo toda las orientaciones anteriores del magisterio, las concreta en un proyecto para toda la Iglesia, al que llama Nueva Evangelización. Es un proyecto que pretende ser plenamente fiel a Jesucristo, adaptado a las condiciones y cultura del hombre actual, y abierto y sensible a las nuevas perspectivas de la humanidad, simbolizadas en la próxima inauguración del tercer milenio. Para poder prestar este servicio al mundo actual y futuro, el Papa ha insistido constantemente en la necesidad de promover «una evangelización nueva: nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión».
 En esta tarea de evangelizar y construir la civilización del amor, la familia ocupa el centro y el corazón, según ha escrito Juan Pablo II en su “Carta a las familias” con ocasión del Año Internacional de la Familia, celebrado en 1994 . (Cf. CFC 13)
 Hace unos meses, en noviembre 1994, publicaba su carta apostólica «Tertio Milennio Adveniente», como preparación del jubileo del año 2000. En ella nos marca un programa específico de iniciativas para la celebración del Gran Jubileo. Nuestras comunidades le prestarán la mayor atención.
 40. La Conferencia Episcopal Española, sensibilizada por estas nuevas orientaciones de la Iglesia universal y por las preocupaciones de nuestros cristianos más comprometidos, se ha ocupado de una manera constante en promover la identidad cristiana, la comunión eclesial y la responsabilidad misionera y evangelizadora. Muestra de ello es el Plan Trienal 1994-97 «Para que el mundo crea».
 Tanto la asamblea Plenaria como las Comisiones Episcopales han contribuido muy positivamente a la revitalización de la vida cristiana y a la renovación pastoral y apostólica de los católicos. Los documentos colectivos del Episcopado son una valiosa contribución a la fiel aplicación del Concilio y ofrecen, en estos momentos, elementos valiosos de discernimiento y preparación para la celebración del Jubileo del año 2000. Y, al mismo tiempo, el seguimiento de sus orientaciones nos lleva a la puesta en práctica de la Nueva Evangelización.
 Entre los documentos que consideramos plenamente actuales y necesarios para la renovación y para una respuesta adecuada a nuestro momento histórico, recordamos los siguientes: «Testigos del Dios vivo» de 1985. «Los católicos en la vida pública» de 1986, «Dejaos reconciliar con Dios» de 1989. «La verdad os hará libres» de 1990. «Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo» de 1991. «Sentido evangelizador del Domingo y de las fiestas» de 1992, y las propuestas sobre «La caridad en la vida de la Iglesia», de 1994.
 41. Dentro de este contexto de comunión eclesial, los fieles de las Iglesias del Sur de España queremos aportar nuestra cuota de responsabilidad en favor de una nueva situación, solidariamente unidos a los problemas y esperanzas de toda la región, colaborando en la búsqueda de opciones correctas y acertadas para la encrucijada en la que nos encontramos.
 Manifestamos una vez más que nuestras Iglesias no se sienten impulsadas por ninguna ambición terrenal. Nuestra misión es proclamar la soberanía absoluta de Dios, su amor de Padre y la salvación realizada por Jesucristo. Desde esta acogida del don de la fe y con la ayuda de la gracia recibida, sólo pretendemos servir a nuestro pueblo como Jesús, difundiendo el mensaje salvador de la Buena Nueva y promoviendo una sociedad más justa, fraternal e integralmente humana. Sólo pedimos el respeto a la plena libertad religiosa que exige la dignidad de la persona humana y el derecho de las comunidades creyentes, proclamada por el Concilio Vaticano II, por el Tratado de los Derechos de los Hombres y de los Pueblos, y por la Constitución Española.

3. La conversión, alma de la Nueva Evangelización
 42. Para que nuestras Iglesias puedan prestar un auténtico servicio en el campo de una evangelización nueva, es necesario reconocer que nuestro punto de partida ha de ser un proceso interno de conversión de los propios creyentes y de nuestras comunidades. Juan Pablo II en su reciente carta apostólica, antes reseñada, «Ante el Tercer Milenio», valora dicha conversión como «condición preliminar para la reconciliación con Dios, tanto de las personas como de las comunidades» (TMA 32).
 La historia cristiana de Andalucía ha realizado un largo recorrido de siglos, con etapas luminosas junto a otras negativas. Su generosidad y su entrega han mantenido siempre, incluso en épocas muy difíciles, la llama de la fe en sectores más o menos amplios de su pueblo. Pero ha llegado el tiempo, al iniciarse esta nueva etapa de la evangelización, en el que «la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos, recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del Espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy» (TMA 33).
 43. Es necesario reconocer humildemente nuestras infidelidades de ayer. Pero también es necesario un serio examen de conciencia de nuestros pecados de hoy. «A las puertas del nuevo milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo» (TMA 36).
 Pero la conversión de los cristianos y de la Iglesia no se reduce a un reconocimiento honesto de nuestros fallos y deficiencias. Ha de ser sobre todo, la búsqueda permanente de fidelidad a Dios, un reencuentro con el Cristo vivo y con su Evangelio en el interior de la comunidad eclesial, una renovación profunda de nuestra fe, dejándonos invadir por el amor que Dios Padre tiene a toda la humanidad, creciendo en la práctica de la caridad y asumiendo con decisión y alegría la misión evangelizadora.
 44. convertirse es dejarse transformar por Cristo en un hombre nuevo, para colaborar con las personas de buena voluntad en la construcción de una humanidad nueva, dinamizada por la fuerza salvífica del Reino de Dios. Es aceptar la gracia que Dios nos ofrece en Cristo e implicar la propia vida en la civilización del amor.
 Por eso Juan Pablo II destaca primariamente que «esta nueva evangelización, –dirigida no sólo a cada una de las personas, sino también a grupos de poblaciones en sus más variadas situaciones, ambientes y culturas– está destinada a la formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga realizar todo su originario impulso de adhesión a la persona de Cristo y a su Evangelio, de encuentro y de comunión sacramental con Él, de existencia vivida en la caridad y en el servicio» (CHL 34).

