Corpus Christi

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga el 7 de junio de 2015, en la Solemnidad del Corpus Christi.

Lecturas: Ex 24,3-8; Sal 115, 12-18; Hb 9,11-15; Mc 14,12-16.22-26.

La Eucaristía, realización de la nueva Alianza

1. Sacrificios de comunión en la antigua Alianza

Hemos escuchado en el libro del Éxodo que Moisés «alzó al pie del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel» (Ex 24, 4).

Después «mandó a algunos jóvenes, de los israelitas, que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión para el Señor» (Ex 24, 5).

La alianza de Dios con su pueblo Israel queda sellada en Moisés con la sangre de sacrificios de animales: «Tomó Moisés la mitad de la sangre y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar» (Ex 24, 6). «Ésta es la sangre de la Alianza que el Señor ha hecho con vosotros» (Ex 24, 8).

Esta sangre derramada será anuncio de la sangre derramada por Cristo en la cruz y será también profecía de la nueva Alianza que Cristo realizaría.

2. El sacrificio único de Cristo, Sumo Sacerdote

En la carta a los Hebreos se nos presenta a Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, que penetra «en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna» (Hb 9, 12).

Los sacerdotes del Antiguo Testamento ofrecían muchas veces sacrificios por los pecados; Cristo, en cambio, se ofrece una sola vez y con ello obtiene el perdón de toda la humanidad y la salvación para todos los hombres.

En el Antiguo Testamento la sangre de machos cabríos y de toros santifica con su aspersión a los contaminados en orden a la purificación de la carne (cf. Hb 9, 13).

Pero la sangre de Cristo redime y salva a la humanidad, librándola de sus pecados. Como dice el texto de Hebreos: «¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!» (Hb 9, 14).

3. La nueva Alianza en Jesucristo

Celebrar la fiesta del «Corpus Christi» es celebrar la fiesta de la alianza de Dios con los hombres. La alianza de amor de Dios con los hombres queda explicitada por las palabras divinas, que revelan la voluntad salvadora de Dios. En la antigua alianza Moisés «escribió todas las palabras del Señor»

(Ex 24, 4). El Decálogo son palabras de vida; palabras de salvación; palabras de una alianza de amor. En la nueva Alianza es la misma «Palabra encarnada», Jesucristo, el Verbo de Dios (cf. Jn 1-9), quien revela el amor de Dios a los hombres.

Cristo es el único «mediador de una nueva Alianza; para que, interviniendo su muerte para remisión de las transgresiones de la primera alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida» (Hb 9, 15).

Según el evangelio de Marcos, que hemos escuchado hoy, el mismo Jesús dice: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14, 24). Jesucristo, el Sumo y Eterno Sacerdote realiza, pues, la nueva Alianza de amor de Dios con los hombres.

Todos nosotros, queridos hermanos, estamos invitados a gozar de los frutos de esta Alianza nueva y a participar del banquete eucarístico que la actualiza.

Hoy, solemnidad del «Corpus Christi», el Señor nos quiere asociar a su Alianza de amor; quiere ofrecernos su cuerpo como comida y su sangre como bebida; quiere permanecer con nosotros, tal como lo prometió, hasta el final de los tiempos. Jesucristo está con nosotros de muchas maneras, como dice el Concilio Vaticano II, en la acción litúrgica de la Iglesia, en la Sagrada Escritura, en la persona del ministro de los sacramentos, cuando dos o más se reúnen en su nombre; pero sobre todo está presente bajo las especies eucarísticas (Sacrosanctum Concilium, 7).

4. La Eucaristía, sacramento de amor

La Eucaristía es sacramento de amor: Este aspecto de caridad universal del sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó Jesús a decir: Éste es mi cuerpo, esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, sino que añadió cuerpo entregado por vosotros y sangre derramada por vosotros (cf. Lc 22, 19-20).

El Señor, dándoles a sus discípulos como alimento su cuerpo y su sangre manifestaba al mismo tiempo su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz una horas más tarde, para la salvación de todos (cf. Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 12).

Cuando los cristianos celebremos el «memorial» de su muerte y resurrección en el sacramento eucarístico participamos de la gozosa experiencia de encontrarnos personalmente con Él. Pero esa experiencia debe hacerse de modo personal; no se trata solo de «venir a Misa», sino de «encontrarme con Jesucristo sacramentado»; es escucharle; es obedecerle, es decir realizar lo que pide; es participar en su banquete eucarístico; es verle presencialmente. La Eucaristía es presencia real del Señor, transformada bajo las especies del pan y del vino.

