«Custodios de la vida ante la cultura de la muerte»

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada en la Catedral de Málaga con motivo de la fiesta de la Encarnación del Señor, Jornada por la Vida.

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

JORNADA POR LA VIDA

(Catedral-Málaga, 25 marzo 2021)

Lecturas: Is 7, 10-14; 8, 10; Sal 39, 7-11; Hb 10, 4-10; Lc 1, 26-38.

Custodios de la vida

1.- Celebramos la Jornada por la Vida en la fiesta de la Anunciación del Señor, dentro del año dedicado a san José, que el papa Francisco ha proclamado. Ponemos nuestra mirada en este gran santo para aprender a ser custodios de la vida.

San José, desposado con la Virgen María y antes de vivir juntos, se entera de que ella esperaba un Hijo. La perplejidad de la situación le lleva a decidir el repudio privado de su esposa por no difamarla (cf. Mt 1, 18-19). Y entonces recibe la misión divina de custodiar y proteger a María y al Hijo que lleva en sus entrañas.

Como dijo el papa Francisco: “José, hombre justo, no dejó que el orgullo, las pasiones y los celos lo arrojaran fuera de esa luz (…). La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María” (Homilía en la santa misa. Villavicencio-Colombia, 8.09.2017).

2.- La vida humana no es respetada como se merece en nuestra sociedad. La valoración de la vida humana se rige en muchos casos por criterios de salud, de bienestar o de utilidad. Desde esta mentalidad se descartan aquellas vidas que no cumplen con estos parámetros (cf. Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, Nota para la Jornada por la Vida – 2021).

El sentimentalismo y el subjetivismo determinan muchas veces la toma de decisiones sobre la utilidad o no de la vida humana y se convierten en ley. Prima el deseo y la decisión personal del individuo sobre la objetividad del valor inalienable de la vida humana.

Sigue avanzando en nuestra sociedad la “cultura de la muerte”, definida así por el papa Juan Pablo II, como lo muestra la reciente Ley Orgánica de regulación de la eutanasia. Quienes la han aprobado se han felicitado como si hubieran obtenido un logro y un derecho; cuando, en realidad, han conseguido un retroceso inhumano. La mal llamada Ley de eutanasia, que es al fin y al cabo un asesinato legalizado, degrada la sociedad y la deshumaniza, porque en lugar de cuidar a los más débiles se impone la ley del más fuerte.

Con la eutanasia el Estado destruye la confianza de los ciudadanos en el sistema sanitario, como ya ocurre en otros países europeos como Holanda o Bélgica, cuyos enfermos terminales temen ser eliminados impunemente. La misión del médico es curar y aliviar el dolor, pero nunca matar.

La Iglesia defiende la vida humana en todas sus fases y circunstancias; defiende también la objeción de conciencia de los médicos y anima a rechazar de manera explícita la eutanasia en el testamento vital.

3.- La vida es siempre un bien, como afirmaba san Juan Pablo II, porque la vida es un don que proviene de la misteriosa y generosa voluntad de Dios.

Toda vida humana vale la pena ser vivida, puesto que en ella hay un orden previo y un destino profundamente querido por su Creador: «Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (Gn 1, 27).

La vida es un don que Dios da a los que ama como solo Dios puede amar; es decir, con un amor infinito y un amor eterno.

El profeta Jeremías expresa plásticamente la acción de Dios en la generación del ser humano y la alta misión que le confía: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones» (Jer 1, 5).

El ser humano tiene una misión, incluso antes de nacer; por tanto, hay que respetar esa vida no nacida. Toda persona humana es portadora de la imagen de Dios, quien le ha confiado una misión evangelizadora.

4.- Contemplando la actitud de san José, los cristianos debemos ser custodios de la vida ante la cultura de la muerte en nuestra sociedad. La Iglesia, que es Madre, nos invita a tener valentía creativa en la custodia y la defensa de la vida humana en todas sus fases y circunstancias.

Acudamos a san José, custodio de María y de Jesús; custodio de la vida y patrono de la buena muerte, para pedirle que nos ayude a ser buenos custodios de la vida humana.

Y en esta fiesta de nuestra titular, la Encarnación, pedimos a santa María, Esposa de san José y Madre de Jesucristo, que nos hagan apóstoles y defensores del evangelio de la vida. Amén.

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