4. La edificación de la Iglesia
 45. Esta profunda renovación de nuestras comunidades y de cada uno es indispensable para edificar sólidamente a nuestras Iglesias. Pablo VI afirmó certeramente que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio».
 El mismo Pontífice afirmaba que «la Iglesia evangelizadora comienza por evangelizarse a sí misma, Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor; Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar las grandezas de Dios, que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por Él» (EN 15).
 46. Cuando se vive y se goza la fe de modo profundo en la comunidad, brota espontáneamente el empeño de hacer realidad el “mandato misionero”: «id y haced discípulos de todas las naciones…» (Mt. 28,19). Este primer anuncio de la buena Nueva, necesario para la congregación de la Iglesia, reviste diferentes formas, según describe Juan Pablo II en la “Redemptoris Missio”: proclamación o kerigma, enseñanza y testimonio. De modo especial, el Papa acentúa la necesidad del testimonio: «Se es misionero por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace» (RM 23) «La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y la de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportamiento» (RM 42). Refiriéndose al anuncio y a la propuesta moral que comporta la evangelización, Juan Pablo II señala el nexo inseparable entre la palabra y la vida: «De la misma manera, y más aún, que para las verdades de la fe, la nueva evangelización que propone los fundamentos y los contenidos de la moral cristiana manifiesta su autenticidad y, al mismo tiempo, difunde toda su fuerza misionera, cuando se realiza a través del don no sólo de la palabra anunciada sino también de la palabra vivida» (VS 107).
 Este testimonio, fruto de la gracia de Dios y de nuestra fidelidad, forma parte de la evangelización, de aquella actividad que hace de la Iglesia una «comunidad de fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana» (CHL 33).
 La vida y misión de la Iglesia, que ha de ser reflejo de ella misma, discurre por la adecuada cooperación entre pastores y fieles. En esta tarea hemos de proseguir, profundizando y desarrollando el camino señalado por el Concilio: «Los pastores de la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor, pónganse al servicio los unos de los otros y al de los demás fieles, y estos últimos, a su vez, asocien su trabajo con el de los pastores y doctores. De este modo, en la diversidad, todos darán testimonio de la admirable unidad del Cuerpo de Cristo» (LG 32).
 Siguiendo el pensamiento de Juan Pablo II queremos fijar nuestra atención en el ámbito de la educación y de la enseñanza. Nuestras Iglesias, en este tiempo de crisis religiosa, deben hacerse presentes en él por medio de sus miembros, con una preocupación evangelizadora.
 De modo concreto, ante las dificultades que padece la enseñanza religiosa en los centros públicos, hacemos un llamamiento a los padres cristianos para que valoren prácticamente la enseñanza escolar de la religión católica, solicitándola para sus hijos. Igualmente pedimos que los profesores de religión realicen su trabajo con la mayor dedicación y calidad.
 47. Es también urgente la promoción de la catequesis. Necesitamos una catequesis enraizada en el mensaje bíblico y en la fe de la Iglesia, misionera, creativa, dialogadora, adaptada a las necesidades y problemas de nuestros cristianos, y sabiamente plural, teniendo en cuenta las diversas situaciones y ambientes en los que viven los creyentes. Una catequesis radicada en el núcleo de la conversión interiorizada y confesante.
 «La catequesis debe preocuparse a menudo no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe» (CT 19).
 Este estilo de catequesis ha de tener como objetivos el recrear auténticas comunidades fraternas, de comunión y de participación, evangelizadoras y animadas por el espíritu de pobreza solidaria y por la experiencia del amor universal promovido por el mismo Jesucristo. Ha de ser una catequesis que, desde la unidad en la fe y en la doctrina de la Iglesia, sea capaz de superar la tentación de un uniformismo cristiano, abriendo a los catecúmenos a la diversidad de carismas que el Espíritu comunica a su Iglesia, y despertando vocaciones sacerdotales, religiosas y seglares.
 48. Debe llevar, por tanto, a la experiencia de los dones del Espíritu, fomentando la unión con Dios en la gracia de los sacramentos, en la oración y en el amor al Padre y a los hermanos. Desde una renovada vivencia de las virtudes teologales es como se descubre en la práctica el contenido vital de cada uno de los sacramentos.
 Hoy es particularmente necesario que la catequesis explicite y clarifique la fe de la Iglesia en relación con los sacramentos del Matrimonio y del Orden, como estados de vida que configuran de modo permanente la vocación y la misión de los esposos cristianos y de los ministros ordenados. Y no ha de faltar una sólida formación en la doctrina social de la Iglesia.
 49. Queremos subrayar también que la catequesis ha de conducir a un redescubrimiento de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, celebración y síntesis del mensaje de Jesús, y actualización permanente de su presencia en medio de nuestras comunidades. Igualmente debe fomentar el aprecio por el Sacramento de la Penitencia y por la práctica de la oración y contemplación, alentando la esperanza en la vida eterna. Sin olvidar que debe confirmar a nuestro pueblo en la tradicional devoción a la Virgen maría, Madre de la Iglesia y Estrella de la Nueva Evangelización.
 Al hilo de estos pensamientos, queremos expresar nuestro más profundo agradecimiento a todos los que trabajan en las diferentes modalidades de educación progresiva de la fe: a los catequistas de niños, jóvenes y adultos de nuestras comunidades; a los profesor de religión, a los religiosos y seglares dedicados a la educación católica, a los profesores testigos del Evangelio en la vida escolar y universitaria, y –cómo no– a los sacerdotes, principales colaboradores de nuestro ministerio.

5. Al servicio de los hombres
 50. Nuestras Iglesias, conscientes de la misión que Jesucristo les confió, tienen que clarificar cuáles han de ser sus tareas fundamentales en la hora actual.
 «La misión que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero de esta misión religiosa derivan tareas, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina» (GS 42).
 Consecuentes con esta misión, señalamos las principales tareas que nuestras Iglesias y comunidades ha

Solidarios con nuestro pueblo. Comunicado de los Obispos de las Diócesis de Andalucía con motivo de la crisis industrial

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Los Obispos de la Diócesis de Andalucía, reunidos en Asamblea ordinaria el día 14 de Abril de laño en curso, hemos reflexionado sobre la dolorosa situación que atraviesa nuestro pueblo a causa de la crisis económica y laboral cada día más extendida en el ámbito del ya escaso tejido industrial.
Preocupados por los complejos motivos que van mermando día a día las posibilidades de trabajo y, justa distribución queremos hacer llegar a los hombres y mujeres de nuestra Región:
1.- Nuestro dolor ante la grave injusticia social por la que se acentúa el desequilibrio entre el derecho fundamental del hombre al trabajo y el progresivo desempleo que afecta a nuestros jóvenes y adultos, hombres y mujeres.
2.- Nuestra profunda preocupación por la pobre historia de logros políticos, empresariales y cívicos a favor de la promoción (integral) del pueblo andaluz sobre todo en el ámbito de las infraestructuras, de la industria y consiguientemente del comercio a pesar del rico potencial agrícola de nuestra tierra.
3.- Nuestra insatisfacción y sufrimiento ante la oscura perspectiva de futuro a la que aboca la situación de las negociaciones entre las empresas, los trabajadores y las autoridades.
4.- Muestra oposición a las acciones violentas cuya eficacia no responde a los objetivos legítimos y cuyos resultados puedan ocasionar irreparables perjuicios personales y el deterioro de la vida ciudadana.
5.- Nuestro convencimiento de que todos debemos asumir con imaginación, empeño y solidaridad la parte que a cada un corresponde en el proceso de pronta recuperación de nuestro pueblo, de modo que vuelva la ilusión y la esperanza al corazón de las personas, de las familias y de los pueblos.
Desde la fe en Jesucristo que nos urge a amar a los hermanos y a dedicar la mayor atención a los más débiles y desposeídos, queremos manifestar a quienes son víctimas de estos desórdenes y carencias, nuestro afecto y solidaridad. Por ellos y por sus familias elevamos nuestra súplica al Señor pidiendo justicia en las estructuras y comportamientos personales e institucionales, veracidad y honestidad en las informaciones, promesas y proyectos con que se pretende ofrecer una respuesta a los perjudicados, fortaleza y constancia para sobrellevar las pruebas inevitables que lleva consigo el proceso de la crisis especialmente difícil y duro para los trabajadores y sus familias.
La Iglesia Madre solícita y signo vivo de la voluntad de Dios Padre a favor de lso hombres, está a vuestro lado, hombres y mujeres del pueblo andaluz y ofrece aquello que es su riqueza: El amor y la esperanza que nace de la fe y que puede transformar el hombre y el mundo por la gracia de Jesucristo nuestro Señor.

