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HOMILÍA D. JUAN DEL RÍO. APERTURA AÑO JUBILAR DIOCESANO

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HOMILÍA DE LA APERTURA DEL AÑO JUBILAR DIOCESANO

Coronación Canónica de Ntra. Sra. de la Concepción

Santa Iglesia Catedral de Jerez

8 de diciembre de 2004

Queridos hermanos

1.» Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios,

mi salvador»(Lc 1,46) ¡Sí! al igual que María después del saludo de Isabel

canta la bondad gratuita de Dios con Israel, también nosotros, como Iglesia

local, como nuevo Israel, reconocemos, afirmamos y celebramos las

maravillas que Señor está haciendo con nosotros. Así, al iniciar la

celebración de las Bodas de Plata de nuestra Diócesis de Asidonia-Jerez, no

debo ocultaros el gozo y la alegría de presidir en la caridad esta reciente

porción del pueblo de Dios que forma parte de la vieja Iglesia que camina

en Andalucía. Nueva y antigua como el propio Evangelio que hemos de

anunciar cada día. Para esta labor entre vosotros no tengo otra confianza y

apoyo que a nuestro Señor Jesucristo Muerto y Resucitado, que se hace

«palabra de vida eterna» para los más abandonados y «alimento

eucarístico» para los corazones cansados, que a todos nos congrega bajo el

mismo cayado, en la nave del Sucesor de Pedro, que surca por los mares de

la increencia de la sociedad actual. Esta Iglesia, que transita entre

«tribulaciones y consolaciones divinas», tiene como único Esposo, Pastor y

Señor a Jesucristo, que ha de ser siempre el centro de la vida personal y

comunitaria, porque Él es nuestro Mediador, Pontífice, Abogado,

intercediendo continuamente ante el Padre por toda la humanidad. Con

razón San Agustín decía: «Éste es el más hermoso entre los hijos de los

hombres, Hijo de santa María, Esposo de la Iglesia santa, a la cual

reprodujo semejante a su Madre: la hizo, en efecto, madre para nosotros y

la conservó Virgen para Él»(Serm. 45). De esta manera, María, esposa,

madre y virgen, se nos presenta como el modelo en el que constantemente

hemos de mirarnos como cristianos y como diócesis. Es por ello que brota

de nuestro corazón aquella alabanza litúrgica:

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Lucero del alba,

luz de nuestras almas,

santa María.

Virgen y Madre

Hija del Padre,

santa María.

Flor del Espíritu

Madre del Hijo

santa María

Amor maternal

del Cristo total,

santa María. (Oficio de Santa María)

2. Así pues, al celebrar hoy con toda la Iglesia Universal el 150 aniversario

de la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción ponemos

nuestros ojos del alma en aquella que es obra del Dios Uno y Trino,

modelo de la nueva humanidad porque ha vencido al maligno por la gracia

divina y con decidida libertad (cf. Gn 3,15). La respuesta de María al

mensaje angélico fue clara: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí

según tu palabra» (Lc 1,38). En este sentido dirá Juan Pablo II: «Nunca en

la historia del hombre tanto dependió, como entonces, del consentimiento

de la criatura humana» (TMA, 2). Para esta misión de darnos al Dios

Humanado, María «fue preservada inmune de toda mancha del pecado

original por singular gracia y privilegio de Dios en atención a los méritos

de su Hijo Jesucristo, salvador del género humano» (Bula Ineffabilis Deus).

Esta definición dogmática no es algo que de pronto inventara el Papa Pío

IX, sino el reconocimiento de un «sentir de la Iglesia» que, a través de los

siglos, ha ido comprendiendo con mayor hondura la fe cristiana en la

privilegiada elección de María como Madre del Salvador, es decir, por su

unión absolutamente única con el Redentor. Por eso, la Inmaculada

Concepción ha de ser entendida desde el misterio de Cristo, de la Iglesia y

del hombre mismo. No cabe duda de que este dogma significa la victoria

del sentido de fe de la gente sencilla, al que se une el saber teológico de

aquellos que comprendieron que el Espíritu Santo habla también por medio

de su pueblo. Ahí están los ejemplos de san Sabas en el siglo V, de san

Ildefonso de Toledo (siglo VII), del monje Eadmero de Inglaterra (1128),

del teólogo franciscano Duns Escoto y tantos otros pensadores, escritores,

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poetas, escultores, pintores, y de instituciones como abadías, conventos,

cabildos catedralicios y civiles, universidades, hermandades y asociaciones

marianas que defendieron con ardor las tesis inmaculistas. La fina intuición

popular divulgaría el argumento escotista de «pudo, convino, luego lo

hizo» con un cantarcillo que reza de esta manera: «Quiso y no pudo: no es

Dios. Pudo y no quiso: no es hombre. Digan, pues, todos que pudo y

quiso». Reconocer y aceptar el misterio de María Inmaculada es un acto de

alabanza a Dios que «nos eligió en Cristo… para que fuéramos su pueblo y

nos mantuviéramos sin mancha en su presencia» (Ef. 1,4). Esto solamente

lo llevan a cabo «los limpios de corazón», porque son los únicos que ven a

Dios (cf. Mt 5,8). Unidos a todos los humildes y sencillos de corazón, que

tienen como riqueza absoluta a Dios, decimos con el poeta:

Limpia, porque Dios lo quiso.

Porque Dios lo quiso, Pura.

Para bruñir su blancura

se encandiló el Paraíso,

y fue su fulgor preciso

para azuzar su fulgor.

No es excesivo el favor,

ni la Gracia derramada,

que ha de ser INMACULADA

la Madre del Salvador. (Antonio Álamo Salazar)

3. Hoy, en esta Catedral de Jerez, hay un signo elocuente: me refiero a la

bendita imagen de Ntra. Sra. de la Concepción, titular de la Hermandad del

Stmo. Cristo de la Exaltación, de la Parroquia de las Viñas. Hemos

decidido coronar canónicamente a esta sagrada imagen por su advocación

de la Concepción y por la devoción popular de un barrio que tanto sabe de

necesidades y pobrezas semejantes a las que vivió la familia de Nazaret.

Con ello, la diócesis rinde homenaje a su patrona, la Inmaculada

Concepción, pero a la vez proclama que sólo acogiendo el Evangelio, como

lo hizo María, seremos verdadera Iglesia Diocesana. Para expresar todo

esto hemos elegido el signo visible de la coronación, de modo que,

mediante la realidad palpable, podamos «llegar al amor de lo invisible»:

¿Quién de los aquí presentes no se ha sentido amado por Dios? ¿Quién no

reconocerá las maravillas que el Señor hace cada día? ¿Quién, ante la

mirada de la «niña» de la Concepción de las Viñas, no ha sentido la suave

brisa del amor divino? Pues bien, toda la presencia amorosa de Dios tiene

en María su máxima expresión, por eso el pueblo cristiano «invoca a María

como Reina al ser Madre y estar asociada a Cristo, el Rey del universo, que

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con su sangre preciosa adquirió en herencia todas las naciones»

(Ceremonial de Obispos, nº 1033). Al poner hoy sobre las sienes de la

Concepción la preciosa joya de una corona no estamos poniendo algo

meramente cuantificable en el orden artístico o económico. ¡No! El regalo

de unos hijos a una madre nunca tiene precio, no se mide, ni se pesa, ni se

valora; porque el amor nunca tiene medida, nunca tiene precio; porque el

amor es gratuidad, es benevolencia, es donación, es entrega desinteresada.

