Dios no nos abandona

Homilía del obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá en el Domingo de Ramos

(Málaga, 2020)

Lecturas: Is 50, 4-7; Sal 21,8-9.17-24; Flp 2,6-11; Mc 14,1 – 15,47.

Dios no nos abandona

1.- La celebración del Domingo de Ramos nos intruduce en la Semana Santa y nos anima a ponernos en actitud de contemplación ante el misterio pascual de Jesús, que se ofrece en la cruz por todos los hombres y resucita venciendo la muerte.

Conviene recordar que el Triduo pascual incluye el Jueves, el Viernes y el Sábado Santo. Mientras que el Domingo de Ramos está dentro de la Cuaresma, que llega hasta el Miércoles Santo.

Aún estamos en Cuaresma, es decir, en “cuarentena”. Con la experiencia del confinamiento por el “Estado de alarma” a causa de la pandemia del “coronavirus”, que estamos sufriendo, podremos entender mejor lo que significa la “cuaresma”: renuncia, silencio, penitencia y ayuno, oración prolongada, soledad, aislamiento, desierto, escucha de la Palabra de Dios, caridad para con los hermanos.

Estamos viviendo una situación de sufrimiento, de desconcierto, de extrañeza, que nunca habíamos experimentado; una situación muy especial, de aislamiento, de soledad, de enfermedad y de muerte.

Estamos pasando por una dura prueba, que nos empuja relativizar y a prescindir de las cosas temporales y caducas, en las que habíamos puesto nuestro corazón. Esto es una clara llamada a convertirnos a Dios, para que sea el centro de nuestras vidas; una invitación a volver a seguir a Jesucristo como buenos discípulos suyos; una exhortación a la esperanza cristiana, que va más allá de lo temporal.

2.- Aunque parece que Dios se ha ocultado a nuestra vista, es una ocasión para elevar nuestra mirada a Dios misericordioso, que nunca nos abandona.

Como hemos escuchado en el relato de la pasión también Jesús, el Hijo de Dios, se sintió desamparado y abandonado de su Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 15,34).

Ante la amenaza de los poderes de este mundo y de la opresión de los malhechores Jesús teme por su vida (cf. Sal 21,17-19; Mt 15,1) y se dirige a Dios-Padre para que lo libre.

Cristo ha asumido la naturaleza humana, como hemos escuchado en el himno de Filipenses: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre» (Flp 2,6-7);

Jesús ha tomado sobre sí todo sufrimiento del hombre; ha cargado con nuestras culpas y pecados y no nos abandona; está al lado de los que sufren; como Buen pastor, nos conduce a las fuentes de la vida, atravesando los valles oscuros del dolor y de la pandemia.

Podemos exclamar con gran confianza que nuestro auxilio nos viene del Señor.

3.- Hemos visto que en todo el mundo los cristianos y otros creyentes elevan su oración a Dios para que nos libre de la pandemia; pero parece que el Señor no hace caso. Todos tenemos en la retina la imagen reciente del papa Francisco rezando en la plaza de San Pedro, vacía por completo de gente, y dando la Bendición con el Santísimo Sacramento desde el atrio de la Basílica vaticana, después de un tiempo de adoración eucarística.

Por eso algunos se preguntan para qué sirve la oración. Naturalmente, la oración no ha evitado que siga la pandemia, ni ha impedido los contagios y las muertes de muchas personas.

En el relato de la pasión hemos escuchado la oración de Jesús: «aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres» (Mc 14,36). Pero Dios-Padre no lo libró del sufrimiento y de la muerte.

4.- La oración sirve para mejorarnos y hacernos crecer. Dios no necesita nuestra oración, ni le añade nada, ni le enriquece. En la oración, sin embargo, el cristiano va macerando su inteligencia y su corazón y lo va disponiendo para aceptar la voluntad de Dios.

Eso es lo que hacía Jesús en sus largas horas dedicadas a la oración, para hablar con su Padre, para descubrir su voluntad y llevarla a cabo; ése fue siempre el objetivo de su vida.

Jesús, el Siervo de Yahveh, fue capaz de asumir los ultrajes confiando en Dios: «El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Is 50,7).

A nosotros nos cuesta aceptar muchas veces lo que la vida nos depara, lo que nos toca vivir como humanos: la fragilidad, la debilidad, el pecado, el sufrimiento y la muerte.

Contemplemos a Jesús en esta Semana Santa especial y pidámosle que ilumine nuestra mente, fortalezca nuestro corazón y levante nuestro espíritu para saber valorar lo importante y prescindir de lo caduco.

Aprovechemos esta Semana Santa para buscar lo esencial de nuestra vida, que es Dios y su amor, que nos permite amar a los demás. Aunque no podamos celebrar presencialmente la liturgia, podemos unirnos en oración a las celebraciones, que serán retransmitidas.

Nos acompaña la Santísima Virgen María, quien estuvo siempre junto a su Hijo Jesús. Amén.

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