En la Celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo

Homilía de Mons. Jesús Catalá, Obispo de Málaga, en la Celebración de la Pasión de Señor del Viernes Santo.

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

DEL VIERNES SANTO

(Catedral-Málaga, 3 abril 2015)

Lecturas: Is 52, 13 – 53, 12; Sal 30; Hb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1 – 19, 42.

1. Ayer celebrábamos la institución de la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de Señor. Se ofrecía en alimento sacramental quien iba a entregarse al día siguiente en la cruz, dando su vida por todos los hombres.

Hoy hemos escuchado la Pasión del Señor según el evangelista Juan; y contemplamos a Jesús consumando el sacrificio de su oblación al Padre. Como dice el profeta Isaías: «Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta» (Is 53, 3).

Hoy podemos mirar su cuerpo ensangrentado, traspasado por nuestros pecados y clavado en la cruz. Sus heridas nos han curado (cf. 1 Pe 2, 24); sus llagas han sanado nuestras infidelidades; sus costado abierto, de donde brota la Iglesia, nos ofrece la salvación; sus manos traspasadas por los clavos nos perdonan. «Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados» (Is 53, 5).

2. Por salvar a sus ovejas errantes (cf. Is 53, 6), que somos nosotros, se pone en nuestro lugar y acepta ser llevado como un cordero al degüello y como oveja que ante los que la trasquilan está muda (cf. Is 53, 7).

Jesús es el Sumo Sacerdote que se compadece de nuestras debilidades, como dice la carta a los Hebreos: «Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Hb 4, 15). Exceptuando el pecado, pues, Jesús ha asumido hasta las últimas consecuencias la naturaleza humana, para poder redimirla y salvarla.

La Iglesia nos invita hoy, queridos fieles, a acercarnos a este «trono de gracia», para alcanzar el perdón de nuestros pecados: «Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna» (Hb 4, 16).

3. La liturgia de hoy, cargada de silencio contemplativo, nos anima a mirar al que traspasaron (cf. Jn 19, 37); a agradecer el infinito amor, que se desprende de la actitud oblativa del Señor; a interiorizar el significado espiritual y mistérico del hecho histórico de la muerte de Jesús en la cruz.

A continuación pediremos en la Oración universal por toda la humanidad, redimida con la sangre de Cristo: por la Iglesia, por los cristianos, por los creyentes de otras religiones y por los que no conocen aún a Jesucristo, para que también les alcance a ellos la salvación. Después adoraremos la Cruz, expresando nuestra correspondencia al amor del Señor.

Junto a la Virgen María, que estuvo de pie junto a la cruz de su Hijo, contemplemos ahora el misterio de la muerte de Cristo y adoremos su Cruz. Amén.

Contenido relacionado

Enlaces de interés