D. JUAN DEL RÍO. CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DIVINA

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Apuntes para la vida. 23/102005

 

Siempre me ha edificado el testimonio de los grandes creyentes cuando hacen una lectura de su vida personal y de los acontecimientos desde una gran confianza en Dios que se plasma en expresiones como éstas: “Para querer Dios una cosa solamente hay un camino”; “la providencia nunca me ha abandonado”; “todo sucede para nuestro bien”. Y aunque los hechos digan lo contrario siempre el verdadero cristiano ve y experimenta una mirada superior más fuerte que todos los poderes del mundo, capaz de colmar los deseos de su corazón y superar las dificultades del momento. El creyente sabe de quién se ha fiado y en quién ha depositado sus preocupaciones y verdaderamente puede decir que Dios cuida siempre de sus criaturas como evidencia el Evangelio cuando dice: “Por eso os digo: no andéis preocupados pensando que vais a comer o beber para sustentaros…fijaos en las aves del cielo…¿No valéis vosotros mucho más que ellas?…No andéis preocupados por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su afán”(Mt 6,25-26.34). Por lo tanto, la fe en Dios nos libera de las ansias del presente y las angustias del mañana. Tras el concepto de providencia que vivimos se encuentran nuestra fe y sus dinamismos.

 

Creer en la providencia divina equivale a modificar la cara del mundo, que dejará de ser únicamente el mundo de lo empírico, de la ciencia y de la técnica, para convertirse en el mundo de la vida que supera a todo lo que nos puedan decir los científicos y nos adentra en el misterio que lo envuelve todo y en cual “vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28). Pero, ¿qué es la providencia? No es una “varita mágica” que tiene el cristiano para responder a aquellas cuestiones para las que no hay respuestas, ni tampoco es un producto de la fantasía cuando pasan cosas extrañas o inesperadas y que se acogen y se explican de manera sentimental. Romano Guardini la definía de esta manera: “Providencia significa que hay una fuerza que sostiene el mundo en su esencia y en su actividad propia y que, a la vez, está al servicio de la voluntad amorosa de Dios, realidad que trasciende cualquier cosa de este mundo” (El Espíritu del Dios Viviente, Barcelona 2005, p. 38).

 

Confiar en la providencia divina es haber aceptado a un Dios que es Amor y que en su dinamismo desbordante es vivo y tierno como el amor de una persona humana para otro ser querido. Pero además, es pensar firmemente que todo lo que sucede viene de Dios y de su amor hacia nosotros, aunque en muchas ocasiones no entendamos sus designios, pero los “caminos de Dios no son los de los hombres”. Él ve en lo infinito, nosotros sólo limitadamente, por eso mismo, ¡cuántas veces acabamos reconociendo que por un mal nos vino un bien! Y lo que fue llanto luego se convierte en bendición. El misterio de la providencia quedará en oscuridad si pretendemos comprenderlo exclusivamente con la inteligencia, más bien la descubren y la gozan aquellos que aman a Dios de corazón y ponen sus vidas en “las manos del Padre amoroso” que busca siempre el bien de sus hijos y que hace de “lo imposible lo posible”.

 

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