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BIOGRAFÍA DE MONS. INFANTES FLORIDO

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Don José Antonio Infantes Florido nació en Almadén de la Plata (Sevilla) el 24 de enero de 1920. Ingresó en el Seminario Metropolitano Hispalense donde estudió Filosofía y Teología, siendo ordenado Presbítero el 19 de mayo de 1951. Se doctoró en Derecho Civil por la Universidad de Sevilla y en Derecho Canónico por la Universidad Gregoriana de Roma. En la Diócesis hispalense desempeñó varios cargos pastorales.

 

El 21 de septiembre de 1967 fue consagrado Obispo de Gran Canaria. Infantes Florido puede considerarse como pionero del Movimiento Ecuménico en España. Consciente de la importancia del turismo en las islas, en gran parte procedente de países nórdicos no católicos, fomentó el diálogo con los hermanos separados y la Semana de Oración por la Unidad y levantó el Templo Ecuménico de la Playa del Inglés, en el Sur de Gran Canaria, sin duda su obra emblemática, que fue inaugurado en 1971.Tras once años en esta sede, el 25 de mayo de 1978 tomó posesión de la Diócesis de Córdoba. 

 

Como pastor de la Diócesis cordobesa, promovió intensamente las vocaciones sacerdotales, reabrió los Seminarios Mayor y Menor de San Pelagio. Asimismo realizó continuas visitas pastorales, creó nuevas parroquias y edificó nuevos templos como los de Santa Beatriz de Silva en la urbanización Azahara o Nuestra Señora de la Aurora, en la barriada de Fátima, San Luisa de Marillac, en el Polígono del Guadalquivir y la parroquia del Inmaculado Corazón de María, en la urbanización Miralbaida. Creó e inauguró la Casa Sacerdotal “Medina y Corella”; el Museo Diocesano de Bellas Artes de Córdoba.

 

Fue reconocido con la Cruz de Oro del Monte Atos, concedida por el Patriarca Atenágoras.

 

En 1996 presentó su renuncia como Obispo diocesano, que le fue aceptada.

                 

Mons. Infantes fue Presidente de la Comisión de Relaciones Ecuménicas en la Conferencia Episcopal Española (dos trienios), Delegado Episcopal para el Patrimonio Cultural de los Obispos del Sur.

 

Fundó el periódico de información religiosa «Iglesia en Andalucía» y fue colaborador en el diario ABC de Sevilla y Diario Córdoba. Entre sus libros publicados destacan: sus estudios sobre el Obispo Tavira: El diario de Tavira (1998) y el Obispo Tavira y la Ilustración (1997), 25 años de pastoral (1992), Meditaciones de Teología Bíblica Cofrade (2004) y La Iglesia en el día a día (2005). 

 

Su fallecimiento se produjo a las 14:15 h del domingo 6 de noviembre de 2005 en su domicilio familiar de Gelves, (Sevilla).

 

 

 

D. JUAN JOSÉ ASENJO. ANTE LA NUEVA LEY DE EDUCACIÓN

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Queridos hermanos y hermanas:

 

                                En las próximas semanas las Cortes van a debatir el proyecto de Ley de Educación, aprobado por el Consejo de Ministros el pasado 22 de julio. La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, después de conocer el texto del referido proyecto, ha dado a conocer una nota en la que informa a la opinión pública sobre las consecuencias que se derivarían, en lo que respecta a los derechos fundamentales, si las Cortes aprueban la ley con su actual contenido.

 

                               A juicio de los Obispos, que yo hago mío por entero, el proyecto no responde a los problemas reales que en estos momentos tiene planteados la educación en España, en lo que dice relación a la formación integral de los alumnos. Algunos de sus artículos recortan el derecho primario de los padres a la educación de sus hijos. Recortan también la libertad de enseñanza garantizada por la Constitución y numerosos Tratados y Declaraciones internacionales. Por otra parte, el texto enviado a las Cortes restringe la legítima autonomía de los centros. El criterio de zonificación impide la libre elección de estos por parte de los padres y dificulta el pleno desarrollo de su carácter e ideario propios.

 

                               El proyecto de ley considera la educación como una actividad de servicio público y, por tanto, de exclusiva competencia del Estado. Aunque no se dice expresamente, el espíritu que late en el texto es que es el Estado el único educador, olvidando que es a los padres a quienes asiste el derecho primordial, insustituible e inalienable de educar a sus hijos. Lógicamente los centros de iniciativa social, entre ellos los de titularidad religiosa, se entienden como una mera concesión del Estado de carácter subsidiario, pervirtiendo la recta noción de subsidiariedad. La consideración de la iniciativa social en el campo de la educación como subsidiaria de los poderes públicos es impropia de sociedades democráticamente maduras, que conciben el pluralismo educativo como una riqueza y como un medio necesario para garantizar el derecho de las familias a la educación que desean para sus hijos.

