Clausura del XXV Aniversario del Centro de Acogida de los Hermanos San Juan de Dios en Málaga

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la Clausura del XXV Aniversario del Centro de Acogida de los Hermanos de San Juan de Dios en Málaga. La Eucaristía se celebró el 10 de marzo de 2017, en la parroquia de los Santos Mártires, en Málaga.

CLAUSURA DEL XXV ANIVERSARIO
DEL CENTRO DE ACOGIDA
DE LOS HERMANOS DE SAN JUAN DE DIOS
EN MÁLAGA,
(Parroquia de los Mártires-Málaga, 10 marzo 2017)

Lecturas: Is 58, 6-11; Sal 111, 1-9; 1 Jn 3, 13-18; Lc 10, 25-37.

1.- Clausuramos hoy el XXV Aniversario del Centro de Acogida, que los Hermanos de San Juan de Dios mantienen abierto en Málaga. En este Año-Aniversario damos gracias a Dios por la presencia de los Hermanos entre nosotros y por la labor asistencial que realizan entre los pobres y enfermos.

Hemos iniciado ya la Cuaresma, queridos hermanos, en la que la liturgia de la Iglesia nos exhorta a practicar tres signos penitenciales: la oración, el ayuno y la limosna.

Cuando un especialista en la ley mosaica preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 10,25), el Señor le preguntó a su vez cuál era el primer mandamiento: «Él respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10,27). La respuesta era acertada.

Dios está en primer lugar y merece toda nuestra alabanza, nuestro amor y nuestra dedicación. La oración nos sitúa en una relación personal con el Señor de la vida, con el Dios del perdón y de la misericordia, con Dios que es Amor. Es muy importante esta relación; de lo contrario no seríamos capaces de mantener una relación humana delicada y generosa con los demás. No caben ídolos en la vida de un cristiano, que debe tener el corazón lleno de Dios y de su amor. No puede adorar otras cosas (poder, dinero, fama, honor), aunque la sociedad en que vivimos las adore. Cristo rechazó esta tentación en el desierto; y en él podemos nosotros vencer también esta tentación.

San Juan de Dios aprendió a vencer en Cristo la tentación del honor y de la fama, poniéndose del lado de los más humildes y necesitados.

2.- El profeta Isaías nos recuerda que el ayuno que Dios quiere consiste en: «soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos» (Is 58,6). Hermosa tarea la de liberar al ser humano de las cadenas que le atan; cadenas de opresión, de manipulación, de abuso de unos seres humanos sobre otros; cadenas de pobreza espiritual y mental, que postran al hombre en situaciones a veces infrahumanas.

Estas cadenas fueron rotas por san Juan de Dios, atendiendo a enfermos con discapacidades mentales, con pobrezas intelectuales y culturales, con falta de libertad interior. Agradecemos la presencia y la generosidad de los Hermanos que siguen sus huellas, dedicándose a desatar yugos de desprecio y cadenas de esclavitud espiritual.

En el Prefacio de la Misa daremos gracias al Señor, porque en San Juan de Dios nos ha dado un insigne modelo de infinito amor divino; y lo describe así: “Verdadero discípulo de tu Hijo Jesucristo, alimentó al hambriento y vistió al desnudo; cuidó al enfermo, y acogió al peregrino; ofreció consuelo al encarcelado y fue la ayuda y el padre de todo doliente”.

3.- También nos ha invitado el profeta Isaías a practicar las obras de misericordia corporales para con el prójimo: «partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos» (Is 58,7).

Cuando hagamos esto, surgirá la luz de Dios dentro de nuestras tinieblas; se curarán nuestras heridas de egoísmo, serán perdonados nuestros pecados, la justicia y la verdad serán nuestra enseña (cf. Is 58,8).

Cuando hagamos estas obras de misericordia, el Señor nos escuchará al invocarlo, responderá a nuestras plegarias y nos ofrecerá su ayuda en la dificultad (cf. Is 58,9). No queramos que Dios nos escuche, si no atendemos el grito de nuestros hermanos más necesitados; no queramos que escuche nuestra voz, si no atendemos el grito de los otros.

Si practicamos las obras de misericordia, el Señor nos guiará en sus caminos, refrigerará nuestra alma abrasada por el desierto de la vida, dará vigor a nuestros huesos y seremos como un huerto bien regado y como un manantial de aguas frescas y fecundas (cf. Is 58,11); así lo describe el profeta Isaías.

El evangelista Juan, en su primera carta nos advierte: «Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,17-18).

4.- El evangelio, que ha sido proclamado, nos ha narrado la historia del buen samaritano, que atendió a un hombre postrado en el camino, que había caído en manos de unos bandidos; este hombre no era de los suyos; para él era un extranjero, pero cuidó de él.

El samaritano se hizo próximo del que estaba herido, se conmovieron sus entrañas, se acercó a él, le curó las heridas y lo llevó a la posada (Lc 10,32-34).

El Señor nos dice con mucha claridad a cada uno de nosotros: «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37).

En esta clausura del Año-Aniversario de la Casa de Acogida de los Hermanos de san Juan de Dios en Málaga, damos muchas gracias a Dios por su carisma, por su fidelidad a ese carisma, por su presencia entre nosotros, por su hermosa labor y atención a los más necesitados, haciéndose “prójimos”, cercanos de los mismos.

Pedimos hoy al Señor que les bendiga; que haga fecundo su trabajo y que conceda nuevas vocaciones que encarnen este carisma, tan hermoso.

¡Que la Santísima Virgen María nos acompañe a todos en el camino cuaresmal! Amén.

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