Semana de la Familia (parroquia de Santiago Apóstol-Málaga)

Diócesis de Málaga
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Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la celebración de la Semana de la Familia, celebrada en la parroquia de Santiago Apóstol de Málaga el 14 de febrero de 2015.

SEMANA DE LA FAMILIA

(Parroquia de Santiago Apóstol – Málaga, 14 febrero 2015)

Lecturas: Lv 13, 1-2.44-46; Sal 31, 1-2.5.11; 1 Co 10, 31− 11, 1; Mc 1, 40-45. (Domingo Ordinario VI-B)

1.- Querido D. Francisco, párroco de la insigne parroquia de Santiago, que nos acoge hoy. Un saludo fraternal a D. Fernando, delegado diocesano de pastoral familiar, y a todos los que habéis estado trabajando, haciéndoos presente, participando, colaborando en esta II Semana de la Familia.

Quiero empezar agradeciendo el esfuerzo que todos, cada uno desde su posición, situación, movimiento, grupo, asociación, habéis hecho, porque esta II Semana se ha realizado gracias a vosotros, habéis sido los protagonistas.

2.- La lepra desfigura la imagen y aparta al enfermo de la comunidad. El domingo en el que nos encontramos nos presenta unas lecturas, tanto la primera del Libro del Levítico como el Evangelio de Marcos, que tocan el mismo tema. En la primera, que se refiere al Antiguo Testamento, el pueblo de Israel tenía unas normas muy estrictas cuando se daban los casos de lepra (cf. Lv 13, 44).

La lepra era una enfermedad infecciosa de la piel; entonces no la conocían y pensaban que se podía fácilmente transmitir; hoy sabemos que no es contagiosa, pero se ha descubierto siglos después.

3.- El que quedaba tocado por la lepra tenía que hacer dos cosas: primero, desfigurarse. La lepra ya le desfiguraba el rostro porque es un crecimiento anómalo de las células; de modo que el rostro y las manos quedaban deformados. Pues, además, él debía ir «con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba rapada -cuando para un israelita varón era importantísimo llevar barba- y gritando: ¡Impuro, impuro!» (Lv 13, 45). Es decir, una enfermedad que ya de por sí desfiguraba la imagen, pues además el enfermo tenía que deformarse más aún para que los que lo vieran de lejos supiera que era leproso. En conclusión, primera norma para el leproso: desfigurarse, aparte de lo que ya le había afeado la misma enfermedad.

Segunda normativa: el enfermo debía vivir solo y fuera de la comunidad, fuera del campamento, como un proscrito, como un exiliado (cf. Lv 13, 46). Dos normas muy duras si además de la enfermedad tenía que hacer esas dos cosas, pues la misma comunidad lo proscribía doblemente.

4.- En esa situación, pasamos ahora al Evangelio para que ilumine nuestro momento actual. La lepra física simboliza, en el sentido religioso, otro tipo de enfermedad espiritual. ¿Cuál es esa enfermedad espiritual? ¿La lepra en qué consiste físicamente? En una deformación de las células. Pues la enfermedad espiritual, que llamamos pecado, deteriora la imagen del hombre creado a imagen y semejanza de Dios.

Hemos escuchado esta tarde el cuenta-cuentos de la narración de la Creación. Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, por tanto, una hermosa imagen de libertad, de verdad, de voluntad. ¿Qué hace el pecado? Deteriorar esa imagen, desfigurarla, afearla por dentro porque es una pérdida de la gracia. Es la expresión de la fealdad de pecado, en definitiva, la desfiguración de la imagen del hombre como hijo de Dios.

En el bautismo, cuando nos bautizaron, se nos regaló el don del amor y de la fe, y se nos regaló la figura de Cristo. El Espíritu Santo nos selló, mediante el don de su gracia, con la imagen de Cristo. Los cristianos somos imagen de Cristo. Todo ser humano es imagen de Dios, pero el cristiano además tiene impregnada en su alma la imagen hermosa de Cristo, el Hijo Dios.

Nuestra lepra nos es contraída como podía ser contraída la lepra física, sin querer; en el nuestro caso, el pecado sí que es por propia voluntad, lo hacemos porque nos separamos de Dios.