 

                               Nos preocupa mucho a los Obispos la implantación como asignatura obligatoria de la llamada «Educación para la ciudadanía», que apunta hacia una formación moral impartida por el Estado al margen de la libre elección de los padres. Esta pretensión, a nuestro juicio, vulnera el derecho que les reconoce la Constitución en su artículo 27.3 y también el derecho a la libertad religiosa que consagra el artículo 16.1. Por desgracia, tampoco se garantiza de manera suficiente el derecho de los padres a que sus hijos reciban la educación religiosa y moral de acuerdo con sus convicciones, a pesar de que más del 80% de las familias solicitan cada año la enseñanza de la religión católica para sus hijos. Por ello, los Obispos reclamamos el cumplimiento del Acuerdo entre el Estado Español y la Santa Sede sobre Enseñanza y Asuntos Culturales, en el que se establece como derecho de los padres que la enseñanza religiosa escolar sea considerada como asignatura fundamental, impartida en condiciones equiparables a las demás asignaturas fundamentales.

 

                               El proyecto de ley modifica sustancialmente el estatuto de los profesores de Religión, que hasta ahora eran empleados del Estado, nombrados a propuesta de la Iglesia. Si el texto presentado en las Cortes prospera, a partir de ahora serán empleados de la Iglesia, olvidando que prestan sus servicios en centros de titularidad estatal, que son miembros de los claustros a todos los efectos y que el Tribunal Supremo ha declarado reiteradamente que es el Estado el empleador de estos profesores.

 

                               Los Obispos estamos persuadidos de que hoy más que nunca es necesario un pacto escolar entre todas las fuerzas políticas y sociales, teniendo muy presente el parecer de los padres. La alternancia política no puede tener como efecto casi connatural la mutación de todo el sistema educativo, que necesita estabilidad para la tarea urgente de mejorar la calidad de la enseñanza.

 

                               La verdad es que hasta ahora hay pocos motivos para la esperanza, teniendo en cuenta que el Gobierno se ha negado a dialogar con los padres católicos que le han presentado tres millones de firmas. Con todo, sería deseable que los responsables políticos, teniendo como única perspectiva el bien común de la sociedad y de las familias, propiciaran con generosidad y altura de miras el citado pacto escolar, que en esta hora parece absolutamente necesario. Parece también ineludible que en la tramitación parlamentaria del proyecto se introduzcan las modificaciones oportunas que garanticen la libertad de enseñanza y el derecho de los padres a la educación religiosa y moral de sus hijos.

 

                               Sin olvidar el recurso a la oración para que el Señor ilumine a nuestros legisladores, invito a los padres a participar en el debate en curso y a reclamar de nuestros representantes en las Cortes que tengan en cuenta el bien común de la sociedad. Es vuestro derecho y vuestro deber emprender las acciones oportunas, siempre con el debido respeto a las leyes, para defender la libertad de enseñanza y el derecho que os incumbe a educar a vuestros hijos según vuestras convicciones.

 

                               Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz domingo.

 

 

 

                                                                        + Juan José Asenjo Pelegrina

                                                                                  Obispo de Córdoba

 

NUEVOS VICARIOS GENERALES EN TENERIFE

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Tenerife. 03/11/2005. – Monseñor Álvarez Afonso ha dado a conocer el nombre de los nuevos Vicarios Generales de la Diócesis Nivariense. Se trata de los sacerdotes D. Domingo Navarro Mederos y D. Antonio Manuel Pérez Morales.

 

Esta elección se inscribe en el proceso normal de relevos que acompaña a la elección de un nuevo Obispo, toda vez que los anteriores cargos cesan con la designación de un nuevo prelado. En nuestra Diócesis, y a raíz de la celebración del Sínodo Diocesano, se ha optado por la fórmula de contar con dos Vicarios Generales, uno dedicado preferente pero no exclusivamente a los temas de Curia y el otro, de forma preferente pero no exclusiva, a los temas vinculados a la Pastoral. El Vicario General es, por encomienda del Derecho Canónico, la persona que ostenta la máxima autoridad en la Diócesis después del Obispo Diocesano.

                Es de señalar que el Señor Obispo ha escuchado ampliamente al Clero Diocesano con anterioridad a estas designaciones, sondeando la opinión de sus sacerdotes al respecto.

 

D. Domingo Navarro Mederos

 

Para el servicio de Vicario General preferente pero no exclusivamente de Curia, Álvarez Afonso ha designado al sacerdote Domingo Navarro Mederos. Nacido hace 49 años en S/C de Tenerife. En su currículo destaca que es Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de la Laguna, Bachiller en Teología (Licenciado en Ciencias Eclesiásticas) por el Instituto Superior de Teología San Dámaso de Madrid y Licenciado en Teología Moral por la Universidad Gregoriana de Roma. Es profesor del Instituto Superior de Teología de Canarias. Ha ejercido labores pastorales en la Parroquia de San Bartolomé de Tejina y del Gran Poder de Dios de Bajamar, en la Exaltación de la Santa Cruz de Llano del Moro y de Ntra. Sra. del Carmen en el Sobradillo, en San Isidro Labrador de El Chorrillo, en la Parroquia de San Pablo Apóstol en Radazul-Tabaiba y Párroco de la Santa Cruz de Ofra en La Cuesta. Igualmente, ha ejercido de Consiliario Diocesano del Movimiento JUNIOR de niños y es Miembro del Consejo Presbiteral, Secretario General del obispado ( en cuyo servicio cesa) y Delegado Episcopal de Cáritas Diocesana.

