Apertura de la Puerta Santa en Málaga

Homilía pronunciada por Don Jesús Catalá, Obispo de Málaga, en la apertura de la Puerta Santa en Málaga.

(Catedral-Málaga, 13 diciembre 2015)

Lecturas: Sof 3, 14-18; Sal (Is 12, 2-6); Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18.

(Domingo Adviento III-C)

1. En este tercer domingo de Adviento, llamado «Gaudete», es decir, «Alegraos», la liturgia nos invita a la alegría: «¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén!» (Sof 3, 14).

El Adviento es tiempo de conversión para preparar la venida del Señor, pero la Iglesia hoy nos hace pregustar la alegría de la Navidad, ya cercana; san Pablo nos exhorta a vivir alegres en el Señor: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Flp 4, 4). Un cristiano no puede estar triste, aunque viva la situación que viva; estamos siempre en las amorosas manos de Dios. El Adviento es tiempo de alegría, pues en él se despierta en el corazón de los creyentes la esperanza del Salvador y su presencia redentora: «¡El Señor, Rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal!» (Sof 3, 17). Nos falta, a veces, confianza en el Señor y nos apuramos demasiado en ciertos momentos de nuestra vida.

La presencia del Señor elimina todo desaliento, tristeza y desconfianza y alegra los corazones. También el Señor se alegra de estar con nosotros; la alegría, pues, es recíproca: «El Señor tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo» (Sof 3, 17). También el Señor se alegra y danza con nosotros.

2. Con gran alegría hemos abierto hoy la Puerta Santa de nuestra Catedral malacitana, al igual que son abiertas todas las catedrales del mundo, con motivo del Jubileo extraordinario de la Misericordia, que el papa Francisco ha tenido a bien otorgar a toda la Iglesia. Él ha abierto esta mañana la Puerta Santa de su Catedral en Roma, la Basílica de san Juan de Letrán. El pasado día ocho abrió la del Vaticano.

El término «misericordia» puede expresar la síntesis del misterio de la fe cristiana, es decir, el misterio de Dios, rico en misericordia (Ef 2, 4; Sant 5, 11), revelado y realizado en Cristo, rostro de la misericordia del Padre (cf. Misericordiae vultus, 1) y hecho operante de modo permanente por el don del Espíritu (cf. Jn 20, 22-23). La misericordia de Dios se ha hecho visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. Él es quien nos revela de modo pleno el gran amor y la infinita misericordia de Dios-Padre.

Celebrar el Jubileo de la Misericordia implica aceptar el perdón de Dios y darle gracias por su amor misericordioso. Supone acoger la Palabra eterna y verdadera de Dios-Padre, Jesucristo, que es el rostro de la misericordia del Padre y la personificación de su amor. Dios en persona se hace hombre (cf. Flp 6,1-6) y convive con nosotros y nos muestra el rostro bondadoso y misericordioso del Padre.

3. Siguiendo las indicaciones del Santo Padre, hemos señalado algunos templos jubilares en la diócesis, además de la Catedral, donde los fieles puedan lucrar la indulgencia plenaria: Antequera (San Sebastián), Ronda (Santa María) y Melilla (Sagrado Corazón). También hemos indicado que se puede ganar la indulgencia en los domingos de Adviento-Navidad y de Cuaresma-Pascua visitando el templo parroquial o cualquier otro templo abierto al culto.

En cuanto a los fieles, que por graves motivos no puedan participar de las celebraciones jubilares, o no puedan acercarse a los lugares establecidos en el Decreto, como es el caso de los enfermos, ancianos, monjas de clausura, encarcelados, podrán lucrar la indulgencia plenaria si realizan las condiciones acostumbradas en los lugares donde se encuentran.

De este modo la «Iglesia particular estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual» (Papa Francisco, Misericordiae vultus, 3).

4. En este Año Jubilar de la Misericordia se nos anima a vivir como peregrinos que caminan hacia la patria celeste, morada verdadera y definitiva de los hijos de Dios.

Hemos venido en peregrinación desde la iglesia de san Agustín, expresando así el incesante peregrinar de la Iglesia hacia «Jesucristo [que] es el mis¬mo ayer y hoy y siempre» (Heb 13, 8). El carácter de la procesión es el de la peregrinación, signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. Recuerda el hecho de que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio (cf. Misericordiae vultus, 14); es decir, un camino de conversión.

La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia; es signo también de que la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio.

La peregrinación debe ser estímulo para la conversión. Como hemos escuchado en el evangelio de san Lucas, Juan Bautista predicaba la conversión a quienes le preguntaban qué debían hacer (cf. Lc 3, 10-14).

5. El Papa invita a todos a cruzar el umbral de la Puerta Santa, a través de la cual cualquiera que entre «podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza» (Misericordiae vultus, 3). Reconocemos que Cristo es la única puerta por la que se accede a la salvación (cf. Jn 10, 9) y el único camino que conduce al Padre (cf. Jn 14, 6). Si queremos alcanzar la verdadera felicidad, no hay otro camino; solo Cristo. No hay otra puerta; solo Cristo.

El Año Jubilar nos pide conversión de nuestros corazones: «Atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros» (Papa Francisco, Misericordiae vultus, 14). Así reza el lema de este Año Jubilar: Misericordiosos como el Padre.

Al inicio de la celebración con el rito de bendición y de aspersión con el agua hemos hecho memoria del bautismo, que es la puerta de entrada en la Iglesia-comunidad. El bautismo es el primer sacramento de la nueva alianza; por él los hombres, adhiriéndose a Cristo por la fe y recibiendo el espíritu de hijos adoptivos, son hechos hijos de Dios, formando un mismo cuerpo con Cristo (cf. 1 Pe 2, 9).

El lema del Año Santo Misericordiosos como el Padre nos anima a recibir el perdón de los pecados y a experimentar la misericordia entrañable de Dios. En el Padrenuestro pedimos a Dios que perdone nuestros pecados, y así debemos hacerlo también nosotros con quienes nos ofenden.

¡Queridos fieles y hermanos todos, os deseo un Jubileo de la Misericordia lleno de gozo, de frutos espirituales y de conversión; un camino que nos acerque cada vez más al Señor!

Ponemos en las manos de la Virgen María nuestra voluntad de acoger la misericordia de Dios y nuestros deseos de conversión. Amén.

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