«Un grito no cambia el mundo, pero despierta conciencias»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Entrevista al párroco del Santuario de la Victoria, el sacerdote diocesano Alejandro Escobar Morcillo, nacido en Málaga en 1951 y ordenado en 1980.

¿A vivir se aprende? ¿Y a ser sacerdote?
Sin lugar a dudas. Aprendes a elegir, a dar respuestas. Aprendes desde una lectura creyente del Evangelio, dialogando con la gente y muy especialmente con los demás sacerdotes del propio arciprestazgo. Hay que estar siempre en búsqueda.
¿Has sufrido alguna crisis vital?
La muerte de mi madre en mi adolescencia fue un golpe muy duro. Lo llevé mal porque me lo explicaron mal: “Tu madre era tan buena que Dios la ha querido para Él”. Y esto me provocó un rechazo.
¿En qué o en quién te apoyaste cuando la sufriste?
Fue D. Manuel García, un sacerdote de mi parroquia, quien me ayudó y me hizo entender que Dios la había resucitado para que un día se produzca un reencuentro entre nosotros. Me apoyé en este cura, me apoyé en la fe. ¡Cómo se lo agradezco!
¿Cuál crees que es tu aportación a la Diócesis de Málaga?
Esto quizá podrían decirlo otros con más conocimiento de causa. No sé, pero sí tengo claro que desde mi juventud he estado disponible para la Diócesis y he trabajado allí donde se me ha pedido, seguramente con muchas limitaciones, pero siempre con mucha ilusión.
¿Cuál es el mayor desafío al que se enfrenta nuestra Iglesia local hoy?
Evangelizar. Es el desafío permanente. Es necesario dar a conocer a Jesús, entusiasmar con Jesús a quienes se acercan a nuestras parroquias por diversas circunstancias y, sobre todo, llegar a tantos y tantos malagueños que pasan de la fe y ni siquiera conocen nada de Jesús; por eso es tan necesario un laicado bien formado y comprometido con el mundo.
¿El peor pecado del clero?
Acomodarse y perder la esperanza. Nos toca vivir en el seguimiento de Jesús, acogiendo, animando y sirviendo y esto no es cómodo, exige sacrificio y entrega y confianza, por eso cuando un presbítero tira la toalla y se acomoda a lo que hay, deja de ser luz y sal. Le pido al Señor para mí y para mis hermanos no caer en eso.
¿Quién es Jesucristo para ti?
Es el Señor, pero es, sobre todo, el amigo. El objetivo de la vida de un cristiano es, como dice San Pablo, “tener los sentimientos de Cristo Jesús” y eso sólo es posible desde una amistad sincera con el Señor. Sólo desde esa amistad es posible superar todos los vendavales.
¿Te gusta complicarte la vida?
Recuerdo que el día de mi ordenación de diácono mi padre, que no compartía mi opción, me dijo en la puerta de la parroquia de San Antonio María Claret: “Ya que vas a ser cura, donde vayas no crees problemas a nadie y resuelve todos los que puedas”. Y lo intento. No sé si me gusta complicarme la vida, sé que cuando te planteas vivir el Evangelio te la complicas, y, sin embargo, eres feliz.
¿Qué le dirías a alguien que se esté planteando si Dios lo llama para ser cura?
Que busque, que discierna y que se deje acompañar en su búsqueda. Pero que merece la pena. La vida no es más feliz ni está más llena por lo que se consigue o se posee, sino por entregarla y si es eso lo que te pide el Señor, ahí vas a encontrar el sentido pleno de tu vida.
¿Podemos decir que hemos venido y estamos aquí para ser felices?
Dios quiere siempre nuestro bien. Como dice Jesús, es un Padre que “concede cosas buenas a sus hijos” y nos quiere felices. Lo importante es no equivocar el camino buscando la felicidad egoístamente y confundirla con bienestar y comodidad. Hay que ser feliz, haciendo felices a los demás.
¿Hay alternativa al sistema de vida en el que estamos inmersos?
Por supuesto que sí. La fe cristiana desde la perspectiva del Evangelio ofrece una visión global del hombre y de la sociedad diferente: un sistema que no tiene el dinero como fundamento sino la persona, y que pretende ser más humano y más solidario.
¿Cómo estás envejeciendo?
Como eso es algo compartido con los demás, lo llevo bien. Voy aceptando e integrando las limitaciones de la edad, pero sigo trabajando con el entusiasmo de los comienzos en la parroquia de Almogía.
¿Sabes estar solo?
Me encanta estar con la gente y compartir casa y mesa con otros, pero nunca me ha agobiado la soledad porque siempre la he necesitado para meditar, estudiar y orar. La soledad nos ayuda mucho en el crecimiento personal.
¿Qué es lo más grave que está pasando en el mundo?
El desarrollo de un sistema económico muy ambiguo que ignora el verdadero desarrollo humano y la miseria en que vive gran parte del mundo.
¿Tiene sentido seguir gritando verdades?
Es verdad que un grito no cambia el mundo, pero despierta conciencias. Los profetas gritaron verdades y despertaron la conciencia del pueblo de Israel, defendieron al pobre y mantuvieron viva la presencia de Dios en medio de su pueblo. Hoy también son necesarios los profetas y muchos más de los que hay, porque siguen existiendo pobres y marginados y porque seguimos teniendo el riesgo de destruir el proyecto original de Dios: un mundo plenamente humano.
¿Te preocupa cómo vive la gente? ¿Por qué?
La fe nos enseña a vivir con los ojos abiertos y a ver las necesidades de los otros. No es cristiano vivir ensimismado. Eso lo aprendí, desde el Seminario, de los curas malagueños: vivir pendientes de los demás en todas sus necesidades y hacer lo que esté en nuestras manos para dar soluciones.
Un olor que recuerdes
El olor del mar, es como una mezcla de soledad y libertad.
¿La palabra más hermosa del diccionario?
Desde que conozco más a san Francisco de Paula he subrayado la palabra humildad.

Rafael J. Pérez Pallarés

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