El obispo de Málaga afirma que «es necesario hablar de Dios con lenguaje vital»

En la homilía pronunciada con motivo de la ordenación como diácono de Juan Carlos Millán el prelado malagueño ha señalado que «Jesús asume la voz de los sin-voz; la voz de los débiles, de los no-nacidos, de los despreciados del mundo, de los enfermos, de los ancianos, de los sin techo, de los migrantes». Y denunció que son perseguidos por los fuertes. En este sentido afirmó que «el cristiano presta su voz a Jesucristo, para que se escuche su voz en favor de aquellos que son perseguidos, maltratados, menospreciados o asesinados dentro o fuera del seno materno.»

ORDENACIÓN DE DIÁCONO

(Parroquia los Santos Mártires-Málaga, 25 enero 2014)

Lecturas: Hch 22,3-16; Sal 116; Mc 16,15-18

Pablo de Tarso, testigo de la luz

1. Queridos D. Fernando y D. Antonio, sacerdotes, diáconos y ministros del altar, estimado Juan Carlos, candidato al diaconado, fieles todos. Pablo de Tarso, cuya festividad litúrgica celebramos hoy, es un judío educado en la mejor escuela rabínica, creyente de gran celo y fiel observante de la ley (cf. Hch 22,3). Se autodefine como partidario fanático de las tradiciones de sus antepasados (cf. Gal 1,11) Y a mayor abundancia, perseguidor de los cristianos (cf. Hch 22,4-5).

Él pensaba que poseía la verdad; por eso perseguía a quienes opinaban lo contrario. Esto ocurre también hoy en día: algunos quieren imponer su modo de pensar a todos los demás. Jesús de Nazaret, sin embargo, ofrece, anima, invita a seguirle; pero no obliga a nadie. Este debe ser nuestro estilo; ese debe ser el estilo del que anuncia el Evangelio; ese debe ser tu tarea, querido Juan Carlos, en el ministerio de la Palabra. Pero Pablo, que creía tener la luz dentro de él, es envuelto por una gran luz que le llega del cielo, como dice el texto de los Hechos: «Yendo de camino, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor» (Hch 22,6).

Hay una luz más potente de la que Pablo cree tener, que le ciega (cf. Hch 22,11). La luz del Evangelio es mucho más fuerte que todas las luces que podamos tener los hombres; es decir, la luz de nuestra inteligencia, de los adelantos técnicos, del progreso, de los avances médicos, del pensamiento, de las ideologías, de los constructos mentales, de la filosofía. Todo eso que nos hace estar orgullosos, pero es superado por la luz de Jesucristo. Y sin embargo, muchos rechazan esta luz. La misión que nos confía la Iglesia es la de propagar la luz de Cristo, para que pueda llegar a todos los hombres.

2. En un segundo momento Pablo cae por tierra (cf. Hch 22,7); es decir, su camino queda interrumpido, su plan queda truncado, sus ideales se tambalean, sus convencimientos se derrumban. Cuando la luz del Señor penetra en nuestras almas, nuestros planes personales quedan oscurecidos. Querido Juan Carlos, has sido iluminado por Jesucristo en el bautismo y en el camino de tu vida; y has escuchado su voz, que te llama al ministerio sacerdotal; el diaconado es un paso previo. Has vivido una experiencia difícil y dura por la limitación actual de tu vista; pero todo ello tiene sentido desde Dios. No importa tu mirada, sino la de Cristo; no importa la luz de nuestros planes, sino el resplandor de la luz Cristo.

Hoy se te envía a predicar el Evangelio, siguiendo el mandato de Jesús: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). Este Evangelio ilumina tu vida e ilumina a todo hombre, como dice san Juan en el prólogo de su Evangelio (cf. Jn 1,9); y puedes experimentar que la luz no es tuya, sino de Cristo. ¡Déjate, pues, guiar por esa luz sobrenatural!

3. Además de ser deslumbrado por la luz divina, Pablo de Tarso escucha la voz del Señor, quien se identifica con los perseguidos: «¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús el Nazareno a quien tú persigues» (Hch 22,8). Jesús asume la voz de los sin-voz; la voz de los débiles, de los no-nacidos, de los despreciados del mundo, de los enfermos, de los ancianos, de los sin techo, de los migrantes. Todos estos son los perseguidos por los fuertes. El cristiano presta su voz a Jesucristo, para que se escuche su voz en favor de aquellos que son perseguidos, maltratados, menospreciados, asesinados (dentro o fuera del seno materno). El papa Francisco, como bien sabéis, ha insistido muchas veces en una Iglesia pobre al servicio de los pobres. Para seguir a Jesús es necesario haber escuchado su voz, normalmente a través de las mediaciones; es necesario mantener un trato de amistad con Él y de diálogo íntimo. ¡Queridos jóvenes, abrid vuestros oídos a la voz del Señor que os llama, como ha llamado a Juan Carlos! Y estad dispuestos a secundar con gozo y libertad de espíritu esa llamada.