¡Éste es el amor que todos queremos tener a la Virgen, Madre de Dios!

¡Ésta es la devoción y la pasión que los cofrades de la Exaltación han

querido expresar con tantos esfuerzos y cariño como han puesto en esta

coronación! Éstos son los desvelos de una parroquia como la de Ntra. Sra.

de las Viñas, que, ante la iniciativa episcopal no se echó atrás, sino que ha

trabajado codo con codo junto a la Hermandad para hacer de esta

celebración una alabanza a la gloria de Dios Nuestro Señor. Así, esta

corona material se transforma en corona de caridad y verdad. Esta

transformación, queridos diocesanos, queridos cofrades de la Hermandad

de la Exaltación, se dará cuando digan de nosotros que amamos a Dios

porque ven que los pobres son evangelizados, son ayudados, son

socorridos, son amados y a todos se les anuncia que el Reino de Dios ha

llegado (cf. Mc 1,15; Mt 25,31-45).

4. Nuestra Iglesia local está llamada a seguir el camino del amor. Éste es un

camino que pasa a través de la caridad evangelizadora y se hace palpable

en el amor manifestado en la cruz como signo genuino del cristianismo. Me

refiero, hermanos, al amor que nace de Dios como su fuente y fin y se

plasma, a nivel eclesial, en el ser contemplativo y en el ser samaritano. Los

dos son necesarios y los dos se complementan. Todo grupo, asociación e

institución de Iglesia tiene que beber de este doble manantial si quiere ser

fiel al Evangelio. Por eso, al erigir hoy tres nuevas hermandades de

penitencia y una de gloria, que expresan la vitalidad de nuestra Iglesia y del

movimiento cofrade, os invito a todos, en especial a las cofradías, a que

intensifiquéis la vida espiritual de vuestras asociaciones para «caminar sin

vacilaciones por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra la

caridad» (LG 41). En esto consiste vuestro ser cofrade. Si, por el contrario,

la vida cristiana languideciera en vuestras hermandades, estaríais a un paso

de convertiros en un club de amigos o en una agencia de servicios sociales.

Pero ése no es vuestro fin, no habéis sido creadas para eso. Además, al

realizar este reconocimiento canónico en el marco de una celebración

eucarística, queremos subrayar que las Hermandades y Cofradías son

Iglesia y no un apéndice de la misma, que son asociaciones públicas de

fieles bautizados (cf. CIC can. 1258), cuyo culto a las imágenes, sin un

claro sentido de pertenencia a la comunidad eclesial, se vaciaría de su

contenido cristiano y desembocaría en una mera expresión artística.

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¡Ánimo, sed vosotras mismas, no os dejéis seducir por los reduccionismos

tan de moda! Es mucho el bien que hacéis en el seno de la Iglesia y en la

sociedad. De ahí que, con el fin de estimularos en esta noble misión,

promulguemos hoy la Normativa Diocesana de Hermandades y Cofradías.

5. Con este Año Jubilar Diocesano (8.12.2004 al 8.12.2005) nos

proponemos un acrecentamiento de la vida cristiana entre nosotros,

contemplando con María el rostro eucarístico de Cristo precisamente en

este Año de la Eucaristía que el Papa Juan Pablo II acaba de proclamar

mediante la carta apostólica Mane Nobiscum Domine. Será un tiempo de

gracia y conversión en el que «se ofrezca abundantemente la oportunidad

de recibir los santos sacramentos con la debida preparación, se estimulen

las obras de caridad sobrenatural y, por esta razón, tanto en cada uno de los

fieles como en los diversos grupos de la comunidad diocesana, se

robustezca y dilate la admirable renovación espiritual conseguida, con la

gracia de Dios, a través del Gran Jubileo» (Penitenciaría Apostólica,

11.6.2004). Vosotros, hermanos cofrades de la Exaltación, cuidad de

manera particular vuestra vertiente sacramental en este año tan

significativo. Asimismo, a todas las Hermandades y Cofradías

Sacramentales os hago un llamamiento para que intensifiquéis los actos de

adoración al Santísimo Sacramento, profundicéis en el domingo como día

del Señor y de la Iglesia, conozcáis las enseñanzas sobre la Eucaristía y

sepáis siempre unir la mesa del altar con la mesa de los pobres, el culto con

la vida diaria, la doctrina con la coherencia en el actuar ante Dios y ante los

hombres. En fin, queridos diocesanos, pongamos todos nuestros afanes y

proyectos personales y pastorales a los pies de la Inmaculada Concepción:

Recemos con las palabras que el Papa Juan Pablo II, durante el Año Santo

de la Redención, dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su

Corazón Inmaculado:

Madre de Cristo y Madre Nuestra,

al conmemorar el Aniversario de la proclamación

de tu Inmaculada Concepción,

deseamos unirnos a la consagración que tu Hijo hizo de sí

mismo:

Yo por ellos me consagro, para que ellos sean consagrados en

la verdad (Jn 17, 19),

y renovar nuestra consagración, personal y comunitaria,

a tu Corazón Inmaculado.

Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada,

que estás totalmente unida a la consagración redentora de tu Hijo.

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Madre de la Iglesia: ilumina a todos los fieles cristianos de España,

en especial hoy a nuestra Diócesis de Asidonia-Jerez,

en los caminos de la fe, de la esperanza y de la caridad;

protege con tu amparo materno a todos los hombres y mujeres

de nuestra patria en los caminos de la paz, el respeto y la

prosperidad.

¡Corazón Inmaculado!

Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas e impide vivir en

concordia:

¡De toda clase de terrorismo y de violencia, líbranos!

¡De todo atentado contra la vida humana,

desde el primer instante de su existencia hasta su último

aliento natural, líbranos!

¡De los ataques a la libertad religiosa y a la libertad de

conciencia, líbranos!

¡De toda clase de injusticias en la vida social, líbranos!

¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios,

líbranos!

¡De las ofensas y desprecios a la dignidad del matrimonio y de

la familia, líbranos!

¡De la propagación de la mentira y del odio, líbranos!

¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!

¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!

Acoge, oh Madre Inmaculada,

esta súplica llena de confianza y agradecimiento.