D. Antonio Manuel Pérez Morales

 

En cuanto al Vicario General preferente pero no exclusivamente de Pastoral, la elección ha recaído en Antonio Manuel Pérez Morales, de 39 años y natural de Santa Cruz de la Palma. De allí marchó a estudiar derecho a la Universidad de La Laguna, estudios que abandonó tras terminar el segundo curso para ingresar en el Seminario Diocesano. Fue ordenado en la parroquia de San Francisco de la capital palmera hace ahora 13 años. Es Licenciado en Ciencias Eclesiásticas por la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, Licenciado en Teología, especialidad en Pastoral Juvenil y Catequesis, en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma.

 

       Su vida sacerdotal ha estado muy vinculada a la isla de El Hierro. En ella ha desempeñado numerosos servicios. Fue párroco de La Concepción y S. Pedro, en el municipio de Valverde, arcipreste de la isla y, posteriormente, Delegado del Obispo para el Congreso de la Bajada de la Virgen y actualmente Vicario Episcopal de La Gomera y El Hierro, cuyo servicio continuará desempeñando.

 

       Hasta la fecha ha sido, además, Delegado de Catequesis desde el año 2001, Secretario de Pastoral, profesor del Instituto Superior de Teología, Jefe de Redacción de la publicación diocesana “Iglesia Nivariense” y párroco del Santísimo Cristo de La Gallega y El Pilar en el distrito suroeste de la capital tinerfeña. Es miembro de la Asociación Española de Catequetas. Colabora, desde hace años, con la Comisión episcopal del Clero y forma parte del Consejo Asesor de Catequesis de la Comisión correspondiente en la Conferencia Episcopal.

 

 

NUEVO VICARIO GENERAL DE LA DIÓCESIS DE JAÉN, D. MANUEL BUENO

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Jaén. 03 /11/2005. – El Obispo de la Diócesis de Jaén, Mons. D. Ramón del Hoyo López, ha nombrado en la mañana de hoy 3 de noviembre a D. Manuel Bueno Ortega,  Vicario General de la Diócesis de Jaén en sustitución de D. Jesús Moreno Lorente.

 

D. Manuel Bueno Ortega

 

El nuevo Vicario General, D. Manuel Ortega Bueno, nació en Torredonjimeno el día 29 de agosto de 1935 y fue ordenado sacerdote en junio de 1959. Es licenciado en Teología y actualmente es párroco de San Ildefonso de Jaén, Canónigo de la Santa Iglesia Catedral, Delegado Episcopal para el Patrimonio de la Diócesis, Miembro del Consejo de Asuntos Económicos, Miembro de la Ponencia Técnica Diócesis-Delegación de Cultura, Miembro representante de la Diócesis de Jaén en la Comisión Mixta para el Patrimonio Histórico Cultural.

 

                D. Manuel Bueno Ortega ha sido Prefecto del Seminario de Granada desde 1967 hasta 1970. Asimismo Rector del Seminario de Granada desde 1970 hasta 1972. Desde 1972 hasta 1989, Delegado Diocesano de Misiones. Desde 1972 hasta 1994, Párroco de Cristo Rey de Jaén. Desde 1975 hasta 1989, Profesor de la Escuela de Magisterio. Desde 1986 es Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Jaén y Vicario Episcopal de la zona de Jaén desde 1989 hasta 1997. Desde 1992 hasta 1994 ha sido Delegado Episcopal para el Clero. Además de estos cargos ha sido Profesor del Seminario, miembro de varios consejos diocesanos.

 

 

D. ANTONIO DORADO. DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

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EL AMOR A LA IGLESIA EN TIEMPOS DE INCLEMENCIA

  

 A finales del siglo I, ser cristianos y confesarse como tal se había convertido en un riesgo. A las persecuciones físicas, se añadieron la confiscación de bienes, las burlas y la dificultad para ocupar cargos importantes. Algunos cristianos comenzaron alejarse de la Iglesia y a dejar de acudir a las asambleas en las que se celebraba la Eucaristía y se impartían las enseñanzas recibidas de Jesucristo por medio de los Apóstoles. En este contexto, se escribió el último libro de la Biblia, el Apocalipsis. El autor se dirige a las comunidades cristianas, alaba sus valores y denuncia sus defectos. El mensaje central de este libro es el anuncio de que el Resucitado camina en medio de ellos y la llamada a la conversión, para que avancen en sus actitudes evangélicas; a la esperanza, para que no se dejen ganar por el desaliento; y al compromiso de todos y de cada uno, para renovar la Iglesia. Aunque nuestra situación histórica no es tan difícil, nos vendría bien meditar la enseñanza de este escrito.

