
Homilía de Mons. José Antonio Satué Huerto en la Eucaristía de inicio del ministerio episcopal en Málaga celebrada en la Catedral el 13 de septiembre de 2025
Queridos hermanos obispos y sacerdotes.
Hermanas y hermanos de la vida consagrada y del laicado; seminaristas.
Autoridades presentes que habéis tenido la deferencia de acompañarnos.
Representantes de otras confesiones religiosas.
Queridos amigos y amigas.
Comienzo estas palabras dando gracias a Dios. En primer lugar porque nunca ha dejado de cuidarme ni de sorprenderme. Me ha guiado por senderos que jamás habría imaginado, conduciéndome al encuentro de personas —dentro y fuera de la Iglesia— que han sido auténticas caricias divinas en mi camino.
A través del Espíritu, me ha ido llamando desde Sesa, mi pueblo natal, pasando por el Seminario de Zaragoza, diversas parroquias de Huesca, el Colegio Español de Roma, el Dicasterio para el Clero en el Vaticano y la Diócesis de Teruel y Albarracín, hasta traerme a esta tierra bendita.
Gracias también por la confianza del Santo Padre León al encomendarme el cuidado pastoral de esta Iglesia que peregrina en Málaga y Melilla.
Gracias por la fraternal acogida de Mons. Jesús Catalá y de tantas personas que hasta ahora he podido saludar y me habéis dado la bienvenida.
Quiero dar gracias a Dios por el formidable equipo de trabajo que, con dedicación y esmero, ha preparado esta celebración: ¡Mil gracias!
Y quiero agradecer vivamente la presencia de quienes me acompañáis con vuestro cariño y oración, tanto aquí en la Catedral como a través de la radio y la televisión. Grazie per gli amici e amiche venuti dall’Italia.
La Palabra de Dios que hemos proclamado ilumina este momento “como lámpara para nuestros pasos” (Sal 119). Al acogerla en el corazón, he sentido tres llamadas que deseo compartir; tres actitudes que, con la ayuda de Dios y la vuestra, quisiera cultivar tanto en mi vida personal como en la comunidad eclesial.
1. Humildad
La primera llamada es a la humildad.
Las palabras de san Pablo a Timoteo resuenan hoy con fuerza en mí: «Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero» (1Tim 1,15). Y añade: «Pero por esto precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia» (1Tim 1,16).
No tengo mejores palabras para presentarme ante vosotros, hermanos y hermanas de Málaga y Melilla. Vengo tal como soy: un hombre nacido en una familia humilde, grande de estatura, pero pequeño por mis limitaciones y pecados, porque tropiezo a menudo en la misma piedra. Y precisamente por ello, un creyente agradecido por haber experimentado, una y otra vez, la misericordia de Dios.
El camino de la humildad es inexcusable para cada creyente y también en nuestra experiencia de Iglesia. Estamos llamados a vivir en humildad, sin negar los talentos recibidos ni exagerar nuestras faltas; porque, como bien decía Santa Teresa “humildad es andar en verdad” (VI Moradas 10, 7).
Con el testimonio del papa Francisco hemos recordado que sólo una Iglesia que renuncia al triunfalismo y deja de mirarse a sí misma, para poner en el centro a Dios, que nos envía a aliviar el sufrimiento de las personas más vulnerables y a buscar el bien de la humanidad, puede abrir caminos de encuentro con Jesucristo, “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), que no quiebra la caña cascada ni apaga la mecha vacilante (cf. Mt 12,20). Sólo desde la humildad, la Iglesia puede ser madre que engendra nuevos cristianos y maestra que contagia el deseo de vivir con alegría el Evangelio.
Quiero elevar hoy ardientemente mi oración al Señor, por intercesión de su humilde servidora, la Virgen de la Victoria, para que nuestra Iglesia diocesana de Málaga respire humildad, en sus celebraciones y en el ejercicio de la caridad, en el anuncio de la Buena Noticia y en la denuncia profética de las injusticias, y también en los momentos en que, aunque nos cueste, debamos reconocer nuestros errores.
La Diócesis de Málaga ha aprendido la humildad en el Sagrario, allí donde sus obispos más ejemplares enseñaron a buscarla. San Manuel González encarnó la humildad como una de sus virtudes más profundas, cultivada en su cercanía con los pobres y alimentada por su amor constante a la Eucaristía. En su amor a Cristo Eucaristía descubrió la grandeza de lo pequeño, la fuerza de lo escondido y la verdad de una vida entregada sin buscar protagonismo.
El ejemplo de nuestro querido “Don Manuel” ha marcado la historia de esta diócesis, ha inspirado la espiritualidad de su clero y ha configurado su Seminario. Todos estamos invitados a reavivar este espíritu.
2. Coherencia
La segunda llamada es a la coherencia.
La humildad no se contradice con la coherencia y la determinación. Jesús nos dice en el Evangelio: «Quien escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a uno que edificó su casa sobre roca» (Mt 7,24).
Por tanto, queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos conceda crecer en coherencia:
- No basta con tener en nuestros labios el nombre de Dios. Es necesario abrirle cada día nuestro corazón y permitirle que transforme desde nuestra sensibilidad más profunda hasta la manera en que nos relacionamos con los demás. Porque, ¿qué podemos aportar de original los creyentes a nuestro mundo, si no es una vida tocada por la gracia de Dios?