5.- La segunda consecuencia de esa lepra espiritual es que aparta de la comunidad, separa de la comunidad. Hemos dicho que la lepra en el pueblo de Israel desfiguraba y, además, el enfermo tenía que desfigurarse por fuera y separarse de la comunidad. Con la lepra espiritual, no te separa la ley te separas tú.

Cuando una persona peca, cuando desobedece a Dios, cuando le da la espalda y se busca a sí mismo, si se busca así mismo, no le busca a Él. Si me busco a mí no busco a mi esposa o esposo, a mis hijos, al otro, a los necesitados; me busco a mí. Yo mismo me aparto, me voy de la comunidad.

Por otra parte, la lepra del pecado aparta al ser humano de la presencia de Dios y lo separa de la comunidad de creyentes. El pecador, por sí mismo, queda excluido de la comunión eclesial, de la familia cristiana. Él se autoexcluye. La única forma de volver es pedir perdón a través del sacramento de la confesión y convertirse, dejando su proyecto personal para volver a Dios.

En nuestro mundo hay muchos excluidos, que no son leprosos, ni son pecadores especiales. El papa Francisco habla de la cultura del “descarte” y la exclusión de tantas personas en nuestra sociedad. Se «descarta» a personas no nacidas, se excluye a pobres, que no producen como la sociedad espera, a tantas personas las margina, las desprecia por su pobreza, por su enfermedad, por su ancianidad o por su debilidad física, e intenta quitárselas de encima. Esta acción no podemos hacerla nosotros, la hace nuestra sociedad, a la que pertenecemos, pero nosotros tenemos que tener la actitud contraria. La actitud que tuvo Jesucristo y que nos narra en el evangelio.

6.- El evangelio nos presenta el encuentro de un leproso que se acercó a Jesús. La ley le prohibía hacerlo, no podía acercarse a la gente y tenía que gritar que estaba impuro para que los demás le huyeran. Pero este leproso se acercó a Jesús, se puso delante de él, se hincó de rodillas y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1, 40).

El Maestro «compadecido, extendió la mano y lo tocó» (Mc 1, 41). Este gesto de tocar físicamente a un leproso hacía que quién le tocaba también quedaba excluido de la comunidad porque podía estar contagiado y ese que le tocaba tenía prohibido entrar en las ciudades. Esa es una de las razones por las que Jesús, a partir de ese momento, se queda fuera de las ciudades, no entraba, porque la Ley se lo prohibía.

Sin embargo, Jesús no tiene inconveniente en acercarse y acariciar al leproso. Doce siglos después, un tal Francisco de Asís, a quién le daba repugnancia la enfermedad de la lepra, se acercó a un leproso y lo besó. Jesús tocó al leproso diciéndole: «Quiero: queda limpio» (Mc 1, 41).

Jesús, cuando toca a un leproso, desde ese momento, forma parte de los que no pueden entrar abiertamente en ningún pueblo, de los excluidos; por eso se quedaba fuera, en descampado (Mc 1, 44-45).

7.- El tema del acercamiento en la familia es muy importante. El tema del afecto, psicológicamente hablando, es el que nos hace crecer. En todos los experimentos que se han hecho con los seres humanos y también con algunos seres no humanos, en la medida en que se sienten acariciados y queridos crecen mejor. Un niño a quien no se besara ni se tocara, a quien no le llenaran de besos sus padres, no crecería bien como ser humano, sería un huraño. Tendría serias dificultades para relacionarse con los demás. No se trata solamente de lo que hizo Jesús con un leproso; Jesús está diciéndonos más; nos dice que lo hagamos con los cercanos, con los miembros de la familia, con el círculo de las amistades y personas cercanas.

Necesitamos sentirnos queridos y la familia, como núcleo vital, es donde realmente el ser humano puede recibir ese cariño y ser tratado por ser humano, no por ser inteligente, o hermoso, o por todo lo que tiene. Un infante, un recién nacido, apenas es lo que es, muy débil, pero necesita las caricias de su familia, necesita vuestras caricias, que lo toquéis, que lo estrechéis con vuestras manos y brazos, que lo apretéis contra vuestro pecho y corazón. Lo necesita.

Y no sólo los niños necesitan de estos cariños y atenciones, también los jóvenes lo necesitan, y los esposos y los hijos y los ancianos.

