Parroquia de San Francisco Javier (Melilla)

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada en la parroquia de San Francisco Javier (Melilla) el 2 de noviembre de 2015.

PARROQUIA DE SAN FRANCISCO JAVIER

(Melilla, 2 noviembre 2015)

Lecturas: Lm 3, 17-26; Sal 129, 1-8; Rm 6, 3-9; Jn 14, 1-6.

1.- El Señor nos permite celebrar en este día la conmemoración de todos los fieles difuntos recordando el sentido que tiene nuestra vida y nuestra muerte.

Para muchos de nuestros contemporáneos no existe nada después de esta vida. Y, por tanto, se centran en obtener aquí la felicidad o buscan sacarle el máximo jugo a la vida temporal, haciendo de las cosas de aquí abajo los propios dioses. Esos dioses tienen muchos nombres, nosotros también le conocemos porque a veces también le hemos adorado.

Pero eso es quedarse con una mirada a ras de suelo, porque la persona está llamada a vivir la inmortalidad, la persona transciende el tiempo y la historia, trasciende el espacio. Estamos llamados por Dios a vivir con Él.

2.- La fiesta solemne de ayer, de Todos los Santos, nos recordaba a todas esas personas que han vivido en su vida terrena unidas a Cristo, muriendo con Cristo, injertados en la muerte de Cristo por el bautismo y que gozan ahora de esa felicidad, de esa presencia de Dios que llena de vida el corazón del hombre.

Hoy la liturgia nos pide que hagamos como un retroceso. Ayer era el final. ¿Hacia dónde se dirige el ser humano? Había una pregunta del Catecismo hace ya muchos años, cuando muchos de vosotros eráis niños, que decía: ¿cuál es la finalidad del ser cristiano o del hombre en la tierra? ¿Para qué vive el hombre en la tierra? ¿Recordáis la respuesta? Para amar y servir a Dios y obedecerle aquí, para después gozarle y contemplarle en el más allá. Ese es el objetivo de todo ser humano, de toda imagen de Dios. Unos no lo descubren, otros lo descubren tarde y mal, y otros tenemos la gran suerte de haberlo conocido ya en la tierra. Somos, pues, unos afortunados.

3.- Si Dios ha puesto en el corazón del hombre el anhelo de felicidad, ¿qué quiere decir? Si estamos llamados a la felicidad quiere decir que existe la felicidad. ¿Pensáis que Dios pueda llamarnos a algo que no exista? Imposible.

Vosotros los padres, a vuestros hijos, cuando le animáis a algo, cuando le ofrecéis una recompensa o la obtención de un deseo es porque se puede hacer. ¿Habéis prometido alguna vez a vuestros hijos algo que es imposible de hacer o que no existe la posibilidad? Sería cruel.

Si Dios nos invita es porque existe esa invitación. Y si nos llama es porque quiere que seamos felices con Él.

4.- El proceso que nos invita a recorrer es empezando por el bautismo. San Pablo en la carta a los Romanos nos lo ha recordado. El cristiano por el bautismo se incorpora a la muerte de Cristo, muerte entendida fundamentalmente como muerte al pecado. Pero también como muerte temporal.

Vamos muriendo a esta vida y vamos simultáneamente resucitando a la otra vida. Si uno se injerta en la vid ese sarmiento tomará de la savia y dará fruto abundante. Si uno está separado y cortado de la vid no podrá dar fruto. El bautismo nos injerta en la vid, que es Cristo. Somos incorporados a la muerte de Cristo para después poder gozar de su resurrección.

5.- Hay otro pasaje de San Pablo donde dice que algunos opinan que no hay resurrección, pues si no hubiera resurrección ni Cristo hubiera resucitado, ni resucitaríamos tampoco los demás. Y dice Pablo que si eso fuera así seríamos los más desgraciados del mundo. Si Cristo no ha resucitado nuestra fe no tiene sentido (cf. 1Cor 15, 12-14). Porque nuestra fe y nuestra vida en Cristo es precisamente para vivir con Él la resurrección. Ese es el objetivo final de nuestra vida.