4. Pablo se preocupa por su futuro y se plantea su disponibilidad, preguntándole al Señor: «¿Qué debo hacer, Señor?» (Hch 22,10). El Señor le responde que se levante, que continúe su camino hasta Damasco, y allí le dirán lo que tiene que hacer (cf. Hch 22,10). Hoy puedes preguntar, Juan Carlos, al Señor, ¿qué quieres que haga? Y El te responderá: Ya se te dirá en cada momento. A partir de hoy ya no mandas de ti mismo; manda de ti el Señor; y lo hará a través de las mediaciones eclesiales. Y esa misma respuesta la deseo para mí y para todos los sacerdotes y diáconos. El Señor debe mandar sobre nosotros; nos consagramos a El y nos pusimos a su disposición, para hacer su voluntad, no la nuestra.

El Señor nos indica claramente cuál es nuestra tarea, si nos ponemos a su disposición.Es necesaria la obediencia a la misión recibida; de ello depende el discernimiento de seguir el propio deseo o el proyecto de Dios. La obediencia al plan de Dios se manifiesta en la dimensión misionera, en el anuncio de la verdad de Jesucristo; de ello depende que muchos se abran a la fe.

5. Al entrar en relación con un hombre de Dios, llamado Ananías, Pablo recobra la vista (cf. Hch 22,13). Es hermosa esta escena, que tiene sus enseñanzas para todos nosotros. A través de un testigo de la fe, es decir, a través de un cristiano que recibió la luz de Jesucristo en el bautismo, el pagano puede recobrar la vista, puede encontrar la luz de Cristo. A través del testimonio de cada uno de nosotros, cristianos, muchos paganos podrían llegar a la fe y recibir la luz de Cristo.

En el ministerio que hoy se te encomienda, como diácono, tienes la tarea de propagar la fe a los paganos, de preparar a los catecúmenos para el bautismo y de formar a cristianos ya bautizados. Es una gran tarea. Como Pablo eres llamado por el Señor Jesús a «ser su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído» (Hch 22,15), porque has sido iluminado por la luz de Cristo y has escuchado su voz.

6. En la tarea actual de evangelización: «Es preciso poner a Dios como centro de nuestro anuncio y de toda la pastoral -como señalamos los obispos españoles en el Plan PastoralUna Iglesia esperanzada-; hablar de Dios no como un aspecto o un tema de la fe, sino como el objeto central, el principio y finde toda la creación, el sentido, fundamento, plenitud y felicidad del hombre» (n. 29).

Los signos de solidaridad pueden ayudar a descubrir el rostro del Dios único y verdadero; pero es necesario hablar de Dios con lenguaje vital. Es preciso anunciar explícitamente la divinidad de Jesucristo y explicar la revelación recibida de Dios; de lo contrario es quedarse a mitad camino y ofrecer simples consideraciones humanas. No ofrecemos un mensaje propio, sino que somos pregoneros de un mensaje revelado, recibido de Dios.

7. Hoy tenemos varios motivos para dar gracias a Dios: Es la fiesta de la conversión de San Pablo, el gran evangelizador de los gentiles, a quien podemos contemplar como modelo e intercesor de nuestras tareas. Recordamos el aniversario de la convocatoria del Concilio Vaticano II por el beato Juan XXIII, que pronto será
canonizado; el Concilio ha sido un acontecimiento eclesial de primer orden, que ha traído y sigue trayendo tantos frutos. Y hoy culminamos el octavario de oración por la unidad de los cristianos. Pedimos al Señor para que todos estos acontecimientos eclesiales nos sirvan para vivir mejor la fe y el amor a Dios y a los hermanos; y para llevar a cabo la misión que la Iglesia nos ofrece a cada uno.

Rezamos por nuestro hermano Juan Carlos, a quien se le confía hoy el ministerio diaconal. ¡Que el Señor te llene de sus bendiciones y te conceda un fecundo servicio a favor de los hermanos! ¡Que los santos Patronos de la ciudad, Ciriaco y Paula, en cuya parroquia celebramos esta eucaristía, intercedan por todos nosotros para que seamos, como ellos, valientes testigos del Evangelio! Y que protejan a nuestro hermano Juan Carlos en el camino de servicio y de testimonio, que hoy comienza.

¡Santa María de la Victoria, patrona de la Diócesis malacitana, ruega por nosotros! Amén.

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