Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada en la Catedral con motivo de la Solemnidad del Corpus Christi. 1. Con gran alegría celebramos hoy la solemnidad del “Corpus Christi”. La Eucaristía es misterio de fe, que la Iglesia ha recibido por tradición como memorial de la Pascua del Señor. El banquete eucarístico es mucho más que un simple recuerdo: es una actualización del misterio de amor de Dios a los hombres. Participar en la Eucaristía exige actualizar dicho misterio; implica acoger a nuestros hermanos y hacernos cargo de sus necesidades, cargar con sus flaquezas, aliviar sus sufrimientos, ofrecerles, en definitiva, nuestro amor. La Eucaristía es la fuente de donde mana el amor fraterno, expresado de forma personal y comunitaria. De la Eucaristía brota la acción caritativa y social, que la Iglesia lleva a cabo de múltiples formas. Una manera organizada de acción caritativa es “Caritas”, conocida de todos, que desarrolla su actividad en sus diversos niveles: parroquial, interparroquial, diocesana, nacional e internacional. Su distintivo, que la diferencia de otras asociaciones sin ánimo de lucro, es el amor cristiano, que la inspira y que la sostiene.
2. La fiesta del “Corpus” se ha vinculado al “Día de Caridad”, que la Iglesia promueve como campaña de ayuda a los más necesitados. En este año el lema nos anima a distanciarnos de una sociedad con mentalidad mercantilista y utilitarista. Dice así el lema: “Si no te convence esta sociedad mercantil, ofrece sin pedir nada a cambio”. El amor es gratuito y se ofrece sin contrapartidas, ni exigencias. Nuestra iglesia diocesana ha hecho y sigue haciendo un gran esfuerzo por atender las necesidades urgentes de nuestros hermanos más necesitados, sin preguntarles siquiera sobre sus creencias o sobre sus preferencias socio-políticas. “Caritas” diocesana ha presentado su memoria de 2009, explicando que el año 2008 se caracterizó por un aumento sin precedentes del número de personas atendidas; y en 2009 el gran incremento se encuentra en el porcentaje de respuestas, que han sido necesarias para poder ayudar a todas esas personas. Agradecemos a quienes, de manera solidaria, comparten sus recursos con los más necesitados; Dios os recompensará infinitamente.
3. Cristo Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía, entregó su vida por todos los hombres; Él reclama nuestro amor a los hermanos, sobre todo a los más pobres y necesitados: «Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Cuando servimos a los hermanos, servimos al mismo Jesús. En la última Cena Jesús lavó los pies a sus discípulos, como el último de los siervos, dándonos ejemplo de servicio e invitándonos a nosotros a hacer lo mismo: «Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13, 13-14). En ese mismo contexto, Jesús, el Señor, nos dio el mandamiento del amor: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos» (Jn 13, 34). El signo de identidad del cristiano, que lo caracteriza y lo diferencia, a la vez, de otras formas de simple altruismo, es el amor a imitación de Jesucristo.
4. En el Evangelio de hoy contemplamos a Jesús, que se preocupa de sus semejantes y les ofrece el pan que necesitan, para saciar su hambre. Los apóstoles, viendo declinar el día, le sugieren a Jesús que despida a la gente (cf. Lc 9, 12); pero Él les responde: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9, 13). Si Jesús nos pide, al igual que a los apóstoles, que demos de comer a los necesitados, quiere decir que podemos hacerlo; nos lo ha dicho el Maestro; que existen recursos suficientes, pero tal vez mal distribuidos. Bastaría un pequeño esfuerzo entre todos, para que hubiera mayor equidad; sería suficiente aportar una pequeña parte de los bienes dedicados a cosas superfluas o a fines que denigran al hombre, para que todos los hombres tuvieran el mínimo necesario para vivir. Los apóstoles respondieron a Jesús que sólo tenían unos panes y unos peces y se preguntaban qué podían hacer con tan poco alimento. El Evangelio nos narra lo que hizo Jesús: «Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente» (Lc 9, 16). Dios, queridos fieles, no se deja ganar nunca en generosidad; después de comer todos, aún sobraron doce canastos (cf. Lc 9, 17).
5. Hemos de confiar en la providencia de Dios y no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante tanta necesidad, ni quejarnos ramplonamente o dedicarnos a la crítica fácil. El pan y el alimento cotidiano es una bendición de Dios, que hay que agradecer y pedirlo humildemente, como rezamos en el Padrenuestro. Jesús realiza un gesto de piedad filial, invocando a Dios en la oración, antes de multiplicar los panes. La subsistencia del hombre entra también en la sacralidad de la vida y depende de la providencia divina; pero nuestra sociedad cuasi-pagana nos empuja a salir del ámbito sacro, haciéndonos creer que las cosas cotidianas de la vida dependen sólo de nuestro esfuerzo y de nuestro trabajo. Pero los acontecimientos desmienten esta mirada miope del hombre; como ejemplo, ha bastado que un pequeño volcán en Islandia comenzara a fumar, para tener en jaque a toda Europa. Algunos sacerdotes presentes estuvieron bloqueados algunos días en una capital europea, sin poder regresar a Málaga. En los planes humanos no estaba prevista esta dificultad.
