Clausura del Jubileo Extraordinario de la Misericordia

Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá en la Eucaristía de clausura del Año de la Misericordia en la Catedral de Málaga
Lecturas: Ml 3, 19-20a; Sal 97; 2 Ts 3, 7-12; Lc 21, 5-19.
(Domingo ordinario XXXIII-C)

1.- Clausura del Jubileo de la Misericordia

Clausuramos hoy en todas las diócesis el Jubileo de la Misericordia, que el papa Francisco clausurará definitivamente en Roma el próximo domingo.

Hemos podido contemplar y saborear en este Año la bondad y la misericordia de Dios, que nos ha salvado por medio de su Hijo Jesucristo. Tengamos sentimientos de gratitud hacia la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por habernos concedido este tiempo extraordinario de gracia.

Aunque hagamos la clausura, el amor de Dios sigue y seguirá actuando. Encomendamos la vida de la Iglesia y de toda la humanidad al Señorío de Jesucristo, pidiendo que derrame su misericordia como el rocío de la mañana en los corazones de los fieles. El ser humano tiene una historia por construir en el futuro, que debe seguir impregnado de la misericordia divina, para salir al encuentro de cada persona y llevarle la bondad y la ternura de Dios; para que pueda gozar del bálsamo de la misericordia como signo del reino de Dios, presente ya en medio de nosotros (cf. Papa Francisco, Misericordiae vultus, 5). El Señor nos sigue ofreciendo su misericordia y nos la seguirá ofreciendo.

Deseo felicitar a todas las realidades eclesiales de la Diócesis (parroquias, cofradías, hermandades, movimientos, asociaciones, grupos, congregaciones religiosas) por la participación en este Jubileo. Ha habido un gran interés en profundizar el tema de la misericordia y celebrar con gozo el Jubileo, acogiendo el perdón de Dios y su amor entrañable.

2.- Dios, rico en misericordia

“El Padre, «rico en misericordia» (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6), no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la «plenitud del tiempo» (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cf. Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (Papa Francisco, Misericordiae vultus, 1).

El misterio de la misericordia es fuente de alegría y de paz. Misericordia es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad; es el acto supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro; es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano; es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado (cf. Papa Francisco, Misericordiae vultus, 2).

Si Dios no tuviera misericordia con nosotros, ¿qué seríamos nosotros, queridos fieles? Seríamos pulverizados como la paja ante el fuego, como ha expresado el profeta Malaquías: «He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo» (Ml 3,19). No queramos ser como paja, que quemará el fuego y se llevará el viento. Hemos de ser como el oro acrisolado por el amor de Dios; oro de muchos quilates, que pierda las impurezas del egoísmo y que reluzca cada vez más.

Nuestros pecados nos han apartado del amor de Dios y de la verdadera vida; necesitamos el perdón de Dios para vivir. A quienes temen el nombre del Señor les ilumina el sol de justicia y hallan salvación (cf. Ml 3,20).

3.- En la misericordia se manifiestan varios atributos de Dios

La misericordia de Dios no es un signo de debilidad, sino de omnipotencia: “Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia” (Santo Tomás, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4.). Así aparece en la liturgia, en una de las colectas más antiguas: «Oh Dios que manifiestas tu omnipotencia con el perdón y la misericordia» (Oración colecta del Domingo ordinario XXVI); y así lo imploramos nosotros hoy.

Dios es para la humanidad Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso.

El Antiguo Testamento describe la naturaleza de Dios con los atributos de “paciente y misericordioso” (cf. Jon 4,2). Su misericordia se constata en la historia de la salvación cuando su bondad prevalece por encima del castigo y de la destrucción. Dios es paciente con el pecador.

En los Salmos aparecen varios términos, que expresan la misericordia divina: perdonar las culpas, curar enfermedades, rescatar la vida del sepulcro, coronar de gracia y de misericordia (cf. Sal 103,3-4).
Otros signos concretos de misericordia, propios de Dios: liberar cautivos, abrir los ojos de los ciegos, levantar al caído, proteger al extranjero, sustentar al huérfano y a la viuda; amar a los justos, entorpecer el camino de los malvados (cf. Sal 146,7-9).

Más signos de misericordia: sanar los corazones afligidos, vendar sus heridas, sostener a los humildes, humillar a los malvados (cf. Sal 147,3.6).

¡Cuántos signos de misericordia nos ofrece el Señor, que podemos descubrir en la Sagrada Escritura! ¡Cuántos signo de misericordia podemos hacer nosotros, más allá de las conocidas catorce obras de misericordia corporales y espirituales! Hay muchos gestos de misericordia que el Señor nos invita realizar.

