San Henry Newman, doctor de la Iglesia

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

El título de “doctor de la Iglesia” es concedido, por el Papa o un concilio ecuménico, a una persona que por su santidad de vida y la claridad y eminencia de su doctrina se convierte en referente para el crecimiento de la vida cristiana de los fieles. De los 38 doctores de la Iglesia, 4 son españoles: uno vivió en el siglo VII (San Isidoro de Sevilla) y tres en el siglo XVI (Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y San Juan de Ávila). Su influencia es notoria. 

El día 1 de noviembre, el papa León XIV, declara doctor de la Iglesia a Sir Henry Newman, nacido en 1801 en Londres, educado en la confesión anglicana y que murió como cardenal de la iglesia católica en 1890. ¿Qué podemos aprender de la santidad de su vida y la eminencia de su doctrina? Unas sugerencias:

Cor ad cor loquitur. El corazón habla a otro corazón

Esta es la frase más repetida y comentada de Newman. Ordenado sacerdote anglicano y compaginando su labor docente en la Universidad con la atención en una parroquia pobre, comenzó una pastoral de contacto, novedosa y casi revolucionaria en su tiempo: visitas domiciliarias, encuentros personales, cartas… Newman puso los cimientos de una espiritualidad que hoy reconocemos como precozmente moderna, reflejada en el llamado Movimiento de Oxfort, promovido por él.

Newman supo compaginar la labor intelectual de altura con el acompañamiento personalizado. En su obra maestra Idea de una universidad, nos dejó su proyecto educativo, apoyado en tres pilares: ciencia, virtud y religión. Un modelo de formación personal e integral. Y en sus más de 20 mil cartas, sus miles de sermones y entrevistas personales, nos acreditó su convencimiento de que la atención personal es la base de una buena educación: la trasmisión de valores humanos, espirituales y religiosos, dependen mucho del testimonio cara a cara. 

Newman nos hace una llamada al sentido de la responsabilidad en cualquier educador y también en el evangelizador: no se es educador o se evangeliza a tiempo parcial, se reclama un testimonio de vida que deriva en un celo educativo y pastoral ardiente: hoy sobran profesores por horas y faltan maestros a tiempo completo. 

Su lema como cardenal: cor ad cor loquitur, tomado de una carta de San Francisco de Sales, quería expresar que se había sentido tocado por el corazón de Dios y llamado a trabajar duro para tocar los corazones y las conciencias de los hermanos, tanto anglicanos como católicos. En su libro más famoso: Apología pro vita sua, un ensayo autobiográfico, confiesa con sabor agustiniano: “Oh Dios, alrededor de la idea de tu ser, como si fuera la clave de una bóveda, se ha construido la vida de mi espíritu; sin ella, todo se haría pedazos”. 

Su apasionada búsqueda de la Verdad y la defensa de la misma, es un pilar en la vida de Newman, y un reclamo para la Iglesia y cada uno de nosotros para vencer cualquier relativismo que nos invita a la cómoda aceptación de la opinión general como si la verdad fuera el fruto de una votación mayoritaria. Para el creyente, la verdad tiene rostro: Yo soy la verdad y la vida. 

Y la defensa de la Verdad, asegura la Cruz. Y en la vida de Newman se hizo especialmente presente: incomprendido por los anglicanos y recibido con recelo por los católicos, decía: “No me sorprenden las pruebas; es nuestro destino… Durante toda mi vida he predicado que había que sufrir por la verdad; ahora es mi turno… Pero si somos pacientes, Dios trabaja con nosotros. Él trabaja para aquellos que no trabajan para sí mismos”. Newman recodaba a San Pablo y expresaba su propia deseo: “participar en los sufrimientos de Cristo, conformarse con él en la muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección” (cf. Flp 3,10-11). 

Cada cristiano está llamado a ser un “experto” de Dios, alguien que no solo sabe muchas cosas acerca de Dios, sino que vive en una profunda amistad con Dios, que se pone a escuchar a Dios, que tiene un conocimiento personal de Dios, del Dios de Jesucristo. Creer es poner mi mente y mi corazón junto a un Dios personal que me ha mostrado su rostro, que me ha abierto su corazón: cor ad cor loquitur.

Benedicto XVI, con motivo de la beatificación de Newman, señalaba: “lo que necesitamos en este momento de la historia son hombres que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan que Dios sea creíble en este mundo. Necesitamos hombres que tengan fija su mirada en Dios, para aprender de él la verdadera humanidad; hombres a los que Dios les abra el corazón, de modo que su inteligencia pueda hablar a la inteligencia de los demás y su corazón pueda abrir el corazón de sus semejantes… Nuestra misión evangelizadora radica, como señala san Agustín, en esto: sanar los ojos del corazón, para que todos puedan ver a Dios”.

La vida de Newman es una llamada a que nuestro conocimiento de Dios no se acredite por un expediente académico, sino que brote de una experiencia de amistad, aquilatada en la oración y que reclama ser comunicada. Razón y corazón, entrelazados, nos acercan a Dios. Y su disociación nos advierte de dos peligros que siempre han estado en el seno de la Iglesia, pero que hoy parecen florecer con fuerza: “Corazón sin razón”, puede derivar en un sentimentalismo inestable, haciendo depender la fe de un estado de ánimo. “Razón sin corazón”, puede degenerar en un voluntarismo que quiere alcanzar la fe a base de esfuerzos, planes y estructuras, sin dejar hueco a la sorpresa de la gracia.  

Cor ad cor loquitur: el corazón habla a otro corazón. Este lema nos presenta la amistad entre distintos como un antídoto ante la intransigencia de las ideología, y nos muestra una vía para alcanzar a Dios. El corazón habla al corazón y alienta las razones para creer. 

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