 

Hoy, al dirigirme a los católicos de Málaga, soy muy consciente de que vivimos tiempos de inclemencia. Ser católico y declararse un miembro fiel de la Iglesia suscita comentarios y miradas que oscilan entre compasión, la ironía y la sorpresa. ¿Cómo es posible, piensan algunos, seguir confiando en la Iglesia en pleno siglo XXI? Porque la imagen pública de la Iglesia está deteriorada en nuestro mundo secularizado, no sólo por sus pecados reales, que los tiene, sino porque sólo se suele contar lo que hace mal y lo que provoca escándalo. Cuando se habla de ella, es francamente raro que se proclame la labor impresionante que realizan las cáritas parroquiales, el trabajo abnegado con los enfermos que llevan a cabo los miembros de pastoral, el servicio a los inmigrantes, la dedicación generosa de los catequistas, el compromiso público de los que militan en movimientos apostólicos…

 

Al celebrar hoy, 13 de Noviembre, el Día de la Iglesia Diocesana, invito a todos los católicos a expresar su amor a la Iglesia mediante una actitud de conversión que nos acerque más al Evangelio, a conocer la rica realidad de nuestras comunidades, a crecer en el compromiso misionero que brota de nuestro bautismo y a conseguir entre todos el mantenimiento económico de la Iglesia. Es lo que nos sugiere el lema de este año, que dice: “Los valores permanente de la VIDA, en tu IGLESIA”.

 

Nos estamos acercando a la autofinanciación económica, pues las comunidades y los católicos de Málaga aportáis ya en torno al ochenta por ciento de los presupuestos diocesanos. El año pasado, se destinó un tercio de ellos (unos 900 millones de pesetas) a construir nuevos templos y a rehabilitar complejos parroquiales antiguos. En torno a otro tercio, (casi 940 millones de pesetas) se destinó a pagar al personal: seglares y sacerdotes. Y una parte sustanciosa del tercio restante se dedicó a obras sociales y a la ayuda al Tercer Mundo. Lo podréis consultar y conocer con más detalle en el número del Boletín, en el que se harán públicas las cuentas de dicho año.

 

A pesar de la secularización creciente de la sociedad española, se constata que la conciencia se ser Iglesia y la alegría de la fe van en aumento entre los miembros de las comunidades cristianas. Éstas se muestran más responsables y más vivas, seguramente porque somos los seguidores del Crucificado y las dificultades fortalecen nuestro temple creyente y apostólico. Hoy os invito a analizar en familia si pensáis que también vuestra aportación económica a vuestra Iglesia es la que corresponde a vuestras posibilidades, a profundizar en vuestra vida de fe y en vuestro trabajo misionero, a dar razón de vuestra esperanza y, en una palabra, a acrecentar vuestro amor a la Iglesia en estos tiempos de particular inclemencia.

 

 

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

 

PRESENTACIÓN DEL COMPENDIO DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

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CÓRDOBA. Se han programado durante el mes de noviembre una serie de actos y conferencias presentación del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

 

Para sacerdotes:

 

Día: 3 jueves. De 10 a 19:30 h., incluida comida.

Lugar: Casa Diocesana de Espiritualidad “San Antonio”.

Tema: Presentación del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

Ponencias:

10:00 h.: Fundamentos antropológicos de la Doctrina Social de la Iglesia. Doctor D. Agustín Moreno Bravo, profesor del Seminario Mayor Diocesano “San Pelagio”

 12:00 h.: La verdad sobre el matrimonio y la familia, fundamento de una sociedad verdaderamente humana. Dr. D. Mario Iceta Gavicagogeascoa, profesor del Seminario Mayor Diocesano “San Pelagio”.

16:00 h.: La articulación de los elementos fundamentales de la economía a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia. Prof. Dr. José T. Raga Gil, Presidente de las Semanas Sociales de España, catedrático de la Universidad Complutense y miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.

17:30 h.: Quehacer del cristiano en la comunidad política. Dra. María Teresa Compte, profesora de Pensamiento social cristiano en la Universidad Pontificia de Comillas-ICADE.

 

Para Laicos:

 

Día: 3 jueves. A las 19:30 h.

Lugar: Salón del Palacio Episcopal

Tema: Presentación del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

Ponencias:

La articulación de los elementos fundamentales de la economía a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia. Prof. Dr. José T. Raga Gil, Presidente de las Semanas Sociales de España, catedrático de la Universidad Complutense y miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.

Quehacer del cristiano en la comunidad política. Dra. María Teresa Compte, profesora de Pensamiento social cristiano en la Universidad Pontificia de Comillas-ICADE.

EL AÑO DE LOS SANTOS MÁRTIRES ESTÁ LLEGANDO A SU FIN

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La celebración del XVII Centenario de los Santos Mártires de Córdoba vive sus últimos momentos durante las semanas de octubre y noviembre previas a la celebración del triduo que tendrá lugar en la parroquia de San Pedro los días 23, 24 y 25. El triduo culminará con la solemne Eucaristía en rito Hispanomozárabe presidida por el Obispo en la Santa Iglesia Catedral el 26 de noviembre a las 19:00 horas.

