
Judas, Pedro, Herodes, Barrabás, el Cireneo, la Verónica, Longinos, el discípulo anónimo de Emaús… El profesor de los centros teológicos diocesanos Santiago Vela analiza la figura de algunos de los personajes secundarios del relato de los Misterios centrales de nuestra fe.
Jesús, con el cuerpo abierto de heridas y exhausto por la flagelación recibida, cae rostro en tierra bajo el peso del madero. Un humilde judío que volvía del campo, y que casualmente se encuentra con el condenado, es obligado a llevar una cruz maldita ante las miradas de los curiosos.
Resulta llamativo que Marcos mencione los nombres de los hijos del Cireneo: Alejandro y Rufo. Probablemente porque ambos debieron de ser miembros importantes de la comunidad para la que escribe Marcos. Pero ¿cómo y por qué llegaron estos dos jóvenes a ser cristianos? Sin duda debió de ser su padre, Simón de Cirene, quien les transmitió la experiencia que tuvo de encuentro con el sufrimiento de Jesús camino del calvario. Un encuentro forzado, no buscado, pero que acabó atrapando el corazón de ese humilde campesino.
Y es que muchas veces, cuando en la rutina de nuestras vidas nos cruzamos en el camino del calvario de los que sufren y, aunque sea de manera no deseada, nos acercamos a sus cruces, el dolor ajeno nos cambia el corazón. Por eso es importante estar atentos y cercanos a esas cruces inesperadas, pues en ellos Cristo nos sale al encuentro para cambiarnos. ¿Estamos dispuestos a llevar sus cruces además de las nuestras?