Córdoba, 14 de abril de 1994.

Las responsabilidades morales ante la crisis y la huelga general. Nota de los Obispos de Andalucía

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    La grave crisis económico-social que hace presa en estos momentos en toda la sociedad española y, con especial rigor, en los sectores humanos más desfavorecidos, sacude y conmueve nuestra conciencia de pastores de la Iglesia. Queremos hacer nuestro el sufrimiento de tantas personas y familias ,pobres y marginadas, en una región que, como Andalucía, añade a sus lacras endémicas el azote de esta situación.

La crisis en Andalucía
    Somos conscientes de que la crisis se encuadra en el marco más amplio, no sólo de España sino de la misma Comunidad Europea y de otros factores supranacionales. Pero nuestro caso presenta a todas luces unos síntomas propios, y por desgracia, de cariz desfavorable. Todos los diagnósticos señalan al paro como el exponente más desolador de la realidad que nos aflige. Según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística, referidos a nuestra Comunidad Autónoma, el desempleo afecta a una de cada tres personas en disposición de trabajar, frente a una de cada cinco de la media nacional.
    Añádase a esto el peligro que se cierne sobre muchos trabajadores y pequeñas y medianas empresas, amenazadas por su propia fragilidad y por la crisis del sector; la inseguridad y la precariedad en la que se debaten tantos jornaleros del campo; sin olvidar las dificultades y tragedias de muchos inmigrantes que nos llegan por tierras y costas andaluzas. Todo lo cual discurre en una región que, según los expertos en la materia, se ve crónicamente afectada por la dependencia energética y tecnológica, la insuficiente capacidad empresarial y una mano de obra de escaso nivel de formación.

El malestar social y la huelga
    Dentro de este contexto de dificultades y carencias, repercute con notable fuerza la ola de malestar que viene sintiendo, en los últimos meses, la conciencia colectiva del pueblo español. Fracasados los intentos de un pacto social, puestas ya en vigor o anunciadas por el Gobierno unas medidas muy severas de restricción de rentas laborales y de garantías del puesto mismo de trabajo, va creciendo el malestar social, incentivado por los malos ejemplos de corrupción pública y por las sospechas de que los costes de la crisis vuelvan a recaer sobre las espaldas más débiles de la colectividad social.
    De ese entramado confuso y preocupante, en el que no faltan componentes políticos de diferente signo, ha surgido la propuesta sindical de una huelga general, anunciada para el próximo 27 de enero. Estamos ante una acción reivindicativa del máximo alcance, con serias y graves repercusiones en la vida reivindicativa del máximo alcance, con serias y graves repercusiones en la vida nacional, que emplaza a todos los ciudadanos frente a su aceptación o su rechazo.

Actuar con criterio moral
    Antes de adoptar una u otra de esas dos opciones, que ambas caben, de suyo, dentro de la Constitución Española y de la Doctrina Social de la Iglesia, cada persona o grupo social deben situarse ante la propia conciencia, para juzgar las motivaciones de la huelga, valorar posibles logros o fracasos y asumir serenamente las propias responsabilidades.
    Recomendamos, como Pastores de la Iglesia, que la decisión personal sea ponderada, desapasionada y motivada por el bien común.
    Respetamos la libre determinación de nuestros fieles y de todos los ciudadanos, sea cual fuere en este caso su respuesta a la convocatoria. Nadie debe ser impedido de t Omar parte en la huelga, ni forzado a secundarla. Sin olvidar, en ningún caso, los linderos marcados por el respeto mutuo y la convivencia ciudadana.

Examen de conciencia colectivo
    Pero la huelga no lo es todo, ni tan siguiera lo principal, e n esta coyuntura crítica. Suelen ser precisamente estas situaciones las más propicias para una reflexión moral de hondo calado. Acostumbramos los hombres a proyectar sobre lo demás nuestras responsabilidades. ¿Cómo hemos llegado a semejante situación? Dejemos a los analistas económicos y políticos los dictámenes de su competencia. Asuman, desde luego sus responsabilidades los gobernantes, los políticos, los hombres de empresa, los sindicalistas y los medios de comunicación social. Cooperemos también los hombres de Iglesia con nuestra conducta responsable en la construcción moral de nuestro pueblo.
    Esta grave crisis y sus penosas consecuencias reclaman, si excepción, un sincero examen de conciencia, a todos los miembros de la comunidad ciudadana. D este examen no debemos excluirnos nadie: ni los ejecutivos de empresas, ni los graduados de todas las carreras, ni los funcionarios públicos, ni los enseñantes, ni los empleados del sector servicios, ni los trabajadores de la construcción y de la agricultura… ¿Quién tirará la primera piedra? Todos los sectores necesitamos mejorar nuestros comportamientos personales, profesionales y sociales. Antes que económica y política es ésta una crisis moral, una crisis de valores.

Solidarios con las víctimas
    La regeneración moral de nuestra sociedad, en sus dirigentes y en sus miembros, debe iniciarse con un comportamiento solidario con las víctimas de esta situación, aún en el caso de que ellas mismas tuvieran parte en la causa del fenómeno. Búsquense para ello unas fórmulas que no maleduquen a nadie ni produzcan agravios comparativos.
    Los creyentes no debemos aceptar los planteamientos fatalistas de quienes piensan que estas situaciones de injusticia son irreversibles. Los cristianos creemos que Jesucristo ha vencido el odio, la injusticia y la misma muerte. Y a quienes nos acercamos a Él con fe se nos da su Espíritu, como fuerza de dios que mantiene nuestra esperanza y nuestra acción.

Córdoba, 11 de enero de 1994.

Introducción pastoral de los Obispos del Sur de España. Reflexión cristiana sobre la vida municipal

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I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. Razones de este escrito
    En diferentes ocasiones los Obispos del Sur de España hemos hablado a los miembros de nuestras Iglesias sobre las exigencias de la vida cristiana respecto de nuestras actuaciones dentro del campo social y aun político (1).
    En este escrito proponemos algunas consideraciones que pueden ser útiles para enriquecer la reflexión previa a nuestras decisiones en las próximas elecciones municipales.
    Mirando más allá de estos momentos electorales, querríamos también contribuir a la maduración política de nuestro pueblo y a la consolidación de nuestras instituciones democráticas, desde la vertiente concreta de nuestro ministerio religioso y moral: “en esta hora histórica hemos de sentir todos, y particularmente los que nos sentimos y confesamos cristianos, la grave responsabilidad de tomar en nuestras manos nuestro propio destino” (2).
    Como todos los ciudadanos, los cristianos debemos participar activamente en la vida social y pública, buscando ante todo el bien común de cuantos formamos una misma unidad social. Pero fuerza es reconocer que todavía no hemos alcanzado la claridad y la experiencia suficiente como para saber ejercer los derechos civiles en consonancia con nuestras especiales convicciones de fe y con los criterios morales que deben inspirar en todos los órdenes nuestra vida personal, comunitaria y pública.
    Cuanto hacemos los hombres desde nuestra libertad personal tiene una dimensión moral que nadie puede desconocer. Las acciones cívicas y políticas, y desde luego las que ejerceros en la vida municipal, tienen también esta dimensión moral que los cristianos debemos iluminar con los principios del Evangelio, formulados en nuestro tiempo por la doctrina social de la Iglesia.

