Homilía en la ordenación de un presbítero (Catedral-Málaga)

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la ordenación de presbítero celebrada en la Catedral de Málaga el 26 de junio de 2021.

ORDENACIÓN DE PRESBÍTERO

(Catedral-Málaga, 26 junio 2021)

Lecturas: Hch 20, 17-18a.28-32.36; Sal 22, 1-6; Lc 10, 1-9.

Cuidar del rebaño que el Señor nos ha confiado

1.- El apóstol Pablo, al despedirse de los presbíteros de la Iglesia de Éfeso, les dice: «Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo» (Hch 20, 28).

Esa es la tarea, querido Fernando, que el Señor te encomienda hoy, al ser ordenado sacerdote: que cuides del pueblo de Dios; que cuides del rebaño de Cristo. Te pone al frente del pueblo fiel, para que apacientes las ovejas del Señor (cf. Jr 23, 4).

2.- Como dijo el papa Juan Pablo II, el sacerdote, en cuanto que representa a Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia (cf. Pastores dabo vobis, 16), que es la Esposa de Cristo, nacida como nueva Eva de su costado abierto en la cruz; por esto Cristo está «al frente» de la Iglesia; y el sacerdote, al representarlo, se pone al frente de la Iglesia.

De la misma manera que Cristo es Cabeza de la Iglesia y «la alimenta y la cuida» (Ef 5, 29) mediante la entrega de su vida por ella, así el sacerdote cuida de la Iglesia entregando su vida por ella.

El ministerio del presbítero está al servicio de la Iglesia; está para la promoción del sacerdocio común del pueblo de Dios; y está ordenado no sólo para la Iglesia particular, sino también para la Iglesia universal (cf. Pastores dabo vobis, 16).

3.- Con el Salmo responsorial (cf. Sal 22,1-6) hemos invocado a Jesucristo, el Buen Pastor, que nos cuida. Él siente compasión de las gentes, porque están cansadas y abatidas, como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 35-36); él busca las dispersas y las descarriadas (cf. Mt 18, 12-14); las recoge y defiende; las conoce y las llama una a una (cf. Jn 10; 3); las conduce a pastos frescos y aguas tranquilas (cf. Sal 22-23); y las alimenta con su propia vida (cf. Pastores dabo vobis, 22).

A esta hermosa misión de cuidar del rebaño de Cristo, como Él lo cuida, eres llamado desde hoy, querido Fernando.

4.- San Pablo advierte que hay lobos feroces, que no tienen piedad del rebaño (cf. Hch 20, 29). Incluso algunos de entre los fieles pueden decir cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí (cf. Hch 20, 30); para alejarlos del Buen Pastor. Hay que estar atentos ante estas situaciones para prevenir, formar y defender a la grey.

El Señor nos dice en el Evangelio de hoy: «¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos» (Lc 10, 3).

La primera comunidad cristiana vivió momentos de confinamiento y aislamiento, de persecución, de miedo e incertidumbre; pasó días de inmovilidad y encierro por miedo a los judíos. Pero Jesús, poniéndose en medio de ellos, les ofreció su paz. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor y los envió a evangelizar (cf. Jn 20,19-22). ¡Acojamos, queridos sacerdotes, la paz que Cristo nos ofrece y salgamos a anunciar el evangelio aún en medio de lobos!

5.- Vivimos en una sociedad que rechaza la fe cristiana y que atraviesa una crisis de valores humanos. No es la primera vez que los cristianos afrontan una situación similar.

En los siglos V y VI hubo una gran crisis de valores y de instituciones, sobre todo en la Europa de entonces, provocada por el derrumbamiento del Imperio romano, por la invasión de los nuevos pueblos y por la decadencia de las costumbres. En ese momento apareció la figura de Benito de Nursia, que vivió bajo la mirada de quien nos contempla de lo alto, como dijo de él el papa san Gregorio, que indicaba el camino de salida de la noche oscura de la historia (cf. Juan Pablo II, Discurso en la abadía de Montecasino, 18.05.1979, 2).

La obra de este santo y, en especial, su Regla fueron una buena levadura espiritual que cambió el rostro de Europa con el paso de los siglos, aportando unidad espiritual y cultural, gracias a la fe cristiana (cf. Benedicto XVI, San Benito de Nursia, Audiencia general, 9.04.2008).

La Iglesia puede ofrecer hoy la medicina que necesita nuestra sociedad: los valores perennes del Evangelio, la salvación que Cristo nos trae, el sentido de la vida humana, el respeto a la persona; y todo aquello que nos trae la persona de Cristo salvador, Dios y Hombre verdadero. ¡No desfallezcamos en esta hermosa misión, queridos sacerdotes y fieles!

6.- ¡Toma parte, querido Fernando, en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios! (cf. 2 Tim 1, 8). Es una recomendación que el apóstol Pablo nos hace a todos; y hoy te dirige a ti de modo especial.

Tu vocación ha sido un largo un proceso, compuesto de muchos momentos de tu vida, como nos ha ocurrido a los demás, en los que el Señor te mostraba su rostro y su amor; sobre todo, en momentos de debilidad donde uno no sabe encontrarse con la verdad de su vida. Te suenan estas palabras, ¿verdad?

Has apreciado en tu proceso de fe el testimonio vital de tu abuela, cristiana comprometida e iluminada por la luz de Cristo, que fue una inspiración y un ejemplo para ti. Queridos fieles, ¡cuánta importancia tiene la familia en la transmisión de la fe! No perdamos de vista esta hermosa verdad.

También tu parroquia de origen, en Guinea, te ayudó a crecer en la fe y a madurar tu respuesta a la llamada del Señor. La parroquia, comunidad cristiana, es la institución eclesial y el instrumento que el Señor nos ofrece para hacer crecer y madurar en la fe. Y gracias a tu párroco conociste el Seminario donde, de manera explícita te hablaron de ser sacerdote.

Poco a poco fueron desapareciendo los miedos y los obstáculos, mientras se engrandecía en tu corazón la figura, la persona y la amistad con Jesucristo, quien ha guiado tus pasos hasta hoy. Y ahora te llama a ser sacerdote, para que lo hagas presente entre los hombres; para que lo representes sacramentalmente. ¡Préstale tus manos para bendecir, consagrar y perdonar; tu voz para consagrar y para proclamar su Palabra; y tu corazón para amar como Él ama!

Jesús decía en el Evangelio: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10, 2). Rogamos hoy al Señor de la mies que nos conceda santos sacerdotes.

Y pedimos a la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de la Victoria, Patrona de la Diócesis, que nos proteja y que acompañe a nuestro hermano Fernando en su nueva misión sacerdotal. Amén

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