 

Los fieles tienen la posibilidad de obtener indulgencia plenaria una vez al día, con las condiciones acostumbradas -Confesión sacramental, Comunión eucarística, y una Oración por las intenciones del Santo Padre, con un espíritu alejado de cualquier pecado-, con la peregrinación a la Iglesia de San Pedro Apóstol si allí participan devotamente en la Santa Misa o alguna otra celebración litúrgica.

 

Durante este año la parroquia de San Pedro ha celebrado de lunes a viernes, de 17:00 a 19:30 h., la Adoración al Santísimo. Las peregrinaciones se han repetido a los largo de estos meses. Varias delegaciones diocesanas, parroquias y fieles de modo particular aprovechan las últimas semanas del Jubileo de los Mártires para peregrinar a la parroquia que alberga los restos de los Santos Mártires de Córdoba.

 

Para el domingo, 30 de octubre, se ha organizado una Peregrinación de los movimientos, asociaciones y grupos parroquiales a la parroquia de San Pedro con motivo del XVII Centenario de los Santos Mártires de Córdoba, organizada por la Delegación Diocesana del Apostolado Seglar. El grupo partirá a las 18:00 h. desde la ermita de San Zoilo –junto a la parroquia de San Miguel- hasta el templo jubilar. Una vez allí tendrá lugar la Exposición del Santísimo Sacramento, Veneración de las Reliquias de los Santos Mártires y Celebración de la Eucaristía presidida por el Ilmo. y Rvdmo. Sr. D. Santiago Gómez Sierra, Vicario General.

RECUPERACIÓN SATISFACTORIA DE D. JOSÉ ANTONIO INFANTES FLORIDO

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Don José Antonio Infantes Florido, Obispo emérito de Córdoba, se recupera en el Hospital de San Juan de Dios de Bormujos (Sevilla), donde fue sometido a una intervención quirúrgica la tarde del pasado miércoles, 26 de octubre, debido a una afección urológica. Previamente el Obispo de Córdoba, Don Juan José Asenjo, administró a Mons. Infantes Florido el sacramento de la Santa Unción.

Ambos agradecen las oraciones que las diversas comunidades cristianas han elevado a Dios pidiendo por la salud del obispo emérito.

 

Don Juan José Asenjo ha pedido que se continúen las plegarias por la salud de Mons. Infantes Florido en todas las celebraciones de la Eucaristía durante este fin de semana

III ENCUENTRO DE MONAGUILLOS EN ALMERÍA

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El próximo día 5 de noviembre, sábado, tendrá lugar el tercer encuentro diocesano de Monaguillos en el Seminario Diocesano.

El encuentro comenzará a las 10:00 y terminara a las 17:00. La colaboración económica es de 3.00 Euros y la edad mínima, 7 años. Los monaguillos deberán llevar la túnica que usan para ayudar a Misa.

D. JAVIER MARTÍNEZ. DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

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LOS VALORES PERMANENTES DE LA VIDA, EN TU IGLESIA

 

Carta del Arzobispo de Granada a los sacerdotes, religiosos y fieles cristianos de la Diócesis con motivo del Día de la Iglesia Diocesana

 

13 de noviembre del año 2005.

 

 

Queridos hermanos y amigos:

 

                I. Vivimos en el mundo de lo efímero. Un estudio de hace no muchos años, hecho en un país del hemisferio norte y del mundo occidental, observaba que la persona estaba sometida al impacto de una media de 16.000 mensajes publicitarios al día. La mayoría de ellos, y con frecuencia los más ingeniosos y atractivos, anuncian cosas que no son en absoluto necesarias, y ni siquiera especialmente útiles para la vida. La vida sería lo mismo, y en no pocos casos, sería mejor, si esos productos no existieran, o no se metieran a los hombres por los ojos. La publicidad ofrece y vende, por lo general, sólo productos efímeros. Y, sin embargo, como su mensaje es siempre religioso –pues siempre promete la felicidad (la plenitud, el cumplimiento de nuestra humanidad)–, su impacto transmite implícitamente (y muchas veces explícitamente) la idea de que nuestra humanidad misma es algo también efímero, sin sentido ni meta, saciable con nada, y de que la felicidad es por tanto algo que se consigue a bajo precio en el mercado. Pero nunca de una vez por todas, por supuesto, sino a base de estar comprando siempre “lo último”. Lo cierto es que, en nuestro mundo, casi todo o todo es efímero, casi todo es banal: y tienden a ser banales también la palabra, la convivencia política y social, el trabajo y el amor, la vida y la muerte.

 

                No sería justo en absoluto hacer de la publicidad la responsable única de esa experiencia de la vida como algo sin sustancia y sin significado. Los factores que intervienen para crear “el imperio de lo efímero” (como lo ha llamado Gilles Lipovetsky) son múltiples, y entre ellos no hay que olvidar al menos dos: en primer lugar, el que durante mucho tiempo se les han estado vendiendo a los hombres, desde los centros de cultura y de poder, falsos “absolutos”, como la raza o la clase social, la llegada del paraíso marxista o el progreso de la ciencia, que darían a los seres humanos la paz y la felicidad, y en nombre de los cuales se pedía a los hombres sacrificar sus vidas y las de sus semejantes.