2. Importancia de la vida municipal
    Entre todos los niveles de la vida política, las instituciones municipales son las que tienen un carácter más directamente humano y personal. La vida municipal es el ámbito inmediato en el que las familias, los hombres y mujeres, desarrollarnos nuestra vida. El pueblo o la ciudad, y a veces el barrio, son los lugares reales de la convivencia, de las relaciones humanas directas, del trabajo y del descanso, de la salud y de la enfermedad, de la vida y de la muerte.
    El pueblo o la ciudad no se reducen a un simple territorio, ni el municipio que los representa ha de limitarse a unas formalidades oficiales y burocráticas. Lo que de verdad constituye la substancia de la convivencia ciudadana y municipal es el conjunto de relaciones entre los vecinos, la solidaridad y la confianza, los vínculos éticos de apoyo y benevolencia, el respaldo que nos damos unos a otros para desarrollar nuestra vida en un clima de libertad, de respeto mutuo, de justicia y de paz.
    Ahora bien, este tejido de relaciones habrá de ser la obra de todos, y es tarea de la autoridad municipal favorecer el empeño común, promoviendo los cauces necesarios y proporcionando los medios indispensables para ello, cuidando de evitar un afán de protagonismo que sustituya o desplace la libre participación y las iniciativas útiles de los ciudadanos.
    Es obligado reconocer que, hablando en términos generales, el sistema democrático ha reactivado la vida e nuestros municipios y los frutos de su gestión en los últimos años están a la vista por todas partes. Con mayor o menor acierto y rapidez, están mejorando los servicios sociales de nuestros pueblos y ciudades; viejos problemas endémicos van encontrando poco a poco soluciones realistas y justas.
    Ahora bien, el servicio del pueblo y nuestra propia honestidad nos obliga a decir también que falta todavía mucho por hacer en este campo. Los desniveles de servicios entre la ciudad y el campo siguen siendo aún demasiado grandes, los medios de vida y las posibilidades de desarrollo integral son en algunas partes harto deficientes; e importantes problemas de convivencia, como la seguridad ciudadana y la calidad de vida, la oferta de viviendas sociales y los servicios de sanidad, así como también la lucha efectiva contra las causas de la pobreza y la marginación en algunas zonas o barrios esperan todavía soluciones más efectivas.
    Los cristianos hemos de tener la suficiente sensibilidad social para dar a conocer las necesidades más urgentes del barrio, de nuestro pueblo o ciudad. Todo ello hay que tenerlo en cuenta a la hora de dar nuestro voto apoyando a quienes nos ofrezcan mayores garantías profesionales y morales de que sabrán abordar de verdad lo que consideramos más importante para el bien común, teniendo especialmente en cuenta las conveniencias de los más débiles y necesitados.

3. Las carencias del mundo rural
    Cuanto aquí decimos tiene especial importancia y urgencia en las poblaciones rurales, y concretamente en Andalucía, como resultado de las duras condiciones materiales y espirituales en las que han vivido durante siglos. Todavía no se han desarrollado suficientemente los hábitos de participación activa, crítica y solidaria.
    Los habitantes de los núcleos rurales, si bien tienen más estrechos vínculos de convivencia y de mutuo conocimiento, sin embargo por su modesto nivel cultural están más necesitados de una mayor lucidez de conciencia acerca de sus verdaderos derechos y hasta de sus necesidades más urgentes. De ahí que una visión política demasiado estrecha e interesada busque con frecuencia proyectarse en realizaciones ostentosas que atraigan la opinión de forma inmediata, pero que a la larga no suponen ninguna mejora de fondo para el pueblo. A veces también se gasta demasiado en fiestas o celebraciones y no se atienden suficientemente otras necesidades más decisivas, como, por ejemplo, las comunicaciones comarcales, los aspectos higiénicos y estéticos de la vida, los servicios sanitarios o culturales, por no hablar de la creación de puestos de trabajo a partir de las posibilidades de cada tierra y de cada lugar.
    Entendemos que cuantos tenernos responsabilidades en la Iglesia podemos desempeñar en todo esto un gran papel, ayudando a las gentes de los pueblos y ciudades a adquirir la madurez cívica y política esté a la altura de sus problemas e intereses. Ya en 1986 insistíamos en la necesidad de que los cristianos, tanto en la ciudad como en los pueblos, se esfuercen por adquirir una formación adulta y consciente que ponga de relieve de modo sistemático la dimensión social de la vocación cristiana y, en particular, su responsabilidad en la promoción integral y colectiva del hombre. (3)

II. APLICACIONES PRÁCTICAS DE MAYOR INTERÉS
    Por eso, con el mejor deseo de colaborar, desde el ejercicio de nuestra misión pastoral, al desarrollo de esta conciencia ciudadana entre los cristianos, queremos indicar algunos puntos concretos que nos parecen de especial interés.
    Al hacerlo nos dirigimos en primer lugar a los fieles de nuestras comunidades que se plantean seriamente actuar en la vida municipal movidos por sus convicciones religiosas y morales. Y, porque estamos convencidos de que los valores cristianos resultan útiles y provechosos para toda la sociedad, nos dirigimos también a cuantos quieran acoger nuestras palabras con atención y buena voluntad.

1. Fomentar actitudes de gratuidad y solidaridad.
    En el momento presente se nos muestra como especialmente necesario fomentar a fondo en nuestra sociedad sentimientos y actitudes de generosidad y altruismo, resaltando la dimensión gratuita del amor y la solidaridad en las relaciones humanas, sobrepasando la búsqueda de intereses inmediatos, aunque éstos puedan ser legítimos.
    Como cristianos sabemos muy bien que la vida es un don que crece en calidad a medida que se da y se comunica generosamente. De ahí que sea hoy más necesario que nunca que la cultura y el desarrollo de nuestro pueblo sirva para fomentar en nuestra convivencia tesoros tan importantes como la confianza, la amistad, la comunicación fácil, la ayuda sincera y desinteresada, cara a cara, de puerta a puerta y de corazón a corazón.

