Pedro Miguel Lamet: «La pandemia, como la herida de Ignacio, puede ser oportunidad»

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Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941) es jesuita, escritor y periodista. Ha publicado más de medio centenar de libros. En este Año Ignaciano, publica la novela «Para alcanzar amor», una nueva biografía de san Ignacio, que le servirá de marco para la conferencia organizada en la iglesia del Sagrado Corazón en calle Compañía el 10 de junio a las 20.00 horas.

El Año Ignaciano comienza con la conmemoración de la herida que posibilitó la conversión de san Ignacio. ¿Quién era Ignacio antes y quién fue después de ese acontecimiento?

Un niño vasco que nace en un año clave, 1491, en vísperas de la España que conquista Granada y descubre América, y de un mundo que vivirá a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento, los libros de caballería y un nuevo humanismo, que se centra en el hombre, el arte, los descubrimientos de la pólvora, la imprenta y la primera globalización. Huérfano muy pronto, es educado por su hermano mayor y su cuñada. Luego, de adolescente y joven, formado en Castilla en el ejercicio de las armas y la administración en el palacio del contador Velázquez, “ministro de Hacienda” de los Reyes Católicos, intenta seguir el camino de sus ancestros de la casa solariega de Loyola como gentilhombre, y “soldado desgarrado y vano”, como él mismo se define en busca del poder y el éxito con las damas. Con lances de espada por faldas, sufre varios desengaños como una derrota en Arévalo y sirve a las órdenes del virrey de Navarra, duque de Nájera. Al mismo tiempo valiente como Amadís, básicamente cristiano y eficaz en algunas causas bélicas.

¿Qué puede decirnos esa herida a un mundo que vive ahora las consecuencias de esta pandemia?

La herida en su pierna derecha durante la defensa de Pamplona, cuando su propio hermano y muchos otros volvieron grupas, significa un idealismo y tozudez que nunca perderá. Trasladado a Loyola y sometido a los cirujanos para seguir “guapo”, aunque cojo para siempre, vive una convalecencia que le mostrará los dos sabores del alma: vacío cuando imaginaba hazañas caballerescas, y paz y gusto interior cuando pensaba en seguir a Jesús a imitación de los santos. Diríamos que la herida le paró en su carrera de vanidades y le cambió la vida radicalmente hacia un itinerario de peregrino en el que Dios le irá enseñando “como un maestro de escuela”, hasta redactar los Ejercicios Espirituales, valorar la importancia de los medios humanos, y crear la Compañía de Jesús. Probablemente sin la herida de Pamplona nunca habría alcanzado tanta luz y frutos en su vida. El dolor, las enfermedades y hasta la cercanía de la muerte pueden cambiarnos la vida. La pandemia, su confinamiento y su silencio, nos ha parado y ha podido ser para unos, exasperación, y para otros una oportunidad para “ver claro”, incluso para convertirnos.

Ignacio pasó de servir a un rey terreno a servir a Dios, presente en tantos descartados. ¿A qué periferias se dedicó tras su conversión?

Diríamos que el peregrino, en su primera etapa “solo y a pie”, tiene una obsesión, imitar a Jesucristo incluso trasladándose físicamente a Jerusalén. Para ello vive a la evangélica, pobremente, de limosna, y con una confianza sin límite en Dios. Se hospeda con los más pobres, en los hospitales de la época, y descubre que sin estudios no puede ayudar a los prójimos. Con esta intención lo intenta en Alcalá, Salamanca y sobre todo en París, y acaba alcanzado una síntesis nueva entre la mística y el sentido práctico, que creo que es el secreto de la eficacia y novedad de la Compañía. Su prioridad es ayudar a los más pobres de este mundo, en su espíritu, los alejados de Dios. Su lema: “En todo amar y servir”. Pero incluso siendo fundador y superior general en Roma, nunca dejó esta identificación con los pequeños de este mundo, que había tratado por los polvorientos caminos: seguía dando catequesis a los niños y liberando personalmente a las prostitutas de la Urbe.