Protege a España entera y a sus pueblos, a la ciudad de Jerez y

a todos los pueblos y ciudades de nuestra Diócesis,

a sus hombres y mujeres.

Que en tu Corazón Inmaculado se abra a todos

la luz de la esperanza.

Amén.

+ Juan del Río Martín

Obispo de Asidonia-Jerez

ALMERÍA: PEREGRINACIÓN DIOCESANA ACOMPAÑANDO AL OBISPO EN SU VISITA AD LIMINA

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Se han organizado dos itinerarios uno del 26 de febrero al dos de Marzo, (Almería, tres días en Roma, el día 2 asistencia a la audiencia con su Santidad el Papa y regreso a Almería. El segundo del 26 al 5, Salida de Almería tres días en Roma, con asistencia a la Audiencia de Su Santidad el Papa, el día 2 salida para visitar Asís y el 3 Florencia, Papua,  el 4 Venecia y el 5 Milán. Regreso a Madrid en vuelo, para  volver a Almería. El coste del primero es de 725 Euros y el del segundo 998. Para una mayor información e inscripción dirigirse al Obispado, Oficina de Peregrinaciones. Tno 950 232600 Móvil 669296872

ASIDONIA-JEREZ: XXV ANIVERSARIO DE LA CREACIÓN DE LA DIÓCESIS

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El martes 7 de diciembre se celebrará en todas las parroquias de la Diócesis la Misa de Apertura del Solemne Jubileo de Plata de la Diócesis. En la Catedral dicha eucaristía se celebrará ante la imagen de Ntra Sra de la Concepción, trasladada al templo episcopal desde su parroquia de las Viñas el 3 de diciembre.

CARTAGENA: II JHORNADAS DE FORMACIÓN PERMANENTE PARA SACERDOTES Y SEMINARISTAS

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Se celebrarán los próximos días 6 y 7 de diciembre en el Salón de Actos del Instituto Teológico San Fulgencio a las 10:30 h. Llevará las jornadas el P. Cándido Pozo, S.J., Profesor de Teología Dogmática de la Facultad de Teología “La Cartuja” (Granada). El tema a tratar será el de “María, la mujer perfecta, es la Madre de Dios, es la Inmaculada desde el primer momento de su Concepción y su persona ya está en el cielo en cuerpo y alma”.

UCAM: II CONGRESO INTERNACIONAL DE LA FAMILIA

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El cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, durante la conferencia inaugural: “Se han equivocado los que se empeñan en expedir la partida de defunción de la familia”. Cerca de un millar de personas abarrotaron el templo del Monasterio de Los Jerónimos.

Bajo el lema “Educación y Familia”, se inauguró ayer la segunda edición del congreso internacional sobre la Familia, que organiza la Universidad Católica San Antonio, a petición del Vaticano. El presidente del Consejo Pontificio para la Familia y presidente del Congreso, Alfonso López Trujillo, puntualizó durante su intervención –según informa el Gabinete de Información de la UCAM-   que “los sociólogos coinciden en señalar que la única institución humana capaz de educar integralmente al hombre es la familia”.

La mesa presidencial estuvo formada por el cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del congreso; el Nuncio de Su Santidad, Manuel Monteiro de Castro; el obispo de Cartagena y Gran Canciller de la UCAM, Manuel Ureña; el presidente de la Católica, José Luis Mendoza; el rector,  Antonio Montoro, y el alcalde de Murcia, Miguel Ángel Cámara.

También ha participó en la sesión inaugural el psiquiatra Enrique Rojas y el director del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Navarra, Pedro Juan Viladrich.

 El congreso se puede seguir en directo a través de la página  web de la UCAM: www.ucam.edu

SEVILLA: I CENTENARIO DE LA CORONACIÓN CANÓNICA DE NTRA SRA DE LOS REYES

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Mañana sábado, 4 de diciembre, se cumple el primer centenario de la coronación canónica de Nuestra Señora de los Reyes, patrona de la Archidiócesis de Sevilla. Con este motivo, se han programado una serie de actos que se iniciaron el pasado 25 de noviembre con el pregón del centenario, que corrió a cargo de Ignacio Montaño.

El próximo día 8, festividad de la Inmaculada Concepción, tendrá lugar en la Catedral un solemne pontifical que presidirá el cardenal arzobispo de Sevilla, mons. Carlos Amigo Vallejo, a las diez de la mañana. Esa tarde, a partir de las cinco, la imagen de la patrona saldrá en procesión extraordinaria por las gradas bajas de la Catedral. Al término de la procesión, el cardenal presidirá la celebración de la palabra en el primer templo de la Diócesis, al término de lo cual se cumplirá el tradicional baile de los seises en el altar mayor.

CELEBRACIONES DE LA INMACULADA

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ALMERÍA

PARROQUIA DE PUEBLA DE VICAR.

La Parroquia se prepara para celebrar el 150 aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción  con los siguientes actos.

Dias 3, 4, y 5 un triduo a la Inmaculada a las 18,30

Día 8: A las 11,00 Santa Misa, a continuación, consagración  de la parroquia a la Inmaculada Concepción, lectura dela Bula «Ineffabilis Deus» de Pio IX y canto de la salve.

Día 16 a las 20,00 horas en los salones parroquiales charla coloquio sobre «150 años del dogma de la Inmaculada Concepción».

 

S.A.I. CATEDRAL DE LA ENCARNACIÓN.

El próximo día 7, víspera de la festividad de la Inmaculada Concepción a   las 11,00 horas Celebración de la Santa Misa que presidirá D. Adolfo González Montes, Obispo de la Diócesis, en la que por la oración consecratoria de manos del Obispo se les conferirá el grado de presbíteros a los diáconos  D. Antonio Jesús Martín Acuyo y D. Pedro Cruz Serrano. 

 

COMUNIDAD DE ESCLAVAS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO. (Iglesia del Sagrado Corazón)

Novena a la Inmaculada Concepción. Comienza el próximo día 29 a las 18,30 para terminar el día 7 víspera de la Inmaculada Concepción. Comenzarán los cultos con el rezo del Santo Rosario,  predicará la novena y  Presidirá la Eucaristía D. Ginés García Beltrán,  Vicario General de la Diócesis.

 

ASIDONIA-JEREZ

 

VIGILIA

Vigilia de Jóvenes en la Basílica de la Caridad de Sanlúcar de Barrameda. Organizada por la Delegación de Pastoral  de la Juventud. Asistirá y abrirá la misma el Obispo, D. Juan del Río. A las 21:30 h.

 

EUCARISTÍA

El ocho de diciembre a las 10:30 h., el Obispo presidirá en la Catedral la Eucaristía en honor de la Inmaculada Virgen María, con la que se abre el Solemne Jubileo Diocesano, el Año Eucarístico y el Año Mariano en nuestra diócesis.

En esta misma ceremonia (después de la proclamación del Evangelio) se coronará canónicamente a la Imagen de Ntra. Sra. de la Concepción, de la popular parroquia y barrio de Ntra. Sra. de las Viñas.