 

                En segundo lugar, también somos responsables de esta situación quienes, siendo portadores de la plenitud verdadera, de la Vida y de la Gracia divinas, hemos reducido tales bienes a algo banal también, en muchos casos puramente decorativo en la vida (que transcurre por otros caminos, y se mueve por otras claves), sin capacidad de conmover, sin belleza ni atractivo alguno para el corazón humano. El Don por excelencia que es la redención de Cristo ha quedado reducido a pura ley formal, o a puros “principios” o “valores” morales, a dinámicas de terapia psicológica, o a una ideología más en el mercado de las ideologías compitiendo entre sí. Algo, en todo caso, que no es en primer lugar la pasión de nuestra vida, y que difícilmente podemos decir que llena nuestro corazón.

 

                En un contexto así, los hombres y mujeres que fueron cristianos, y que fueron educados en la fe, la pierden con facilidad. La pierden, no porque hayan encontrado que la fe era falsa, o que había razones para negarla, sino, literalmente, porque la fe que han encontrado en nosotros no sostiene la vida. Lo que les mostramos no es a veces sino un despojo de la experiencia cristiana, y tampoco tiene gran cosa que ver con las inquietudes y los deseos del corazón. En la raíz del vacío que marca nuestra cultura, está con frecuencia la decepción y el resentimiento. Y es que el vacío, el sinsentido, la vida al servicio del consumo y de la evasión, no son lo espontáneo en la persona humana, no son nunca un dato primario de la experiencia, sino una especie de “retirada”, un momento segundo, un movimiento marcado por la frustración. De ahí pasa enseguida a ser una industria: el vacío de los seres humanos, su soledad, y la indefensión y la inconsistencia que nacen de esa soledad, son algo extraordinariamente rentable para los intereses y los poderes del mundo.

 

                II. El corazón puesto en lo efímero es una fuente de violencia. Además, por supuesto, el corazón no está hecho para vivir así. Es cierto que el corazón del ser humano –el ser humano–, está hecho para servir, es decir, para entregarse y darse. Pero no a cualquier cosa, y no de cualquier manera. Por ejemplo, el corazón no está hecho para servir a la mentira, si la percibe como mentira. Aunque la herida del mal que lleva dentro le pueda llevar muchas veces a mentir, o incluso a vivir en la mentira, es obvio que nadie quiere ser engañado. Cuando la persona se siente engañada siempre se produce un sufrimiento, siempre es una humillación, siempre es una ofensa a su dignidad.

 

                Algo parecido podría decirse en relación con el amor: el corazón de la persona está hecho para un amor que no sea excusa para “usar” a las personas, que no sea “en función” de algo que se quiere obtener de ellas (ni siquiera un bien como su salvación), sino que tenga como objeto único el bien de la persona misma: el reconocimiento y la gratitud por su existencia, por el don misterioso y único que cada persona es en sí misma. Independientemente del juicio que uno tenga sobre si un amor de estas características puede darse en este mundo, o de si se da con más o menos frecuencia, el corazón está sin duda hecho para un amor así. Y no sólo para un amor así por momentos, ocasionalmente, sino de manera permanente, de forma que la vida entera esté como inmersa, sostenida por un amor permanente, fiel, incondicional, y por lo tanto, misericordioso.

 

              Amar”, escribía Gabriel Marcel, “es decirle a alguien: «Yo quiero que tú no mueras jamás»”. Al margen de la cuestión (nada banal, sin duda) de si eso se puede o no se puede decir razonablemente en esta vida, o de si eso se lo puede decir razonablemente un ser humano a otro ser humano, lo que es cierto es que el amor (si es verdadero), al menos el que cada uno quisiera recibir, lleva inscrito dentro de sí una cierta exigencia inextinguible de eternidad, de permanencia, incluso más allá de la muerte. La publicidad y el marketing saben muy bien de esta exigencia profunda de la persona cuando vinculan la obtención de la felicidad a la compra de un producto. Y cuando se afirma que el amor no existe, que “todo es pura química”, que al fin y al cabo no existe más que la utilización más o menos sutil y disfrazada de los demás, es siempre con un cierto tono de decepción y desencanto. Es el desencanto de una gran esperanza frustrada, un desencanto muy similar al que señalábamos más arriba hablando de la pérdida de la fe: el desencanto lleno de dolor que se produce en quienes rechazan la fe cristiana porque no han encontrado cristianos en los que resplandezca la verdad de Dios (era el caso de Nietzsche, por ejemplo).

