«La Eucaristía, fuente de rejuvenecimiento»

Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Catalá Ibáñez, con motivo de la celebración del Corpus Christi, en la S.I. Catedral de Málaga, el domingo, 26 de junio.

Lecturas: Dt 8,2-3.14-16; Sal 147,12-15.19-20; 1Co 10,16-17; Jn 6,51-59.

1. Querido D. Antonio, obispo emérito; estimados presbíteros, que hoy participáis en buen número; agradezco vuestra presencia en esta festividad del “Corpus”. Un saludo a los diáconos y demás ministros del altar. Muy queridos fieles, que llenáis, las naves de esta gran Catedral, que queda pequeña para vuestra numerosa presencia.

En esta fiesta solemne del “Corpus Christi” el Señor nos invita a recordar las maravillas que ha obrado en favor nuestro y lo bueno que es para con todos nosotros.   El libro del Deuteronomio, que hemos escuchado, anima al pueblo de Israel a recordar el camino recorrido por el desierto: «Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto» (Dt 8, 2). La experiencia fue dura y larga; y sirvió al pueblo para cambiar sus ideas falsas sobre Dios; para renovar la historia de amor, plasmada en la alianza; para purificar su relación con el Señor; para pasar de la pesadumbre de la esclavitud al gozo de la libertad.   El Señor nos invita también a nosotros, en esta tarde, a renovar la alianza de amor, que él ha iniciado en favor nuestro. Al igual que el pueblo de Israel en el desierto, hemos de purificar nuestra imagen de Dios. Queridos fieles, a veces nos forjamos ciertas imágenes de la divinidad, que se ajustan más a nuestros deseos y proyectos, que a la realidad; deseamos que Dios venga en ayuda de nuestras necesidades y hasta de nuestros caprichos; y si no lo hace, nos enfadamos con Él y le damos la espalda, por no haber atendido nuestras peticiones; nos olvidamos de que todo lo nuestro es dádiva suya y que nuestra actitud debe ser siempre el agradecimiento hacia Él. El Señor nos invita en esta tarde a renovar nuestro compromiso de amor hacia Aquel, que es el Amor de los amores.

2. Dios eligió al pueblo de Israel por puro amor, para hacerlo propiedad suya, como dice el Deuteronomio: «Tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos, que hay sobre la haz de la tierra» (Dt 7, 6).  Cada uno de nosotros ha sido elegido por Dios, para recibir de sus manos el gran regalo de su amor. Nos ha consagrado en las aguas bautismales, haciéndonos hijos suyos y herederos de su gloria, como dice la carta a los Romanos: «El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados» (Rm 8, 16-17).

La razón de esta elección no fue la importancia del pueblo de Israel, ni su riqueza, ni el número de habitantes (cf. Dt 7, 7), sino el amor que Dios les tenía y la promesa hecha a sus padres (cf. Dt 7, 8).  Y el motivo de elegirnos a nosotros tampoco es la importancia que tenga cada uno, ni sus riquezas materiales, ni su talla humana, sino el amor gratuito y libre, que Dios nos profesa en Jesucristo.

3. La pedagogía divina hace las cosas de modo admirable, para nuestro bien y para nuestro crecimiento espiritual. Sin embargo, puede parecernos que lo hace a capricho y sin tener en cuenta nuestro parecer.

El Señor llevó a su pueblo por el desierto por varias razones, según el texto del Deuteronomio, que ahora deseo presentar en tres aspectos. En primer lugar, para hacer nacer en su corazón la actitud de la humildad; para que experimentara la providencia divina y no se enorgulleciera; por eso el alimento que tomaba cada día no era fruto de su trabajo, sino don del cielo: «Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná, que ni tú ni tus padres habíais conocido» (Dt 8, 3).

El Señor desea purificar nuestro corazón, para que no se engría. Dice así el texto: «No sea que tu corazón se engría y olvides al Señor tu Dios, que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre» (Dt 8, 14). El hombre actual, con los avances científicos y técnicos, tiene la tentación de engreírse; pero no debemos olvidar que estamos en las manos de Dios y el hombre no tiene una autonomía total, como algunos pretenden; rechazar esta verdad, puede llevar al hombre a su ruina.

4. Nuestra sociedad, llamada del “bienestar”, abunda en bienes materiales, pero está falta de otros bienes, que alimentan el espíritu y encierran en sí la prenda de la vida eterna; por eso, aunque quiere mantenerse joven, está desgastada y envejecida. Estamos en el continente llamado “la vieja Europa”, cuyo apelativo no le viene dado por su antigüedad, sino por su deterioro espiritual, por su olvido de Dios, por estar perdiendo sus raíces cristianas, también por la falta de natalidad, y por otros motivos, que expresan en realidad abandono de lo espiritual.   El antídoto para situación se encuentra en la Eucaristía, que es alimento que rejuvenece el espíritu; que mantiene el alma joven y dinámica; que da la fuerza para vivir con alegría; que conserva tierno el amor a Dios y a los demás, que arriesga la vida por el testimonio de la fe.

¡Estimados fieles, acudid a la fuente de la vida; tomad el alimento que regenera; bebed del manantial que rejuvenece! Jesús nos ha dicho: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6, 55). ¡Desterrad otro tipo de alimento, que envejece y arruina vuestra vida!

