Coronación Canónica de la imagen de la Virgen de la Soledad de la Cofradía de Mena

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Coronación Canónica de la imagen de la Virgen de la Soledad de la Cofradía de Mena.

CORONACIÓN CANÓNICA DE LA IMAGEN
DE LA VIRGEN DE LA SOLEDAD
DE LA COFRADÍA DE MENA
(Catedral-Málaga, 11 junio 2016)

Lecturas: Jdt 13,17-20;15,9; Rm 8,31b-39; Sal 17,2-3.6-7.19-20; Jn 19,25-27.

1. Hoy tenemos la alegría y el honor de coronar la imagen de Nuestra Señora de la Soledad de la Pontifica y Real Congregación del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas y Nuestra Señora de la Soledad, comúnmente conocida como “Cofradía de Mena”.

La Santísima Virgen María tiene sobrados títulos para que su imagen sea coronada: Ella es la Virgen que concibió y dio a luz un Hijo, cuyo nombre es Emmanuel, es decir, «Dios con nosotros» (cf. Is 7, 14; Mq 5, 2-3; Mt 1, 22-23). Ella es, pues, la Madre del Hijo de Dios; éste es el título más importante de la Virgen.

La Santísima Virgen, como nueva Eva y Madre del Redentor, por designio eterno de Dios, tuvo una relevante participación en la obra salvadora de Jesús, siendo colaboradora augusta suya, como lo explicó el papa Juan Pablo II (cf. Redemptoris mater, 44).

La Virgen, con su silencio y su aceptación, se unió a la acción redentora de Jesucristo, el nuevo Adán, que nos redimió y nos adquirió para sí, no con oro, ni plata efímeros, sino a precio de su sangre, como dice la Escritura (cf. 1 Pe 1, 18-19); e hizo de nosotros un Reino para nuestro Dios (cf. Ap 5, 10).

María es miembro eminente de la Iglesia. Ella es la persona más cualificada, la expresión más perfecta, la representación más insigne y la figura más dotada de la Iglesia; así hablaba el papa Pablo VI a los padres conciliares, reunidos en Roma en el Concilio Vaticano II (cf. Pablo VI, Alocución a los Padres conciliares al final de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, 21.11.1964).

María, intensificando su amor a Dios, se hizo digna, de modo eminente, de aparecer como la «mujer vestida del sol, la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza»; así nos lo describe el libro del Apocalipsis (cf. Ap 12,1). Ella brilla con gran resplandor en el firmamento de la humanidad.

2. Además de los motivos teológicos expuestos, para coronar una imagen mariana se requieren unas condiciones de devoción antigua y amplia, de calidad de la imagen y de una adecuada preparación formativa, litúrgica y caritativa, que la Congregación de Mena ha cumplido.

La Antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad fue fundada a mediados del siglo XVI al amparo del Convento de Santo Domingo, cuyo emblema dominicano aún está presente. La devoción fue creciendo paulatinamente durante los siglos posteriores, con su estación penitencial solemne en la Santa Iglesia Catedral.

A partir de 1756, con motivo del salvamento de la tripulación de una fragata de la Armada española frente a las costas malagueñas, quedó vinculada a la Congregación esta institución, que hoy apadrina la coronación, junto con las Hermanas de la Cruz.

Se comenzó a celebrar la “Misa de Privilegio” cada Sábado Santo hasta la renovación litúrgica impuesta por el Concilio Vaticano II. Esta celebración es típica del culto mariano en Málaga por su singularidad, solemnidad y continuidad. La imagen de la Virgen de la Soledad se encuentra entre las llamadas “dolorosas de contemplación”, popularizadas por Mena y sus seguidores. La Virgen María vivió momentos de dolor al contemplar a su Hijo muerto entre sus brazos y verlo enterrado en la soledad más absoluta.

A mediados del s. XIX se creó la Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, cuyo Cristo crucificado, obra de Pedro de Mena (1883), impactó en la devoción popular en toda Málaga. Y en 1915 se integraron ambas Cofradías en la actual Congregación; hemos celebrado el primer centenario de la fusión.

La devoción a la Virgen de la Soledad ha ido creciendo sobre todo desde la conclusión la Guerra Civil hasta nuestros días.

3. El evangelista san Juan narra que «junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19,25). Contemplemos esta escena evangélica siguiendo la secuencia del “Stabat Mater”, cuya primera frase dice: “Stabat Mater dolorosa” (la Madre dolorosa estaba de pie).

Con el verbo “estar de pie” (stabat) se quiere significar la dignidad, la fortaleza y la presencia activa que María mantuvo al pie de la cruz; expresa su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos junto con los de su Hijo. El Concilio Vaticano II recuerda que “la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” (Lumen gentium, 58). Desde la concepción hasta la cruz; ésta es la tarea de la Virgen Madre; y ésta es también la tarea de todas las madres. ¡Atención, madres! Vuestra misión es acompañar a vuestros hijos desde su concepción hasta el final de vuestra vida o de la suya.

A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, ella responde con la indulgencia y el perdón, asociándose a la súplica de Hijo al Padre: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padre, que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46), ella ofrece su consentimiento de amor “a la inmolación de su Hijo como víctima” (Lumen gentium, 58).