2. Participar en las instituciones ciudadanas.
    Este mismo espíritu de solidaridad ha de movernos a participar en las instituciones cuya labor incide sobre la vida común, por medio de las cuales podemos hacer llegar a los demás los frutos de nuestra solidaridad.
    Todos los ciudadanos, en virtud de sus propios ideales morales y solidarios deberían interesarse por favorecer el bien común de toda la población en que viven. Los cristianos deberíamos sentir como especial exigencia esta llamada al servicio del bien común desde las instituciones públicas. La caridad fraterna y la solidaridad se pueden ejercer con mucho fruto participando en las entidades y asociaciones locales que intervienen en el ordenamiento de la vida municipal y social. Para ello hemos de esforzarnos en conocer bien la doctrina social cristiana y adquirir una buena capacitación técnica y profesional.
    En el campo de sus decisiones y actuaciones civiles los cristianos, individualmente o asociados, actúan bajo se propia responsabilidad, pues en estas cuestiones “a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia” (4).

3. Fomentar el asociacionismo.
    Puede ser que para hacerse presentes en las instituciones municipales sea preciso crear o favorecer nuevos grupos organizados de personas que compartan unos principios comunes y coincidan, siquiera sea genéricamente, en los procedimientos y objetivos más importantes.
    Como los demás ciudadanos, los cristianos han de sentirse libres, no sólo para participar en las asociaciones ya existentes de carácter común, sino también para promover otras que tengan más en cuenta la inspiración cristiana de sus objetivos y procedimientos, según lo que ellos mismos juzguen más conveniente. En cualquier caso estas asociaciones deben regirse por las leyes vigentes, siguiendo los procedimientos propios de una sociedad democrática que respeta las libertades civiles de los ciudadanos, incluida la libertad religiosa en todas sus manifestaciones y consecuencias. Esta es la doctrina que hemos expuesto ya en otros lugares de acuerdo con las enseñanzas comunes de la Iglesia (5).

4. Difundir el verdadero sentido de a la autoridad.
    La autoridad legítimamente constituida merece la aceptación y el apoyo de los ciudadanos. El bien común de la sociedad y el bien mismo de las familias y de las personas concretas exige que los ciudadanos acepten con respeto y buena disposición las decisiones correctamente adoptadas por la autoridad legítima. Una sociedad democrática no puede funcionar bien ni progresar si falta el necesario respeto y la indispensable confianza de los ciudadanos en las instituciones y en las personas que las encarnan. Esto es especialmente verdadero en el caso concreto de los municipios por el realismo y la cercanía al bien de los vecinos de los asuntos que se tratan en la vida municipal.
    Una característica de los cristianos ha de ser la de difundir, con su palabra y su conducta, el concepto auténtico de la autoridad como verdadero servicio al bien común. El ejemplo y la doctrina de Cristo nos induce a considerar la autoridad como un servicio que respeta y promueve sinceramente el bien de los demás, sin privilegiar a los que están más cerca ni buscar directamente el beneficio político, y menos el económico de las personas o de los grupos que gobiernan.
    La actividad municipal tiene por objeto servir a los fines comunes de la población de forma directa en los aspectos de la vida más inmediatos, cotidianos y concretos. Quienes ejercen la autoridad y administran los recursos públicos han de responder a las legítimas necesidades comunes, asegurando las condiciones de una vida tranquila, segura, digna, con calidad material y moral, en justicia y libertad, sin discriminaciones, con especial atención a los más necesitados.
    Se establece así una relación de interdependencia entre el ciudadano y quienes ejercen la autoridad municipal. El ciudadano debe saber que las instituciones municipales están al servicio de los legítimos intereses comunes, y debe ser capaz de estimular y controlar el buen funcionamiento de las instituciones públicas mediante procedimientos adecuados y correctos, que respeten el papel y la competencia de las propias instituciones sin perjudicar a los intereses legítimos del resto de la población. Hay aquí un campo inmenso de aprendizaje y entrenamiento para enriquecer y consolidar la vida democrática de los municipios en beneficio de la calidad real e integral de la vida concreta de las familias y personas que vivimos en ellos.

5. Respetar el protagonismo social.
En esta relación mutua entre autoridad y sociedad, es importante destacar que el principal protagonismo corresponde a la sociedad, a las necesidades e iniciativas de los ciudadanos, en materia de cultura y de valores de convivencia, en la prioridad de sus necesidades, en el mantenimiento de las propias tradiciones.
    Es cierto que en el ejercicio de sus funciones, la autoridad ha de procurar suplir las deficiencias de la iniciativa social y distribuir los servicios y los beneficios de la convivencia a favor de los más necesitados. Pero esta función habrá de cumplirse de manera que los ciudadanos, en la medida que se vayan capacitando, puedan tomar las iniciativas y ser cada día más activos, respaldados y ayudados por los recursos comunes que administra la autoridad, sin que las instituciones sociales necesiten estar siempre dirigidas desde las mismas instituciones públicas.
    Un modelo de administración municipal muy intervencionista, aunque en un primer momento parezca más favorecedor del pueblo, encierra una visión negativa de las posibilidades de actuación de los ciudadanos, multiplica los gastos más de lo necesario y acaba empobreciendo el desarrollo popular ya la maduración civil y democrática de los pueblos.

6. Atender a las necesidades de los jóvenes.
    Todos estamos de acuerdo en reconocer las dificultades que encuentran los jóvenes para orientarse personalmente y abrirse camino en una sociedad tan compleja y competitiva como la nuestra: Necesitan ellos una especial comprensión y apoyo por parte del resto de la sociedad. Pensamos que en este orden de cosas es mucho lo que puede hacerse desde el plano de la vida municipal.
    Hemos, pues, de preguntarnos: ¿Qué ayudas son las que verdaderamente necesitan los jóvenes para superar sus problemas y abrirse camino hacia una vida adulta suficientemente atrayente y satisfactoria, en el ámbito profesional, económico y cultural, personal y familiar? No siempre las ofertas que se hacen a la juventud tienen suficientemente en cuenta estas necesidades básicas. Es éste uno de los campos al que la Iglesia misma, desde su misión propia, se siente siempre, y hoy más que nunca, llamada a prestar la mayor atención y las mayores ayudas posibles, para cooperar con las familias y la sociedad a la maduración de la personalidad de los jóvenes y de su sentido de responsabilidad social.
    Está sobradamente justificado que las autoridades civiles, desde los diversos niveles de la Administración, faciliten a los jóvenes la adquisición y el ejercicio de una vida cultural auténtica que les sitúe al mismo nivel de preparación personal que el de sus compañeros urbanos o rurales de Europa; necesitan instalaciones deportivas y sanitarias; necesitan con urgencia ayudas para iniciar con su propio esfuerzo aquellos trabajos y empresas productivas que mejoren su situación y la de sus pueblos o ciudades. Y todo esto ha de hacerse con amplitud de miras, sin excluir a nadie, favoreciendo, si acaso, a los más necesitados, a o a las instituciones que hayan demostrado mayor capacidad de servicio y de rendimiento.

