Hombres y mujeres que se fiaron de Dios y abrieron caminos de vida y liberación para los más pobres de su tiempo.
Confío en que os haya llegado, a través del arcipreste, de algún miembro del Consejo Pastoral Diocesano o de vuestro párroco, el Plan Pastoral diseñado para este año, que consiste en una revisión profunda de la vida de la Diócesis. Desde aquí invito a cada parroquia, a cada comunidad religiosa, a cada organismo diocesano y a cada grupo o movimiento apostólico a realizar un examen de conciencia sereno y objetivo.
Necesitamos conocer los avances conseguidos en nuestra tarea evangelizadora, las carencias más importantes que tenemos y los caminos que deberíamos emprender en común. Para facilitar la revisión, un amplio grupo de personas, en su mayoría seglares, ha preparado diversos cuestionarios, pero cada grupo puede añadir aquellos temas que considere de interés o prescindir de las que menos le afecten.
Entiendo que es un trabajo duro, y enojoso algunas veces, como la primera labor que se realiza en nuestros campos cada otoño, para desbrozar y preparar el terreno; pero también es muy útil. Y aunque nadie resulte imprescindible, todos somos necesarios, pues Dios se sirve, muchas veces, de personas anónimas, para mostrar el camino a los que se consideran suficientemente preparados.
Es importante tener una mirada positiva y reconocer los logros, aunque sean tan insignificantes como un grano de mostaza. Pero también es fundamental descubrir las carencias y las equivocaciones. Todo ello, de cara a presentar propuestas muy concretas y viables y a implicarse personalmente en la tarea.
Una actitud con la que debemos abordar este trabajo es la limpieza de corazón, porque no buscamos que se imponga la propia ideología ni los intereses personales, sino que deseamos abrir el corazón y la inteligencia a la voluntad de Dios. Lo que importa de verdad es descubrir qué nos está diciendo hoy el Señor a los católicos de Málaga, y por dónde nos invita a caminar el Espíritu Santo.
Este discernimiento sólo será posible cuando se realice en un clima de oración y de escucha. Allí donde falta la oración, es imposible oír la voz de Dios y tener el coraje necesario para seguirla. No olvidéis que los árboles dan fruto porque hunden sus raíces en la tierra que está junto a la acequia, y que Jesús nos habló de una fuente de agua viva que brota de la fe y fecunda el corazón de sus seguidores.
El agua del Espíritu Santo que se nos dio en el bautismo y sigue alimentando el caudal de nuestro amor y de nuestra esperanza. Esa esperanza que no es la pasividad de la espera, sino la fuerza interior que nos impulsa dar respuestas evangélicas a las situaciones humanas y eclesiales. La esperanza que se alimenta en la Eucaristía, en la búsqueda comunitaria y en la escucha personal de la Palabra. Tal vez sea el don más necesario hoy, cuando cruzamos el duro desierto de unas tendencias culturales bien orquestadas, que tratan de reducirnos al silencio.
La fiesta de Todos los Santos, que celebramos el día uno de Noviembre, nos trae a la memoria a esos hombres y mujeres que se fiaron de Dios y abrieron caminos de vida y liberación para los más pobres de su tiempo. Algunos están en los altares, pero la mayoría son personas anónimas, como las que fundaron una Cáritas parroquial, potenciaron el trabajo de los catequistas en un barrio o cuidaron de todos los mayores y enfermos con a m o r. Personas sencillas por las que nos llegó el don de la fe, la alegría del amor y la fuerza de la esperanza. Personas que abundan también ahora en nuestras parroquias y comunidades.
30 de octubre de 2005