La Virgen de la Soledad compartió los dolores de su Hijo, ofreciéndolos al Padre. Ella nos anima a cada uno de nosotros a compartir los sufrimientos de Cristo, los de su Madre y los de los hermanos, sobre todo de los más necesitados, pobres y enfermos.

4. La segunda frase de la secuencia dice: “Iuxta crucem lacrimosa” (llorosa junto a la cruz). La Virgen María ha experimentado en sus entrañas las exigencias y la radicalidad del Evangelio. Al lado de Jesús crucificado experimentó la espada y la señal de contradicción, que ya le fue anunciado en la presentación de su Hijo en el templo a los pocos días de nacer (cf. Lc 2,35).

La imagen de Nuestra Señora de la Soledad, que vamos a coronar, corresponde a una Virgen Dolorosa, típica de la imaginería religiosa del barroco y dentro de la producción artística de los talleres malagueños de esa época, aunque la actual imagen fue adquirida en Antequera en 1945; pero sigue la estela de las “Dolorosas”.

¡Contemplemos su imagen! Su fino rostro ovalado presenta pequeñas facciones de dolor. La mirada baja, los ojos rasgados y las manos cruzadas en actitud orante expresan el sufrimiento de ver a su Hijo muerto por nuestros pecados; y ella nos pregunta: ¿qué habéis hecho con el Amor
de mi vida? Vuestros pecados lo han convertido en un rostro «despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado», como lo describía el profeta Isaías seiscientos años antes de Cristo (Is 53,3).

Ella comparte este dolor, contenido y expresado en sus labios entreabiertos. Por sus mejillas corren unas lágrimas cristalinas, al contemplar a Jesús apresado, traicionado, azotado, coronado de espinas y muerto en la cruz. ¡Y qué madre no lloraría, si viera a su hijo en este trance!

5. De esa cruz pendía su Hijo (Dum pendebat Filius), quien en un gesto de sublime amor nos regaló a su Madre como madre nuestra: «Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). En el discípulo Juan estamos representados todos nosotros.

Ella entrega a su Hijo y recibe multitud de hijos; pero, ¡qué diferencia! Su Hijo es el Verbo de Dios hecho carne, el rostro de la misericordia del Padre. Nosotros somos pobres creaturas y pecadores. La Virgen María es madre desde el despojo, desde la humillación y desde la muerte.

Jesús dijo después al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio» (Jn 19,27). Desde la tarde del Gólgota el discípulo de Jesús debe acoger a María como algo propio. Tengamos por Madre, maestra y modelo, a Nuestra Señora de la Soledad. El Señor nos regaló a su Madre. ¡Qué gran regalo! A nosotros nos corresponde acogerla filialmente, invocarla como intercesora y, sobre todo, amarla como Madre nuestra.

Acoger a María significa acoger a Cristo y a los hermanos. Ella, como Madre y Maestra, nos educa en la fidelidad a Cristo y en la lucha contra el mal. Ella sabe que la cruz es fuerza y sabiduría de Dios, lo mismo que el mundo la considera necedad y locura (1 Co 1, 18).

6. Coronar la imagen de Nuestra Señora de la Soledad exige renovar nuestros compromisos como cristianos y como cofrades. Tengamos en cuenta que la coronación no le añade nada a la Virgen, no le aporta nada; ella ya vive gozosa en el cielo. La coronación es un motivo para que nosotros la amemos más, la honremos y la veneremos.

Los últimos papas nos piden que trabajemos en la nueva evangelización; que anunciemos la fe; que prediquemos el Evangelio; que seamos valientes testigos. ¡Queridos cofrades y fieles todos, ésta es la llamada que nos hace la Iglesia hoy!

La coronación nos impulsa a una misión importante: promover la devoción a la Virgen entre los cofrades y también entre todos los demás fieles. La fe debe impregnar la vida, o de lo contrario no es fe. La fe, además de un don de Dios, es una actitud vital; creer implica conocer, amar y confiar en Dios; la devoción a la Virgen debe tocar el corazón y la vida; de lo contrario, esa devoción no sirve y no es auténtica.

En la lectura del libro de Judit, aparece ésta aclamada por el pueblo de Israel por la hazaña de haber vencido al enemigo. Nosotros celebramos la victoria de María sobre el diablo y el mal; la aclamamos como a la nueva Judit y le decimos: Virgen la Soledad, «Tú eres la gloria de Jerusalén, tú eres el orgullo de Israel, tú eres el honor de nuestro pueblo» (Jdt 15,9). Os invito a repetir conmigo esta aclamación (los fieles presentes repiten cada una de las frases): Virgen la Soledad, Tú eres la gloria de Jerusalén, tú eres el orgullo de Israel, tú eres el honor de nuestro pueblo.

Pedimos a la Virgen de la Soledad que la coronación de su imagen deje en nuestra memoria y en nuestro corazón una huella imborrable, que nos recuerde siempre que somos hijos amados y que debemos corresponder como tales.

Queridos fieles, devotos de la Virgen de la Soledad y cofrades, mantengámonos firmes en la fe, en la esperanza y en la caridad de la mano de María, para poder compartir un día con Ella la victoria de su Hijo y conseguir también la corona de gloria, que no se marchita (cf. 1 Pe 5, 4). Se lo pedimos a Dios por intercesión de nuestra Madre, Nuestra Señora de la Soledad. Amén.

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