En la solemnidad de Todos los Santos

Homilía de Mons. Jesús Catalá, Obispo de Málaga, en la Eucaristía celebrada en la Parroquia San Juan Bautista

XXV ANIVERSARIO DE LA BENDICIÓN

DE LA IMAGEN DEL CRISTO

DE LA COFRADÍA DEL CRISTO DE LA REDENCIÓN

Y NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

(Parroquia San Juan Bautista-Málaga, 1 noviembre 2012)

Lecturas: Ap7, 2-4.9-14; Sal23; 1 Jn3, 1-3; Mt 5, 1-12a.

1. La Iglesia celebra hoy la solemnidad de todos los Santos, es decir, de todos los redimidos por la sangre de Cristo Redentor, del Cordero pascual. La Iglesia reconoce sus virtudes, alaba su entrega a Cristo y a la Iglesia y pide su intercesión y ayuda. Los santos son los vencedores provenientes de la gran tribulación (cf. Ap 7, 14), que han vivido según el programa de las Bienaventuranzas anunciadas por Jesús en el sermón de la montaña, que acabamos de escuchar en el Evangelio, que se ha proclamado. Ese es el estilo de vida, al que Jesús nos invita.

Los santos de esta solemnidad son «unamuchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas» (Ap7, 9). Toda la humanidad ha sido redimida; las personas de todos los tiempos y lugares pueden alcanzar la salvación, que ofrece el Cristo de la Redención, a quien vosotros, queridos cofrades, tenéis como titular de vuestra hermandad. El libro del Apocalipsis narra, con tintes escatológicos, el triunfo del Redentor, a quien le siguen los santos con vestiduras blancas (cf. Ap7, 9), que han lavado y blanqueado sus vestidosen la sangre del Cordero» (Ap7, 14).

Los ángeles, los ancianos, los vivientes y los rescatados, es decir, toda la asamblea celeste, alaba al unísono a Dios por la obra de la redención hecha por Cristo.Ellos lo aclaman gritandocon potentevoz: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!» (Ap7, 10). Todos nosotros, queridos cofrades y fieles, estamos llamados a participar de esta misma victoria; estamos invitados a unirnos a esa muchedumbre de toda raza, lengua, pueblo y nación, para gozar de la vida eterna, junto a quien nos salvó la vida, muriendo en la cruz por amor a nosotros. No debe quedar nadie fuera de esta comitiva, que sigue a Cristo Redentor.

2. Hoy damos gracias a Dios por el XXV Aniversario de la Bendición de la imagen del Cristo de la Redención, que vuestra Hermandad venera. El papa Juan Pablo II nos regaló en su primera encíclica de su pontificado una profunda reflexión sobre Jesucristo como Redentor del hombre. Allí nos recordaba lo que Dios ha sido capaz de hacer por amor al hombre. Decía: «El Dios de la creación se revela como Dios de la redención, como Dios que es fiel a sí mismo (cf. 1 Tes 5, 24.), fiel a su amor al hombre y al mundo, ya revelado el día de la creación. El suyo es amor, que no retrocede ante nada de lo que en él mismo exige la justicia. Y por esto al Hijo «a quien no conoció el pecado le hizo pecado por nosotros, para que en El fuéramos justicia de Dios» (2 Co5, 21; cf. Gál 3, 13). Si «trató como pecado» a Aquel, que estaba absolutamente sin pecado alguno, lo hizo para revelar el amor, que es siempre más grande que todo lo creado, el amor que es Él mismo, porque «Dios es amor» (1 Jn4, 8.16). Y sobre todo, el amor es más grande que el pecado, que la debilidad, que la vanidad de la creación (cf. Rm 8, 20), más fuerte que la muerte; es amor siempre dispuesto a aliviar y a perdonar, siempre dispuesto a ir al encuentro del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), siempre a la búsqueda de la «manifestación de los hijos de Dios» (Rm8, 19), que están llamados a la gloria (cf. Rm 8, 18). Esta revelación del amor es llamada también misericordia (cf. Santo Tomás, Summa Theologica III, q. 46, a. l ad 3), y tal revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama Jesucristo» (Juan Pablo II, Redemptor hominis, 9).

3. El Cristo de la Redención, que tenéis como titular «es la cabeza» de la Iglesia y del universo (cf. Ef 1, 10.22; Col 1, 18), principio y fin de la historia humana, «de quien todo procede y para quien somos nosotros» (1 Co8, 6); Él es al mismo tiempo «el camino, la verdad» (Jn14, 6) y también «la resurrección y la vida» (Jn11, 25); Él es la revelación más plena del Padre y de su amor para con nosotros (cf. Jn14, 9). Cristo nos envía el Espíritu santo (cf. Jn 16, 7), para darnos el espíritu de adopción filial. En Él están escondidos «todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col2, 3) (cf. Juan Pablo II, Redemptor hominis, 7).

El hombre, aceptando por la fe a Cristo, puede alcanzar la sabiduría y la gloria eterna, como lo han hecho ya los santos, que gozan de la presencia de Dios en el cielo. La Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf. Rm 12, 5; 10, 17; 12, 12.27; Ef 1, 23; 2, 16; 4, 4; Col 1, 24; 3, 15), está formada por miembros que viven en la gloria, es decir, los santos cuya solemnidad hoy celebramos; y por aquellos que aún caminamos en este mundo terreno.