6. El pasado domingo celebramos el X Congreso Eucarístico Nacional en Toledo, con el lema: “Me acercaré al altar de Dios, la alegría de mi juventud”. La gente mayor podéis pensar que este lema no va con vosotros; pues no es así; va con todos nosotros. Quien vive del amor infinito de Dios no envejece nunca, porque el amor es eterno. La Eucaristía, sacramento de amor, es fuente de alegría y prenda de inmortalidad. En nuestra sociedad muchos buscan en los adelantos científicos la prolongación efímera de su vida terrena, que, al final, termina de manera irremisible, nadie se queda en este mundo para siempre. Sin embargo, poner la confianza en Dios y nutrirnos de la Eucaristía, fuente de amor, rejuvenece nuestra alma y, más aún, nos lleva a participar de la vida inmortal. ¡Que el Señor nos conceda alimentarnos siempre de su Cuerpo y de su Sangre eucarísticos y que este alimento rejuvenezca nuestra vida!
7. La solemnidad del Corpus Christi se celebra en este año en proximidad con la culminación del Año Sacerdotal, proclamado por el Papa Benedicto con ocasión del ciento cincuenta aniversario de la muerte de Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars. En esta semana próxima, en coincidencia con la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el Santo Padre clausurará en Roma en Año Santo Sacerdotal. Toda la Iglesia ha sido invitada a dar gracias a Dios por el don del ministerio sacerdotal. A los sacerdotes, de mod
o especial, se les ha animado a reavivar el don del ministerio recibido y a profundizar en su inmensa riqueza (cf. Benedicto XVI, Carta para la convocación de un año sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del “dies natalis” del Santo Cura de Ars, Roma, 2009). La figura del Santo Cura de Ars ha sido un ejemplo para vivir el sacerdocio como expresión del amor de Dios. La doctrina y las obras de caridad del Cura de Ars (cf. Bouchard, F., Palabras del Cura de Ars, Paulinas, 2009, 114), como el orfanato para jóvenes desamparadas, llamado “La Providencia”, resultaron ser un modelo en la Francia de su época. Quiero agradecer a todos los sacerdotes, en la persona de los sacerdotes presentes en esta celebración, su entrega diaria al ministerio. ¡Queridos fieles, sed agradecidos con ellos también vosotros, porque a través de su ministerio podéis recibir el Cuerpo y Sangre del Señor, alimento de vida eterna! La Eucaristía, que celebramos y veneramos, sacramento del Cuerpo entregado y de la Sangre derramada de Jesús para la vida del mundo, ilumina el ministerio de los sacerdotes, que han sido llamados, consagrados y enviados por el Señor, para representarle como pastores de la grey; para anunciar al mundo la Buena Nueva (cf. Mc 16, 15-18); y para hacer visible el amor infinito de Dios a la humanidad (cf. Mt 11, 4-5), como hombres de la caridad (cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 49). Invito a todos los fieles a dar gracias a Dios por los sacerdotes y a seguir rezando por ellos, con cuyo ministerio se actualiza el misterio pascual de Señor y se ofrece diariamente al pueblo cristiano el alimento eucarístico, pan del cielo para nuestra peregrinación en este mundo. Os animo a contemplar y a adorar al Señor, real y sustancialmente presente en la Eucaristía, bajo las especies del pan y del vino. ¡Queridos fieles, contemplad a Cristo-Eucaristía; adorad a Jesús Sacramentado; arrodillaos delante de este augusto sacramento, presencia real de Jesús.
8. La solemnidad del “Corpus Christi” es ocasión propicia para estar cerca de Aquél, que asumió la naturaleza humana, haciéndose cercano a los hombres; es ocasión para agradecer a Dios el gran regalo de la presencia sacramental de Jesucristo; para confesar abiertamente y con alegría nuestra fe en Dios; para fomentar la piedad eucarística; para animar a todos los fieles a rendir homenaje a Jesucristo, como Señor y como Dios nuestro; para venerar públicamente el Santísimo Sacramento, como haremos a continuación, al finalizar la Eucaristía por las calles de nuestra querida Málaga; para corresponder con amor a Jesucristo, que se ofreció por amor en la cruz; y para adorar al Resucitado, que vive glorioso por los siglos. ¡Que la solemnidad litúrgica del “Corpus Christi” os llene de alegría y os rejuvenezca a todos, queridos fieles! Pedimos a la Virgen María, nuestra Madre, que nos acompañe en nuestro peregrinar en la tierra. ¡Que Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, nos proteja y nos haga ser como Ella, que fue mujer-eucarística, fieles cristianos eucarísticos! Amén.
+ Jesús Catalá Ibáñez
Obispo de Málaga