Asimismo, después de la oración que sigue a la comunión, se dará lectura al decreto de erección canónica de las nuevas 4 hermandades.

 

CARTAGENA


VIGILIA

Vigilia de la Inmaculada de los Jóvenes en La Caridad a las 21:00 h.

 

EUCARISTÍA

El martes 7, el Obispo, Manuel Ureña, presidira la celebración de la eucaristía a las 12:00 h.en la Catedral.

 

CÓRDOBA

 

El sábado 4 de diciembre tendrá lugar una peregrinación de niños y la procesión de ida con la imagen de la Inmaculada Concepción de la Cofradía del Santo Sepulcro desde la Iglesia del Salvador y Santo Domingo de Silos  a la catedral.  

 

TRIDUO

Los días 4, 5 y 6  en la catedral  se celebrará un Triduo en honor de la Inmaculada. El día 4 comenzará la predicación el presidente del Cabildo catedralicio de Huelva y Vicario Judicial, Mons. Juan Mairena Valdayo. Por su parte, el domingo 5 ofrecerá sus reflexiones el Vicario General de la Diócesis de Málaga, Alfonso Crespo Hidalgo y el lunes 6 el predicador será Santiago Gómez Sierra, Vicario General de la diócesis de Córdoba.      

 

VIGILIA

La Vigilia de la Inmaculada será el martes 7, a las 21:00 h. en la catedral.

 

MISA PONTIFICAL

La misa pontifical en la festividad del día 8,  a las 12:00 h., será presidida por Mons. Asenjo y concelebrada por el cabildo catedral y clero de la diócesis.  Posteriormente será la procesión de regreso con la imagen de la Inmaculada Concepción desde la Iglesia catedral a la Iglesia del Salvador y Santo Domingo de Silos.

 

En otras localidades de la provincia también han organizado conciertos, conferencias y novenas en honor a la Virgen. La diócesis de Córdoba destinará las colectas de las celebraciones eucarísticas con motivo del 150 aniversario del dogma a la Casa de Transeúntes Madre del Redentor.

 

GRANADA

 

BESAMANOS.

A las imágenes marianas de los templos granadinos. Los templos permanecerán abiertos de 10:00 a 14:00 h y de 16:00 a 19:00 h. el Día 6 de diciembre.

 

PROCESIÓN MARIANA.

El próximo 7 de diciembre a las 20:30 h. Desde la Pl. del Arco de Elvira hasta la Catedral.
A la llegada a la catedral tendrá lugar la Vigilia de la Inmaculada.

 

EUCARISTÍA 

El día en el que se celebra la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, se festejará en la catedral a las 13:00 h. con la eucaristía presidida por D. Javier Martínez. Durante la misma, la Orquesta Ciudad de Granada y el Coro de la Orquesta interpretarán la Misa de la Coronación de W. A. Mozart.

 

HUELVA

 

Como preparación a la festividad de la Inmaculada Concepción de María, fecha en  que se clausuran los actos conmemorativos  del «Cincuentenario de la Diócesis», se está celebrando, desde el domingo 28 de noviembre, una novena en la Catedral.
El sábado 27 de noviembre se trasladó  procesionalmente al Templo Catedralicio, la imagen de la Imaculada, propiedad de la Parroquia de La Concepción. Dicha imagen ha sido colocada en un lugar preferente del presbiterio para celebrar ante ella tanto los cultos de la novena como la Misa Pontifical del día 8.

La novena será hasta el 6 de diciembre a las 19:00 h.; la predicación corre cada día a cargo de uno de los Canónigos del Cabildo Catedral.

 

EUCARISTÍA

El miércoles día 8, a las 12:00 h. en la Catedral, se celebrará una solemne Misa Pontifical que presidirá el Nuncio de Su Santidad en España, D. Manuel Monteiro de Castro,acompañado del obispo de Huelva, D. Ignacio Noguer Carmona, con la asistencia del del Cabildo Catedralicio, sacerdotes, autoridades civiles y militares, Hermandades, Cofradías, Movimientos Apostólicos y fieles en general. Durante la misa intervendrá la Coral Polifónica de Huelva que interpretará la»Misa del Cincuentenario» para cuatro voces, órgano y cuarteto de viento, compuesta expresamente para esta celebración porle Maestro de Capilla de la Catedral, José María Roldán.

 

JAÉN

 

NOVENA EN HONOR A LA INMACULADA.  

Del 29 de noviembre al 7 de diciembre tendrá lugar en todas las comunidades parroquiales la Solemne Novena en honor a la Inmaculada en el 150 aniversario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción.

Así, en la Catedral de Jaén tendrá lugar la Novena todos los días a las siete de la tarde, dedicando cada día de la novena a una intención. El día 29 se rezará por los sacerdotes; el 30, por las familias; el día 1 de diciembre, por la infancia; el 2 se rezará por los enfermos; el día 3, por la juventud; el día 4 de diciembre por los inmigrantes; el día 5, por las Cofradías, el día 6 de diciembre por las vocaciones sacerdotales y, por último, el día 7 de diciembre se rezará por los religiosos y religiosas.

MÁLAGA

VIGILIA

 El 7 de diciembre, a las 20:00 h. en la Catedral, presidida por el Obispo, D. Antonio Dorado Soto.

 

CARTA PASTORAL DE D. JOSÉ CEBALLOS ATIENZA . ADVIENTO 2004

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«SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA,
VEN CON NOSOTROS A CAMINAR»

Mis queridos diocesanos:

La Iglesia del Señor inicia el nuevo año litúrgico con este tiempo de Adviento, centrado en la venida del Emmanuel, que significa «Dios con nosotros» (cf. Mt 1,23). El Adviento es, sobre todo, tiempo de esperanza, llamada a la esperanza, expectativa del Señor que vendrá. Esperanza que brota de la fe: el Señor ha venido. Esperanza vivida en el amor: la comunidad creyente acoge con amor las incesantes venidas del Señor.

1. Adviento 2004

Vivamos este tiempo de Adviento con los ojos fijos en Dios Padre misericordioso. Un año más escucho la poderosa llamada de Dios, que me urge de nuevo a renovar mi fidelidad a su palabra y a su amor. Y como Pastor de la Iglesia del Señor que peregrina hacia el Reino de Cádiz y Ceuta, siento la necesidad imperiosa de invitaros a todos vosotros, amadísimos diocesanos, a disponernos a entrar en este tiempo fuerte del año litúrgico del Adviento, con ánimo y espíritu alegre y lleno de esperanza, en este curso pastoral en el que celebramos el 150 aniversario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, y año Eucarístico. Iniciemos este Adviento con una mirada llena de amor.

