San Benito y san Bernardo

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

San Gregorio Magno, del que ya hemos hablado, describió a san Benito como «este hombre de Dios, que brilló sobre esta tierra con tantos milagros, no resplandeció menos por la elocuencia con la que supo exponer su doctrina».

Benedicto XVI afirmó de él que «su obra y en especial su Regla, fueron una auténtica levadura espiritual, que cambió, con el paso de los siglos, mucho más allá de los confines de su patria y de su época, el rostro de Europa», por ello, no podía faltar en el coro de la Catedral de Málaga, y así lo recoge el sacerdote Francisco García Mota en su obra “El coro de la Catedral Basílica de Málaga”, donde explica que san Benito «nació en Nursia, en la actual región italiana de Umbría, en el año 480. Perteneciente a la familia romana de Anicia y hermano de santa Escolástica, estudió Filosofía y Retórica en Roma».
García Mota explica que san Benito «experimentó varias formas de vida monástica. Su primera experiencia comunitaria fue en Vicovaro y luego en Subiaco, donde asumió la dirección de la “Escuela al servicio del Señor”. Posteriormente, marchó a Montecasino y fundó la Orden de los Benedictinos, cuna de lo Cluniacenses (Cluny) y luego del Cister con san Bernardo. Tomó como lema de vida “ora et labora” y por divisa un arado y una cruz. Escribió las Reglas de los monasterios. Murió el 21 de marzo del 547, en Montecasino. Fue canonizado por el papa Honorio III, en 1220. Declarado como uno de los Patronos de Europa, su fiesta se celebra el 11 de julio y se representa con un báculo y un cáliz en su mano».
Muy cercano a san Benito, se encuentra la talla de san Bernardo, «nacido en Fontaine-lès-Dijón (Borgoña), en 1090 y que a los 23 años ingresó en la abadía de Cîteaux (cisterciense). La Orden Cisterciense renace con él, ya que fundó 67 monasterios, por lo que es considerado como segundo fundador.
Su aportación a la espiritualidad cisterciense se condensa en dos motivos: descubrimiento de la piedad humanística, con la devoción a la humanidad de Cristo, y el rol constitutivo de la piedad mariana en contacto con la piedad de El Hombre- Dios».

Beatriz Lafuente

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