5. Necesidad de la Pascua dominical

El papa Juan Pablo II nos recordaba la necesidad de vivir el domingo como la Pascua del Señor para superar los difíciles tiempos: «Hoy, como en los tiempos heroicos del principio, en tantas regiones del mundo se presentan situaciones difíciles para muchos que desean vivir con coherencia la propia fe. El ambiente es a veces declaradamente hostil y, otras veces -y más a menudo- indiferente y reacio al mensaje evangélico. El creyente, si no quiere verse avasallado por este ambiente, ha de poder contar con el apoyo de la comunidad cristiana. Por eso es necesario que se convenza de la importancia decisiva que, para su vida de fe, tiene reunirse el domingo con los otros hermanos para celebrar la Pascua del Señor con el sacramento de la nueva Alianza» (Juan Pablo II, Dies Domini, 48, Vaticano, 31.05.1998). Es una invitación preciosa dicha ya hace años, pero que tiene plenísima actualidad.

¡Queridos cristianos, celebrad la Pascua del Señor, la Alianza nueva y eterna! Celebradla sobre todo los domingos y festivos; es la única manera de apropiarse de la salvación que el Señor nos ofrece.

El domingo deber ser reconocido, santificado y celebrado como «día del Señor», en el que la Iglesia se reúne para renovar el misterio pascual con la escucha de la Palabra de Dios, la ofrenda del sacrificio del Señor, la santificación del día mediante la oración, las obras de caridad y la abstención del trabajo. ¡Hay que tener cuidado de no caer en la tentación, que nuestra sociedad nos presenta, de igualar el domingo a cualquier otro día de la semana!

6. Día de Caridad

Coincidiendo con la solemnidad del «Corpus» celebramos hoy el «Día de Caridad», cuyo lema nos interroga: «¿Qué has hecho con tu hermano?»; es la pregunta que Dios le hizo a Caín después de haber asesinado a su hermano Abel (cf. Gn 4, 9-10). ¿Qué estamos haciendo con nuestros hermanos, sobre todo con los más necesitados y pobres? ¿Los dejamos morir de hambre? ¿Dejamos que pasen frío y que estén sin techo?

Acercarse al banquete eucarístico implica necesariamente acercarse al hermano más pobre y necesitado; participar en la Eucaristía nos exige hacer partícipes a los pobres de nuestra solicitud, de nuestro afecto, de nuestro amor y de nuestros bienes. La colecta de hoy irá destinada a «Caritas». No hace falta explicar qué es «Caritas»: no es una asociación, ni una organización no-gubernamental (ONG), ni una fundación altruista; «Caritas» es la Iglesia católica; es decir, «Caritas» somos los católicos, somos nosotros, que impelidos por el amor ofrecemos lo que podemos a los más necesitados.

Aunque es el Señor quien nos recompensa con creces, deseo agradecer a todos los voluntarios de «Carita
s» su gran labor en favor de nuestros hermanos más necesitados. Muchas gracias, pues, a los voluntarios de las

«Caritas» parroquiales, a los miembros de las asociaciones, de las hermandades y cofradías que hacéis tantas obras de caridad, como expresión de vuestro amor a Dios. Él os recompensará infinitamente.

El místico san Juan de la Cruz dice que al atardecer de nuestra vida seremos examinados en el amor. Éste es el examen más importante de nuestra vida, que esperamos aprobar gracias a la misericordia de Dios.

Como nos ha exhortado el Salmo (115) alcemos la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor y pidamos a Dios que nos haga dignos de participar en su mesa eucarística, comprometiéndonos a acoger a todos nuestros hermanos, sobre todo a los más necesitados de nuestro amor.

Esta tarde acompañaremos al Señor sacramentado por las calles de nuestra ciudad, nuestra querida ciudad de Málaga, en testimonio público de fe y de amor; testimonio de que creemos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

¡Que la Santísima Virgen María nos lleve de su mano e interceda por todos nosotros, para que seamos verdaderos adoradores de Cristo sacramentado y solícitos de nuestros hermanos los pobres! Amén.

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