2. Jesucristo nuestra única esperanza

Este renacer a una esperanza viva es la conversión a la que nos llama el adviento. Es la tarea del hombre nuevo de este siglo XXI reengendrado por la resurrección de Jesucristo a esa esperanza viva (cf. 1 Pe 1,3; cf. Ecclesia in Europa (= EE) 19). Convertirse a una esperanza viva es renunciar a nuestras propias seguridades para apoyarnos en Cristo como única esperanza (cf. Ef 1,12; Tim 1,1).

3. Bocanada de aire fresco de esperanza

El Adviento, tiempo de deseo, es también tiempo de esperanza. ¡Y qué necesitados estamos de esperanza en una sociedad en el que el desencanto habita en muchos corazones, y en un clima de postmodernidad tan proclive en renunciar a tópicos generadores de esperanza!

Es verdad que, como creyentes, podemos permanecer, más o menos, inmersos en ese ambiente generalizado de desencanto. No obstante, no dejamos de experimentar una cierta fatiga, una cierta indiferencia religiosa y un cierto cansancio en nuestro compromiso cristiano, al sentirnos como los protagonistas en la enorme tarea que tenemos que afrontar en la hora actual (cf. EE 8).

Muchas veces nuestros esfuerzos aparecen como estériles, nos da la impresión de que hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada (cf. Lc 5,1-11). Nos hace falta, entonces, una bocanada de aire fresco: «Tú, Señor, resucitado y vivo, eres la esperanza siempre nueva de la Iglesia y de la humanidad» (EE 18).

4. Posible situación por la que podemos estar pasando

Pronto en nuestra vida diaria llega la noche, el posible ocultamiento de Dios y, por diversos motivos, nos vemos amenazados por el desaliento y la desesperanza, todo ello motivado:

Por la creciente descristianización y laicismo en amplios sectores de nuestra sociedad; por la sensación de encontrarnos desplazados para responder a los retos que nos provoca el cambio en el mundo y en la Iglesia; a veces, debido a un ambiente problematizado; a nuestro aparente fracaso apostólico; a la experiencia de nuestra limitación, fragilidad y debilidad personal; posible situación de soledad; problemas de tipo familiar o material, como la dolorosa situación de paro en Astilleros.

También nos podemos ver sometidos al desánimo por las actuaciones u omisiones de los principales responsables de la pastoral de la Iglesia que no acabamos de entender: posturas extremas que dificultan el avance pastoral o provocan confusión o enfrentamientos estériles; el no vernos valorados o sentirnos incomprendidos; la tentación pastoral de no poder comprobar resultados inmediatos; la dificultad que encontramos para una pastoral más creativa (cf. EE 8).

Esta es nuestra posible noche en la que podemos perdernos en la desesperanza si olvidamos que solamente podemos esperar en Dios y desde Dios. Solamente desde Él se puede esperar en la oscuridad y vencer la tentación del llanto y de la queja permanente. Tengamos presente que la esperanza más auténtica solamente puede vivirse en la noche del conflicto.

5. Abiertos a nuevas llamadas del Señor

En este Adviento es necesario que estemos abiertos a nuevas llamadas: «Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir» (Ap 3,2; cf. EE 23). Una de ellas es entrar en el camino del anuncio del evangelio de la alegría y de la esperanza; es entrar en el camino de unos cielos nuevos y una tierra nueva, con un espíritu y talante de comunión y fraternidad para la misión (cf. EE 11).

Existe una tentación muy fuerte en la postmodernidad que consiste en no entrar en la espesura de la vida y quedarse fuera. Cuando uno se queda fuera, se queda en el individualismo, en sus cosas, en su comodidad, en sus convicciones, en sus pensamientos y doctrinas, en sus justificaciones y motivaciones. Entonces no hay vida evangélica porque para que haya vida evangélica hay que entrar en la «espesura de la cruz», en la contemplación y en la relación viva con Dios. Y hay que entrar en la espesura del amor a los hermanos, hasta llegar a decir que ya no tenemos otro oficio que el amar.

6. Llamada a entrar en la espesura del amor

Llamados a entrar en la espesura del amor es iniciar un nuevo éxodo en nuestra vida, es comenzar a salir de la posible situación en la que uno se encuentra. Situación de posible cansancio, perplejidad, desaliento y desencanto. Situación de desarme de mis planes, de todo lo mío, para comenzar a vivir en Jesús y desde Jesús (cf. NMI 16).

Hace falta iniciar un nuevo éxodo en este Adviento y salir de nuestra posible situación de pecado, de egoísmo, de individualismo, de nuestros ídolos, de nuestros dominios, de nuestra posible situación límite, de nuestra falta de solidaridad y fraternidad, de nuestra apatía, de nuestra posible atonía, de nuestra flojera y de nuestra pereza y comodidad. Hace falta iniciar un éxodo sin retorno y gustar la presencia de Dios Padre misericordioso, con entrañas de misericordia, amor, reconciliación y perdón.

7. Llamados a entrar en la hondura de la contemplación

Hay que entrar en este Adviento en la hondura de la contemplación: «Bajemos más abajo hacia la hondura y entremos más adentro en la espesura» (S. Juan de la Cruz). Tengo que confesaros, en la medida en que os voy conociendo, más y mejor, y la realidad actual, que para esta lucha permanente, en estas tierras y mares, hace falta una experiencia contemplativa más fuerte de Dios. Y es aquí, al entrar más adentro en la espesura, donde se trataría de caminar evangélicamente cada día, «sin otra luz de día, sino la que en el corazón ardía, aquesta me guiaba más clara que la luz del mediodía, a donde me esperaba quien bien me conocía» (S. Juan de la Cruz).

Hace falta reemprender el camino de la contemplación, nacido bajo estos cielos luminosos y esta rica tierra, con tal de que horizontalicemos la verticalidad y ensanchemos la hondura, porque los tiempos en los que vivimos son muy recios y así lo requieren, dado que sin entrar en la cercanía de Dios y sin conversión hay decadencia y dejadez en la vida cristiana y apostólica (cf. NMI 32).

8. Santa María de la Esperanza

La Virgen María es una de las grandes figuras bíblicas del Adviento. Ella «esperó con inefable amor de madre» la venida del Hijo. Ella puede ser para nosotros modelo de alegre esperanza en nuestra vida cristiana y apostólica, en el anuncio y vivencia del Evangelio de la Alegría y de la Esperanza (cf. EE 122).

Larga fue tu espera, Santa María de la Esperanza. Nosotros, en cambio, somos pobres de tiempo y con poca capacidad de aguante, y nos cuesta mucho esperar.

Tú, siempre supiste estar en vigilante espera a que llegara la hora de Dios. Tú, como Virgen prudente, siempre estuviste con la lámpara encendida y sin cansarte de esperar.

Larga fue tu espera, Santa María de la Esperanza, en tu silenciosa vida de Nazaret, hasta que el Señor «miró la pequeñez de su esclava«. Larga fue tu espera desde la Anunciación hasta el nacimiento de Jesús.