¿Cómo cultiva hoy la Compañía de Jesús aquel carisma primero? ¿Cuáles son los principales retos, hoy, de los «hijos de Ignacio»?

Creo que en siglo XX, el padre Pedro Arrupe, actualmente en proceso de canonización, hizo una relectura de San Ignacio para el mundo de hoy, con gran fidelidad al mismo tiempo al carisma ignaciano y a los signos de los tiempos, situando como prioridades de la Compañía la lucha por la justicia, como consecuencia de la fe, los refugiados, los drogodependientes y por supuesto la increencia. La Compañía creo que, con sus defectos, sigue heroicamente en esta tarea. Más de cien jesuitas han dado la vida, sobre todo en países en vías de desarrollo, por defender a los más humildes y maltratados por este mundo injusto.

Hoy, bajo el mando del venezolano Arturo Sosa, las prioridades de la Compañía son: “Mostrar el camino hacia Dios mediante los Ejercicios Espirituales y el discernimiento. Caminar con los excluidos: pobres, descartados, vulnerados en su dignidad, en una misión de reconciliación y justicia. Acompañar a los jóvenes en su camino para la creación de un futuro esperanzador. Y cuidar la casa común en la protección de la creación de Dios.” Para el conocimiento más completo del pensamiento del padre Sosa recomiendo la lectura del reciente libro entrevista con Darío Menor, «En camino con Ignacio» (Ed. Mensajero, Bilbao, 2021).

¿Qué quiere aportar con su último libro, Para alcanzar amor, a la obra biográfica de Ignacio?

En general en toda mi obra he hecho un esfuerzo de acercar al hombre de la calle personajes y temas que resultan complejos y lejanos para el lector medio. Por eso he escrito biografías en tono periodístico como las de Arrupe, Llanos, Díez-Alegría y otros. Pero, para los personajes del pasado he preferido servirme del género de la novela histórica, que me permite como en un film “poner en escena”, mostrar cómo vivían, cómo viajaban o comían, eso sí, con rigor en la transmisión de los hechos histórico. Hace veinte años escribí «El caballero de las dos banderas», que recogía la etapa más conocida de Ignacio: su vida de gentilhombre y conversión hasta la fundación de la Compañía. Con motivo de este V Centenario he pretendido, con «Para alcanzar amor», abarcar también la etapa más difícil y controvertida, la de fundador y general en Roma que es menos novelable. Lo que contiene de ficción mi libro es que el narrador es el clásico español y jesuita Pedro de Ribadeneira, su primer biógrafo, que conoció a Ignacio desde niño, y ya de anciano, en su natal Toledo, desgrana sus recuerdos con pasión y sentido crítico.

¿Qué le gustaría trasmitir a alguien que conozca poco a este santo? ¿Qué no debería ignorar nadie de san Ignacio?

Hay muchos tópicos sobre san Ignacio y los jesuitas. Quizás la importancia y las polémicas surgidas a través de la historia han falseado su imagen. Para muchos resulta menos simpático y asequible que un san Francisco de Asís, san Juan de la Cruz o su mismo compañero san Francisco Javier. Quizás porque, como buen vasco, es muy sobrio en las palabras, o por la importancia que dio a la obediencia a sus hijos. Sin embargo, Ignacio es un místico, que recibió impresionantes revelaciones de Dios, que tenía un corazón tierno, que era querido de sus compañeros y que lloraba tanto de consolación que el Papa tuvo que dispensarle de la lectura del breviario. Muchos me han preguntado sobre cuál es el secreto de los jesuitas. La respuesta es: los Ejercicios Espirituales, un manual de escaso valor literario, pero que, puesto en práctica, con él Ignacio ha transformado miles de hombres prestándoles un sentido a sus vidas mediante una experiencia personal de Dios.

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