            El Señor, el Maestro, nos está dando una gran lección de cómo comportarnos en familia y de cómo comportarnos con el otro, porque Jesús es un gran pedagogo. Y también cómo comportarnos con el excluido de la sociedad; también para el que no vale nada para la sociedad, porque no tiene nada o porque es un harapiento, o porque es un borracho, o por otras cosas.

Jesucristo tocó al leproso, tocaba a la gente, se acercaba a todos, bendecía a los niños, les imponía las manos, les tocaba, les estrujaba y se dejaba tocar. Esto es importantísimo y la sociedad lo está perdiendo. Esto está derivando sólo en puro sexo y el afecto humano es mucho más amplio.

8.- Jesucristo cura todo tipo de lepra espiritual. Jesús le quitó la lepra al enfermo y quedó limpio (cf. Mc 1, 42).

El evangelio de hoy nos invita a acercarnos a Jesús para pedirle que nos limpie de nuestras miserias y pecados; que nos cure las lepras, que desfiguran nuestra imagen de hijos de Dios; que reconstruya la piel deformada, la imagen de dentro, rota por nuestro ser enfermo.

Jesús desea llegar hasta lo más profundo de nuestro corazón y cambiarlo por dentro; que nos sintamos amados por Él y que nos sintamos amados por nuestra familia, por la familia de los hijos de Dios, por la comunidad parroquial, por la asociación, por el movimiento, por la Iglesia.

Jesús alarga su mano compasiva, desea curar y sanar todas tus dolencias y sacarte de todos tus complejos y resentimientos.

Contemplemos el gesto de Jesús con el leproso y pensemos que hace lo mismo con nosotros. Piensa que Cristo hoy se acerca a ti y quiere tocarte, acariciarte, quiere que lo recibas en la Eucaristía, quiere entrar dentro de ti para sanarte desde dentro.

9.- Con el salmista rezamos: «Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación. Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: “Confesaré al Señor mi culpa” y tú perdonaste mi culpa y mi pecado» (Sal 31).

Podemos pedir al Señor esta tarde:

Si tú quieres, Señor, puedes limpiarme.

Si tú quieres, Jesús, puedes devolver la luz a mis ojos.

Si tú quieres, Maestro, puedes dejarme ir detrás de ti como discípulo.

Si tú quieres, Dios mío, puedes concederme correr siempre por la senda del bien.

Si tú quieres, Padre, puedo ser un miembro bueno de mi familia que ayuda a crecer a los demás.

Pedimos al Señor que alargue su mano, que nos purifique de todas nuestras debilidades y que nos transforme.

10.- Celebramos la segunda Semana de la Familia con el lema: Familia, buena noticia.

La familia, como hemos dicho durante toda esta semana, es una buena noticia. Pero no es sólo una buena noticia, la familia es lo mejor que nos ha regalado el Señor porque, a través de ella, hemos recibido la vida, la fe, la cultura, el cariño y el amor, y hemos podido crecer gracias a nuestras familias.

No podemos seguir, ni aceptar, las modas que destruyen nuestra familia. Como habéis dicho antes en el manifiesto público, no podemos compartir esa visión tan destructiva de la familia, no la compartimos. Estamos a favor de la familia y la defendemos y la defenderemos siempre, ¡la familia!

Y cuando decimos la familia es la familia, no hace falta dar más explicaciones, otras cosas son otras cosas. Y otro tipo de uniones son otro tipo de uniones. Eso para nosotros no es familia, y digámoslo clara y abiertamente, aunque nos insulten y nos vituperen.

Amamos la familia porque antes nos ha amado ella y hemos crecido gracias a ella. Es el mejor regalo que hemos recibido de Dios: vivir en una familia cristiana.

11.- A todos os animo, en primer lugar, a dar gracias al Señor, cada uno por su familia, por la que le dio el ser, aunque ya no estén nuestros padres aquí, y por la familia que ahora cada uno forma: gracias Señor por la familia que me has regalado, aunque hay dificultades y problemas, gracias Señor.

Y segundo lugar, pedimos por la familia; por todas las familias: las que viven, las que funcionan bien, las que van viento en popa y las que están desgarradas. A unas, para que las mantenga en la unión, la comunión, la fraternidad y el amor; a otras, para que las recomponga, para que el Señor, al tocar esa lepra, las configure de nuevo con Él.

Que la Virgen María, Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, nos ayude a vivir esta gratitud al Señor y esta petición por las familias. Que así sea.

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