Larga fue tu espera en la noche del dolor: en Egipto, desterrada; en Jerusalén, buscando al niño perdido; en Caná, ignorando la «hora de Dios»; en el Calvario, al pie de la cruz, esperando la muerte de tu Hijo; en el Cenáculo, esperando en vigilante espera su Resurrección, y, más tarde, la venida del Espíritu Santo.

Larga fue tu espera desde la Ascensión hasta la Asunción. Tú, Santa María de la Esperanza, nos enseñas a vivir con alegre esperanza.

9. Ven, Señor, Jesús

La Iglesia, la esposa de Cristo, impulsada por el Espíritu, repetirá hasta el final de los tiempos su ¡Marana tha!. Nosotros debemos unirnos a este grito de la Iglesia: «El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! El que lo oiga que repita: ¡Ven!» (Ap 22,17). Gritemos nosotros con la Iglesia: «Ven, Señor, Jesús«. «María, Madre de la Esperanza, ¡camina con nosotros!» (EE 125).

Os deseo que viváis intensamente y con gran profundidad este tiempo litúrgico de Adviento, que nos prepara a la celebración de una de las fiestas cristianas más importantes: la Navidad. Y que este tiempo reanime nuestra esperanza.

Reza por vosotros, os quiere y bendice,

+ Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta

CARTA DE D. ANTONIO DORADO SOTO CON MOTIVO DE LA VISITA «AD LIMINA»

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Málaga, 26 de noviembre de 2004

Queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares de la Diócesis de Málaga:

Al comienzo del año 2005 debo realizar la Visita “Ad Limina” a Roma, cuyo momento central lo constituye la veneración de los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo y el encuentro con el Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, el Papa Juan Pablo II.

Los actos principales son la celebración de la Eucaristía en la Basílica de San Juan de Letrán, el día 28 de Febrero, con renovación de las promesas bautismales de los peregrinos, el día 1 de Marzo la celebración de la Eucaristía en el altar de la Cátedra de San Pedro y la audiencia general con el Santo Padre el día 2, a las 10,30 de la mañana.

Deseo a través de estas líneas recordar el sentido eclesial que tiene la Visita “Ad Limina” Cada cinco años las Iglesias Particulares, presididas por el Obispo, peregrinan a la Iglesia de Roma, que nos preside en la Caridad de Dios, como dijo San Ignacio de Antioquía.

La finalidad es expresar y reforzar la comunión eclesial con las demás Iglesias particulares y especialmente con la de Roma y con el Sucesor de Pedro.

Como “pastor” que preside la Diócesis malagueña, sirviéndola y animándola en la fe, llevaré a Roma un informe sobre las realidades pastorales de Málaga y expondré al Santo Padre los problemas y proyectos pastorales de la Diócesis y le agradeceré, en nombre de la Iglesia particular de Málaga, su excepcional magisterio que nos ayuda a vivir la fe y el amor del Señor.

Os invito a peregrinar a Roma como representantes de la Diócesis de Málaga en la Visita “Ad Limina”. Los que peregrinen a la Ciudad Eterna hacen presente a todos los católicos de la Iglesia particular malagueña. Las condiciones del viaje podéis consultarla en la Delegación de Peregrinaciones, tlno: 616.46.35.17, D. Alfonso Arjona Artacho, Delegado.

A todos os pido que desde ahora recéis por el Papa, por mí y por la Diócesis. Que esta visita sea vivida con toda la fuerza espiritual que tiene y que sea ocasión de renovación de la vida cristiana y profundización de la “comunión” con el Papa, a quien agradecemos su inestimable “ministerio” como Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, en favor de todas las Iglesias particulares que manifiestan la universalidad de la Iglesia del Señor.

Os bendice y reza por vosotros,

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

HOMILÍA D. JAVIER MARTÍNEZ. V CENTENARIO ISABEL LA CATÓLICA.

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Queridos hermanos Arzobispos y Obispos,

Autoridades,

Queridos hermanos y amigos:

Los cristianos nos reunimos siempre junto al altar de Cristo para darle gracias a Dios. Nuestra oración se llama Eucaristía, que significa precisamente eso: acción de gracias. El motivo de nuestra gratitud es siempre nuevo, y a la vez no tiene fin: se llama Jesucristo.

En Jesucristo, en efecto, los hombres accedemos al don más grande: participar de la vida divina, llegar a ser hijos de Dios. Unos hijos que pueden dirigirse a su Padre con la confianza de los niños, y que viven despreocupados bajo la mirada de un Padre que tiene contados “hasta los cabellos” de nuestra cabeza. En Jesucristo hemos conocido y experimentado la misericordia infinita de Dios, y el perdón de nuestros pecados, fuente inagotable de alegría. En Jesucristo hemos conocido “la esperanza que no defrauda”, la esperanza de la vida eterna, para la que hemos sido creados, y de la que tenemos ya una misteriosa experiencia aquí en la tierra, en la comunión de la Iglesia. En Jesucristo hemos conocido la dignidad inalienable de la persona humana, el valor de la vida, de toda vida humana, siempre. En Jesucristo hemos conocido la verdad del amor humano y del matrimonio de un modo que corresponde a las exigencias profundas del corazón del hombre y de la mujer. En Jesucristo hemos conocido la posibilidad de construir en este mundo una sociedad basada en la confianza y en la libertad, en el aprecio por la razón y el derecho, en el gozo por el bien de los demás y en el afecto mutuo.

¿Cómo podríamos no dar gracias por tanto bien? ¿Cómo podríamos avergonzarnos de esta experiencia humana, la más bella que hay en la historia? En medio de mil traiciones y debilidades, a través de períodos enteros de corrupción o decadencia, la gracia de Cristo no ha dejado nunca de estar presente entre nosotros, y de abrir para los hombres, en toda clase de culturas, en circunstancias diversas, y en todas las clases sociales, la posibilidad de una humanidad resplandeciente de verdad y de bien, de amor por la razón y por la libertad, de afecto por la vida.

De esa acción de gracias al Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, no es separable la cadena de personas a través de las cuales la fe cristiana ha llegado hasta nosotros. Todas ellas, al igual que las mil circunstancias contingentes que hacen la historia, forman parte del designio bueno de Dios para nosotros. Pero en esa cadena hay un elemento, el más misterioso de todos, que es la libertad de los hombres. Por eso, en nuestra acción de gracias, es esencial “esa muchedumbre enorme que nadie podría contar” de personas de fe, hombres y mujeres de toda raza, pueblo y nación, de todas las clases sociales, de diferente condición cultural, que menciona el libro del Apocalipsis, y que han dado un testimonio especial de fe y de amor a Jesucristo. Ellos son miembros del cuerpo de Cristo, son el cuerpo y la forma histórica de la gracia.