5. Estamos preparando la Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid, en agosto próximo. Este año han sido invitados a participar en esta fiesta del “Corpus Christi”, de modo especial, los jóvenes de nuestras comunidades cristianas.  Los jóvenes tenéis un protagonismo especial, porque estáis llamados a ser constructores de una cultura y de una sociedad nuevas. Si os alimentáis de la Eucaristía e impregnáis las relaciones humanas de amor, se creará una cultura de la vida, en la que prevalezca la relación personal sobre la relación de intereses materiales.

¡Queridos fieles, y, de modo especial, queridos jóvenes, alimentaos en esta mesa del Señor! Aceptad la humillación que Dios os propone con su pedagogía, para aprender a depender de su providencia divina; desterrad vuestro orgullo y aceptad con diligencia y agradecimiento el manjar que Dios os ofrece, como fuente de vida. Y rechazad todo aquello, que os lleva a la muerte espiritual.   ¡Profundizad en el estudio y en la meditación de la Palabra de Dios y dejad que ella ilumine vues
tra mente y vuestro corazón! ¡Tomad fuerza de la gracia sacramental de la Reconciliación y de la Eucaristía! ¡Tratad asiduamente con el Señor, de corazón a corazón, en la adoración eucarística!

6. Siguiendo la pedagogía divina, vemos, en segundo lugar, que el Señor quería poner a prueba el amor de su pueblo Israel, como nos ha recordado el libro delDeuteronomio: «Para probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos» (Dt 8, 2).

El amor, queridos fieles, necesita ser puesto a prueba; no son suficientes las bellas palabras y las fáciles promesas. Cuando viene el momento de entregar la propia vida por la persona amada, es cuando se puede experimentar y verificar la verdad de tal amor, profesado antes con hermosas palabras. ¡Cuántos fracasos matrimoniales ocurren en nuestros días, porque el amor confesado en momentos de idilio no corresponde con el amor verdaderamente vivido! Como dice nuestro refrán español: “Obras son amores y no buenas razones”. Nuestro mundo está lleno de promesas y de buenas razones, pero le falta a veces el cumplimiento de las mismas.

Hace pocos días celebrábamos la fiesta de los Santos Mártires, Ciriaco y Paula, Patronos de nuestra ciudad. Ello fueron puestos a prueba: «Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí» (Sb 3,5). Y ellos nos invitan a superar la prueba de amor y a ser testigos de ese amor ante los hombres.  Jesús sacramentado, cuya fiesta celebramos hoy, que se ofreció en la cruz por los hombres como sacrificio de redención, es el modelo perfecto de amor pleno y total.

Queridos malacitanos, ojalá sepamos aceptar la purificación de nuestro amor a Dios y a los demás con valentía y gozo. Pidamos al Señor que nos ayude a superar la prueba de amor. San Juan de la Cruz nos recuerda que, al atardecer de nuestra vida, seremos examinados de amor; para superar ese examen, es necesario vivirlo ya desde ahora.

7. La tercera enseñanza, que el libro del Deuteronomio nos ofrece hoy, es que el Señor probó a su pueblo para mostrarle que no sólo de pan vive el hombre, «sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3).  El hombre está capacitado para escuchar la Palabra, que Dios le dirige; se trata de una Palabra de vida, una Palabra de amor, una Palabra de misericordia y de perdón. Este mensaje llena más al hombre que cualquier otra palabra humana.

Es cierto que el hombre necesita tomar alimento material para subsistir. En este sentido el Señor nos hace también una llamada de atención, para que sepamos compartir lo que Él nos ha regalado; no podemos aceptar las grandes desigualdades entre los hombres, que impiden a unos carecer de lo necesario, para vivir dignamente como personas.  Pero, salvadas las necesidades materiales para vivir con decoro, el hombre tiene hambre de otro alimento más esencial y permanente. El maná en el desierto, venido del cielo, era signo de la Eucaristía, pan bajado del cielo y alimento de eternidad. El Señor condujo por el desierto a su pueblo, entre serpientes abrasadoras y escorpiones (cf. Dt 8, 15). El pueblo cristiano necesita hoy el alimento de vida eterna, en medio del desierto desolador, por el que atraviesa entre serpientes abrasadoras, que intentan morderle para introducirle un veneno de muerte. La Eucaristía es fuente de vida y de rejuvenecimiento.

8. En este domingo se celebra el Día nacional de Caridad. Las peticiones de ayuda, que “Caritas” en España está atendiendo, han aumentado en este año un 31%. Quiero agradecer el esfuerzo de todos, sacerdotes y fieles, por subvenir a estas necesidades de nuestros hermanos. Todos somos conscientes de las muchas necesidades existentes; por eso, el amor a Dios debe llevarnos necesariamente al amor hacia los hermanos. ¡Que el Señor Jesús, que nos muestra su amor en el sacramento de la Eucaristía, aumente nuestro amor hacia los más necesitados!

Al terminar la Eucaristía, y después de participar en la celebración de la Cena del Señor y de alimentarnos con tan sublime alimento, acompañaremos al Señor sacramentado por las calles de nuestra ciudad. ¡Que al paso del Señor nuestros corazones se iluminen y se llenen del gozo de su presencia! Participar en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo es una gracia de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Os invito a todos a participar en ella.

¡Que María, la Virgen, nos acompañe en este acto de adoración a Jesús sacramentado, en la celebración eucarística y por las calles de Málaga! Amén.

+ Jesús Catalá Ibáñez
Obispo de Málaga 

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