Bartimeo era el hijo de Timeo en Jericó. Aparece en el evangelio de este domingo XXX del tiempo ordinario. Bartimeo era ciego y buscaba una oportunidad en su vida. No era ciego de nacimiento, sino que había perdido la vista por alguna enfermedad o algún accidente, y echaba de menos la visión que antes hubiera tenido. La ceguera le tenía descartado de la sociedad, estaba al borde del camino, en la cuneta de la vida, pidiendo limosna para sobrevivir. Y se enteró que entre tanta bulla pasaba Jesús por allí y gritó: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. No le interesaba la bulla, le interesaba Jesús.
Esta oración se ha convertido en una súplica repetida hasta la saciedad por millones y millones de hombres y mujeres en la historia de la humanidad. “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. Esta oración es llamada la oración de Jesús, y aparece en el libro El Peregrino Ruso repetida por ese peregrino miles y miles de veces al día, a la semana y al mes, durante toda su vida. Es como la oración sencilla, que se repite hasta el infinito, como nosotros en Occidente repetimos el avemaría en el rosario hasta la saciedad.
Fue Jesús el que escuchando aquel grito angustiado, se detuvo en el camino y mandó llamarlo. Él, de un salto se acercó a Jesús. “¿Qué quieres que haga?”, le preguntó Jesús. “Señor, que vea”, le contestó el ciego; que vuelva a ver, que recobre la vista. Y Jesús hace alusión a su fe: “Anda, tu fe te ha salvado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Los milagros los hace Dios, los hace Jesús, porque es Dios. Pero sólo los hace si encuentra fe. Dios no hace milagros al tontún, tiene que haber alguien que tenga fe, que lo pida. Y en ese clima de fe, Dios hace maravillas. Lo constatamos continuamente.
Hay un retiro para jóvenes, muy extendido entre nosotros, que lleva este nombre y esta dinámica de “Bartimeo”. Son jóvenes, chicos y chicas, para los que la fe recibida de sus padres, de su parroquia, de su cole o de su grupo de confirmación se les va quedando pequeña y no tiene fuerzas para enfrentarse al ambiente hostil que les rodea. Con esa fe lánguida o quizá muerta, repiten a lo largo del retiro: “Señor, que vea”. Y el milagro se repite en tantos y tantos jóvenes que hacen este retiro, a los que Jesús devuelve la fe. Y, una vez recuperada la fe, pueden seguir a Jesús, como aquel ciego Bartimeo.
La religión cristiana no es un compuesto de normas y cumplimientos. La religión cristiana consiste en conocer a Jesús, en ver a Jesús con los ojos de la fe. Pero esa “visión” no la consigue nadie en ninguna clínica oftalmológica. Esa visión es un don de Dios, la fe es un don de Dios, que Dios está deseando dar al que se lo pide con humildad.
En esos retiros “Bartimeo” son muchas personas las que oran intensamente por los que están haciendo el retiro. Cuando se celebra un retiro de estos, somos invitados a intensificar nuestra oración, pidiendo a Jesús que conceda la “vista” a todos estos jóvenes, que les conceda el don de la fe y puedan seguirlo por el camino. Y la oración insistente alcanza el milagro, hasta que Jesús pueda decir: “Anda, tu fe te ha salvado”.
La oración está al alcance de todos. No nos lamentemos de cómo están los jóvenes de hoy. Oremos por ellos insistentemente. Hace pocos días hemos vivido Guadalupe 2024, la peregrinación anual de los jóvenes cordobeses al santuario extremeño, y han vuelto a realizarse estos milagros de fe en muchos jóvenes, que iban con la fe mortecina. También los jóvenes de hoy son llamados a seguir a Jesús. No se trata de ponerles normas y normas. Se trata de que “vean” a Jesús, y cuando le conocen a fondo se pondrán a seguirle por el camino. La nueva evangelización de jóvenes y adultos pasa por ese encuentro vivo con Jesús, como el del ciego Bartimeo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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