4.- La misericordia de Dios es entrañable y eterna

En este Año Jubilar hemos meditado los dos términos que mejor expresan la misericordia de Dios son: las entrañas y la alianza.

La misericordia de Dios es profunda y “visceral” (término hebreo: rajamin): Dios tiene “entrañas” de misericordia. “La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (Papa Francisco, Misericordiae vultus, 6).

La misericordia de Dios es también “eterna” (cf. Sal 136). Dios es siempre fiel a su alianza y a su palabra dada; Dios cumple siempre sus promesas y no falla nunca. Nosotros podemos alejarnos, renegar de él, rechazarle; pero Dios está siempre esperándonos, como el Padre bueno de los dos hijos de la parábola (cf. Lc 15,11-21), a quien se le conmueven sus entrañas. Dios nunca se desdice de la palabra dada; su Alianza de amor con nosotros es eterna. El amor de Dios es eterno.

“Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso
podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan” (Papa Francisco, Misericordiae vultus, 8).

5.- Ser misericordiosos en las circunstancias de la vida

Las lecturas bíblicas de hoy nos invitan a ser misericordiosos de tres modos. La primera forma es honrar el nombre de Dios: «A vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra» (Ml 3,20); esto implica disfrutar de la misericordia de Dios, compartirla, anunciarla y explicarla a los demás.

La segunda manera de ser misericordiosos, como explica san Pablo en su carta a los Tesalonicenses, es a través del “trabajo”. Hay que trabajar para comer; no debe haber zánganos: «Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan» (2 Ts 3,11-12). Con nuestro trabajo debemos transformar la sociedad y hacerla más humana y misericordiosa. Se trata de vivir la misericordia en familia, amar al otro aceptando sus defectos y limitaciones; ser misericordioso significa aceptar mis “miserias” y las de los demás; ir transformando las miserias de nuestra sociedad, que son muchas.

Y la tercera manera, como nos pide el Evangelio de hoy, es ser misericordiosos en este momento histórico, siendo testigos del amor de Dios en las circunstancias históricas que nos toca vivir. La lectura de hoy es de tipo apocalíptico, que preanuncia lo que ocurrirá al final de los tiempos: habrá guerras, revoluciones, desastres, catástrofes. Pero hoy existen las guerras, las catástrofes, los desastres. Hay muchas cosas que pueden cambiar. Hemos de ser testigos de la misericordia de Dios en el mundo que nos toca vivir. No estamos en el s. XV, ni el s. XX, ni en el XXV, sino en pleno s. XXI. Esta es la sociedad y el tiempo histórico que nos toca vivir. ¡Que sepamos iluminar nuestra realidad (familia, sociedad, cultura, mundo) desde la luz misericordiosa de Dios!

6.- Día de la Iglesia Diocesana

Hoy celebramos, además, el Día de la Iglesia Diocesana con el lema: “Somos una gran familia contigo”. La comunidad cristiana tiene la misión de llevar la alegría del Evangelio, la paz, la esperanza, el consuelo al que sufre, la cercanía al que está solo, la misericordia al pecador.

Nuestra Diócesis pretende ser ese “hospital de campaña”, del que habla el papa Francisco (cf. Amoris laetitia, 291), para todos los que lo necesitan.

También este día se nos recuerda que la Iglesia no sólo la forman los sacerdotes, el obispo y las religiosas, sino todos los bautizados, las asociaciones, los movimientos, las cofradías y hermandades; es decir, todo bautizado que ha recibido el don de ser hijo de Dios; esta gran familia, de la que nadie queda excluido. Todos pertenecemos a esta iglesia diocesana, y perteneciendo a ella, quedamos incorporados a la Iglesia universal.

En esta jornada queremos agradecer a todas las personas que colaboran desinteresadamente: los que anuncian el Evangelio, los catequistas, los colaboradores de Cáritas, los equipos de liturgia, los religiosos, los sacerdotes… y todo tipo de voluntarios, que en nuestra Diócesis son muchos miles, que ofrecéis tiempo, alegría, colaboración para que la familia de la Iglesia funcione. Sin vosotros no sería posible sostener la gran actividad que lleva a cabo la Iglesia y que tantos necesitan.

Pedimos a la Santísima Virgen María su protección maternal, para que nos ayude a ser misericordiosos como el Padre y testigos valientes del Evangelio. Amén.

+ Mons. Jesús Catalá

Obispo de Málaga

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