Según el texto del libro del Apocalipsis, que la liturgia de hoy nos ofrece, todos los ángeles y santos adoran a Dios eternamente (cf. Ap7, 11). Nosotros nos unimos a este himno de alabanza, en la solemnidad de todos los santos y cantamos con alegre voz: «La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén» (Ap7, 12). Somos hijos de Dios por el bautismo, pero aún no se ha manifestado lo que seremos; la filiación divina es la condición de nuestra santidad. Tenemos la esperanza de poder contemplar un día cara a cara el rostro de Dios, como nos dice san Juan: «Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3, 2). Ahora unas vendas cubren nuestros ojos y nuestro corazón; y solo desde la fe se puede traspasar esa venda, para vislumbrar lo que será la visión beatífica.

4. El Cristo de la Redención, queridos cofrades, nos ha señalado el camino de la verdadera felicidad. La gente busca la felicidad y supongo que vosotros también; pero mucha gente la busca sin encontrarla, porque busca mal. En el sermón de la montaña, Jesús, el único Maestro, Salvador y Redentor del género humano, nos ha enseñado dónde y cómo hallar la felicidad.

Como un «ritornello» repite la manera de encontrar lo que el hombre tanto anhela: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt5, 3); «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados» (Mt5, 6); «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt5, 7); «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt5, 8); «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados los hijos de Dios» (Mt5, 9); «Bienaventurados vosotros, cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt5, 11-12).

Son felices, pues, quienes viven según este modelo. El camino nos lo han trazado con claridad; ahora solo queda seguirlo con entusiasmo. Como podemos comprobar, «felicidad» y «santidad» van de la mano; quien quiera ser feliz, tiene que querer ser santo.

5. El XXV Aniversario de la Bendición de la imagen del Cristo de vuestra cofradía se celebra dentro del Año de la Fe, que hemos iniciado hace poco. No podemos pasar por alto esta hermosa coincidencia.

El Papa Benedicto XVI nos recuerda, en su carta apostólica Porta fidei, «la exigencia de redescubrir el camino de la fe, para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo» (n. 2). Alegría y entusiasmo del encuentro; la fe es un encuentro con Cristo; no se trata conocer teorías; habrá que conocer contenidos, pero la fe es sobre todo encuentro con Alguien, que me salva, que me ama, que me ofrece la santidad y la felic
idad.

Se nos invita a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Redentor del mundo. El encuentro con Cristo lleva a un profundo gozo, al percibir amor gratuito, que Dios nos ofrece en su amado Hijo. Esta fe no debe quedarse en el plano individual, sino que debe ser vivida y celebrada en comunidad, en fraternidad, en cofradía, en hermandad, en familia cristiana. Hacéis bien en asociaros en fraternidades, queridos cofrades.

Os animo a renovar vuestra adhesión personal a Jesucristo Redentor; a tener a Cristo como centro de vuestra vida; a profundizar en los contenidos de la fe de la Iglesia, expresados en el Catecismo de la Iglesia Católica; y también a conocer mejor los documentos del Concilio Vaticano II, que ha sido un acontecimiento de gracia, celebrado hace cincuenta años. Queridos cofrades, procurad trabajar estos dos documentos, que forman parte de las prioridades pastorales de nuestra Diócesis para este año de la fe.

6. Una fe vivida de manera más consciente nos lleva a comunicar esta experiencia a todos nuestros hermanos. Una experiencia de este tipo no puede quedar en mi interior, viviéndola privadamente, sin que toque todas las dimensiones humanas (familiar, social, laboral, económico, político).

El Año de la fe nos empuja a un compromiso eclesial más en favor de una nueva evangelización, para redescubrir la alegría de creer y encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. Hay profunda crisis de fe en nuestro tiempo, que afecta hoy a muchas personas. Siguiendo la exhortación del papa Benedicto XVI: «Debemos ponernos en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirles al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud» (Porta fidei, 2). La vivencia de la fe debe llevarnos a anunciarla con valentía y con alegría, sabiendo que es el mayor don que hemos recibido; hemos de testimoniarla con respeto a la libertad del otro, pero sin complejos. Os invito a participar en las distintas actividades, que nuestra Diócesis, las parroquias y las asociaciones organicen, para fortalecer nuestra fe y comunicarla a nuestros hermanos.

7. El Concilio Vaticano II llama a la Virgen María «Madre del Redentor» (Lumen gentium, 55). Ella es considerada como corredentora con su Hijo, debido a lamaternidad espiritual, que ejerce sobre la humanidad, y a la singular función en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico. La Madre de Jesús, que vosotros veneráis bajo el titulo de Nuestra Señora de los Dolores, ha sido ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma; ya vive en plenitud la felicidad y la santidad. Ella es imagen y principio de la Iglesia, que ha de ser consumada en el futuro siglo; Ella, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe, 3,10), antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo (cf. Lumen gentium, 68).

Acudimos a la Virgen María, Nuestra Señora de los Dolores, para que nos acompañe en nuestro peregrinar en este mundo y nos guíe hacia la patria celeste, verdadero y definitivo destino y hogar de todos los hombres; allí compartiremos la gloria divina en compañía de todos los santos, que ya gozan de este don y que hoy honramos en esta solemnidad. ¡Muchas felicidades, queridos cofrades! ¡Que la Virgen nos acompañe en esta travesía desde el desierto al oasis de la felicidad eterna! Amén.

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