7. Proteger la familia.
    La Iglesia, consciente del valor decisivo de la familia, se esfuerza, dentro de sus posibilidades, por fortalecerla interiormente, respaldarla en su labor educativa y capacitarla para el testimonio de una vdia cristiana y social ejemplar.
    Constituiría un suicidio para nuestra sociedad que ésta volviera la espalda a la familia, favoreciendo la promiscuidad sexual y la multiplicación de uniones superficiales e inestables entre los jóvenes.
    El compromiso matrimonial es la mejor oportunidad matrimonial es la mejor oportunidad de maduración humana para la mayoría de las personas, hombres y mujeres. La maternidad y paternidad potencian las mejores cualidades del hombre y de la mujer. Los hijos necesitan crecer en el clima acogedor de una familia estable y unida. Todo se comprueba por contraste con los hechos, viviendo de cerca, en los barrios y en los pueblos, la realidad concreta de la drogadicción, de la delincuencia juvenil y hasta de los fracasos escolares y profesionales.
    Las autoridades municipales pueden favorecer mucho el óptimo clima familiar en la vida de los vecinos. Hay muchas iniciativas educativas que preparan a los jóvenes para plantear con humanidad su vida familiar. Todo aquello que favorece la creación de trabajo local, y no simplemente la subvención del paro, favorece igualmente el dinamismo familiar de la población juvenil. Resulta también indispensable una buena política de vivienda que facilite suelos edificables, urbanización holgada y agradable, sin ceder a las presiones de los especuladores, de modo que se puedan ofrecer viviendas populares en buenas condiciones económicas, con la colaboración laboral, si fuere preciso, de los mismos jóvenes.
    En este campo, como en tantos otros, la iglesia, la actuación pastoral de los sacerdotes, la actividad de las asociaciones parroquiales, suponen una colaboración complementaria insustituible en el nivel profundo de las motivaciones morales, de las actitudes personales y de las relaciones humanas.

8. Luchar contra las causas de la pobreza y la marginación.
    La caridad fraterna nos lleva a los cristianos a valorar la política y la acción pública en general como un medio indispensable para modificar aquellas situaciones sociales que actúan como causas de pobreza, perpetuadoras de la marginación, así como a favorecer la inserción social y la promoción integral de los menos favorecidos.
    Persisten todavía entre nosotros situaciones graves de pobreza y marginación que requieren soluciones profundas. Todos los ciudadanos con el ejercicio del voto, con el control de las acciones de gobierno, con la fuerza de una opinión pública de calidad, con iniciativas sociales dignas del apoyo municipal, hemos de intentar que estas lacras de nuestros pueblos y ciudades desaparezcan de una vez para siempre.
    La delincuencia juvenil y casi infantil, la droga, las familias marginadas, sin documentación, sin trabajo y sin cultura, no son situaciones irremediables a las que tengamos que resignarnos. Todo es lo podemos superar, como de hecho lo han superado ya en otras muchas sociedades.
    En este breve recuento de necesidades urgentes, no pueden quedar fuera los inmigrantes que llegan hasta nosotros para huir del hambre y de la miseria de sus países de origen. En otros tiempos, e incluso ahora mismo, algunos hijos de esta tierra se desplazaban en gran número y aún se siguen desplazando a otros lugares para poder sobrevivir. En nuestras ciudades y pueblos urge establecer centros públicos de acogida, donde estas personas encuentren cama y comida, información y ayuda para legalizar su situación e iniciar una vida laboral honesta y justamente retribuida.
    Los cristianos debemos influir en el desarrollo de una política municipal más humanitaria que dignifique nuestras ciudades y pueblos, alivie el dolor de nuestros hermanos y, al mismo tiempo inculque ideales de humanidad a nuestros jóvenes, sin dejar por ello de hacerlo directamente, por un imperativo de amor fraterno de nuestras mismas comunidades.
    Hacemos también una invitación a la austeridad. Ante las necesidades urgentes de nuestro mundo rural y de nuestras ciudades, es necesario que los sectores sociales más pudientes adopten actitudes de austeridad. Esto puede aplicarse a diversos aspectos de la vida municipal: por ejemplo, a la sobriedad en la ornamentación de edificios públicos a cargo de los municipios, a la ejemplaridad en la fijación de sueldos y gratificaciones a los titulares de cargos municipales, a la búsqueda de formas de compensación entre municipios de grandes ingresos y municipios carentes de ellos.

CONCLUSIÓN
    Estamos seguros de que estas reflexiones no son completas. Tampoco lo hemos pretendido. Por otra parte lo que la religión y la moral pueden aportar a la vida social de las ciudades y municipios no pueden ser soluciones acabadas. La religión y la moral de Jesucristo aportan actitudes, objetivos, elementos de juicio y motivaciones generosas para actuar, asistidos con el poder de su gracia. Lo demás es fruto de la preparación profesional, de los trabajos técnicos, de las valoraciones y decisiones políticas de cada grupo o de cada persona. En nada de esto hemos querido entrar porque sabemos bien que no es de nuestra incumbencia pastoral.
    Estimamos y agradecemos lo que han hecho y hagan en el futuro todos los ciudadanos de buena voluntad, sean o no creyentes. Los cristianos queremos participar intensamente en ello junto con todos los demás. Podemos aportar recursos personales, ideas, capacidades, iniciativas capaces de mejorar la vida de los demás , con ánimo desinteresado y solidario. Nadie debería ir por delante de los cristianos a la hora de contribuir personal y colectivamente a elevar las condiciones de la vida social y comunitaria en un campo tan personal y directo como es la vida municipal.
    Entre otras cosas, los cristianos podemos aportar la convicción de que la calidad de vida de nuestros municipios va más allá de los objetivos económicos y materiales. Deberíamos ser capaces de demostrar que el respeto a la ley moral en general es necesario para conseguir un desarrollo integral de la vida social y garantizar el verdadero bienestar de la población.
    Deseamos que las exigencias sociales de la fe cristiana inspiren cada día más la conciencia de los cristianos, forjando actitudes de participación solidaria en la vida pública, y actuando desde dentro de las instituciones con justicia y verdad, con honestidad en la administración de los fondos públicos y con apertura a las verdaderas necesidades de los ciudadanos. Todo ello sería a la vez resultado y comprobación de una vida cristiana sincera y renovada, como queremos que sea la vida de nuestras parroquias, de las familias, de las asociaciones y de los fieles cristianos de Andalucía.

Úbeda, 16 de Abril de 1991, Año del IV centenario de la muerte de San Juan de la Cruz.

* José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada
* Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
* Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada
* Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva
* José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba
* Antonio Montero Moreno, Obispo de Badajoz
* Antonio Dorado Soto, Obispo de Cádiz-Ceuta
* Javier Azagra Labiano, Obispo de Cartagena (Murcia)
* Ramón Buxarráis ventura, Obispo de Málaga
* Rafael Bellido Caro, Obispo de Jérez
* Ignacio Noguer Carmona, Obispo Coadjutor de Huelva y Administrador Apostólico de Guadix-Baza
* Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería
* Santiago García Aracil, Obispo de Jaén

Exhortación Pastoral Colectiva de los Obispos del Sur de España. IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz

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1. INTRODUCCIÓN
    A partir del 14 de Diciembre y durante un año, celebraremos el IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz.
    Aclamado como doctor místico por cuantos conocían el valor literario, teológico, pedagógico y místico de sus obras, Juan de la Cruz, nacido probablemente en 1542 en la castellana ciudad de Fontiveros (Ávila), tomó el hábito del Carme en Medina del Campo en el año 1563, murió en Úbeda, de donde, en expresión suya, pasó a “cantar maitines al cielo” en 1591; y fue canonizado por Benedicto XIII en 1726. El Papa Pío XI le declaró Doctor de la Iglesia el 24 de Agosto de 1926 y fue proclamado patrono de los poetas españoles en el año 1952.

