Ante la situación de extrema gravedad en que se encuentra el Santo Padre Juan Pablo II, invito a todos los malagueños a rezar por él. Su figura y su aportación a la historia son ya patrimonio de todos. Pero los católicos tenemos motivos especiales para dar gracias a Dios por sus desvelos, por la riqueza doctrinal que ha aportado a la Iglesia y por el espíritu evangélico con que ha afrontado y afronta la ancianidad, la enfermedad y hasta la misma muerte, que vendrá cuando el Señor lo disponga. Es natural que nos embargue la tristeza, a pesar de la esperanza cristiana, porque en él hemos encontrado los que hemos tenido la fortuna de tratarlo al hombre de Dios, cuya existencia coherente nos enseña a reconciliarnos con lo mejor de la condición humana. Los jóvenes perdéis al mejor consejero y amigo; los adultos, a un padre luchador y tenaz; y los ancianos, a alguien que ha dignificado esta etapa de la vida con su forma extraordinaria de afrontarla. Pero no debemos olvidar que la fuente oculta de su energía y de su fortaleza es y ha sido siempre la confianza en Dios. Porque sin Dios, ha repetido muchas veces, no se puede ser plenamente humano. Antonio Dorado Soto Obispo de Málaga
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