HOMILÍA DEL FUNERAL POR JUAN PABLO II
RAMÓN ECHARREN YSTÚRIZ
OBISPO DE CANARIAS
Queridos hermanos sacerdotes. Queridos religiosos y queridas religiosas. Queridas Autoridades Civiles y Militares. Queridos miembros del Cuerpo Consular. Hermanas y hermanos todos:
Nuestro querido y admirado Papa Juan Pablo II, ha fallecido. Él, que supo y quiso seguir al Señor-Jesús con todo su corazón, con todas sus fuerzas, lleno de amor, ya habrá sido recibido por el Padre, por el Hijo, por el Espíritu Santo, con un infinito cariño hacia el que ha sabido ser el siervo fiel, lleno de ilusión por seguir los pasos del Señor-Jesús, incansable en su misión de anunciar
Su muerte nos ha llenado de dolor. Hemos sufrido con el Papa, contemplando cómo su vida se iba apagando no sin sufrimientos. Hemos sufrido y hemos llorado con su muerte, como el Señor lloró con la muerte de su amigo Lázaro.
Pero a ese dolor, los que creemos en Jesús, nos han acompañado la esperanza y el inmenso agradecimiento por el gran bien que Juan Pablo II ha hecho a la Iglesia y a la humanidad entera.
Nos ha acompañado efectivamente, la esperanza, puesto que como hemos escuchado en la Epístola de San Pablo, sabemos muy bien, que nuestro Papa Juan Pablo II, ni ha vivido para sí mismo, ni ha muerto para sí mismo, ha vivido para el Señor y ha muerto para el Señor, ha sido y es del Señor, porque para eso vivió, murió y resucitó Cristo-Jesús.
Nos ha acompañado, también, la esperanza, porque la Iglesia es un misterio de salvación, a pesar de nuestros pecados e infidelidades, y nada tiene que ver con una gran empresa, ni con una multinacional, ni con un partido político, ni con una especie de «sacro imperio» del que los Obispos fuéramos algo así como gobernadores por delegación. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, no depende en su andadura a través de los siglos, del Sucesor de Pedro, de tal forma que su muerte y sucesión pueda modificar sus esenciales rasgos de identidad, tanto en el campo de las verdades reveladas, como en el de
Así lo vivió y lo proclamó, de acuerdo con el Concilio, nuestro llorado Juan Pablo II,
Nos acompaña, también, un inmenso agradecimiento a Dios por el regalo que nos ha hecho, a la Iglesia y a la humanidad, con el pontificado de Juan Pablo II.
A pesar de las no pocas críticas, incomprensiones y hasta calumnias que nuestro Papa Juan Pablo II ha recibido, incluso por parte de algunos que se proclaman cristianos y miembros de la Iglesia de Jesús, nadie con un mínimo de honradez y buena voluntad, podrá negar que ha muerto un Papa creyente, que nos ha confirmado en la fe y en la esperanza que ha pasado la vida haciendo el bien, que ha sabido dialogar con todos en un mundo pluralista y lleno de diferentes creencias, ideologías y confesiones, que ha sabido pedir perdón por los pecados que a lo largo de la historia hemos cometido los cristianos, que ha defendido la vida frente a las culturas de muerte que se extienden por nuestro mundo, que ha sabido (no sin sacrificios e incomprensiones de todo tipo) ser uno de los más grandes Profetas del los siglos XX y XXI, que ha proclamado sin descanso
Y ha hecho todo ello, ofreciendo su vida y su muerte, sin compensaciones económicas o materiales, perdonando las ofensas, sin caer en rigorismos ni exclusivismos ni de «derechas» ni de «izquierdas», descalificando los autoritarismos, defendiendo la paz, dentro y fuera de la Iglesia, y condenando todo tipo de guerras y violencias, sin doblar la rodilla jamás ante los ricos y poderosos, convencido de que «hay que obedecer a Dios ante que a los hombres».
En el Evangelio de San Mateo, hemos escuchado como la opinión pública (hoy tan de moda) se equivocaba sobre quién era Jesús. Pero podemos estar seguros que en el corazón de Juan Pablo II, jamás dejó de escucharse las palabras del Señor a Pedro: «yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del abismo no la hará perecer». «Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo».
El Señor-Jesús, junto al Padre y al Espíritu Santo, ya lo habrán recibido para que sea feliz por toda la eternidad, acompañado de
A nuestro hasta hace poco querido Papa Juan Pablo II, sucederá otro Papa, también Sucesor de Pedro, y la Iglesia continuará su misión, asistida por el Espíritu Santo, «entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (L. G. 8), anunciando la Cruz y la Resurrección del Señor hasta que El vuelva (Cf. L.G. 8). Pidamos pues, también, por el nuevo Papa, para que el Espíritu le ilumine y le asista en su Ministerio, para bien de la Iglesia y de toda la humanidad.
¡Dale Señor el descanso eterno al que ha sido nuestro Papa( Que nuestro Santo Padre(¡Y que brille para él la luz eterna! ¡(Juan Pablo II! Amén!.(Juan Pablo II descanse en paz!. ¡
Que el Señor-Jesús, por la( intercesión de
+ Ramón Echarren Ystúriz
Obispo de Canarias