Mons. Jesús Catalá, Oispo de Málaga.
El acontecimiento más importante de la historia de la humanidad ha sido la muerte y la resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios. La alegría del cristiano se fundamenta en el significado profundo de este hecho histórico, maravilloso y único; y también en el alcance que tiene para todos los hombres: Dios nos ha salvado y redimido en su Hijo Jesús, quien ha muerto por nosotros y, resucitado, vive para siempre.
«Hay un doble aspecto en este misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, y por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida» (Catecismo de la Iglesia Católica, 654). Muerte y resurrección, pecado y gracia, dolor y alegría, esclavitud y libertad, tinieblas y luz van siempre de la mano y han sido unidas en la persona de Cristo. Tenemos la tentación de separar ambos aspectos, porque nos disgusta el primero de ellos y lo rechazamos (muerte), mientras que anhelamos el segundo (resurrección).
Jesucristo, muriendo en la cruz y resucitando, es decir, realizando la «Pascua», nos ha justificado y nos ha permitido volver a vivir en gracia de Dios; perdonando nuestro pecado, ha vencido la muerte, que ya no es definitiva, sino solo temporal.
Nos unimos a la intención del apostolado de la oración del Santo Padre, para el mes de abril de 2014: «Para que el Señor Resucitado llene de esperanza el corazón de quienes sufren el dolor y la enfermedad».
¡Feliz Pascua de Resurrección!