Semblanza del P. Fortunato Alonso, OMI

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

El P. Alberto Ruiz, vicario provincial de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada ha dedicado esta semblanza a la figura del P. Fortunato Alonso, fallecido a los 97 años tras más de 20 de servicio en nuestra diócesis. El próximo lunes, 9 de enero, se celebrará en la parroquia de Ntra. Sra. de la Esperanza y San Eugenio Mazenod una Eucaristía por su eterno descanso.

Afortunada consecuencia de haberte conocido

El pasado 26 de diciembre nos dejaba nuestro decano, el P. Fortunato Alonso Gutiérrez quien, a sus 97 años, entregaba su vida al Señor en la comunidad de Diego de León. Si algo podía definir a nuestro hermano, era el apelativo que él otorgaba a las personas a las que admiraba, como por ejemplo el P. Emilio Trottemenu, compañero de fatigas en Argentina y de quien siempre decía: ¡era un hombre consecuente!

Entierro del P. Fortunato Alonso

Entierro del P. Fortunato Alonso

Así era Fortunato -Fortu, como le conocían los jóvenes malagueños- un hombre consecuente con su vocación de misionero oblato, que vivió agradecido hasta el final. Mucho le gustaba compararse con Amós, cultivador de higos a quien Dios llamó de pastorcillo a pastor de un pueblo. Y es como él se sentía, llamado por gracia a guiar a la Iglesia a la que amaba profundamente.

Tanto en este amor -conocía el nombre de todos los obispos de España-, como en la firmeza de carácter, se parecía Fortunato a nuestro querido Fundador, san Eugenio de Mazenod. E, igualmente, se pareció a él en dejarse moldear por el Espíritu, hasta adquirir una tierna afabilidad en la vejez, como en servir a los pobres hasta el final. Pues, al igual que cuentan del obispo de Marsella que iba a las casas más humildes de sus feligreses para administrarles los sacramentos, así subía Fortunato las cuestas de Mangas Verdes (Málaga) para pasar tiempo con sus amados enfermos.

P. Fortunato Alonso en una celebración parroquial

P. Fortunato Alonso en una celebración parroquial

No fue fácil la vida de nuestro hermano. Desde una niñez vivida en tiempo de guerra, a un seminario donde padecieron el hambre y la escasez; desde unos tiempos convulsos en la argentina de los años 60, hasta unos tiempos difíciles en el posconcilo español; desde sus deseos de ser misionero en tierras lejanas, a tener que ejercer la autoridad como Provincial en el territorio patrio.

Pero él lo vivió todo desde la fe, que le hacía comprender la vida según el conocido Evangelio: «a vino nuevo, odres nuevos». Él mismo reconocía, en este aspecto, el bien que le hizo estar en casas de formación durante muchos años de su vida, lo que sirvió para no quedarse anquilosado en viejas costumbres y adaptarse a una época tan novedosa para todos los que la vivieron.

La división entre los oblatos de España hizo que el Superior general le trajera de vuelta de su añorada Argentina en los años setenta. A pesar del sufrimiento interior que le causó, el hombre consecuente y obediente regresó para intentar apaciguar unos ánimos caldeados política y religiosamente hablando. Con un espíritu de comunidad y de acogida mantenido hasta el final, los que estuvimos cerca de él pudimos comprobar como nunca habló mal de nadie de aquel momento. Es más, a sus labios asomaba la pregunta: ¿podría haber hecho más para que muchos de los que se secularizaron hubieran permanecido en la Congregación?

P. Fortunato Alonso junto a otros miembros de su comunidad

P. Fortunato Alonso junto a otros miembros de su comunidad

Fortunato, lector infatigable, afición que cultivó hasta el último día -se quejaba de que no veía y no podía leer días antes de fallecer-. Su terraza malagueña, donde también expresaba su devoción mariana mediante el rezo del rosario, fue testigo de su insaciable curiosidad teológica y su deseo de formarse para servir mejor a la gente sencilla.

Esa gente que tuvo la ocasión de conocerle y, por eso mismo, de quererle. Desde Málaga a Oviedo, pasando por Jaén, Madrid y Valladolid, laicos de todas las edades pudieron apreciar la entrega y cercanía un oblato que amaba a los pobres y sentía predilección por los más abandonados. Habían quedado atrás sus años a caballo por la estepa Argentina predicando misiones populares, pero su corazón le seguía impulsando, en sus largos paseos, a encontrarse con las personas de los barrios donde vivía.

Querido Fortunato: estamos seguros de que en ti se cumplen hoy las palabras de Jesús: «siervo bueno cumplidor, como has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de su Señor». Muchos de nosotros estamos seguros de haber vivido con un santo de la puerta de al lado, por lo que agradecemos a nuestro Dios, parafraseando tu nombre, la afortunada consecuencia de haberte conocido. Porque tu consecuencia nos ha ayudado a crecer en el amor y en la amistad con Cristo. Él ha querido llevarte durante la octava de su nacimiento. Nosotros te despedimos agradecidos.

P. Fortunato Alonso

P. Fortunato Alonso

Aun en un día triste como éste, tu sonrisa pícara nos recuerda que no tenemos vocación de tristes. Que las dificultades no han de apagar nuestra esperanza. Que las contrariedades no han de ser excusa para no amar y perdonar. En palabras de Luis García Montero: «son las cosas que pasan, las inevitables esquinas del mundo, ayer, hoy, mañana, esas sombras que esperan muchos días a que las preguntas caigan en su tierra. En buena tierra. Porque tienen intención de germinar. Porque nunca han dejado de ser». ¡Gracias, Fortunato, por animarnos a ser buena tierra donde fructifique la Palabra hecha carne!
 

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