En Granada, pero también en España en general, una de esas personas que juegan un papel en la providencia por la que hoy nosotros somos cristianos, es la Reina Isabel. No es difícil dar gracias por su figura, en cuanto se la conoce, porque es una figura llena de encanto cristiano. No celebramos nosotros sus victorias, o su contribución a la cultura, o sus extraordinarias dotes de gobierno, que las tuvo, sino su calidad cristiana y sus virtudes cristianas. Fue una mujer de fe, y de honda piedad, llena de fortaleza en su fidelidad a la Iglesia y al Evangelio. Fue una esposa y una madre ejemplar. Siempre se mantuvo firme en su conciencia de que todos los hombres, los indios recién descubiertos al igual que los vencidos, eran poseedores de un alma inmortal, y como tales debían ser tratados con un respeto grande a su dignidad, como ella los trató siempre. Es admirable el interés con que en el Codicilo que acompaña a su Testamento, pide a su hija la princesa, y al príncipe, su marido, “que no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra firme, ganadas o por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna”. Es admirable en su humanidad el trato a los vencidos, especialmente si se las compara con el que se les daba por lo general en esa época en otras latitudes, y en otras culturas.

La Reina Isabel destaca por su grandeza humana en un contexto en que la violencia, la mentira y la corrupción eran moneda corriente, incluso entre eclesiásticos. Pronto, una reforma de la Iglesia que no acababa de ir a las verdaderas raíces del mal que había en ella, y el absolutismo naciente, iban a dar lugar a una Europa profundamente dividida, en la que por primera vez después de muchos siglos Cristo y su cuerpo no iban a ser la clave de comprensión de lo humano, ni de la actividad humana, ni de la vida política y social. Y así empezaría una fragmentación y una destrucción de lo humano cuyos últimos episodios han sido las horribles experiencias de las dos guerras mundiales, provocadas por las ideologías que ocuparon el lugar de la fe.

Precisamente porque la figura de la Reina Isabel no es un patrimonio exclusivamente granadino (aunque ella amaba entrañablemente –“más que a mi propia vida”– a esta ciudad, y por eso quiso ser enterrada en ella), sino español y europeo, y también americano, a esta celebración de acción de gracias, en el quinto centenario de su muerte, han querido unirse a nosotros, fieles cristianos de Granada, un nutrido grupo de arzobispos y obispos de la Conferencia Episcopal Española.

En nombre de la Iglesia de Granada, a todos os doy las gracias. Sé del esfuerzo que habéis hecho para poder uniros a esta celebración, después de peregrinar ayer al sepulcro del Apóstol Santiago, y presentar al Señor las necesidades y las intenciones de nuestras Iglesias de España, por intercesión de aquél a quien los pueblos de España debemos el don de la fe y de la comunión.

Saludo y doy las gracias también a las autoridades presentes, civiles y militares, de Granada y de otros lugares de la provincia eclesiástica.

En esta acción de gracias por lo que la Reina Isabel supone en la historia de nuestra fe, hay dos aspectos que vienen espontáneamente al corazón y a la mente: la unidad de los pueblos de España, y la evangelización de América.

La unidad de los pueblos de España ha sido y es un bien grande, de naturaleza propiamente moral, como lo es siempre la unidad de los hombres cuando está fundada en algo más grande que los meros intereses de poder. Aunque hoy esa unidad esté amenazada por esos mismos intereses, es preciso pedirle al Señor que no se rompa, que sepamos mantenerla de modo que se permita la libre expresión de cada pueblo en una multiplicidad armónica. En la historia, la separación entre pueblos que han vivido unidos largo tiempo no se produce jamás sin violencia y sin sufrimientos enormes. Por eso preciso trabajar por esa unidad, sembrando el amor y fomentando la cooperación de unos con otros y el afecto mutuo donde otros alientan el odio y la división.

La “unidad del género humano” forma parte esencial de la misión de la Iglesia. En una antropología no cristiana, la unidad se obtiene siempre afirmándose a uno mismo “frente a otros”, “contra otros”. En clave cristiana, en cambio, la unidad, en la familia como en la polis, significa la afirmación de los otros, la donación por el bien de los otros, el amor de los otros por lo que son, y no por interés en lo que tienen. Por eso esa unidad no es contra nadie, sino a favor de todos, y siempre abierta al horizonte de todos los hombres, del mundo entero. En el contexto cultural nuestro, tan distinto del de la Reina Isabel, la llamada a los cristianos a trabajar por esa unidad entre los hombres es una urgencia particular, que requiere una especial sabiduría. Requiere también un amor verdadero a los hombres que sólo puede ser fruto de una participación en el Espíritu de Dios.

A la otra gran obra de la que ella fue inspiradora, la evangelización de América, ya hemos hecho referencia. Aunque sin duda, como en toda obra humana, hubo mil miserias y pecados, contra los que la Reina ya advertía e hizo lo posible por evitar, la Evangelización de América es una de las empresas más bellas y exquisitamente humanas de la historia de los encuentros entre pueblos: y los innumerables santos que han surgido, y que no cesan de surgir, en aquellos benditos pueblos hermanos nuestros son un elocuente testimonio de ello.

Como Reina cristiana, la reina Isabel gobernó el reino de este mundo sabiendo que ella pertenecía a otra polis, a la “otra ciudad”, que tenía otra ciudadanía en el Reino de los cielos. Y a la vez, sabía que esa ciudadanía, que es la decisiva, se jugaba en las decisiones de la vida cotidiana, en la conducción de los asuntos de este mundo, en la responsabilidad con la realidad y con la historia. Nunca dejó de ser consciente de ello, y eso le permitió esa libertad y esa fortaleza que le son tan características.

Nuestro mundo es bien diferente del de la Reina Isabel, pues nosotros estamos al final de una modernidad que encuentra dificultades para sobrevivirse a sí misma, y que se disuelve en nihilismo. La Reina, en cambio, representa el comienzo de la modernidad. Hay que decir, sin embargo, que ella, como posteriormente algunas otras grandes figuras de la reforma católica, representa la posibilidad de una modernidad distinta, mejor y más plenamente humana que la que se ha construido sobre la llamada “razón secular”, que tantas veces se ha mostrado amante de la razón y de la libertad sólo en apariencia. La Reina Isabel es signo de la una modernidad que no estaba construida sobre la fragmentación de la realidad y de la conciencia, en vistas al dominio absoluto del hombre sobre el mundo material, o sobre la exacerbación de la separación entre natural y sobrenatural, con todas las desastrosas consecuencias que esa exacerbación ha producido y sigue produciendo en la cultura cristiana europea. Era una modernidad, en cambio, construida sobre la centralidad de Cristo como condición de un amor verdadero a la dignidad, a la razón y a la libertad de los hombres, incluidos los diferentes. y condición de un amor a la vida y a la realidad entera, algo que en nuestro mundo se muestra cada vez más difícil y extraño.

