La labor de un capellán va más allá de la mera administración de sacramentos. Así lo experimenta en su trabajo diario Miguel Ángel Pérez Rodríguez, quien asiste pastoralmente, junto a otros sacerdotes, el Hospital Universitario Virgen de la Victoria de Málaga (Clínico) desde 1999 y el cementerio de San Gabriel desde el año 2002.
Esta doble experiencia facilita su trabajo pastoral. «Más pronto o más tarde, me encuentro con algunas familias en los dos sitios» afirma. Esto le lleva a constatar en ambas realidades el crecimiento del proceso de increencia e indiferencia hacia lo religioso. Él mismo se plantea la dificultad de presidir celebraciones carentes de coherencia en muchos casos, en las que la gran mayoría de las personas que asisten no saben qué hacer ni qué decir. «Aunque también hay personas que asisten con mucho respeto, llenas de fe cristiana y adhesiones inquebrantables».
Como capellán hospitalario, su principal misión es ser testigo del amor misericordioso de Dios y del Evangelio de Jesucristo. «Soy y me siento enviado por la Iglesia de Málaga al servicio de los enfermos, sus familias y las personas que trabajan en el hospital», expresa con humildad. Ante la pregunta de cómo se materializa esa misión, Miguel Ángel responde que «ampliando más cada año mi relación con las personas que trabajan allí, celebrando la Eucaristía, distribuyendo la comunión eucarística a los enfermos y acompañantes que la piden, participando activamente en las dos o tres reuniones semanales de la unidad de cuidados paliativos, atendiendo y acompañando a los enfermos de cáncer en fase terminal y manteniendo el contacto presencial o telefónico con algunas personas que han estado hospitalizadas. Creo y siento que el Espíritu Santo actúa».
Este sacerdote es, a menudo, testigo del sufrimiento que nos asalta a todos en alguna de sus formas a lo largo de la vida. Por eso, reconoce las distintas maneras de afrontarlo. «Muchas veces reaccionamos haciéndonos preguntas, algunas dirigidas a Dios. También luchamos y procuramos disminuir el dolor, evitarlo, aliviarlo y superarlo. Hay quienes se rebelan o se desesperan y otras personas lo aceptan con una actitud paciente, esperanzada y confiada en Dios». El servicio que más se solicita de la capellanía hospitalaria es, según su experiencia, la comunión eucarística, y también, aunque en menor número, los sacramentos de la reconciliación y de la unción de enfermos. Algunos, cuenta Miguel Ángel, sólo piden que los visite. Entre los casos más difíciles que le ha tocado vivir, este sacerdote recuerda la atención sacramental a un joven de origen asiático, católico, que iba a ser operado de corazón. También recuerda especialmente, por lo reconfortante, la unción de enfermos de una señora que sufría cáncer. Ella, «plenamente consciente de su situación, dirigió al esposo, hijos y familiares que le acompañaban unas palabras muy consoladoras y repletas de esperanza en Dios».
Sin embargo, en todo proceso de sufrimiento hay que sumar, a la vivencia del enfermo, la de los familiares. Reconoce con tristeza que, en bastantes ocasiones, las familias dificultan o impiden la asistencia religiosa del enfermo a tiempo, a pesar de que éste lo solicite. «Aunque también es cierto que hay familiares, afirma, que acogen y cumplen el deseo del enfermo, e incluso testimonian que les ha hecho pensar».
Como capellán del cementerio, su experiencia es que la gran mayoría de familias pide algún tipo de servicio religioso para despedir a sus seres queridos difuntos. «¿Qué motivaciones tienen? –se pregunta–. Objetivamente cada caso es único e irrepetible. La realidad es que muchas familias se despreocupan casi totalmente del funeral. Muy pocas, incluso aquellas que piden misa o llevan sacerdote amigo o conocido, se quieren implicar o se implican en la preparación de la celebración». Todo ello le lleva a preguntarse si a nuestra sociedad le falta el deseo de poner en acción su creatividad para elaborar otros rituales de despedida a sus seres queridos difuntos distintos a los que ya hay. Una pregunta para la que todavía no tiene respuesta.
Su certeza es que la cercanía es lo más importante. «Desde la experiencia que tengo son bastantes las personas y familias que, aun en medio del sufrimiento por la pérdida de un ser querido, me dicen que se sienten reconfortadas y ayudadas porque me he situado física, emocional y afectivamente cercano a ellas. Y les he trasmitido que para los que creemos en Jesucristo resucitado morir significa encontrarse con Alguien, y que nuestra esperanza se fundamenta en el Dios que nos ama, y Él no nos falla».
Ana Maria Medina