- No basta con hablar de sinodalidad, hay que vivirla. Para escuchar el susurro del Espíritu, debemos alejarnos de la crispación y la polarización que nos asfixian, y abrir espacios reales de escucha mutua, de entendimiento y de colaboración: en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestros barrios y en nuestros puestos de trabajo.
- No basta con hablar de solidaridad ni del cuidado de la Creación. Es urgente dar pasos firmes que transformen nuestro estilo de vida, porque muchas personas —e incluso pueblos enteros— no pueden esperar más; porque las generaciones futuras tienen derecho a disfrutar del mar, de las montañas y de este planeta precioso que Dios ha puesto en nuestras manos.
Cristo nos pide y el mundo espera una vida coherente con lo que creemos. No hay nada más elocuente que un cristiano que vive con sencillez, con alegría y con verdad lo que predica.
La coherencia comienza por ti y por mí, por cada comunidad cristiana. Se manifiesta en nuestra manera de tratar a los pobres, de organizar nuestras parroquias, de administrar los bienes que se nos han confiado, y también en la forma en que nos comunicamos en los despachos, desde los púlpitos y a través de las redes sociales.
El cardenal Ángel Herrera Oria fue un ejemplo de coherencia de vida, tanto en su etapa como laico comprometido como en su vocación sacerdotal y episcopal. Vivió con integridad cada una de sus convicciones, sin separar la fe de la vida pública ni la doctrina social de la acción concreta, con una unidad de vida que lo hizo testigo creíble para su tiempo.
Otros ejemplos de coherencia han florecido de entre la vida consagrada en nuestra diócesis: La beata Madre Petra de San José, la beata Madre Carmen del Niño Jesús, el beato Tiburcio Arnaiz, misionero de los sencillos de corazón. Y también, en el ámbito seglar: tantos mártires que entregaron su vida por fidelidad al Evangelio, y otros que han dejado un testimonio de servicio público, inspirado por una fe viva, como el siervo de Dios José Gálvez Ginachero.
3. Misión
La tercera llamada, que da sentido a las anteriores, es la misión. Hoy resuena en nosotros el grito del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a vendar corazones rotos, a liberar a los cautivos…» (cf. Is 61, 1-3).
No podemos, por tanto, permitirnos ser una Iglesia autorreferencial, encerrada en sí misma, preocupada solo por sus necesidades y problemas. No hemos sido llamados para optimizar recursos ni para mejorar nuestra imagen, mucho menos para proteger privilegios. Nuestra vocación no es conservar espacios, sino promover procesos de liberación, de justicia y santidad, especialmente entre las personas marginadas en las afueras de la sociedad y de la Iglesia. Sólo así, “todos, todos, todos” nuestros hermanos y hermanas podrán experimentar la ternura de Dios y su salvación.
San Juan Crisóstomo, cuya fiesta hoy celebramos, nos recuerda la importancia de estar centrados en la misión, viviendo la opción preferencial con quienes sufren:
¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando lo contemples desnudo en los pobres. Ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez (Homilía 50 sobre el Evangelio de San Mateo).
Como sabéis, vengo de mi querida diócesis de Teruel y Albarracín, siguiendo los pasos del obispo José Molina Lario, nacido en el pequeño pueblo de Camañas, en Teruel. En 1775, él también pasó de Albarracín a Málaga.
Aquel pastor dejó una huella profunda entre los más humildes: cuidó la vida cristiana de las gentes de la Sierra de Albarracín y, a la vez, impulsó el desarrollo económico de esas tierras, promoviendo la industria textil y fundando un Monte de Piedad. Ya en Málaga, fomentó el arte, dialogó con la cultura y financió mejoras en infraestructuras y servicios.
Molina Lario, en las circunstancias propias de su tiempo, encarnó aquellas palabras del papa Francisco en Evangelii Gaudium: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (n. 49).
Inspirados por el testimonio de este gran obispo, acojamos la llamada a vendar corazones rotos y a anunciar el Evangelio, «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción» (EG 14).
En esta tierra próspera de Málaga también hay heridas: soledad, pobreza, adicciones, violencia, inmigrantes explotados, jóvenes sin rumbo, familias rotas… Ante esta realidad, las parroquias junto a las Hermandades y Cofradías y otras realidades eclesiales, deberíamos ponernos en camino, «con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para encender otros corazones con la Palabra de Dios, abrir los ojos de otros a Jesús Eucaristía, e invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad» (Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2023).
Conclusión
Estas tres llamadas: la humildad, la coherencia y la misión, no son recetas ni tampoco un programa pastoral. Sencillamente son invitaciones que he sentido en la oración, y que he compartido con vosotros en mis primeras palabras como pastor de la Iglesia que peregrina en Málaga y Melilla.
Os pido que recéis por mí, para que nunca me aparte del camino de Jesús: humilde, coherente y misionero. Ruego a San Lorenzo, el diacono oscense, cuya imagen está sobre nuestras cabezas, que me acompañe, por lo menos hasta que coja confianza con sus amigos: nuestros patronos San Ciriaco y Santa Paula. Que Santa María de la Victoria, en este especial año jubilar, revestida de esperanza, interceda por nosotros. Que Ella, humilde y valiente, servidora y misionera, nos enseñe a decir cada día: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».