En los años del siglo pasado, el Seminario de San Pelagio estaba abarrotado de seminaristas y cada verano se reñían unas verdaderas oposiciones para poder ingresar. Priego contaba con el ardor y celo apostólico de un viejo sacerdote, sencillo y humilde, pero con un corazón lleno de amor al Señor. Su divina obsesión era conseguir muchas vocaciones sacerdotales porque amaba profundamente su sacerdocio. Su nombre era Ángel Carrillo Trucios y su trabajo apostólico consiguió un numeroso grupo de seminaristas y muchos de ellos fueron ungidos sacerdotes.
El pasado 22 de abril, dentro del Año Sacerdotal, como movidos por el soplo del Espíritu “que nadie sabe de donde viene ni a dónde va”, convergieron en la iglesia de San Francisco, donde aquel sacerdote realizó su labor y donde reposan sus restos mortales.
El Delegado diocesano del Clero tuvo unas palabras exponiendo brevemente la biografía de Ángel Carrillo y enlazándola con la del Santo Cura de Ars y la de San Juan de Ávila. Unos setenta sacerdotes, después de escuchar y asimilar la meditación, estuvieron adorando al Santísimo expuesto en la custodia y finalmente concelebraron la Eucaristía y después departieron un almuerzo fraternal.
Todos volvieron a sus destinos confortados y rejuvenecidos y en su interior cada uno repitió al Señor lo que Ángel Carrillo le dijo cuando cumplió 80 años: “Ahora Señor quiero comenzar a ser santo”.