
Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Misa Crismal celebrada en la Catedral de Málaga el Miércoles Santo de 2025.
MISA CRISMAL
(Catedral-Málaga, 16 abril 2025)
Lecturas: Is 61, 1-3.6-9; Sal 88, 21-27; Ap 1, 5-8; Lc 4, 16-21.
1.- El Señor nos ha convocado un año más para celebrar la Misa Crismal, tan significativa para el presbiterio. Queridos sacerdotes, hemos sido llamados a un ministerio sacramental especial. Jesucristo, Sumo y Eterno sacerdote, nos envía a perpetuar su sacerdocio y su obra salvadora.
Y, aunque llevar a cabo esta misión es una tarea que sobrepasa nuestras fuerzas, confiamos en el Dueño de la mies, que nos sostiene y hace fecunda nuestra misión.
La teología del ministerio sacerdotal, recogida en el magisterio eclesial, expresa muy bien lo que significa este sacramento para todas las épocas. Pero se hace a veces complicado cómo vivir la espiritualidad sacerdotal y cómo ejercer el ministerio en cada momento de la historia.
Por ello es necesario adaptar la configuración pastoral y la realización existencial del ministerio a las situaciones concretas, tanto eclesiales como personales. Esta tarea genera permanentemente tensión y crisis, que no debemos temer ni rehuir, sino afrontar con paz interior.
2.- El Concilio Vaticano II ya nos advertía en «Presbyterorum ordinis» de la doble dimensión del presbítero: su ministerio y su vida; el ejercicio de su misión en su triple función o «munus» (sacerdotal, profética y real) y la necesidad de una vida humana y espiritual, buscando la santidad personal en la vida cotidiana.
No importa la edad ni el tiempo de ordenación; aunque haya estudios sociológicos, psicológicos o espirituales de las distintas etapas vitales y de edad. Todo sacerdote debe asumir, además, la misión que Dios le encomienda sea quien sea el pastor de la Iglesia universal o de la particular, y por supuesto debe hacerlo en plena comunión con ambos.
El Concilio prevenía de las dificultades en que los presbíteros están inmersos en su vida diaria, en medio de las transformaciones sociales y eclesiales. Pero no hemos de olvidar que es el Espíritu Santo quien impulsa a la Iglesia a abrir nuevos caminos, para que la salvación llegue al hombre de cada época (cf. Presbyterorum ordinis, 22).
3.- El papa Juan Pablo II nos dejó en su exhortación apostólica «Pastores dabo vobis», que todos conocéis bien, la clave de la unidad del ministerio sacerdotal frente a tantas tareas que debemos asumir. Personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, el ministro ordenado participa en su único sacerdocio; y el Espíritu Santo, mediante la unción sacramental, lo configura, lo conforma y lo anima con su caridad pastoral, poniéndolo en la Iglesia como servidor (cf. Ibid., 15). Hemos de dejar que el Espíritu nos configure con Cristo.
Esta caridad pastoral es el principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo, porque participa de su misma caridad pastoral, que es don del Espíritu Santo; y, al mismo tiempo, es también llamada a responder libre y responsablemente.
El contenido de la caridad pastoral es la donación total de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo; y determina el modo de pensar y de actuar del sacerdote (cf. Ibid., 23). Tenemos una tarea muy hermosa, cuidando internamente nuestra vida espiritual y nuestro ministerio.
4.- Hemos escuchado el pasaje de Isaías, citado por el evangelista Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido» (Lc 4,18). El Espíritu de Dios es el principio de la consagración y de la misión del Mesías. En virtud del Espíritu, Jesús de Nazaret pertenece totalmente a Dios y participa de la infinita santidad de Dios. El Espíritu del Señor se manifiesta como fuente de santidad y llamada a la santificación.
Los sacerdotes somos «representantes» de Cristo; pero quien cura, perdona, libera, consuela y salva es Jesucristo. Por ello damos gracias a Dios en esta Misa Crismal, como se nos ha invitado en la respuesta sálmica: «Cantaré eternamente tus misericordias, Señor» (cf. Sal 88). ¡Demos gracias a Dios, queridos sacerdotes y diáconos, que hemos sido llamados a ejercer este ministerio, tan excelso, como dice san Juan de Ávila!
Jesús proclamó en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor (…) me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).
En este Año Jubilar 2025 hemos sido llamados por Jesús a realizar las maravillas que él realizó: evangelizar, curar los corazones desgarrados, pregonar la amnistía a los cautivos, anunciar la libertad a los prisioneros, proclamar un año de gracia del Señor y consolar a los afligidos (cf. Is 61,1-2). Ésta es la hermosa misión que Dios nos confía, sembrando esperanza en los corazones de los fieles.
5.- Hoy estamos celebrando el Jubileo de los sacerdotes. Hemos venido en peregrinación desde la Curia diocesana hasta la Catedral. Os he dicho antes de entrar en la Catedral que veníamos esta vez como «penitentes», porque los sacerdotes estamos también necesitados del perdón y de la misericordia de Dios.
Necesitamos pedir perdón en el sacramento de la penitencia. Y en este Jubileo queremos remarcar que somos «pecadores perdonados», como dice el papa Francisco; somos sacerdotes «perdonados».
Celebremos hoy el perdón del Señor; y que nuestros fieles sepan que pedimos perdón de nuestros pecados en el sacramento de la confesión.
6.- Queridos sacerdotes y diáconos, sigamos trabajando con ilusión y esperanza, promoviendo la fraternidad, ofreciendo nuestra entrega generosa a todos los fieles, aceptando con amor las fatigas por el Reino y asumiendo los fracasos y las desilusiones en el trabajo pastoral, que a veces pueden dejarnos «fuera de combate». Su presencia no debe hundirnos, porque nos sostiene Cristo, Pastor y Sacerdote.
Hoy renovaréis las promesas que hicisteis en vuestra ordenación, reafirmando vuestra respuesta a la llamada del Señor. Nos unimos espiritualmente a los sacerdotes impedidos en sus domicilios y a los de la Residencia El Buen Samaritano, que renuevan también hoy sus promesas con nuestro querido D. Ramón Buxarrais.
Deseo agradecer vuestra entrega en el ministerio y vuestra generosidad y fidelidad a la misión encomendada. Damos muchas gracias a Dios por vosotros; por lo que sois y por vuestro ministerio. Y quiero daros a vosotros muchas gracias por asumir el encargo del Señor. Quiero manifestaros también mi afecto entrañable y aseguraros mi oración; sabed que pido siempre al Señor por vosotros y os deseo lo mejor.
Quiero también dar las gracias a los fieles que hoy nos acompañan. Gracias por ayudar y querer a vuestros sacerdotes; y ayudarles en su ministerio. Gracias por participar en esta celebración, que cada año está más concurrida de fieles; recuerdo la primera Misa Crismal que celebré en esta Catedral con una presencia muy pequeña de fieles laicos; y ahora está casi llena. ¡Estad cerca de vuestros sacerdotes y queredlos!
Que Santa María de la Victoria, Patrona de nuestra Diócesis, nos proteja con su amor maternal y nos acompañe siempre. Amén.