 

                Aproximarse a la realidad del amor humano pone de nuevo de manifiesto que el corazón está constitutivamente abierto al infinito, a Dios. Y por eso vivir en lo efímero produce violencia, es la fuente primera y radical de la violencia. La mentira de instalar el sinsentido, el vacío, lo efímero, como el fondo último de la realidad y de la vida, no puede conducir sino a instalar la violencia en el corazón de lo cotidiano (que es donde empiezan las guerras). Esa trágica mentira no puede dar lugar sino a una filosofía, y a una ética y a una política, y a una estética, de la violencia, que justifican la violencia y el resentimiento, que en realidad los alimentan, aunque parezcan rasgarse continuamente las vestiduras escandalizados de su existencia. Aunque es necesario reconocer que también esa filosofía, en último término, da homenaje a las exigencias profundas de verdad y de bien del corazón humano, y trata de vestirse (como no podía ser menos), de razón, y de razón moral. A comienzos de los años cuarenta, el novelista G. Bernanos hablaba con desdén de los políticos que se burlan de la moral, pero que viven de la moral de los demás. Muchos son los hombres que mienten, pero por alguna misteriosa razón que tiene que ver con la naturaleza de las cosas, nadie presume de ello.

 

                Estas reflexiones ponen de manifiesto que el ser humano no está hecho para la mentira, o para el egoísmo, o para cosas que valen menos que la propia vida. Nuestra cultura puede vivir instalada en lo efímero, pero, por la misma razón, es una cultura que se muere a chorros, que ya no se puede proponer como ideal de humanidad, y que no hace fácil a los hombres amar la vida o vivir contentos. De hecho, nuestro mundo es un mundo hastiado de bienes de consumo y de desesperanza. El ideal social de la cultura de lo efímero es, o la sociedad drogada, o la venta de D. Quijote. Ninguna de las dos situaciones puede considerarse con seriedad como verdaderamente humana.

 

                III. Jesucristo, que vive en la Iglesia, es la respuesta siempre actual a las preguntas y a las esperanzas del hombre. La situación cultural y social que acabo de describir es una llamada a abrir de nuevo la inteligencia a la posibilidad de la fe. En nuestro mundo contemporáneo, a la luz de la preocupante evolución reciente de la cultura en nuestros países, empieza a haber círculos de pensamiento y de cultura para los que una recuperación, un redescubrimiento de la tradición cristiana sería la única salida posible al marasmo de confusión en que vivimos. En el mundo del pensamiento, se oyen más y más voces que invitan a liberarse del dominio de la visión del mundo chata y estrecha del positivismo cientista, mucho menos al servicio de la verdad o del bien común que de los intereses del poder económico y político.

 

                Pero la responsabilidad para con esa situación es también para los fieles cristianos una llamada a purificar la fe, a repensarla hasta el fondo y a vivirla con más transparencia y verdad. Decir “tradición cristiana”, por ejemplo, no es decir una visión del mundo cerrada y nostálgica de tiempos pasados. En absoluto. Lo que a veces conocemos como “tradición” no son sino manifestaciones fragmentarias, deformes, y a veces fósiles, de una vida cristiana que ya ha entregado su alma al espíritu del mundo. La Gran Tradición es, al contrario, y en la medida en que “transmite” la Vida divina que se nos ha dado en Cristo, una explosión de libertad y de amor, una disciplina sacramental y eucarística que genera un pueblo de hombres libres, una identidad nacida de la redención de Cristo, que por sí misma invita a dialogar y a confrontarse con cualquier posición humana, y a amar a todos los hombres, y a darse sin reservas por la vida del mundo, como Cristo.

 

                No todo es efímero en torno a nosotros, sin embargo. Hay una persona en la historia, hay una realidad humana en la historia que responde plenamente a las exigencias profundas del corazón humano. “Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida” (Jn 14, 6). Cristo es el Reino de Dios. Su persona viva es la Gracia. Y su Don, el Espíritu mismo de Dios, el aliento divino de vida que une a los hombres en un pueblo nuevo. Es un pueblo distinto a todas las naciones, “marcado” por la comunión que es el sello de la Vida divina, una comunión que tiende siempre a coincidir con los límites del mundo, es decir, que anhela no tener límites, ni en el tiempo ni en el espacio.

 

                La Iglesia es este pueblo, nacido de la Pascua, nacido del costado abierto de Cristo. La Iglesia es la realidad humana, el espacio humano donde mora, indefectiblemente, el Espíritu Santo de Dios, el Espíritu de la Verdad y del Amor, que constantemente sostiene y vivifica esta “nueva creación” en Cristo. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, el “espacio” corporal en el que mora Cristo, y en el que Cristo se comunica y se da a los hombres. En el Cuerpo de Cristo, aun lleno de llagas, está Cristo. Y por eso la Iglesia, como me habéis oído decir muchas veces, es lo más precioso que hay en la tierra, la realidad humana y social más bella que ha habido jamás en la historia. Y por eso la vida de la Iglesia, vivida con verdad y sencillez, es la mejor propuesta para la vida, lo mejor que puede vivir o que se puede proponer a un ser humano.