El momento en que vivimos en Occidente, y la ocasión de esta acción de gracias a Dios por la fe recibida, y en memoria una gran gobernante cristiana como la Reina Isabel, nos invita de nuevo a pensar en los elementos que constituyen esa “otra ciudadanía”, esa otra polis que es la Iglesia, y su significado específico para la ciudad terrena. Toda política, hasta la aparentemente más banal, no lo olvidemos, tiene unas implicaciones teológicas. Y el acontecimiento cristiano, que probablemente no es una religión en el sentido normal que se da al término “religión” en el vocabulario secular, tiene, desde luego, unas implicaciones políticas, de las que somos a veces muy poco conscientes los mismos cristianos. Nosotros mismos hemos admitido como normal una separación tan radical entre la fe y la vida y hemos contribuido de tal modo a ella, que somos tal vez los primeros responsables de un laicismo cuyas consecuencias ahora nos escandalizan.

Dejadme señalar brevísimamente, en el marco en que es posible aquí, algunas de esas implicaciones, algunos de los rasgos esenciales de las consecuencias políticas de la ontología que se deriva de la experiencia cristiana. Aunque la historia ponga de manifiesto multitud de caídas y de traiciones a estos ideales, la existencia misma de un pueblo cristiano implica por sí misma estos rasgos, que es necesario recordar, primero porque tal vez los olvidamos demasiado fácilmente, y segundo, porque son de una dramática actualidad:

El primero es la imposibilidad de la divinización del Cesar, o del imperio. En el mundo pagano, el Cesar y el imperio son siempre dos absolutos, se presentan a sí mismos como dioses. Esa divinización no era sólo cosa de la antigüedad, existe igualmente hoy con otras formas. A ellos, al Cesar y al imperio, se les somete todo: el juicio, la libertad, la conducta, la vida. Los cristianos, en cambio, respetuosos siempre con las leyes y las autoridades que no atentan contra la ley de Dios, saben siempre que al Cesar hay que darle “lo que es del Cesar”, que el culto sólo se le da a Dios, y que sólo Dios es el dueño de la conciencia de los hombres, de su libertad y de sus vidas.

El segundo es que la violencia, que sin duda llena la historia (y hace de ella una historia de pecado), no es un dato primigenio, originario de la realidad. La violencia no pertenece al orden de las cosas como son, sino que es una intromisión destructiva en ese orden. El conocimiento de un Dios que es amor, que crea todas las cosas por amor y, más aún, es tan grande en su amor que se entrega a sí mismo por la redención de su criatura, hace que el significado último de todas las cosas, y especialmente de la vida humana, sea un misterio de amor. Por ello, para un cristiano, la violencia o la competitividad no son nunca el modo por el que progresa la historia, sino el modo en que se destruye lo humano. Sólo el amor crea, sólo el amor construye, sólo el amor hace progresar y crecer la humanidad.

El tercero es la centralidad absoluta de la persona humana y de lo humano, como un bien sagrado e intangible. “El profundo estupor ante la dignidad de la persona humana se llama evangelio, se llama también cristianismo”, decía Juan Pablo II en su primera Encíclica. La verdad y el bien de la persona, alma y cuerpo, en todas sus dimensiones, son el centro mismo de una experiencia que consiste en acoger a un Dios que quiere unirse a su criatura hasta el punto de hacerse uno con ella, para llenarla con su amor y con su vida.

Como el acontecimiento de Cristo –Encarnación del Verbo, victoria de Cristo sobre la muerte, don del Espíritu Santo–, afecta a la humanidad en cuanto tal, y por tanto a todos los hombres, resulta que la vida cristiana, cuando es vivida con sencillez de corazón, genera un corazón “ecuménico” (por decirlo con una sola palabra), capaz de abrazar a todo ser humano como a un hermano, capaz de perdonar siempre, capaz de amar a los enemigos, incluso cuando se viera en la obligación de luchar con ellos. Y sólo sobre un amor así –que no existe sino como participación en el amor de Dios–, es posible una convivencia plenamente humana. Sólo sobre un amor así es posible pensar y construir una paz verdadera.

Y por eso también es esencial a la vida de la Iglesia, a la luz de nuestra experiencia de Dios y por tanto de la realidad, el valor de la vida humana desde el primer instante de su concepción hasta su muerte natural, y la verdad sobre el amor humano, y la verdad sobre el matrimonio (que sólo es la unión de un hombre y una mujer), y sobre la familia. En ese reconocimiento de la verdad de la persona, un factor esencial es también el amor especial a los más débiles, a los más pequeños e indefensos, a los que sufren más. Al servicio de este bien de la persona y de la familia, de cada persona y de cada familia –porque en clave cristiana el bien de cada uno coincide con el bien común–, existen todas las demás realidades de la vida política y social: la educación, el mercado, la vida de la ciudad y sus leyes, las asociaciones libres de todo tipo.

El cuarto y último elemento que quiero mencionar, también muy olvidado entre nosotros mismos (tal vez el más olvidado, y tal vez la fuente del olvido de los demás), es el hecho de que la Iglesia no consiste en la mera agregación de quienes tienen las mismas ideas o comparten los mismos valores, llamados a veces “valores cristianos”; tampoco es una organización, o una “institución”, en el sentido mundano del término. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, congregado en torno a la Eucaristía. La Iglesia es un cuerpo social, un pueblo estructurado, una realidad visible unida por los lazos de la comunión en el Cuerpo de Cristo. Y esos lazos son más poderosos que los de la familia, la nación, la lengua o la raza. Esta pertenencia a la Iglesia, para quien ha encontrado a Jesucristo, “vale más que la vida”, y no es un bien negociable, y menos aún, con los poderes del mundo; porque esa pertenencia –al ser la Iglesia el lugar donde Cristo se me da, la humanidad histórica de Cristo, su “cuerpo” y mi “cuerpo”, desde el que sé quien soy, y para qué estoy en el mundo–, esa pertenencia es precisamente la fuente de la verdad y de la vida, la fuente de la esperanza y de la alegría.

En esta Eucaristía de hoy, al dar gracias al Señor por lo que la Reina Isabel hizo por la fe católica y por cómo la vivió, le pedimos también al Señor por su alma. Que ella goce ya de la visión prometida a los siervos fieles, y que a nosotros nos inspire su ejemplo de esposa y de madre, de mujer y de gobernante cristiana. Pedimos al Señor que, si Dios fuera servido con ello y fuese para el bien de la Iglesia y de los hombres, sus virtudes sean reconocidas por la autoridad de la Iglesia, y los cristianos podamos venerarla públicamente e impetrar su intercesión ante el Señor.

Y que a todos nos conceda el Señor, y su Madre, la Virgen Inmaculada, ser hoy, en este mundo nuestro, testigos de la fe, es decir, ser el pueblo cristiano en que resplandece esa humanidad que nace de la presencia en medio de nosotros del Dios tres veces Santo.

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