El catedrático emérito de Bioquímica y Biología Molecular de la UMA, el jesuita P. Ignacio Núñez de Castro, reflexiona sobre la reciente aprobación, en el Reino Unido, de la fecundación in vitro conocida como «embriones de tres padres».
¡Y decíamos que madre no hay más que una!
Cuentan que en una reunión familiar uno de los pequeños preguntó: «Tita Carmen ¿tú como naciste?» «Me trajo la cigüeña, respondió». Y abuelita ¿cómo naciste? «A mí me recogieron en una col». «Y mi hermano mayor, preguntó de nuevo el niño» Le respondió su madre: «a tu hermano lo trajeron en un avión». Entonces el chaval dijo: «Pero, ¿qué pasa, en esta familia no ha habido un parto normal? El niño sencillamente quería saber la verdad natural del misterio de la vida.
El Parlamento inglés ha aprobado el día 3 de Febrero una variante de la fecundación in vitro. Se trata de introducir el pronúcleo de un óvulo de una mujer, aquejada de una posible enfermedad mitocondrial hereditaria, en un ovocito de una madre donante sana. El óvulo resultante se fecundaría in vitro con el semen paterno y sería transferido al útero de la madre genética, la que prestó el pronúcleo. Al embrión resultante podríamos llamarlo triparental, pues tiene la dotación genética de su padre, la dotación genética nuclear de su madre y la dotación genética del DNA mitocondrial de las mitocondrias de la madre donante sana. Según el Prof. Nicolás Jouve se «ofrece la utópica solución de embarcarse en una aventura tecnológica, sin precedentes experimentales suficientes, consistente en aprovechar solo una parte de sus óvulos, el núcleo, y sustituir su citoplasma por el del óvulo de una donante».
Es interesante la aportación del Prof. Jouve, pues de hecho nos encontramos ante una aventura más de las muchas variantes posibles de la reproducción humana asistida. Y aquí nos puede hacer reflexionar la salida del niño. En esta humanidad tecnificada que estamos construyendo ¿no nos estamos alejando demasiado de lo que sencillamente llamamos lo «natural»? ¿No usamos una serie de eufemismos para ocultar la verdad? Ciertamente, desde que nace el hombre está rodeado de artificio, pero ¿no habremos pasado la barrera? ¿No ha llegado el momento de decir un no categórico al imperativo tecnológico? Lo que es técnicamente posible, no siempre es éticamente aceptable.
Dejando aparte las dificultades técnicas, en el supuesto de que éstas fueran superadas por la tecnología, tendríamos para este caso las mismas reservas éticas que se han expresado para la fecundación in vitro y, no es la menor, el número de embriones descartados durante el proceso de implantación en el seno materno, que la propia técnica trae consigo. «Lo más probable es que haya que repetir y repetir la operación hasta conseguir un embrión viable, y desechar y desechar numerosos embriones humanos» (Prof. Jouve).
La embriología molecular nos dice que la vida humana comienza desde la fecundación y, por tanto, el embrión posee la plena dignidad de toda persona. Es de alabar la intención de obtener seres humanos libres de cargas genéticas, así como el esfuerzo para satisfacer el deseo legítimo de la maternidad y la paternidad de una pareja, pero debe sopesarse el coste de vidas humanas que, según la técnica actual, es necesario para lograr estos fines. Generalmente los medios de comunicación social ponen el énfasis en el logro, en este caso, de la posible vida libre de enfermedades mitocondriales, pero no se dice nunca que este éxito es a costa de la pérdida de otras muchas vidas humanas, aquellos embriones desechados a los que se les ha privado el derecho fundamental a la vida. Someter la vida humana a un criterio de pura eficacia técnica es tratar al embrión humano como un medio y no como un fin en sí mismo. Todo hijo debe ser el fruto del amor sacrificado y fecundo de una pareja humana que, según Benedicto XVI, es «el icono de la relación de Dios con su pueblo». ¡Y madre no hay más que una!
Ignacio Núñez de Castro S.J.