 

                Jesucristo es toda la riqueza de la Iglesia, todo su Bien. La Iglesia sólo existe para comunicar a Jesucristo a los hombres, para incorporarlos en Cristo a la familia de Dios y para permitirles vivir como hijos. “No se nos ha dado bajo el cielo otro nombre por el que podamos ser salvos” (Hch 4, 12). En la Iglesia, en su Cuerpo, Cristo se acerca a cada hombre y a cada mujer, y le susurra o le grita, le testimonia, “la sublimidad de su vocación”, el amor infinito, la posibilidad de un espacio de libertad, de misericordia y de humanidad verdadera. En la Iglesia, la Redención se hace experiencia, y el hombre es arrancado de su desarraigo, de su vivir en el vacío, del imperio de lo efímero. La experiencia de la misericordia y del amor gratuitos despierta en el hombre el sentido de la dignidad humana, del valor de la vida, y abre el corazón a la gratitud y a la alegría. “El profundo estupor ante la dignidad humana se llama Evangelio; se llama también cristianismo” (Juan Pablo II).

 

                IV. ¡Ayuda a tu Iglesia! Si hay en nosotros una brizna de fe fresca, la primera ayuda a la Iglesia, y a nuestra propia vida, por tanto, es convertirnos. Es volver a abrir el corazón a la fe y a la tradición cristiana, a sus fuentes. Abrirlo al anuncio, esencial a la experiencia cristiana, de que en la comunión de esta familia, en la amistad de estos hombres y mujeres (“comunión” se llama esta amistad en el lenguaje técnico cristiano), en la vida de este pueblo, hecho de pobres gentes llenas de defectos, está sin embargo Cristo. Y con Él, la plenitud que corresponde plenamente a las exigencias del corazón. Toda la plenitud y la alegría que es posible en este mundo, anticipo en esta vida mortal del gozo y de la alegría del cielo.

 

                Vivimos “tiempos recios”, como diría Santa Teresa. Ser cristiano, manifestarse como tal en el trabajo o en la sociedad, no es “políticamente correcto”. La libertad de vivir la comunión de la Iglesia empieza a ser de nuevo peligrosa. ¡Cuántos cristianos viven una especie de persecución larvada, y a veces explícita, por el mero hecho de serlo, y de manifestarse como tales! No es que eso nos extrañe (nos lo advirtió el Señor, y hasta es un signo de vitalidad de la Iglesia: pues nadie en su sano juicio persigue ni ataca a los muertos). Lo que quiero decir es que las circunstancias, siempre providenciales, nos reclaman al testimonio de la comunión eclesial. Nos reclaman a redescubrir que nuestra primera y decisiva pertenencia es a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo. Naturalmente, en un carisma o en una obra determinada, con un temperamento preciso. Todos tenemos un rostro, expresión de nuestra historia. Pero en la Iglesia, todas las historias están al servicio de la única historia, la de Cristo con los hombres, y de una única pertenencia, la pertenencia al Cuerpo de Cristo, a la Iglesia “Una, Santa, Católica y Apostólica”. Y que lo que alimenta y sostiene esa pertenencia vale, y que lo que la rompe o la debilita, no vale y viene del Maligno. Y es, además, una traición a los hombres y al mundo, que sólo tiene nuestra comunión como signo fidedigno de la presencia de Dios entre nosotros, para escapar al dominio de lo efímero y volver a pisar tierra firme. La tierra firme de la misericordia de Dios, que “no tiene fin”, que permanece para siempre.

 

                Ayudar a la Iglesia es desear, pedir, trabajar por esa comunión. Es tratar de hacerla visible en la vida, en los lugares de trabajo y de estudio, en el mundo. Es sentirnos cristianos y testimoniar sin timidez que lo somos, por encima de cualquier otra pertenencia de este mundo. Es expresar, con libertad, y en la palabra como en los hechos y en nuestra forma de vida, la plenitud que Cristo nos da. La verdad de su promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

 

                Ayudar a la Iglesia es también sostenerla económicamente, sostener sus obras. Si uno valora lo que supone ser miembro de la Iglesia, esto es lo más normal, lo espontáneo, lo que uno quiere hacer. En España hemos estado, sin embargo, y durante mucho tiempo, acostumbrados a que muchas de las obras de la Iglesia (de culto, educativas, sociales) hayan estado de modos diversos sostenidas por las administraciones públicas. Al hacer esto, en realidad, las administraciones no hacen sino cumplir su deber para con un pueblo que tiene una tradición determinada, y en algunos casos respetar sus derechos inalienables. Pero es posible que en el futuro hayamos de afrontar la misión de la Iglesia en otras circunstancias. Yo pido al Señor que, suceda lo que suceda, los cristianos no vendamos nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Que no vendamos la fe. Sostener la libertad de la Iglesia puede ser duro –hasta muy duro– a corto plazo, y más cuando no estamos acostumbrados a ello, pero es a la larga la única forma de que la Iglesia –todos los que la formamos– pueda realizar su misión, y la única forma de que haga el servicio al mundo más indispensable que ella puede hacer: testimoniar a todos los hombres que Cristo es el Bien más querido, la única esperanza verdadera para el mundo, “la gracia que vale más que la vida” (Sal 63, 4).

 

                Os bendigo a todos de corazón.

 

 

Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

 

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