·Queridos diocesanos, hermanas y hermanos de Málaga y Melilla:
Pierre Anthon, en la novela “Nada”, se sube a un ciruelo. Desde allí observa el mundo con distancia, sin implicarse y, por tanto, sin esperanza. El Adviento, en cambio, nos invita a “bajar del ciruelo”, a vivir con los pies en la tierra, atentos a los signos de la presencia de Dios, que nunca advertiremos encaramados en las ramas de un árbol.
Por eso quiero dirigirme a vosotros con una palabra que considero esencial en este momento de nuestra historia: atención. Jesús mismo nos exhorta: «Velad, porque no sabéis el día ni la hora». La vigilancia es la actitud del discípulo que sabe que el Señor viene, que su presencia se manifiesta en lo cotidiano, y que no podemos dejar pasar la oportunidad de reconocerlo.
Vivimos un cambio de época, no solo en una época de cambio. Las transformaciones culturales, sociales y tecnológicas nos colocan ante nuevos desafíos y también ante nuevas oportunidades. En medio de este mundo en movimiento, la atención se convierte en una virtud especialmente necesaria. Si no estamos atentos, podemos perder de vista los nuevos peligros que amenazan la vida y la fe. Pero si permanecemos vigilantes, descubriremos oportunidades inéditas para vivir y anunciar el Evangelio: nuevas formas de comunicación, nuevas búsquedas espirituales en los jóvenes, nuevas sensibilidades hacia la justicia y la paz.
La vigilancia y la atención no son únicamente virtudes personales; estamos llamados a vivirlas en comunidad. No basta con que algunos permanezcan atentos: es necesario que toda la Diócesis, y cada parroquia en particular, se mantengan despiertas para esquivar la rutina, acoger con fe los signos de los tiempos y discernir juntos lo que el Espíritu está diciendo hoy a la Iglesia.
El Adviento nos recuerda que Dios viene siempre, que su llegada no es solo un acontecimiento del pasado ni una promesa futura, sino una realidad presente. La vigilancia nos ayuda a reconocerlo en los signos pequeños: en la sonrisa de un niño, en la paciencia de los ancianos, en la solidaridad de quienes comparten lo poco que tienen. Estar atentos es abrir los ojos para descubrir que el Reino ya está germinando entre nosotros.
La atención también nos llama a cuidar nuestra vida interior. No podemos vivir vigilantes si no cultivamos el silencio y la oración, si no alimentamos nuestra fe con la Palabra de Dios, si no participamos con fervor en la Eucaristía. La vigilancia no es nerviosismo ni ansiedad, sino serenidad activa, fruto de una relación viva con el Señor.
Queridos hermanos y hermanas, os invito a que este Adviento sea un tiempo de atención vigilante. Así, cuando llegue la Navidad, podremos acoger al Señor con un corazón despierto y agradecido, sabiendo que hemos vivido atentos a su presencia y a su llamada.
Recibid un saludo muy cordial en el Señor que viene.
+ José Antonio Satué
Obispo de Málaga

