“Corpus Christi”

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, el 18 de junio de 2017, en la Solemnidad del “Corpus Christi” en la Catedral de Málaga.

Lecturas: Dt 8,2-3.14-16a; Sal 147,12-15.19-20; 1Co 10,16-17; Jn 6,51-59.

La Eucaristía y la Trinidad

1.- En la festividad del “Corpus” damos gracias a Dios por el inmenso regalo de la presencia eucarística de Jesucristo en las especies de pan y vino. En la Eucaristía celebramos el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús; es un misterio de amor, que sobrepasa nuestra comprensión; es el alimento en el camino hacia la vida eterna.
Como hemos escuchado en el libro del Deuteronomio, Dios hizo caminar a su pueblo Israel en el desierto durante cuarenta años, para probarle y conocer si lo amaba y guardaba sus mandamientos (cf. Dt 8, 2). Algo parecido hace el Señor con nuestra vida: ver si lo amamos y guardamos sus mandamientos; porque quien ama a Dios cumple sus mandamientos (cf. Jn 14,15). En el desierto alimentó a su pueblo con el “maná”, para mostrarle «que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor» (Dt 8, 3). ¡Cuánto tenemos que aprender de la Palabra de Dios, del Verbo de Dios encarnado, Jesucristo! Da la impresión que los cristianos conocemos poco a Jesucristo. Necesitamos tener una relación personal más íntima, más profunda, de mayor conocimiento y amor a Cristo.

La fiesta de hoy nos invita a dar gracias al Señor nuestro Dios, que nos alimenta con el pan eucarístico: el pan del cielo, que llena el corazón humano. ¡Qué pocas cosas llenan verdaderamente el corazón del hombre!; el pan eucarístico lo llena plenamente. El pan eucarístico es pan de vida eterna, que sacia el hambre de eternidad. ¡Y qué pocas cosas sacian el hambre de felicidad que tiene el ser humano! El pan eucarístico es pan celeste, que alimenta nuestro deseo de la patria definitiva en el cielo; porque en la vida temporal no encontramos reposo definitivo. El mismo Jesús nos ha dicho: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6, 51).
Este pan eucarístico, queridos hermanos, nos permite atravesar el desierto de la vida temporal, entre serpientes abrasadoras (cf. Dt 8, 15), que pican y matan. Hay muchas cosas en nuestra sociedad que nos abrasan y destruyen, que nos hacen daño, que nos matan, si no estamos atentos y miramos a Cristo, al igual que los israelitas contemplaban la imagen de la serpiente de bronce, que Dios mandó hacer a Moisés (cf. Nm 21,8-9). Si no miramos y contemplamos a Cristo, podemos sufrir las picaduras mortales de muchas serpientes. El pan eucarístico sacia también nuestra sed de felicidad verdadera, la auténtica. Estamos invitados, pues, a participar en este banquete eucarístico, para tener vida eterna y resucitar en el último día (cf. Jn 6, 54); éste es el objetivo de nuestra vida. No debemos detenernos en este mundo, sino caminar, alimentados con el pan eucarístico, hacia el destino que nos aguarda.

2.- En esta fiesta de “Corpus” queremos alabar a la Santísima Trinidad, que ha llevado a cabo por amor la salvación del género humano. La Iglesia confiesa que la salvación del hombre es obra conjunta de la Trinidad. La plegaria cristiana expresa esta verdad fundamental: “Todo procede del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo”; y todo retorna al Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo». Por ello la plegaria eucarística está siempre estructurada según este esquema trinitario, como lo confirman las anáforas orientales y occidentales no romanas (de rito hispánico, galicano, ambrosiano) y que la liturgia romana ha potenciado.

Existe una relación íntima entre la Trinidad y la Eucaristía. La Iglesia profesa que la Eucaristía es la actualización sacramental del Misterio pascual. Desde la última Cena de Jesús la Eucaristía actualiza y hace presente la persona y la obra salvífica de Jesús, que ofrece al Padre su sacrificio pascual por todos los hombres en comunión con el Espíritu Santo.

La Plegaria eucarística tiene una clara estructura trinitaria: se dirige al Padre para darle gracias por la acción redentora de Cristo, que se realiza bajo el dinamismo del Espíritu Santo. El mismo Espíritu, que obró la Encarnación y dio sentido a la muerte de Cristo, que le resucitó de entre los muertos y dio vida a la Iglesia naciente en Pentecostés, es el que realiza el misterio eucarístico, dando eficacia sacramental a los gestos y palabras del memorial y transformando el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor Jesucristo, transustanciando estos elementos naturales.

3.- Como decía san Agustín: «Ves la Trinidad si ves el amor» (De Trinitate, VIII, 8, 12). El Padre, movido por amor (cf. Jn 3, 16), ha enviado el Hijo unigénito al mundo para redimir al hombre. Al morir en la cruz, Jesús «entregó el espíritu» (cf. Jn 19, 30), preludio del don del Espíritu Santo, que otorgaría después de su resurrección (cf. Jn 20, 22).

De este modo se cumple la promesa de los «torrentes de agua viva» que, por la efusión del Espíritu, manarían de las entrañas de los creyentes (cf. Jn 7, 38-39). El Espíritu, en comunión plena con Cristo, mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado, haciéndose siervo (cf. Jn 13, 1-13) y entregando su vida por los hombres (cf. Jn 13, 1; 15, 13) (cf. Deus caritas est, 19).

Quisiera hoy honrar la memoria de un sacerdote amigo, trayendo un texto suyo sobre la Eucaristía y la Trinidad: “La Eucaristía se encuentra, pues, en el centro del misterio pascual, y por ello en el centro de la economía salvífica, cuya estructura es radicalmente trinitaria por cuanto que ‘por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, el Hijo se ofrece en oblación redentora’. Ser cristiano es mucho más que creer en un sólo Dios. Es abrirse al Dios Uno y Trino, que ha querido acercarse al hombre para reconciliarlo y reintroducirlo en la comunión de su vida intratrinitaria. La liturgia es el lugar privilegiado de este momento y, dentro de ella, la Eucaristía, suprema donación del Padre al mundo en cuanto que le entrega el don más precioso que posee: Su propio Hijo sacrificado” (Vicente Lamberto, Reflexión sobre la Eucaristía, Catedral-Valencia, 30.XII.2000).

4.- Queridos fieles, en la solemnidad del Corpus Christi la Iglesia en España celebra el Día de la Caridad. Hay una relación esencial entre Eucaristía y caridad. La celebración de la Eucaristía debe llevar necesariamente al amor al prójimo. Como recordaba Benedicto XVI: “Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo” (Sacramentum caritatis, 88). De ahí arranca la caridad.
Hoy somos llamados a adorar al Señor y a extender a la vez nuestras manos generosas hacia quienes sufren hambre, están desnudos, viven en soledad o están enfermos. El testimonio de la caridad con los más necesitados es misión esencial de la Iglesia. El mismo papa Benedicto XVI nos decía: “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad” (Benedicto XVI, Deus caritas est, 20).
¡Que la fiesta del “Corpus” nos anime a vivir cada día mejor nuestro amor al prójimo! Sobre todo, al más necesitado.

Esta tarde participaremos en la procesión solemne con el Santísimo Sacramento por las calles de nuestra ciudad. Su paso entre nosotros es una bendición. ¡Adorémosle como Dios nuestro!

¡Alimentémonos en este banquete eucarístico, donde Cristo se ofrece como pan! ¡Y compartamos nuestros recursos con los más necesitados!

¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar! ¡Sea por siempre bendito y alabado! Amén.

 

+  Mons. Jesús Catalá

Obispo de Málaga

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