2. LA PROCLAMACIÓN DE UN SANTO EN LA IGLESIA
    Cuando la Iglesia proclama las virtudes probadas y la glorificación eterna de un hijo suyo, manifiesta solemnemente el gozo por el triunfo de la Redención de Jesucristo que se reconoce definitivamente salvadora en los hombres y mujeres declarados Santos.
    Al disponemos a celebrar este año sanjuanista demos gracias a Dios que “nos ha hecho dignos de compartir la herencia de los santos en la luz”  ; y pidámosle que nos dé pleno conocimiento de su designio, con todo el sabe e inteligencia que procura el Espíritu. Así viviremos como el Señor se merece, agradándole en todo, dando fruto creciente en toda buena actividad .

3. EL CULTO A LOS SANTOS
    Al proclamar el culto a los Santos, la Iglesia nos invita a vivir, de un modo singular, la comunión eclesial, gozando de su poderosa intercesión ante el Señor especialmente en aquellos aspectos en que sobresalió cada uno de los Santos. Dios es nuestro Creador y Padre; nos ha redimido por el sacrificio obediente de su Hijo Jesucristo nuestro Señor y nos llena con su gracia, según nuestra libre aceptación, por el Espíritu Santo que anima la vida de la Iglesia y de los cristianos.
    La intercesión de San Juan de la Cruz tiene hoy para nosotros una singular importancia según nos dice el Papa Juan Pablo II, gran conocedor del Santo doctor de la Iglesia: “Al hombre de hoy, angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico, quizás, ante las mediaciones e la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a la búsqueda honesta que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre.” .
    Nosotros ante la urgencia de una nueva evangelización, persuadidos de que la luz de la fe abre horizontes que dan sentido y orientación a la ciencia y a la experiencia humanas, debemos pedir a Dios, por intercesión del Santo Carmelita y maestro espiritual, que abra nuestro corazón y el de todos los hombres a la luz, la Verdad y la fuerza de la Vida que es Cristo.
    Bien supo San Juan de la Cruz de esta adhesión a Jesucristo, cuando nos presenta a Dios diciendo en sus escritos: “Él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual ya os he hablado, respondido, manifestado y revelado, dándosele por Hermano, Compañero y Maestro, Precio y Premio.”

4. SAN JUAN DE LA CRUZ, DOCTOR DE LA IGLESIA
    En los años posteriores al Concilio Vaticano II, se han visto multiplicadas las ediciones de sus escritos en diversos idiomas. Su vida y su obra, conocidas por lectores y estudiosos de muy diversa procedencia, son claro testimonio de la generosa gallardía y la grandeza de alma que se fragua en la entrega creyente el esfuerzo de la ascesis religiosa y la contemplación amorosa del misterio de Dios. Así nos lo dice él mismo: “Y si lo queréis oír –consiste ésta suma sciencia– en un subido sentir de la divina de la divinal esencia.”
    La profunda sabiduría mística que el Santo Carmelita describe como “quedar no entendiendo, toda sciencia trascendiendo” , y que él reconoce obra de la “clemencia divina”, brota a la vez de su mente sutil y de su corazón ardiente en “llama de amor viva” que transforma en experiencia mística, tanto la reflexión teológica, como el dolor de la prisión, la aspereza de la soledad y la incomprensión, el consejo espiritual y la oración entretenida en los bellos parajes que se le brindan en sus abundantes desplazamientos por los monasterios de su propia orden y por los que ha de visitar para la orientación espiritual de las Monjas Carmelitas Descalzas que fundara Santa Teresa de Ávila.
    Su obra en poesía y prosa, no demasiado abundante, es un tesoro de incalculable profundidad que bien puede tomarse como fuente de sabiduría a lo divino y como apoyo en el camino sencillo de la fidelidad cotidiana para quien “no de esperanza falto, quiera volar tan alto, tan alto que le di a la caza alacance” .
    “El Santo de Fontiveros es el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios. Sus escritos siguen siendo tan actuales y, en cierto modo, explican y complementan los libros de Santa Teresa de Jesús.”

5. EL SANTO PATRONO DE LOS POETAS
    Como precioso instrumento que realzó el testimonio de su experiencia cristiana, destaca su valor poético, gloria de las letras españolas y elemento constitutivo de nuestra más alta cultura. San Juan de la Cruz, hombre cristiano y culto hasta la santidad y la cumbre de las letras, será imagen señera y signo elocuente de la dignificación integral del hombre a que lleva la vida profunda de la fe y la valoración y cultivo de los dones y capacidades humanas recibidas de Dios. En San Juan de la Cruz, el, así llamado, Diálogo fe–cultura alcanzó a la integración plena entre la cultura y la fe. La cultura fue en él ayuda para vivir la dimensión estética de la fe desde su espíritu cultivado. Y la fe se constituyó en vivencia tan sublime que estimuló la creatividad poética para que la cantara adecuadamente el hombre Santo.

6. ANDALUCÍA, TIERRA DE SAN JUAN DE LA CRUZ
    Ávila, Toledo, Granada, Baeza, Beas de Segura y Úbeda, entre otros lugares, fueron testigos de sus meditaciones y ansias divinas y pupitre de sus preciosos escritos. La grandeza y universalidad del “Santico Fray Juan”, como le llamara Santa Teresa, impide reducir su identidad, asociándole a una sola provincia española. Pero sin demasiado esfuerzo puede concluirse de su biografía que la tierra más vinculada a su figura y a su obra, después de aquella que le vio nacer e iniciar su camino de entrega religiosa, es Andalucía.
    Alguien ha dicho que Andalucía fue su escritorio; en varias de sus provincias, y muy especialmente Granada y Jaén, dejó San Juan de la Cruz la huella de su santidad, viva hoy todavía con mayor fuerza en el recuerdo y el afecto de los andaluces vinculados a los lugares que visitó y que fueron sus residencia conventual.
    Por nuestra geografía, comenzando a escribir en unos lugares y concluyendo en otros, va componiendo sus escritos más significativos.
    Con mo
tivo de esta celebración centenaria, importa mucho a los cristianos de Andalucía conocer y dar a conocer la obra del Santo como un maravilloso servicio de corresponsabilidad en la orientación evangélica de los hermanos, puesto que el mismo San Juan de la Cruz afirma en el prólogo de Dichos de luz y amor, que “escribe para quitar por ventura delante ofendículos y tropiezos a muchas almas que tropiezan no sabiendo, y no sabiendo van errando, pensando que aciertan en lo que es seguir a tu dulcísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y hacerse semejantes a Él en la vida, condiciones y virtudes, y en la forma de la desnudez y pureza de su espíritu”.

