
Miguel Tovar Fernández recibirá el Orden Sacerdotal este sábado en la parroquia de su localidad natal de Torrealta.
Cinco nuevos sacerdotes se incorporan al presbiterio diocesano en las próximas semanas, Miguel Tovar Fernández será el primero de ellos, recibirá el Orden Sacerdotal este sábado, a las 11:00 horas, en la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios de Torrealta (Molina de Segura). Él mismo nos cuenta cómo sintió la llamada al sacerdocio y cómo se han desarrollado estos años desde que entró en el Seminario Mayor San Fulgencio hasta recibir el diaconado:
«Para comenzar mi testimonio vocacional lo haré usando una palabra: gracias. Le doy gracias al Señor porque poder ordenarme sacerdote para siempre con 24 años, es el mayor regalo que Dios me ha hecho. Un don cuyo mérito es de Dios, porque de entre las muchas cosas que podría haber hecho con 18 años, fue el Señor el que me impulsó a entrar al seminario y a entregarle mi vida a la Iglesia en septiembre de 2019.
Me llamo Miguel Tovar, soy de la Torrealta, un pequeño pueblo de Molina de Segura, cuna de vocaciones sacerdotales. En esta tierra murciana fui creciendo junto a mis padres y a mi hermano mellizo y mi hermana María, dos años mayor que yo. El 16 de junio fui bautizado junto a mi mellizo por el sobrino del beato Fortunato Arias, por D. Jesús Arias. Con el tiempo uno se da cuenta de que la vocación sacerdotal es un proceso que comienza antes de nacer como bien dice el profeta Jeremías: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones”. Pero cuando yo la percibí claramente por primera vez fue con 13 años.
Tras confirmarme, hubo momentos en los que esa llama de la vocación fue más fuerte y momentos en los que fue más floja. Mi adolescencia transcurrió de forma normal, con mis amigos, en el instituto, un noviazgo de cuatro años, con una pasión por el fútbol, el deporte y el Real Murcia tremenda. La vocación seguía ahí, pero yo no respondía por dos razones: intentaba buscar la felicidad en otras cosas y por el miedo al qué dirán. Cuando se acercaba el momento de entrar a la universidad, me debatía entre periodismo o la docencia.
Pero el Señor cuando llama, lo hace de verdad e insiste hasta que lo consigue. Y ese gusanillo que yo tenía desde bien pequeño, cada vez se fue haciendo más fuerte a través de la inquietud. La vocación sacerdotal, en medio de la vorágine de bachillerato era un pensamiento que no me podía quitar. Fue entonces cuando decidí visitar el seminario. Y cuando lo hice, mi corazón descansó. La belleza del canto, la liturgia, la convivencia de los seminaristas, las conversaciones con D. Sebastián Chico… Todo me hacía ver que estaba en mi sitio.
Los años de seminario los recuerdo con mucho cariño. Al seminario le debo mucho, mi formación, amistades auténticas, pero sobre todo el haber forjado la identidad sacerdotal y un amor profundo a la Iglesia, pudiéndola conocer en su profundidad. El lema de mi ordenación es “Su misericordia es eterna”. Y es que en los momentos de sufrimiento y de debilidad paradójicamente ha sido cuando más feliz he sido y cuando más consolado me he sentido por Jesús Buen Pastor. Ha sido en esos momentos donde me he encontrado con la paz, la fortaleza, el amor y sobre todo con la inmensa misericordia que solo encontramos en la Cruz de Cristo.
En el seminario he podido conocer a la Iglesia en su variedad de carismas. Destaco dos momentos. Uno la visita al Monasterio Benedictino de Leyre y otro el viaje al Congo. El primero me ayudó a valorar la universalidad de la Iglesia y a poner en valor el trabajo de tantas personas que entregan su vida al servicio del Reino en las zonas más recónditas del planeta. El segundo me ayudó mucho para contemplar a Dios en la belleza del canto, de la liturgia, de la Creación y en la espiritualidad benedictina. Desde entonces vuelvo todos los veranos a este oasis de paz y espiritualidad.
Cuando el Señor te llama puede aparecer el miedo a que Dios te lo va a quitar todo. Y es totalmente al contrario, a lo largo de estos años, he podido comprobar que cuando uno le entrega la vida a Dios, te lo da todo. A día de hoy yo sigo yendo a ver al Real Murcia como buen socio y veo fútbol cuando puedo, continúo haciendo deporte, sigo viendo a mis amigos, pero lo vivo y lo disfruto de una forma distinta: desde Dios, sabiendo que él es lo primero y principal en tu vida. Incluso ese interés por el periodismo o la docencia no han desaparecido, sino que cobran su sentido más pleno y los podré llevar a cabo desde el ministerio sacerdotal, ya que dos tareas fundamentales del sacerdote son la de enseñar y comunicar.
Durante estos años he estado de pastoral en pastoral vocacional, en el Seminario Menor, en la parroquia del Carmen en Murcia, en la parroquia San Juan Bautista de Archena, en la parroquia Santiago el Mayor de Totana y ahora como diácono en la parroquia de El Salvador de Caravaca de la Cruz. Estos meses de diácono, junto a la ordenación diaconal, han sido los mejores de mi vida. Poder ser instrumento de Dios para la gente, en la escucha, en los sacramentos, en la predicación y en el servicio a los demás ha sido un auténtico regalo.
A punto de ordenarme sacerdote, me encuentro con temor y temblor, pero sobre todo con mucha alegría, paz, ilusión y unas ganas inmensas. Como decía al principio, poder unirme al Señor y a la Iglesia con 24 años para siempre es lo mejor que me ha pasado en la vida y gracias a lo cual soy la persona más feliz del mundo».
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