
La Delegación de Pastoral Penitenciaria narra la vivencia de la Semana Santa y el inicio de la Pascua en el centro penitenciario en el año en que se celebra el Jubileo de la Esperanza. El mismo obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, inauguró las celebraciones jubilares en este lugar hace unas semanas.
El Jueves Santo, un pan inmenso, elaborado en la panadería de la prisión, fue partido y compartido por todos los participantes en la celebración como signo de unión
Como cuenta el propio delegado, Pedro Fernández Alejo, OSST, «la celebración alegre y jubilosa de los Ramos, adelantada al sábado de Pasión, es acompañada de la lectura de una Pasión, originariamente, la de Jesús. Una Pasión que se entremezcla con cada una de las “pasiones” personificadas en las más de cien personas privadas de libertad allí presentes. Los distintos momentos del relato evangélico de la Pasión de Cristo son vividos y se reflejan en los rostros de muchos de los internos presentes. El Triduo Pascual lo iniciamos con la celebración del Jueves Santo marcada por la experiencia de amor y entrega más sublime de Jesús que nos adentró en vivir un gesto significativo del lavatorio de las manos expresando con ello que lavatorio significa purificación: demasiado polvo en los pies, demasiado egoísmo en las manos; significa salvación: el que no se deja lavar no tiene parte con el Señor, es una negativa a ser de los suyos, a ser su amigo; significa servicio: aprendiendo del Maestro la capacidad de ponernos a los pies de los hermanos más pobres y marginados. Nuestras manos están manchadas, porque las usamos para el desprecio, la marginación, la violencia, el rechazo, la acusación, el egoísmo, la ambición, el poder, el tener, el acaparar. Necesitamos manos limpias y disponibles para abrazar, para sellar la paz, para unir, para solidarizarse, para compartir, para servir, para darse, para amar».
Como continúa la crónica del trinitario, «comulgar el Cuerpo de Cristo es también comulgar con la sangre derramada de todas las víctimas y de todos los crucificados de hoy. Al finalizar la Eucaristía, un pan inmenso, elaborado en la panadería de la prisión, fue partido y compartido por todos los participantes en la celebración como signo de unión. El Coro Amanecer, junto a un interno cantante, hicieron del canto una oración elevada.
El Viernes Santo en la prisión, explica Pedro Fernández Alejo, «está marcado por la Pasión y la adoración de la Cruz de Cristo. Siendo en la cárcel donde se refleja con mayor exactitud los distintos pasos por los que Jesús fue recorriendo desde la traición, la detención, juicio injusto, condena y muerte, se realizó un Viacrucis elaborado por los propios internos e internas. Fueron catorce estaciones correspondientes a la Pasión de Cristo, pero personalizadas en historias sufridas por los propios presos. Fue un Viacrucis estremecedor por el contenido real de procesos dolorosos y sangrantes por los que han pasado muchos de los presos allí presentes. Bien es verdad que el Viacrucis termina con el canto del triunfo de Jesús en la resurrección. La vida del preso no termina en la cárcel-sepulcro, se proyecta hacia el futuro en una libertad esperanzada, en una resurrección de personas nuevas y renovadas. Bonita y emocionante fue la participación de tres internos del Módulo 5 quienes con sus cantos, saetas y poesías provocaron los aplausos y las lágrimas de muchos», detalla.
«La Vigilia Pascual celebrada el sábado por la mañana, concentró a más de cien personas entre internos y voluntarios. El rito de la Luz con el encendido del Cirio Pascual y la participación de todos los presentes con sus velas encendidas, marcaron el inicio de una procesión de cantos y lucecitas atravesando todos el “arco de la esperanza”. En un ambiente de silencio meditativo, se realizó el paso de la Palabra de Dios del Antiguo Testamento hasta el canto del Gloria iniciando así la nueva etapa en la que Cristo resucitado es la Luz de la Esperanza para todos los privados de libertad».
Para este delegado y los voluntarios de prisiones, «vivir y celebrar la Esperanza en un ambiente como la cárcel donde, para la gran mayoría de sus habitantes, ésta es como el agua que se pretende retener entre las manos, no resulta fácil. Para muchos de los internos e internas la esperanza se antoja como un sueño, una quimera, una ráfaga de ilusión que se evapora por momentos. Vivir el Jubileo de la Esperanza en la cárcel como realidad humana periférica, es cumplir también el deseo que el Papa Francisco siempre manifestó al proponer a la Iglesia este año de la Esperanza, para que lo fuera de verdad especialmente para los pobres, los excluidos, marginados y descartados. Que fuera el Año Jubilar de las periferias. Como Iglesia portadora de un tesoro tan grande como es la salvación liberadora de Cristo, esa esperanza se hace realidad. Ofrecer este tesoro y poder celebrarlo a lo largo de la Semana Santa con sus distintos y ricos matices salvadores, hace posible que la persona, especialmente si se encuentra en situación límite tanto humana, como psicológica y espiritual, comience a recuperar el sentido de una fe debilitada, de una esperanza que se esfuma por momentos y de un amor que no siempre es vivido con firmeza».