7. UNA PREDICACIÓN EVANGÉLICA Y ECLESIAL
    San Juan de la Cruz, es un apóstol incansable del acercamiento a Cristo. Pero su doctrina es al mismo tiempo una insistente orientación del creyente hacia el amor y vinculación a la Iglesia, en la que se hace presente el Misterio, la Vida y la obra salvífica de Cristo, como el Papa Juan Pablo II subraya en su alocución sobre el Santo en Segovia: “El Doctor de la fe no se olvida de puntualizar que ha Cristo lo encontramos en la Iglesia, Esposa y Madre: y en su magisterio encontramos la norma próxima y segura de la fe, la medicina de nuestras heridas, la fuente de Gracia: Y así, escribe el Santo, en todo nos hemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de la Iglesia y sus ministros humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía”.

8. UN ESTÍMULO Y ORIENTACIÓN PARA EL HOMBRE DE HOY
    La significación esencial de un santo, cualquiera que sea, se constituye en estímulo y orientación para los hombres de todos los tiempos. La razón es muy sencilla: al ser declarado santo por la Iglesia, es presentado a los cristianos y al mundo como hombre que amó a Dios sobre todas las cosas y que, en lucha con las propias limitaciones y concupiscencias, permitió que triunfara en él la misericordia providente y salvífica de Cristo Redentor, siendo testigo del Evangelio ante el mundo y miembro vivo de la Iglesia comprometido en la salvación del mundo.
    Pero cada santo, por los peculiares acentos de su personalidad, goza de una simpatía especial para determinado tiempo o circunstancia histórica.
    San Juan de la Cruz, hombre de profunda contemplación y de reconocida elevación mística alcanzadas no en la apacible soledad de un claustro, sino en la esforzada y rica actividad del escritor, del consejero, del caminante y del gobernante en su propia orden se constituye en estímulo y orientación absorbente y acosado por la velocidad de la vida moderna. San Juan nos da la preciosa lección de que en medio de la mayor movilidad, atravesando los caminos del mundo y sufriendo sus difíciles embates, puede vencerse la extroversión descontrolada y alcanzarse la unidad de sí mismo, la delicada comprensión y servicio del hombre, y la intimidad con dios “estándose amando en el amado”.

9. UNA LLAMADA ESPECIAL A LOS JÓVENES
    Desde esta consideración que puede ayudar al hombre del siglo XXI, ya próximo, a valorar y aprovechar el mensaje implícito en la santidad de Juan de la Cruz, queremos hacer una llamada especial a los jóvenes de nuestro tiempo. Mirad el alma inquieta que anida en este hombre pequeño de cuerpo y que murió en edad todavía lejana a los años de ancianidad. Vibraba en su alma el ansia fuerte de encontrar a Cristo amado. “En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, ¡Oh dichosa ventura! Salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada.”
    Y salió y salía siempre en busca del amado sintiendo el corazón herido por su ausencia, de modo que por no tener “aquel que yo más quiero”, nos dice, “adolezco, peno y muero.”
    Por eso, “buscando mis amores –sigue diciendo en preciosa lección para quien entiende el lenguaje del amor y quiere encontrar el amor de Dios– iré por esos montes y riberas, ni cogeré la flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras.”
    Los jóvenes que pueden construir una sociedad mejor, son precisamente los que en la búsqueda enamorada de la Verdad, y aceptando que Cristo es la Verdad y la Vida, no se arredran ante fuertes y fronteras. El joven que vive apoyado en la fe y la esperanza cristianas, ni se entretiene en el placer de flores efímeras ni teme el embate de las fieras. Tiene en su corazón como llamada a la confianza en el Señor, la definitiva afirmación de Cristo: “No temáis: yo he vencido al mundo”

10. LA NATURALEZA, HUELLA DE DIOS Y CAMINO HACIA ÉL
    Es necesario considerar otra cualidad de notable importancia en el Santo Carmelita y de clara ejemplaridad para un mundo sensibilizado por el valor de la naturaleza y su ejemplar contemplación de la huella de Dios presente en ella. En su búsqueda amorosa del Creador y Redentor, pregunta a los “bosques y espesuras” y al “prado de verduras de flores esmaltado” si acaso por ellos ha pasado. Y en preciosa valoración de lo creado pone en la imaginaria voz de las criaturas esta respuesta que habla por sí misma: “Mil gracias derramando –pasó por estos sotos con presura– y, yéndose mirando, con sola su figura –vestidos los dejó de su hermosura.”

11. NUESTRA INVITACIÓN, COMO OBISPOS
    Al dirigirnos a todos los cristianos de las diócesis andaluzas en esta carta colectiva, los Obispos de las provincias eclesiásticas de Sevilla y Granada queremos invitaros a contemplar con atención el acontecimiento que providencialmente nos es concedido vivir con motivo del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz. Compartiendo el gozo de poder contar al Santo Carmelita entre los miembros preclaros de nuestro pueblo por su residencia y obra apostólica, demos gracias a Dios que, a través suyo, nos ha enriquecido con abundante gracia de magisterio y estímulo sobrenaturales. Sintamos la responsabilidad de compartir gratis lo que gratis hemos recibido. Apoyados en el Bautismo que nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y enriquecidos en la Eucaristía por la que Dios mismo habita en nosotros, vayamos decididos a cumplir con el encargo de hace discípulos de Cristo, según el carisma que a cada uno le ha sido concedido para el Servicio que la Iglesia debe ofrecer al mundo.
    Llenos de gozo y unidos a la Santísima Virgen en la consideración de las maravillas que el Todopoderoso obra constantemente entre nosotros, abramos cada vez más nuestro espíritu a la esperanza, entregados generosamente al cumplimiento de la voluntad salvífica de “Aquel que nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su hijo querido, por quien obtenemos la redención, el perdón de los pecados.”

12. LAS CONSIGNAS SNJUANISTAS DE JUAN PABLO II
    Queremos terminar esta exhortación haciendo nuestras, especialmente para vosotros, las consignas que Juan Pablo II ofreció a los españoles como propias de San Juan de la Cruz y a las que considera de alcance universal:+
    Clarividencia en
la inteligencia para vivir la fe:
“Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por lo tanto, sólo Dios es digno de él”
    Valentía en la voluntad para ejercitar la caridad:
“Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”
    Una fe sólida e ilusionada, que mueva constantemente a amar de vera a Dios y al hombre; porque al final de la vida
“a la tarde te examinarán en el amor”

13. EXHORTACION FINAL
    Os invitamos con especial interés a celebrar intensamente este IV Centenario de San Juan de la Cruz participando según vuestras posibilidades en los actos conmemorativos de esta gozosa efemérides y procurando que a todos llegue la noticia y el ejemplo de San Juan de la Cruz.

    Con nuestra bendición pastoral.

14 de Diciembre de 1990

* José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada
* Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
* Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada
* Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva
* José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba
* Antonio Montero Moreno, Obispo de Badajoz
* Antonio Dorado Soto, Obispo de Cádiz–Ceuta
* Javier Azagra Labiano, Obispo de Cartagena–Murcia
* Ramón Buxarrais Ventura, Obispo de Málaga
* Rafael Bellido Caro, Obispo de Jerez
* Ignacio Noguer Carmona, Obispo Coadjutor de Huelva y Administrador Apostólico de Guadix–Baza
* Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería
* Santiago García Aracil, Obispo de Jaén

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