Es un objetivo final que empieza aquí y concretamente en el bautismo. El bautismo nos incorpora a Cristo, a su muerte y a su resurrección, al perdón de nuestros pecados y al gozo de la eternidad. Quiere decir que todos los bautizados llevamos una semilla dentro de nuestro corazón. Una semilla que no se ha desarrollado del todo. Es la semilla de la felicidad, la semilla de la inmortalidad, la semilla de la vida eterna, la semilla del gozo pleno y verdadero. Pero está en semilla, es decir, está en prenda. Tenemos la prenda, no tenemos aún todo. Es un signo, una señal, es un anticipo. Y es curioso porque a veces vivimos como si no tuviéramos el anticipo.

6.- Estoy convencido de que si mucha gente entendiera esto se daría de codazos por entrar en la Iglesia y por incorporarse a este proceso de transformación interior que el Espíritu realiza en nosotros. Iniciamos en el bautismo este proceso de cambio, de limpieza, de transfiguración, de transformación, de identificación con Cristo.

Quizás en nuestra vida tendríamos que tener un poco más de luz. Aunque es difícil porque aquellos que no quieren ver no ven. No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice la sabiduría popular. Se podría ver, porque un pagano, un no creyente podría ver cómo nos amamos los cristianos, cómo vivimos, cómo vamos cambiando y somos transformados por el Espíritu.

7.- Al menos nosotros sí que tenemos que tener conciencia de que Dios nos transforma. El bautismo ha sido un regalo que hemos recibido. Un regalo que tenemos que apreciar aún más, mucho más. Estamos salvados en Cristo, ya estamos salvados. Ya se nos ha dado la prenda de la gloria futura. Ya se nos ha regalado la inmortalidad. Ya somos inmortales y no hay que temer a la muerte temporal. Habrá que temer a la muerte separada de Cristo, del amor de Dios. Eso es la muerte eterna. A la condenación eterna sí que habrá que temerla. Pero a la muerte temporal no tanto, porque en realidad es la puerta que nos abre a la plenitud de la Vida, a lo que ya gozamos en prenda gozarlo plenamente.

Esto es lo que celebramos, hermanos, este día de la conmemoración de los fieles difuntos. La vida del hombre no termina aquí en este mundo, no termina con su muerte temporal. Esto lo vivimos por la fe. Pero también damos un testimonio de esa fe a los paisanos, a los contemporáneos nuestros que no creen en el más allá. Es un testimonio de fe y que es importante darlo porque no podemos vivir con la inmortalidad en la mano, con la prenda en la mano, viviendo exactamente igual que los paganos. Tampoco tendría sentido. Si ya vivimos la inmortalidad en nuestra vida en algo tendrá que notarse: en un estilo de vida, en unas actitudes, en unos comportamientos, en el tipo de relación que tenemos con el Señor y con los demás.

8.- Queridos hermanos, esta fiesta, que para muchos puede parecer más que una fiesta un día de dolor y de desgracia porque recuerdan a los seres queridos que se han ido y no tienen esperanza, nosotros queremos vivirla con alegría y con gozo, sabiendo que tenemos esperanza, tenemos fe, nos ilumina la luz de Cristo y esa luz hace más clara la vida y el sentido de la misma.

Hoy es para nosotros no un día de dolor, de luto o de llanto, es un día de esperanza en la presencia del Espíritu en nuestra vida. La esperanza del acompañamiento de Cristo en nuestra vida y con Él se vence la muerte, el pecado, el egoísmo y pasamos a gozar de la inmortalidad.

Vamos a pedirle a la Virgen María, que vivió como discípula de Cristo, Madre y Discípula que supo estar en todas las fases del ser Hijo en la tierra, del ser Hombre, desde la concepción hasta no la muerte, donde estuvo al pie de la cruz, sino hasta la resurrección. María, aunque no lo digan los evangelios, fue una gran testigo de la resurrección de Jesucristo. Ella que lo ha vivido en carne propia que nos ayude a caminar, que nos ayude de la mano, que nos acompañe hasta encontrarnos con esa Luz deslumbrante que será la que nos encontremos cuando estemos cara a cara con el Señor. Que así sea.

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